Potenciar las vidas: el cine de Lourdes Portillo

La cineasta mexicoestadounidense (1943-2024) deja un legado vital para demostrar que el cine, la imagen y el registro, es uno de los recursos más convincentes que tenemos contra el silencio.
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Las imágenes de dos ciudades son el contacto primigenio con estas vidas. Ciudad Juárez, en México, y Texas, en Estados Unidos. Calles, edificios, vehículos, el día y la noche montados en secuencias que se disuelven unas con otras, planos abiertos que intentan capturar el ritmo y la desmesura de su propio pulso. En algún lugar de estas urbes, dos episodios, en apariencia sin nada en común, son el vaticinio de la violencia oblicua instalada en la frontera.

En el cambio de siglo, la cineasta mexicoestadounidense Lourdes Portillo (Chihuahua, 1943 – San Francisco, 2024) presentó dos obras que se unieron a los primeros cuestionamientos de otras mujeres como Gloria Anzaldúa, e instaron a reflexionar sobre el lugar en que se colocaba a la mujer dentro de la cultura latinoamericana y la cultura fronteriza: CorpusA home movie about Selena (1999), un réquiem casero dedicado a la cantante Selena Quintanilla, y Señorita extraviada (2001), una vista panorámica sobre los primeros feminicidios en Ciudad Juárez.

La carrera de Portillo se gestó en las fronteras, cobijada por la producción independiente y un estilo personal subversivo. Desde su primer cortometraje, Después del terremoto (1979), codirigido con Nina Serrano; su retrato de las Madres de Plaza de Mayo en Las madres de Plaza de Mayo (1986), codirigido con Susana Blaustein Muñoz, que les valió una nominación al Óscar como mejor documental, hasta su trabajo de videoinstalación en diferentes espacios públicos y museísticos, la cineasta se interesó por la mezcla en los tipos de registro, el juego entre la ficción y el ejercicio documental, así como en abordajes distintos al cine documental militante que caracterizaba la producción en América Latina por aquel entonces.

Este espíritu curioso e intuitivo la hizo potenciar los temas, las historias, las geografías y las vidas que filmó. Corpus y Señorita extraviada se sitúan en un momento en que la vieja frase positivista de orden y progreso abría sus fauces a la globalización, el libre mercado y al movimiento vertiginoso de una sociedad que moldeaba el imaginario de la mujer latina, regido bajo esquemas conservadores, únicamente flexibles a conveniencia: la idealización de la mujer buena, hogareña, virginal, pero que también está expuesta a un sistema de explotación laboral, sexual y de cuidados. La mujer salía, al fin, al espacio público, solo para sostener una doble jornada de trabajo.

Corpus es grabada cuatro años después del asesinato de Selena Quintanilla, ocurrido el 31 de marzo de 1995. Lo que parece ser un ejercicio de entrevistas a familia, fans y gente de a pie, se convierte en un análisis revelador sobre el fenómeno cultural que ha dejado tras de sí la artista. Portillo filma a una serie de mujeres jóvenes –la mayoría niñas y adolescentes, hijas de migrantes latinos– que encuentran en la música y carrera de Quintanilla la posibilidad del sueño americano.

En este anhelo romántico, la cineasta también identifica pequeñas manifestaciones disruptivas en la generación joven: saberse bellas y talentosas sin importar su color de su piel, la forma de su cuerpo, su acento, su origen migrante. Estas mujeres, entre la seriedad del canto y las risas del juego, se sienten existir por primera vez. “¿Selena? Ella era fantástica”, una evocación del pasado que nunca podrá ser el futuro de la mujer que lo dice frente a cámara.

Al mismo tiempo, Portillo da espacio a la reflexión crítica. En esta economía global, la explotación comercial de Selena, la mano dura e inflexible de su padre en su carrera, el interminable camino para alcanzar el éxito monetario, así como la hipersexualización de la cantante, muestran los claroscuros de un fenómeno cultural como el de la artista. En un gesto inesperado, Portillo filma y coloca una conversación que sostienen algunas mujeres, figuras relevantes e importantísimas dentro de la cultura chicana como Cherríe Moraga y Sandra Cisneros, sobre los alcances de la hibridación cultural en una figura pop, latina, migrante y fronteriza como Selena. La crítica, por supuesto, es hacia todos esos elementos patriarcales, coloniales y sexistas que inevitablemente estuvieron alrededor de ella.

En este tenor, Portillo estrena en 2001 un puente de diálogo que insiste en estas cavilaciones, pero ahora sorteando un contexto doloroso y violento. Si Corpus nos lanzaba una suerte de profecía sobre el costo a pagar por ser una mujer que ocupa el espacio público, Señorita extraviada es la confirmación de algo mucho más terrible: la violencia estructural que permea en la impartición de justicia para las mujeres, una misoginia institucional tan inclemente como el desierto norteño.

Con Señorita extraviada Portillo alcanzó notoriedad artística internacional al ser seleccionada en una variada parrilla de festivales de cine y ganar reconocimientos como el Premio Especial del Jurado en el Festival Sundance en 2002 y el Premio Ariel a Mejor Largometraje Documental en 2003, pero, contrario al recibimiento cinematográfico, las aproximaciones al asesinato de decenas de mujeres en la frontera eran voces sin eco.

El tratamiento artístico que elige la cineasta da lugar al cuerpo –los cuerpos– que se exhibe y, aunque los trabajos tienen contextos distintos, desembocan en la misma raíz: la mujer. Ambos documentales se alejan por completo de la imagen descarnada y artificialmente frontal y, por el contrario, encuentran en la sugerencia el espacio para potenciar las vidas de esas mujeres. En Corpus es a través de los rostros risueños de esas niñas y adolescentes que imitan a capela las canciones de Selena como una manifestación del deseo y la promesa; en Señorita extraviada es la voz en off de Portillo una estrategia autorreferencial que logra describirnos al monstruo que devora cualquier posibilidad para ellas y cualquier mujer en México.

En su obra, Portillo se hace presente como una mujer que también vive los procesos culturales, políticos y sociales fronterizos. En Corpus, la voz de Lourdes es audible en un par de ocasiones, es la voz entrevistadora de alguien curiosa por comprender las repercusioness culturales de otra mujer, mientras que en Señorita extraviada esa mujer curiosa otra vez quiere entender. En su constante presencia se sugieren los alcances de la violencia: les pasa a ellas, le pasó a Selena, me puede pasar a mí, te puede pasar a ti.

El trabajo de Portillo se adelantó a su tiempo, es una evocación del futuro al ser uno de los primeros registros audiovisuales sobre los feminicidios en el estado fronterizo, y probablemente el único que problematiza una figura mediática y querida como Selena. Con técnicas como el barrido, el uso del material de archivo o la cercanía al ensayo audiovisual, la directora consigue evocar la fragilidad de un futuro posible para todas esas niñas que miran con ilusión los aparadores de las zapaterías, modelos que quieren lucir y que significan largas jornadas de trabajo; un par de zapatos que, paradójicamente, serán un remanso para identificar los cuerpos abandonados en el desierto.

Traer a la memoria a estas mujeres, lo que pueden ser o lo que fueron, es un sello distintivo en la obra de Portillo, un estilo, un lugar, una dignidad, que en el presente es casi inexistente. Con su muerte el 20 de abril de este año, apenas unos meses atrás, Lourdes Portillo deja un legado vital para demostrar que el cine, la imagen y el registro, es uno de los recursos más convincentes que tenemos contra el silencio. ~

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