Una sombra mexicana Sous la coupole

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El auditorio que escuchó el pasado 13 de diciembre el discurso de ingreso a la Academia Francesa del prolífico Dominique Fernandez debe haberse sorprendido cuando el recipiendario lo inició evocando el concepto de “igualdad académica” formulado por D’Alembert, uno de sus predecesores en el sillón 25, pues el escritor se ha caracterizado precisamente por la defensa, a lo largo de su carrera, de su derecho a la diferencia. La razón para acogerse a tal igualdad apareció enseguida cuando el nuevo inmortal, que escogió a Ganimedes como motivo del adorno de la empuñadura de su espada de académico, expresó:

 

 

[D’Alembert] quería decir que todos los académicos, cualesquiera que fueran su origen social, sus convicciones, sus errores o los de sus padres, son iguales. En nombre de esta igualdad os pido acoger conmigo la sombra de alguien que tenía más títulos para tomar mi lugar y a quien debo ser lo que soy: Ramon Fernandez, mi padre.

 

 

El diario Libération del día siguiente publicó la crónica de esa ceremonia bajo el irónico título “Du père à l’épée”:

 

 

Ramon Fernandez, hijo de diplomático mexicano, crítico brillante, novelista notorio, socialista que, extrañamente, acabó derechista y colabo. En 1944 una oportuna embolia le ahorró el pelotón de ejecución. El hijo vive a partir de entonces en esta sombría ambigüedad. Con dos objetivos: rehabilitar al literato, comprender al hombre.

 

 

El brillante crítico y novelista, amigo de Proust, Gide, Saint-Exupéry, Malraux, Paulhan y Mauriac, recibió durante la Primera Guerra Mundial, en plena noche, la inesperada visita de un Proust que había atravesado París sumergido en las tinieblas sólo para pedirle que pronunciara dos palabras en italiano: senza rigore, pues “necesitaba escucharlas resonar con su sonoridad musical exacta” para ponerlas en una página de su novela. Tras un pasado socialista se unió en 1937 al pro alemán Partido Popular Francés de Jacques Doriot y formó parte en 1941 de la desafortunada delegación francesa que acudió a la exposición del libro alemán, en Weimar, invitada por Goebbels, junto a Abel Bonnard, Robert Brasillach, Jacques Chardonne y Pierre Drieu la Rochelle. Emmanuel Berl lo describió por esa época como “très beau garçon que gustaba de los autos de carrera, bailaba admirablemente el tango, personaje muy atractivo y muy atormentado”, características que evocó a su vez el novelista Pierre-Jean Rémy en su discurso de respuesta a Dominique Fernandez: “Mexicain devenu collabo […] playboy dépensier et mondain, coureur de femmes et beau parleur.” Rémy no se privó de señalar cuán poco el padre se asemejaba al nuevo académico. (Hay que señalar, empero, que Ramon Fernandez sólo era mexicano en un cincuenta por ciento y que la mayor parte de su vida transcurrió en Francia.)

Una vez más, Dominique se distanció, en su discurso, de la elección política de Ramon:

 

 

Ninguna excusa, pues, para mi padre, desde ese punto de vista. ¿Pero es esta una razón para olvidar, ocultar, su obra literaria? Ha sido escandalosamente puesta de lado, tras la Liberación. Su Molière no solamente es el mejor libro jamás escrito sobre Molière sino una de las más fuertes obras de crítica literaria de todos los tiempos; su Proust, publicado en 1943 como un acto de resistencia intelectual contra la ideología dominante, su Balzac, son maravillosas síntesis, miradas de conjunto sobre la obra, profundas, exhaustivas, en la antípoda de las disecciones puntillosas practicadas hoy. Del mismo modo que las opiniones profesadas durante la guerra por mi padre –hablo de opiniones puesto que no se hizo culpable de ninguna acción reprensible, salvando al contrario judíos, pronunciando, único entre los escritores colaboradores, el elogio fúnebre de Bergson, publicando este libro sobre Proust– han sido siempre inaceptables para mí, del mismo modo admiro su obra. Y os haré una confesión: entre los motivos que me han impulsado a desear formar parte de vuestra Compañía, no ha sido el último el hacer resonar bajo la Cúpula, al lado del de Richelieu, el nombre de Ramon Fernandez.

 

 

Sería deseable que esta emotiva evocación de una figura paterna tempranamente ausente y políticamente culpable que el anciano Dominique Fernandez lleva sobre sus hombros (“como Eneas a su padre Anquises”, escribe Sartre en Les mots para referirse a esa carga que la temprana muerte de su progenitor le evitó), y cuya obra se esfuerza por rescatar, encontrara eco entre los críticos y los historiadores de la literatura pues, como bien lo señala en su discurso, más allá del estigma de su desafortunada elección política, la obra posee un valor indudable y merece ser recuperada. ~

 

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