Las vicisitudes de los exiliados

El ausente

Paloma Ulacia Altolaguirre

Espuela de Plata

Sevilla, 2024, 320 pp.

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Cuéntame algo o vete, nos decía José de la Colina a quienes lo visitábamos cuando ya era muy mayor. Pensé en esa frase al leer El ausente, la novela de Paloma Ulacia Altolaguirre (Ciudad de México, 1957). Y es que esta primera novela de quien es excelente pintora, poeta y nieta de los poetas Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, exiliados en México, hace lo que los refugiados y sus descendientes no dejan (dejamos) de hacer: contar y recontar la historia de cada familia, de cada trayecto vital y geográfico. Ya Paloma Ulacia escribió un libro sobre las memorias de su abuela (Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas, 1990, 2018); en El ausente da vuelo a la imaginación y cuenta una historia ficticia que en realidad podría ser la de varios que conocemos: el pintor pamplonés Gabriel Pontones Ussía, heredero de una familia noble terrateniente, pintor de vanguardia en los años treinta, se ve obligado a pasar la guerra escondido en un sótano oscuro y salitroso; seis meses después de terminada esta, logra escapar a México y, como dice la novela, ya es un hombre roto que no se puede adaptar nunca al país de acogida. “A hombres como él, artistas talentosos como él, no les queda más remedio que resignarse a vivir como seres insignificantes en un país extranjero”, pues su hermano Nicolás, al recibir en España la fortuna familiar, decide declarar muerto a Gabriel y así quedarse con todo, por lo que se niega a responder las numerosas cartas que este le envía. Así, el centro del relato es esta ruptura, este despojo de la tierra y la identidad que sumirá a Gabriel en una perpetua depresión y le impedirá ver y retratar los volcanes que lucen espléndidos desde su ventana. Pero en realidad la novela borda alrededor de sus descendientes: sus dos hijos, Pablo y Valentina –el primero pintor y diseñador; la segunda, maestra que añorará toda la vida su regreso a España con el título de marquesa de Ussía–, y su nieto Gabriel, un caso trágico de adicción a las drogas que destruye su vida y su salud mental al punto de llevarlo a cometer un acto terrible.

Así, Valentina, Pablo y su mujer, Teresa, lidian con las consecuencias de estas historias: para soportar la tragedia de su hijo, producto de un primer matrimonio, Pablo pasa veinte años cultivando el budismo y obligando a su familia al ascetismo, pero las noticias de la muerte de Gabriel en España lo obligan a hacer un viaje que les trastocará la vida a todos. Esto, digamos, es solo el principio de todas las historias que se narran en el libro: la de Teresa que abandonará a Pablo por un cantante de ópera, la de Faustino su peluquero gay español, la de su hija María, la de Valentina que al final será decisiva, la del psiquiatra también español al que decide acudir Pablo para tratarse, entre muchas historias de amores turbios que al final fracasan, lo cual no impide que los protagonistas sigan buscando la felicidad.

En medio de esta trama algo enloquecida, los personajes van contando sus historias y a la vez repasan las ya contadas y vividas varias veces. No pude evitar recordar al leer El ausente muchas sobremesas familiares donde las tragedias daban vueltas y llevaban a afirmaciones que las hacían cómicas. Quizá por eso la novela se anuncia en la contraportada como “una novela muy divertida sobre el resentimiento y el amor”. Y sí, las historias de amor de esta novela son bastante enredadas: los celos de Teresa y su temor de tener un tumor en el cráneo, el amorío de Pablo con la amante argentina de su tío Nicolás, el homosexual alemán que abandona a su mujer por el peluquero, el recurso del budismo por parte de Pablo que se exagera en su renuncia a lo mundano para huir de la realidad: “Faustino había acompañado a Teresa y a María a la puerta del salón con el propósito de despedirse de ellas, pero le fue imposible, ya que entrados en detalles no podían dejar de hablar. María insistía en ahondar sobre el daño que el budismo hizo a su familia al reprimir el sufrimiento y la conversación. Dijo que la perspicacia y la ironía eran la base de la salud mental. Teresa quería saber si a sus años convenía usar un escote profundo…”.

Sería imposible sintetizar las historias de esta novela y por ello es recomendable leerla, pues resulta muy entretenida. Algo que se le puede reprochar es que los cambios de punto de vista de los narradores no ayudan a enfatizar esta variedad, pues el tono con el que hablan tanto los narradores como los personajes tiende a ser muy similar –en ello se pierde el editor, pues a veces deja de poner a bando lo que debería seguir la misma lógica que se ha establecido; si bien hay que señalar la bella edición, con un cuadro de la misma Paloma Ulacia en la portada– y a veces el lector equivoca la pista de quién está hablando. Ahora bien, esto no es forzosamente un error, pues este síndrome se dio mucho entre las familias de exiliados: siempre estar desenterrando la misma historia para darle la vuelta y tratar de entenderla.

Hasta ahora, no hay escrita mucha ficción sobre el exilio español en México; a botepronto evoco los libros de Simón Otaola, la novela de Jordi Soler (Los rojos de ultramar), Tiempo de llorar de María Luisa Elío, La sombra del maguey, de Pere Calders, o los cuentos de La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco de Max Aub, entre otras. En su mayoría priva en ellas el desarraigo, el rencor, la nostalgia y el humor agridulce. En ese sentido El ausente no queda lejos, excepto quizá porque en sus personajes el desarraigo es absoluto y buscado, aunque el viaje a España, la eterna fantasía del regreso de los exiliados, en el caso de los hermanos Pablo y Valentina tiene consecuencias más que imprevistas. ~


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