Vive en Obernathal, Austria, parapetado en el campo debido a sus débiles pulmones y su potente misantropía. Baja de vez en vez a las ciudades a recoger algunos premios literarios y flagelarse por haberlos recibido. Vuelve a la pradera sólo después de haber comprado zapatos italianos, lo único que parece aliviar al esnob que lleva en la cartera. Cuando al fin se encierra a trabajar, lo mismo escribe contra sus amigos que asesta frases como esta: “Lo que pensamos ha sido ya pensado, lo que sentimos es caótico, lo que somos es oscuro.”
Pues bien: a ese hombre debemos una de las afirmaciones vitales más sentidas de la literatura contemporánea. La novela, El aliento (1978), tercera parte de su pentalogía autobiográfica. El personaje, él mismo, un adolescente que agoniza en un sanatorio. El episodio, ese en que una monja se pasea por los pasillos revisando quién sigue vivo y quién ha muerto y el joven, en una epifanía difícil de resumir, decide:
Quería vivir, y todo lo demás no significaba nada. Vivir y vivir mi vida, como quisiera y tanto tiempo como quisiera. Entre dos caminos posibles, me había decidido esa noche, en el instante decisivo, por el camino de la vida. Si hubiera cedido un solo instante en esa voluntad mía, no hubiera vivido ni una hora. De mí dependía seguir respirando o no. El camino de la muerte hubiera sido fácil. El camino de la vida tiene igualmente la ventaja de la libre determinación. No lo perdí todo, seguí teniéndolo todo. [Traducción de Miguel Sáenz, Anagrama, 1985, edición de las páginas 20 y 21.]
Léase esta nota como un homenaje a Thomas Bernhard, el gran Thomas Bernhard, a veinte años de su muerte. ~
es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).