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Hasta hoy, 10 de septiembre, no ha sucedido nada nuevo en el conflicto de la unam. Lenta, morosamente deviene uso y costumbre, un largo bostezo agrio en una boca de consignas fastidiadas y argumentos abatidos. La cotidianeidad de la anomalía. La desesperación sustituye a la desesperanza. Cinco meses de paro anuncian ya a un sietemesino que nacerá berreando no, no, no. En fin.
     Con la fuerza que ejerce hacia los interlocutores de afuera y somete a los disidentes de adentro, el llamado Consejo General de Huelga (CGH) hincha de subpeticiones su pliego petitorio y organiza marchas con antorchas intimidatorias de genealogía nazi y Ku-Klux-Klan.
     Algunos académicos se reúnen aquí y allá sólo para hacer concursos de impotencia: vagos intercambiandos de noticias y conjeturas ("fulano se apresta para ser rector; el Congreso rebaja tanto por ciento el presupuesto; es el mejor plan que pudo diseñar Salinas para…"), o en calcular qué sectores de la investigación van a ir a dar —cuando desaparezca la UNAM— a qué dependencias federales y en qué condiciones adversas, etc.
     Las autoridades universitarias, encerradas en un escepticismo fincado en la experiencia y el previo conato de diálogo, saben que hasta la posibilidad de conceder la totalidad del pliego petitorio no resolvería nada. Ya no se trata de eso. Académicos y autoridades lamentan que no exista un Ghandi que lideree la resistencia pacífica. Los trabajadores del STUNAM ya emplazaron a su ritual huelga anual y se preguntan cómo compartir la toma de los edificios con el cgh y si conviene a sus propios intereses, o los perjudica.
     Las autoridades federales, por su parte, ante cada demostración de que no habrá salida racional, posponen el empleo de la fuerza legal. Saben que, dentro de los edificios secuestrados, los jóvenes del cgh se han convertido en los rehenes de sus propios profesores ideólogos. Saben que en el casco hay armas y gente radical dispuesta a no olvidar el 2 de octubre propiciando otro, y que los detenidos, liberados en 72 horas, regresarían de inmediato a los edificios.
     La prensa y los editorialistas se incomodan porque ya se dijo todo y se editorializó todo y no hay nada que agregar y ya a casi nadie le quedan arrestos para seguir diciendo cursiladas sobre estos jóvenes maravillosos, ni sobre la "casa de la inteligencia", ni que el autoritarismo de los funcionarios ineptos, ni que la libertad ni la justicia ni nada. La UNAM pasó de faro de luz a hoyo negro, uno que succiona toda la energía y la inteligencia y la crítica y las iniciativas y las anula en su denso hollín. El cgh sigue igual de inescrutable, obedeciendo a quién sabe quién, recibiendo órdenes de quién sabe dónde, con quién sabe cuáles objetivos y gritando a diestra y siniestra su siniestro lema: "La democracia ces't moi!"
     Por lo pronto, para todo efecto, la Universidad Nacional Autónoma de México ya no es pública: ha sido privatizada por un pequeño directorio jacobino. Ya no es democrática: es una universidad en la que "los únicos interlocutores somos nosotros". Ya no es popular: es una universidad en poder de la selecta aristocracia de la indignación. Ya no es autónoma: es una universidad intervenida por un puñado de mesías villistas, marquistas, zapatistas, cheguevaristas, maoístas, rosaluxemburguistas. Ya no es nacional, sino copilqueña; ya no es de México, sino intergaláctica.
     En suma, ya ni siquiera es universidad, sino una cabeza de playa político-militar. Lo único que sí es, es que es gratuita, que es de lo que se trataba originalmente. La UNAM es gratuita. Es absolutamente gratuita. Su existencia misma es ya radicalmente (quizá definitivamente) gratuita. –

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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