Todas las farsantas son iguales

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He aquí una advertencia, amparada por una prueba irrefutable: estén prevenidos y sepan que todos, absolutamente todos los que van por ahí con la cantinela de "los ciudadanos y las ciudadanas", "los españoles y las españolas" y demás, son unos cantamañanas y unos farsantes, unos cobistas, unos embaucadores y unos falsos (o, en el mejor de los casos, unos melindrosos y unos acomplejados). No debe, por tanto, creérseles una palabra, sean hombres o mujeres, políticos, periodistas, abogados, deportistas o banqueros. Da lo mismo cuál sea su sexo, cuál su profesión, si es persona pública o tan sólo privada, si los oímos por televisión o ante la barra del bar, a nuestro lado. Desconfíen de cualquiera que les venga con esas expresiones: "los asturianos y asturianas", "los votantes y las votantes", "los y las estudiantes", "los y las jueces" (o peor aún, habrá quien diga "estudiantas", "juezas" y "votantas") y demás tomaduras de pelo. Cuantos recurren a la cantinela están intentando engañarlos, no lo duden, y sólo les interesa halagar los estupidizados oídos de alguna gente que se deja estupidizar fácilmente. Hay una prueba de ello, irrefutable, y es esta:
     Ni uno solo de estos individuos, ninguno de esos farsantes, proseguirá jamás su discurso o su charla como debería hacerlo, si en verdad se propusiera no dejar nunca de lado —supuestamente— al género femenino, que, vaya ya por delante, en las lenguas romances o neolatinas no está dejado de lado, sino incluido, en expresiones tales como "los ciudadanos", "los andaluces", "los izquierdistas" o "los jueces". Como debería saber todo el mundo —y se sabía hasta hace poco—, esos plurales gramaticalmente masculinos indican, según el contexto, un grupo efectivamente masculino tan sólo, o bien un grupo mixto, formado por varones y mujeres. El porqué de eso es otra cuestión, y los descontentos habrían de elevar sus quejas a Virgilio, Horacio, Ovidio, Tácito, Séneca y demás escritores latinos; o, si lo prefieren, a los emperadores romanos, de Nerón a Trajano, de Cómodo a Adriano; o tal vez directamente a las divinidades, Júpiter y Marte, Venus y Mercurio; o remontarse aún más lejos y reclamar a sus equivalentes griegos, Zeus y Ares, Afrodita y Hermes, y, ya de paso, a Platón y Aristóteles, Eurípides y Sófocles, Tucídides y Heródoto, Hesiodo y Homero.
     Lo cierto es que nuestras lenguas son así, y si lo son es precisamente porque todas las lenguas tienden a economizar, esto es, a resultar útiles, rápidas, eficaces, ya que son sobre todo un instrumento para comunicarse con la mayor celeridad y precisión posibles, y también —pero esto ya viene luego— con la mayor eufonía. Que a la hora de elegir una fórmula que englobara a las personas u objetos de los géneros masculino y femenino juntos, se optara por el plural gramaticalmente masculino, puede que, en su momento, indicase cierto talante "machista" por parte de los emperadores romanos, los escritores latinos, sus deidades varias y los hablantes todos del Imperio Romano. Pero durante siglos en que la gente era menos tiquismiquis y más sensata que ahora, todo el mundo comprendía el uso de ese plural y nadie se sentía por él excluido. Ahora hay demasiados demagogos sacando partido de nuestras debilidades más simplonas, y así hay también un sinnúmero de engañabobos. Algunos no son fáciles de desenmascarar, luego ruego que al menos se desenmascare a los transparentes.
     Pues la prueba irrefutable de que…

Pues la prueba irrefutable de que son unos farsantes es que ninguno, jamás, bajo ningún concepto, seguirá a rajatabla la convención que predica. Ya que, de ser sinceros y consecuentes, esos camelistas habrían de hablar o escribir siempre del siguiente modo (valga cualquiera ejemplo): "Los ciudadanos españoles y las ciudadanas españolas estamos hartos y hartas de pedir a nuestros y nuestras gobernantes y gobernantas que se ocupen de los niños y las niñas inmigrados e inmigradas, que llegan recién nacidos y nacidas, famélicos y famélicas, desnudos y desnudas, sin dónde caerse muertos y muertas. Nuestros y nuestras políticos y políticas se ven incapacitados e incapacitadas para afrontar el problema, temerosos y temerosas de que los votantes y las votantes los y las castiguen: el que y la que sea partidario y partidaria de que esos niños y esas niñas sean españoles y españolas a todos los efectos, teme la reacción de los y las compatriotas y compatriotos proclives y proclivas a frenar el flujo de extranjeros y extranjeras —sean adultos o adultas, niños o niñas, recién nacidos o nacidas—, y amigos y amigas de una población compuesta por individuos e individuas autóctonos y autóctonas, homogéneos y homogéneas racialmente: los ciudadanos y las ciudadanas, en suma, que no creen que todos los hombres y las mujeres son iguales o igualas".
     Supongo que hace ya rato que habrán dejado de leer, los señores lectores (ojo, en plural gramaticalmente masculino, pero masculino y femenino de hecho). ¿Verdad que resulta insoportable? Pues que hablen y escriban así cuantos machacan con la cantinela de "españoles y españolas", o, si no están dispuestos, que renuncien de una vez a ella. Pandilla de estafadores. –

 

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(Madrid, 1951-2022) fue escritor, traductor y editor. Autor, entre otras, de las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Tu rostro mañana (tres volúmenes publicados en 2002, 2004 y 2007) y Tomás Nevinson (2021). Recibió premios como el Rómulo Gallegos en 1995, el José Donoso en 2008 y el Formentor en 2013. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua.


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