En la casa de al lado
se oyen sus pasos
y el golpeteo de pesadas
herramientas.
Pronto van a llegar.
Se van a llevar
los sillones, la cortinas,
los cuadros, los espejos
las camas, las mesas.
No van a dejar nada.
Y lo que no se puedan llevar
será golpeado sin misericordia
durante días
hasta quedar reducido
a escombros.
Arrancarán las lámparas
se llevarán su íntima luz
y quedarán a la intemperie
los rastros de algunos olores,
los gestos perdidos en el aire.
Cuando cruces hoy el umbral
ya nadie cerrará la puerta con llave.
Levantarán las alfombras,
el piso estará cubierto
de un polvo finísimo
acumulado durante años,
polvo de todos
los que han pasado por aquí.
Polvo de las palabras susurradas.
Y estos muros que todo han visto
serán reducidos a grava,
a cascajo inútil,
amontonado
con lo que aquí se vivió
en lotes baldíos.
Siempre ha sido así,
sin furia, sin odio,
un trabajo rutinario,
un deber de todos los días.
Cuando salgas, sólo tú llevarás
el sonido, la sombra,
el gemido, el dolor
de lo que aquí pasó
para cumplir tu tarea
–único testigo–
de olvidarlo todo
hasta que tampoco quede nada. ~
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Poema del libro del mismo título, de próxima publicación en Almadía.