Carlos Briseño Torres se afanó durante dos decenios por alcanzar la rectoría de la Universidad de Guadalajara, pero tardó sólo quince minutos en perderla. Fue aplastado por el mismo poder al que sirvió por años y luego pretendió suplantar. Ese poder, al que ninguna área de la casa de estudios es ajena, es el del ex rector Raúl Padilla López. La historia moderna de la Universidad de Guadalajara es inseparable, para bien y mal, de la historia personal de Padilla. Y en ella Briseño ha tenido, sin duda, un papel: primero como patiño y después como un antagonista que provocó el mayor terremoto interno de la Universidad en lustros.
El reciente y profundo conflicto de las élites de la UdeG, que concluyó con la destitución del rector, puede entenderse en plenitud sólo si se comprende antes el botín que se disputaba y las personalidades de sus principales actores: el jefe político y el servidor que quiso derrocarlo.
Vayamos en orden. La Universidad tenía hasta el 29 de agosto pasado un rector, Carlos Briseño, que había sido durante decenios uno de los más leales servidores de Raúl Padilla. La trayectoria de Briseño no había sido la de un académico destacado, sino la de un poderoso cortesano que fungió durante años como brazo ejecutor contra la disidencia.
Un poco porque en cada leal servidor vive un Macbeth y otro porque su esperanza mayor era alcanzar la candidatura del pri al gobierno de Jalisco en 2012, Briseño trató de romper con Padilla una vez que ocupó la rectoría. Sus jugadas fueron claras. Primero, pretendió hacerse de una base de poder propia en la Universidad y pugnó para colocar a sus allegados en los cargos principales de la estructura. Cuando esto no fue suficiente, lanzó una campaña mediática contra Padilla, amagándolo con derribar “su reino”, es decir, los proyectos culturales que fundó y controla (la Feria Internacional del Libro y el Centro Cultural Universitario, los más representativos).
En medio de la tensión se destapó el que quizá sea el mayor escándalo del asunto: las presuntas irregularidades administrativas en el programa de transplantes del Hospital Civil de Guadalajara, que está cedido en comodato a la Universidad. El rector acusó a los directivos del hospital (padillistas todos) y al director del programa, el médico Luis Carlos Rodríguez Sancho, de lucrar con las intervenciones, de no reportar ingresos y hasta de poner órganos a la venta. El caso sigue en proceso de indagación.
Los padillistas, en respuesta, sentenciaron que Briseño estaba loco. Pero ¿lo estaba? Antes de decidirlo, veamos el tamaño del botín en disputa.
Miles y millones
El presupuesto de la Universidad de Guadalajara fue en 2008 de 6,013 millones de pesos, a los que hay que sumar los alrededor de 800 que se aprobaron como ampliación en agosto pasado. Es, por tanto, superior al del Ayuntamiento de Guadalajara (que fue de 5,532 millones en el mismo periodo). Es más: alcanza a parangonarse ventajosamente con el de algunos estados de la República. Colima (6,180 millones anuales) o Baja California Sur (6,539 millones), por ejemplo, se encuentran en un nivel de ejercicio presupuestario similar. Con una diferencia: la UdeG tiene casi el doble de empleados que el ayuntamiento tapatío (23 mil contra apenas 12 mil) y multiplica el número de burócratas de Colima (4,563 hoy día) o Baja California (3,664) (Público-Milenio, 22-07-2008). La matrícula de la Universidad suma casi 200 mil almas (la UNAM, para darse una idea de lo que esto significa, reúne alrededor de 300 mil).
Por eso, no debe causar extrañeza que en amplias zonas de Jalisco el poder mejor organizado, el que cuenta con mayor presencia entre la ciudadanía, sea el de la Universidad. En lugares como Puerto Vallarta, al suroeste del estado, o Colotlán, al norte, el rector del campus local es un personaje tan notable como los respectivos alcaldes, pero con una infraestructura y una capacidad logística mucho mayores a disposición.
En todo el estado, el poder fáctico y simbólico de la Universidad continúa siendo robusto y, en numerosos asuntos, central. Y con un poder como ese a la mano, las puertas de la política están abiertas… Y las de los negocios también.
Giros inusuales
Las actividades de la UdeG se extienden mucho más allá de las funciones que prevé su Ley Orgánica (es decir: academia, investigación científica y difusión de la cultura) y alcanzan terrenos dignos de asombro. Vaya: resulta más o menos natural que la Universidad sea el mayor animador cultural de Jalisco y que sus programas (como la exitosa FIL) resulten muy superiores en cantidad y calidad a sus equivalentes del gobierno del estado y los municipios. Lo peculiar comienza al saber que la casa de estudios es además el principal empresario de espectáculos del Occidente de México.
La remodelación del Teatro Diana y la construcción del Auditorio Metropolitano (inaugurado en septiembre de 2007, luego de un gasto de 550 millones de pesos) han dejado en la lona a los viejos profesionales del espectáculo en la región. Aunque la Universidad alquila en ocasiones sus espacios y no organiza directamente los eventos, lo cierto es que entre sus competidores (el Teatro Galerías o la Arena vfg) existe una clara molestia por lo que consideran que son condiciones injustas de batalla. Ejemplos: mientras el Auditorio Metropolitano ha presentado durante su primer año de existencia las actuaciones de Plácido Domingo, Ennio Morricone, Bob Dylan o los roqueros Muse o The Killers, el Galerías se defiende con la exhibición de obras como A oscuras me da risa. Claro: los sueldos de los empleados del Auditorio y no pocos de sus costos de operación son absorbidos por la Universidad, cuyo nivel de liquidez y capacidad de asumir pérdidas no son comparables con las de ningún empresario que quiera ponérsele enfrente.
Si este asunto no asombra, ¿podría sorprender entonces que la UdeG posea además una inmobiliaria, una agencia de publicidad, un club deportivo, una productora de cine, dos hoteles, al menos una gasolinera, un “club de precios”, una escuela de español para extranjeros –y otra de lenguas extranjeras para los nativos–, una editorial, una operadora de cafés y papelerías, un parque industrial y una agencia de viajes? (puede ampliarse este particular revisando el sitio web del Corporativo de Empresas Universitarias: http://www.ceu.udg.mx/).
Las ambiciones empresariales de la UdeG no paran allí. Hace unas pocas semanas, el 4 de septiembre, logró la concesión por 66 años del estacionamiento del Estadio Jalisco, donde planea levantar un hotel y un centro comercial (Público-Milenio, 5-09-2008). ¿Parece poco? Sea. Porque falta enlistar algo mayor.
Desde hace años se edifica al norte de la ciudad el Centro Cultural Universitario (del que el Auditorio es sólo la primera etapa). Incluye una nueva Biblioteca Pública estatal, una sala de conciertos, otra de cámara, dos teatros, una explanada para eventos al aire libre, un Museo de las Ciencias Ambientales, un “distrito cultural” con viviendas para casi 4 mil habitantes, oficinas nuevas para los proyectos culturales de la UdeG (y otras para alquilar al mejor postor), dos hoteles, una casa para invitados especiales, todas las escuelas de arte de la Universidad, el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades y el de Ciencias Económico Administrativas, la prepa 10, un “parque mediático” con estudios de cine y televisión, y un “parque temático” del que apenas se sabe que “se encontrará inspirado al [sic] Universal Studios” y que “contendrá un museo del cine”. Todo esto se enumera y afirma en la web oficial del CCU, que puede consultarse en la dirección www.centrocultural.org.mx.
Esta ciudadela estaba calculada para costar alrededor de mil millones de pesos cuando se lanzó el proyecto, en 2003. Puede suponerse que los brincos del dólar y la reciente catástrofe internacional de mercados empujarán esa cifra al cielo.
¿Es esto costeable para una Universidad que no es rica, pese a sus millonarios presupuestos? Misterio: aunque varias de las empresas universitarias reporten oficialmente buena salud, muchos observadores lo ponen en duda. El Auditorio, por ejemplo, declaró haber ingresado en su primer año de vida 165 millones de pesos entre taquilla y servicios, que le representaron una utilidad neta de alrededor de 50 millones. Otras que reportan ganancias son la escuela de idiomas, con 15 millones de pesos, y la FIL, que afirma haber ganado casi 7 millones en 2007. En contraparte, la que reporta pérdidas mayores es la productora de cine Latinofusión, con 7 millones. Cosa curiosa: a pesar del volumen de sus negocios, la inmobiliaria de la UdeG también pierde: un millón 588 mil pesos en 2007 (La Jornada Jalisco, 22-08-2008). De todos modos: ¿no es normal que resulten estables unas empresas que pueden tirar tantísimo dinero a fondo perdido, sin temor a la quiebra?
En este complejo entramado político y económico reposa la parte central del poder de Raúl Padilla en la Universidad: ha convertido a la institución en uno de los principales animadores culturales del país y hasta de América Latina, pero a la vez la ha orientado hacia prioridades que es difícil asociar con la academia.
Y, por supuesto, por el camino ha establecido un dominio incuestionable en el interior de la institución. Enfoquemos el microscopio sobre él y su retador.
El protagonista
Raúl Padilla López ha sido jefe político de la UdeG durante los últimos veinte años. Comenzó su carrera como líder de la violenta Federación de Estudiantes de Guadalajara (a la que luego contribuyó a desarmar y enviar al limbo en que actualmente se encuentra). Su título profesional lo acredita como historiador, pero sus trabajos han sido mayormente directivos.
Fue rector de la UdeG en el periodo 1989-1995. Supo leer los tiempos políticos, al menos en sentido utilitario. Tomó una institución de posiciones públicas cercanas al marxismo –y a la vez pactada de pies a cabeza con el sistema priista– y la acercó al tipo de liberalismo que entraba en auge.
Suya fue la idea de modernizar la estructura de la institución, al dividirla en centros temáticos y regionales. Suyo, el esfuerzo de arrancarla de la influencia del pri y hacerla avanzar hacia cierta modernidad académica. Suyo, el mérito de fundar instituciones culturales de primer orden y sostenerlas a costa de toda clase de críticas. Suya, también, la excentricidad de ser quizá el último político mexicano con debilidad por los intelectuales. Su amistad con escritores como Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez, por citar dos ejemplos, lo ha colocado en una liga muy diferente a la de sus competidores en política universitaria.
Aunque suela estar alejado de los reflectores, actualmente Padilla desempeña once cargos en la Universidad. Es, simultáneamente, presidente de la Feria Internacional del Libro, el Fideicomiso del Centro Cultural Universitario, el Festival Internacional de Cine, el Consejo Consultivo de Cultura y del festival infantil Papirolas; es, además, coordinador de la Cátedra Julio Cortázar, presidente del Patronato del Teatro Diana, del Patronato de la Dirección de Producción Audiovisual, del Consejo de Administración del Corporativo de Empresas Universitarias, del Consejo Directivo de la Fundación UdeG y hasta profesor investigador titular C en el Centro de Ciencias Sociales y Humanidades (El Informador, 26-08-2008).
Pero eso es protocolo. Lo principal para cualquiera que forme parte de la UdeG es que Padilla tiene un control absoluto y sin contrapesos. Todo el que aspire a una plaza de cierto nivel se encomienda a su simpatía o, al menos, entiende que su venia es necesaria. Ese estilo personal de mando está marcado en el ADN de la institución y opera con diversos grados de entusiasmo, colaboración, aceptación, tolerancia o resignación entre los universitarios. Rara vez enfrenta una crítica abierta y casi nunca una oposición real.
No es de extrañar, pues, el terremoto que produjeron unas declaraciones publicadas la mañana del 25 de agosto pasado: “Me he dado cuenta del daño enorme que Raúl Padilla le ha hecho a la UdeG […] No obstante que en su momento fue considerado un líder para impulsar los cambios en los que muchos creímos, […] ahora se ha convertido en un obstáculo para la democratización. Conformó un grupo de poder que ha decidido en los últimos 20 años asuntos que le competen a la comunidad universitaria. No seguirá siendo ese el proceder: el rector general ha asumido un compromiso con la comunidad. No pertenezco más al grupo de Raúl Padilla ni reconozco liderazgo político en él: mi único patrón se llama UdeG.”
Este reto fue lanzado por el rector Carlos Briseño. ¿Era un loco, tal y como lo acusaron? Veámoslo en detalle.
El antagonista
Briseño, en palabras de otro de los miembros del grupo, el abogado y político Samuel Romero Valle, “durante 20 años se significó por ser el más constante, el más asiduo y el más grande adulador de Raúl Padilla” (Público-Milenio, 25-08-2008). El anecdotario al respecto es amplio. Cuentan los enterados que durante los años ochenta, Briseño gustaba de llevar mariachis a los cumpleaños de los mandones del grupo. También que enloqueció de celos cuando Padilla se hizo compadre de otro funcionario y no descansó hasta conseguir que se convirtiera en padrino de uno de sus hijos (Mural, 31-08-2008).
Graduado en Economía por la UdeG y con posgrados en Texas y Nuevo México, Briseño hizo su carrera a la sombra del líder. Fue su jefe de comunicación social cuando era rector y secretario general durante el rectorado de su hermano José Trinidad Padilla (2001-2007). Se hizo conocido como brazo ejecutor de los disidentes. Operó en 2003 la defenestración del entonces vicerrector Ricardo Gutiérrez, un empecinado opositor a que la Universidad se enfocara en proyectos culturales “suntuarios”. Gutiérrez no sólo fue orillado a renunciar, sino que se le inició un proceso de expulsión de la Universidad (Público-Milenio, 17-10-2003; Mural, 19-10-2005).
Priista militante, Briseño fue uno de los principales apoyos en la candidatura al gobierno estatal de Arturo Zamora en 2006. Era vox populi que el aspirante le había prometido la secretaría general de gobierno en caso de triunfar. No sucedió así. Zamora perdió con el candidato del pan y Briseño reenfocó sus baterías a su nominación a la rectoría.
Pese a que era poco popular al interior del grupo, su capacidad como operador político pareció inclinar la balanza y Padilla le dio su aprobación. Entre juramentos de lealtad al líder, fue nombrado rector por el Consejo General Universitario el 1º de abril de 2007.
La guerra
Las grietas se abrieron pronto. Briseño se acercó, apenas sentado en la silla, con el gobernador panista Emilio González Márquez y comenzó a dar señales de que no acataría dócilmente la jerarquía.
La estructura lo enfrentó desde el principio: la inmediata renovación de los rectores de los centros universitarios, así como de los liderazgos de los sindicatos de trabajadores, académicos y estudiantes, se pactó a sus espaldas. El brazo del poder incluso alcanzó al PRI: Padilla consiguió que una de sus partidarias, Patricia Retamoza, fuera designada secretaria general sin acordarlo con Briseño, que montó en cólera (Público-Milenio, 21-07-2008).
La réplica se dio en la discusión sobre el presupuesto 2008, entre diciembre y enero pasados. Allí, algunos de los escasos leales al rector en el Consejo General Universitario se encargaron de criticar la inversión en las “faraónicas” obras culturales y en el plan “demencial” de abrir un campus de la UdeG en Los Ángeles (que, por cierto, sigue en pie) y defendieron la idea de que el gasto debería reorientarse al equipamiento de preparatorias.
El 4 de julio, tras estallar en los diarios el escándalo de los supuestos malos manejos en el programa de transplantes del Hospital Civil, Briseño sorprendió a los padillistas al criticar la gestión de los miembros del grupo involucrados en la dirección de sanatorios y echar leña al fuego de las acusaciones. Apenas se habían iniciado las indagaciones cuando el grupo del rector se encargó de filtrar la noticia de que también en otros centros universitarios dominados por padillistas había anomalías denunciadas ante la procuraduría estatal.
Pese a que Padilla y los suyos controlan casi todas las parcelas de la UdeG, Briseño consiguió que su equipo sacara jugo del área que tenía a su disposición, la de los medios. Con una estrategia de combate encabezada por el vicerrector Gabriel Torres y el asesor Marco Levario Turcott, los briseñistas se empeñaron en ventilar cuanto asunto controversial existiera en la Universidad en los medios institucionales que manejaban, con la esperanza de equilibrar la pelea.
La respuesta de los padillistas fue en un principio lenta y descoordinada. Apenas si los centros universitarios contrarios al rector (once de los catorce) bombardearon los diarios locales con desplegados de repudio a sus presuntas actitudes “protagónicas”, “irrespetuosas”, “divisorias” y hasta “groseras”.
Numerosas versiones coinciden en que Padilla creía que era posible acotar al rector mediante el Consejo General Universitario o pactar sin necesidad de dar batalla. Pero Briseño había decidido la guerra total. A las críticas de sus rivales respondió con una serie de ataques en prensa, que prosiguieron durante todo el verano. Incluso se permitió reírse de sus rivales en el Consejo de Rectores del 20 de agosto, en una sesión de ocho horas en la que habló más de seis (La Jornada Jalisco, 21-08).
Ante el redoble de desplegados y el aceleramiento de las versiones de que sería removido, el rector lanzó el gato por la ventana: el 25 de agosto anunció que utilizaría sus facultades para despedir de sus cargos a Raúl Padilla y varios de sus principales colaboradores de las empresas universitarias y el aparato cultural y dio por concluida “la era del cacicazgo” (Público-Milenio, Mural, La Jornada Jalisco, 26-08). Estimulados por las llamadas de sus asesores, varios medios de la capital compraron la versión. “Termina la era de Padilla en la UdeG”, dio por publicar El Universal.
El líder histórico, entretanto, daba señales confusas, como la divulgación de un breve desplegado en que enumeraba sus logros y se mostraba intrigado por los motivos de Briseño “para denostarme, luego de haberme elogiado con exceso” (Público-Milenio, 26-08).
Pero existía un escollo, un obstáculo último y formidable, para que cuajara cualquier revolución: Briseño tenía que convocar al Consejo General Universitario y lo hizo el viernes 29 de agosto. Según la Ley Orgánica, el CGU es el máximo órgano de la Universidad, por encima del propio rector, al que designa y, en caso de darle por acreditada una “falta grave”, puede destituir. Padillistas y briseñistas proclamaron que aquel sería un día histórico. La ciudad y el estado esperaron la cita aguantando la respiración.
Visto a la distancia, el día fue simple y brutal. Briseño se presentó ante una asamblea que mayoritariamente pedía su cabeza. Quizá pensaba en el arquetipo de César, cosido a puñaladas en el Foro (sus rivales, mientras tanto, se entretenían comparándolo con el “Motorcito”, patiño en una vieja comedia de la actriz María Victoria). Propuso al Consejo un orden del día, que fue rechazado. En ese momento se retiró del lugar, dando por concluida la asamblea, junto al vicerrector y sus consejeros leales (alrededor de 43 entre 177). Afuera lo esperaban abucheos. Al vicerrector Torres, quien permaneció un rato atrincherado en su oficina antes de irse, le arrojaron frutas, lo patearon. Llovieron botellazos y consignas.
El Consejo decidió proseguir, amparado en el hecho de que la Ley Orgánica faculta al secretario general para conducirlo. Quince minutos después, sin discusión alguna, los 134 consejeros reunidos votaron la destitución. Para el final de la tarde, todos los briseñistas habían sido despedidos y devueltos a sus cargos los removidos por sus órdenes. El hasta ese momento rector de Ciencias Sociales, Marco Antonio Cortés Guardado, fue elegido como sustituto. Los votos para elegirlo se depositaron en una bolsa de plástico negra porque nadie sabía si había urna oficial.
“No pueden destituirme porque estoy amparado”, proclamó Briseño en una rueda de prensa la misma tarde del 29. Y anunció que pediría el congelamiento de cuentas de la Universidad y el desconocimiento por parte del gobierno de “los espurios que me dieron golpe de estado”. Nada de eso pasó. Impulsados por los motivos que fueran, el gobierno y el Congreso local, los partidos, y hasta la señorita del banco que decidía cuál firma era la que valía en los cheques, decidieron apostar por la continuidad padillista (ídem, 03-09).
El rector destituido llamó a la comunidad a apoyarlo pero apenas logró, con la ayuda de algunos incondicionales, reunir unos miles de muchachos de las prepas regionales en una plaza (la Universidad había ordenado a los alumnos no asistir al mitin, para no “incurrir en provocaciones violentas”) (Público-Milenio, 5-09-2007).
Y los golpes siguieron cayendo. El juez que lo había amparado decidió dejar las cosas como estaban y recurrir a instancias supremas para que decidieran su hipotética reinstalación; amedrentados por lo que ya era una masacre (el despido fulminante de más de un centenar de briseñistas de todos niveles), los principales colaboradores del rector en desgracia abandonaron el barco y pactaron con los “espurios”. La puntilla la dio el ex candidato Zamora: cuando se le preguntó por qué no había cerrado filas con quien había sido su principal aval en campaña, respondió: “También Padilla me apoyaba” (Público-Milenio, 5-09-2008).
Briseño no ha renunciado a la guerra. Confía en que la Suprema Corte, que ha atraído el caso, falle a su favor y lo reinstale. Sabe que, en caso de volver, se enfrentará a un Consejo General Universitario en donde ya no le queda ningún apoyo y a una comunidad que, por obra u omisión, no parece tampoco estar de su lado. Entre tanto, amaga con denunciar lo que sabe sobre el grupo y sus manejos. Claro que, como le recordaban a gritos en el Paraninfo de la Universidad el día de su destitución: “Cuando acuse de algo, que se acuerde que él estuvo allí.”
Bajas colaterales
¿Hay héroes en esta guerra? No lo parece. Ni Marta ni Julián, ambos académicos de primer nivel de la Universidad y cuyos nombres reales ocultan, pues temen represalias, dicen serlo. Tampoco creen que lo sean los olímpicos que luchan por el poder allá arriba, rodeados de guaruras, cámaras y millones.
Marta piensa que “la Universidad ha sido precaria siempre y no va a cambiar. La diferencia es que con Padilla se han logrado proyectos fundamentales, como la FIL o el Auditorio, que son un orgullo. Briseño no hizo nada”.
Julián es menos entusiasta. Recuerda que cada vez que la UdeG gasta en organizar “lo que le sale bien, como la FIL, o lo que le sale mal”, se pierde otra oportunidad de paliar las carencias materiales que sufren alumnos, profesores e investigadores. “Si quiero pasar un video en clase tengo que llevar mi propio reproductor de dvd y además una extensión, porque en la escuela no hay y el cable de la tele no llega al enchufe. Y enchufe no hubo durante meses y cuando lo pusieron lo pusieron mal, porque está salido y todo mundo teme, con razón, que le dé toques. Eso, claro, si hay energía eléctrica, si el foco sirve y no hay que terminar dando clases en la oscuridad.”
Marta dice que gana poco por hora clase y por eso alterna sus grupos de la UdeG con sesiones en universidades privadas “que ni de lejos te dan el material humano de aquí; aquí vienen todos: niños bien o gente de los pueblos más pobres, listísimos o buenos para nada”.
Julián, por su lado, opina que “los académicos ya dimos por sentado que nada va a mejorar, que nuestras carencias de recursos, de cubículos, de equipo, van a ser eternas. Hay una gran indiferencia hacia la política e incluso ciertas actitudes acomodaticias muy claras, de quedar bien con el poder, de colaborar y no desafiar. A la vez hay gente a la que le gusta este trabajo, pero lo hace a sabiendas de que nada de lo que pase arriba la va a beneficiar”.
Marta acepta haberse sentido nerviosa durante los días de la crisis, y haber experimentado alivio con su resolución: “Yo sé que Raúl va a seguir mandando sin preguntarle a nadie, pero ha sido un hombre que ha hecho cosas. Yo no sé si roba, pero a cambio ha dejado instituciones.” Menos comprensivo, Julián puntualiza que “a fin de cuentas, no tengo por qué hipotecar lo que me queda de conciencia a la causa de ninguno de los dos. Ninguno va a beneficiarme como profesor ni a beneficiar al área de la Universidad que me interesa”.
Marta concluye: “Nadie se acuerda de su prepa o facultad por los baños o las sillas. Lo que uno recuerda es lo sustancial: la educación y los proyectos universitarios. Al menos en los proyectos, la UdeG se gana una palomita.” Pero replica Julián: “Seguirán pretextando sus proyectos culturales hasta el fin del mundo pero, en cuestiones de educación, la UdeG sencillamente está en una crisis sin remedio.” ~