AdiĆ³s a Joy

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Y finalmente acĆ” estamos, Joy, como estuvimos siempre, convocados por la luz de tu presencia, por la luz de tu alegrĆ­a, por la luz de tu sabidurĆ­a y, ahora, por el dolor de tu ausencia. AcĆ” estamos para despedirte.

En tu difĆ­cil trĆ”nsito de los Ćŗltimos aƱos o meses no consentiste en pronunciar un lamento, a pesar de tus limitaciones, soledades y sufrimientos. Si tu presencia irrepetible nos enseĆ±Ć³ a vivir, tu sereno estoicismo nos enseƱa a morir. Esa fue la postrera lecciĆ³n que quisiste dejarnos. Una lecciĆ³n moral de dignidad, de fortaleza, de courage (habrĆ­as dicho tĆŗ), definido como ā€œgrace under pressureā€. Y vaya gracia la que mostraste en estos aƱos. Y vaya presiones a las que estuviste sometida en estos aƱos. Y no solo en estos aƱos, sino en todos tus aƱos. Desde los bombardeos en Portsmouth hasta tu exilio a MĆ©xico, con el pequeƱo Trevor a tu lado. Desde la muerte terrible de tu amado Jorge hasta tu retiro en Jiutepec, a los sesenta aƱos de edad. Se necesitaba carĆ”cter para reiniciar la vida, pero lo tuviste, y el courage fructificĆ³. Consolaban tu soledad tus amigos, tus cuidadoras y cuidadores (que Dios los bendiga), tus sucesivos perros, Mila (tu Ćŗltima perrita), tus buganvilias, tus laureles inmensos. La atenuaban las visitas de Trevor, Louise y tu adorada nieta Isabella, las llamadas a tu hermana en Inglaterra. Pero la mitigaba sobre todo la belleza que maƱana tras maƱana, recreando paisajes vistos y vividos, plasmabas en tus cuadros. AsĆ­ construiste, Joy, un nuevo mundo. Tu pequeƱa, silenciosa, colorida, levemente melancĆ³lica, porciĆ³n de paraĆ­so.

Por eso, porque tu vida fue un espejo fiel de tu nombre (ā€œun ramo de flores frescasā€, lo ha llamado Andrea, que tanto te quiere), vamos a despedirte hoy sin despedirte, porque la obra que nos dejas (no solo a nosotros, a los mexicanos, a tu paĆ­s adoptivo) nos acompaƱarĆ” siempre como la muestra palpable de que no todo es gris o negro en la vida, que existen el dĆ­a y el sol, la pausa y el instante, los cielos lĆ­mpidos y el mar, el coro de las palmeras y las arenas milenarias; y que en esa inmensidad de la naturaleza que creaste los hombres deberĆ­amos aspirar a ser como los de tus pinturas, seres pequeƱos que solo transitan, contemplan, caminan, navegan. Pero todo en una secreta paz. Todo en una armonĆ­a perfecta. ā€œLos cuadros de Joy fueron las ventanas de mi infancia. Ella me vio crecer y yo crecĆ­ asomado a su mundo, cada maƱana, cada tarde y cada nocheā€, escribiĆ³ mi hijo Daniel. Tus cuadros son ventanas al amor y la esperanza.

Elegiste morir como un personaje de tus cuadros. Una mujer sentada, casi inmĆ³vil, frente al horizonte, recordando una escena, una melodĆ­a tal vez, o con la mente en blanco, en espera del fin que acaso no sea el fin sino el reencuentro, en algĆŗn lugar, con Jorge, con tu madre a la que invocabas, o que por las noches te visitaba. Creo que puedo escuchar las palabras que nos habrĆ­as pronunciado: I love you all, I love you dearly.

Gracias, Joy, por las risas y sonrisas, gracias por los tequilas, gracias por tus faldas claras y tus blusas de lino, gracias por tus consejos, gracias por todos los azules que nos diste, gracias por tus caricias y tus abrazos, gracias por tu amistad y por tu amor. Bye bye, Joy. We love you. We love you dearly. ~

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆ­o.


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