Hace ya casi cuarenta aรฑos vivimos y sobrevivimos al 1984 de Orwell, sin que sus vaticinios nos amargaran la vida, la cotidiana al menos, que en Espaรฑa tuvo, pasado el susto del fallido golpe de estado del coronel Tejero et alia, una ebulliciรณn lentamente disuelta โantes de que acabara el sigloโ en el llamado desencanto. Pero a medida que se acercaba el aรฑo 2001 algunos esperaban que las profecรญas de Kubrick en su filme homรณnimo se cumpliesen de un modo mucho mรกs agudo y pertinente que las de la citada novela, o fueran, por el contrario, menospreciadas por sus enemigos (Kubrick los tuvo, y muy aguerridos) como alucinaciones de un arrogante pirado. Las pelรญculas del cineasta neoyorquino suelen ser juzgadas como statements, declaraciones universales o รบltimas palabras definitivas sobre cada materia en cuestiรณn, histรณrica, o privada, o futurible, y no debieron por tanto ser pocos quienes en septiembre de 2001, humeantes aรบn las calles del bajo Manhattan mientras se escribรญan o estaban editรกndose los materiales de ese nรบmero 1 de Letras Libres Espaรฑa, viesen en el baile de cifras coincidente una aporรญa indescifrable o un macabro guiรฑo del destino. 2001: una odisea del espacio, que es de 1968, no se reestrenรณ en el aรฑo de su distopรญa, y su director habรญa muerto treinta meses antes, asรญ que en lo que respecta al cine, estas dos dรฉcadas que aquรญ se conmemoran podrรญan ser llamadas โlos aรฑos poskubrickianosโ. ยฟLo son?
Siempre me he preguntado si Kubrick habrรญa accedido, de seguir vivo, a filmar en digital, y al hacerlo me preguntaba inevitablemente por los imperativos similares que habrรญan podido sufrir grandes artistas de otros registros, asรญ como por su modo de reaccionar a ellos. Sabemos, por ejemplo, que David Hockney ya no pinta cuadros sino que hace montajes fotogrรกficos con iPhone de cรณmo podrรญan ser ahora sus pinturas, caso de tener รฉl empuje y pulso en el pincel; pero ยฟes imaginable la obra de una Emily Dickinson luchando contra las correcciones automรกticas de la ortografรญa digital con tal de mantener sus mayรบsculas salteadas, sus guiones inverosรญmiles y sus palabras sin lรณgica? A Proust o a Aleixandre, que escribรญan el uno rodeado de material aislante, y el segundo en la cama, no quiero ni pensarlos impelidos a manejar su pluma estilogrรกfica en la mesa de un bar, al modo en que lo hacรญa Josรฉ Hierro, o improvisando sus serpentinos pรกrrafos y sus limpios versos finales mientras caminaban en lo abierto, como mรกs de una vez hizo Rilke.
En los veinte aรฑos transcurridos desde la apariciรณn de la revista (y en los quince que llevo escribiendo ininterrumpidamente de cine en sus pรกginas), el sรฉptimo arte ha dado grandes genios a la altura de los grandes clรกsicos, pero ha perdido en recogimiento, y con ese nuevo condicionante se ha de contar, guste o no. El cine de catรกstrofes se ha diversificado, aumentando en volumen de producciรณn y a veces en la filigrana de sus argumentos, como sucede en la reciente Old (aquรญ llamada Tiempo), en la que M. Night Shyamalan, uno de los realizadores mรกs capaces surgidos con el nuevo siglo, se pierde y se desploma en la persecuciรณn descarada del chillรณn slasher. A la par, tambiรฉn el cine de las alegorรญas ha crecido, con la particularidad, no siempre enriquecedora, de que a menudo lo alegรณrico y lo catastrรณfico se funden en un galimatรญas de enrevesamiento seudofilosรณfico; Lars von Trier no siempre lo ha esquivado, y en รฉl caen plรบmbea y risiblemente los รบltimos filmes de Terrence Malick. De haber una pelรญcula representativa y definitoria de esa nueva corriente de la fanta-ciencia epocal, se tratarรญa, en mi opiniรณn, de Hijos de los hombres (Children of men, 2006), obra maestra de Alfonso Cuarรณn, un director que tambiรฉn domina envidiablemente la comedia y la mรกs honda y sutil saga familiar que representa Roma.
La globalizaciรณn, la conectividad constante, la rapidez del mensaje, el adelgazamiento de los mensajeros (ya no hay celuloide, ni proyectores, ni cartรณn piedra, ni apenas truca sรณlida), si bien pueden ser motivo de agridulce nostalgia, sin duda han traรญdo algo nuevo y seguramente tan eficaz como expeditivo. Una pelรญcula de tres horas cabe en un pendrive, no ya en tu casa, si la has pirateado desvergonzadamente, sino en el disco duro del reproductor de los cines de hoy, que por eso han dejado de ser los templos de la feligresรญa corporal; el alma del cinรฉfilo persiste, sin embargo, por mucho que la comuniรณn se imparta sin la mรบsica de รณrgano de las antiguas mรกquinas de ruedas giratorias.
Y ese internacionalismo en la difusiรณn, que enriquece la dieta del espectador aunque decaiga el nรบmero de las salas de cine, ha acabado con las barreras de la lejanรญa geogrรกfica y la sumisiรณn jerรกrquica. En simultรกneo a la posibilidad de que pelรญculas tailandesas y turcas, surcoreanas o kazajas, puedan verse en minicines de pago, el lado bueno del lecho universal de la exhibiciรณn, han llegado en tropel las olvidadas, las humilladas, y no pocas de ellas llegan asimismo ofendidas. Esa proliferaciรณn de las narradoras fรญlmicas y las directoras habla del fin de un pecado no tanto de orientaciรณn sexual como consuetudinario: el que en los mรกs de cien aรฑos de historia del cine confinaba a la mujer entre el estrellato glamuroso y las labores de script o peluquera.
En Espaรฑa, al contrario que en Francia (que sรญ es un paรญs para viejos metteurs en scรจne), hay toda una quinta, o quizรก ya dos, de magnรญficos directores a los que la industria, o sus carencias, sentรณ en el banquillo cuando sus dotes y su vigor no estaban en duda. Muriรณ con la cabeza llena de ideas y proyectos Basilio Martรญn Patino, y se apagรณ sin perder su curiosidad de espectador diario de las filmotecas el alter ego vanguardista del comediante Javier Aguirre, pero cuando otro autor setentรณn como Emilio Martรญnez Lรกzaro tuvo la oportunidad, le vimos brillar en una astracanada estupenda de tanto arrastre popular como Ocho apellidos vascos, que Mario Vargas Llosa no se cansรณ de recomendar, llevando con รฉl, que la veรญa por tercera vez, a los miembros de su familia que aรบn la desconociesen. Un paรญs, el nuestro, que se permite tener parados a Vรญctor Erice, a Francisco Regueiro, a Pedro Olea, a Manuel Gutiรฉrrez Aragรณn, a Alfonso Ungrรญa, a Cecilia Bartolomรฉ, y seguro que me dejo nombres en el tintero.
Por fortuna, la sucesiรณn en el reino del cine espaรฑol ha sido asegurada por otra nรณmina de creadores iniciados y activos en estos รบltimos veinte aรฑos, entre los cuales, y sin ser exhaustivo, cito a Manuel Martรญn Cuenca, Pablo Berger, Paula Ortiz, Carlos Vermut, Paco Plaza, Rodrigo Sorogoyen, Oskar Alegria, Isaki Lacuesta, Mercedes รlvarez, Alberto Rodrรญguez, Jonรกs Trueba, Albert Serra, que componen un arco en el que las exigencias del cine de poesรญa y sus informalismos conviven con el cine de gรฉneros mรกs prosaicamente figurativos.
La muerte de Berlanga, hace ya mรกs de diez aรฑos, y los actuales homenajes en el centenario de su nacimiento nos hacen recordar a un cineasta tan audaz como posibilista, tan magistral en la burlona sรกtira como en la negra parรกbola. Se trata de un autor que ha dejado โmรกs que discรญpulos, que no estรกn, los que hay, a su alturaโ un adjetivo, berlanguiano, tal vez irrepetible. Pero habrรก otros, hechos a la medida de la gente de cine, mujeres y hombres. Adjetivos nuevos y nombres nuevos que habrรกn de aparecer o estรกn ya rodando sus cortos. Serรกn los encargados de decir las palabras de la tribu a los nuevos pรบblicos, y confiemos en que sus profecรญas no vengan encuadradas en dos tragedias: el 11 de septiembre de 2001 y sus secuelas violentas por todo el mundo, el mundo entero conectado, y no solo infectado, por un virus que parรณ el cine pero no el deseo de hacerlo y verlo. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).