Un soltero y un gato

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No sabe cuándo le pedirán que se vaya
     y piensa que el propietario
     es un inquilino
     de otro propietario
     más alto,
     al que también le pedirán
     el departamento…
     y en el delirio,
     piensa,
     igualando destinos,
     que Dios también
     es un inquilino
     al que le solicitarán,
     tarde o temprano,
     que se vaya
     y maúlla el gato
     y lo deja entrar
     como se deja entrar
     a la belleza
     en una habitación,
     en la costumbre,
     le abre apenas
     y se desliza
     por los pliegues,
     inalcanzable para el alma,
     delicioso
     para el tacto y la vista:
     de su corazón
     responde la bruma,
     de su columna vertebral
     la electricidad del rayo
     y la precisión del mediodía.
     Ahora lo tiene
     en su balcón:
     un lujo
     ante el vacío,
     droga nocturna,
     llave de lucidez
     en el cerebro,
     hamaca y taquicardia. –

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