La última lectura de un cartógrafo llamado Goran Petrović (1961-2024)

Un escritor fuera de la moda y el tiempo, se convirtió, casi de milagro, en el autor serbio más leído en el mundo.
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Luego de una breve enfermedad, Goran Petrović falleció el 26 de enero de 2024, a los 62 años, en Belgrado. Un escritor fuera de la moda y el tiempo, que hacía entrevistas en serbio (nunca en inglés), firmaba libros únicamente en cirílico, se convirtió, casi de milagro, en el autor de ese país más leído en el mundo. No es que Petrović tenga una fama, o mucho menos un estilo, de best seller, sino que más bien cuenta con un selecto y entusiasta grupo de lectores y lectoras que viven parcialmente en sus libros, tal como algunos personajes de estos. Entre ese conjunto se incluye esta humilde aprendiz de cartógrafa que leyó por primera vez a los veintiséis años Atlas descrito por el cielo (1993), quedó maravillada con las posibilidades narrativas que se abrían ante sus ojos, y se preguntó, primero que nada, de dónde había salido el autodenominado narrador-cartógrafo que probaba su pluma en la primera página del libro.

Petrović estudió literatura serbia y yugoslava en Belgrado. Era oriundo de Kraljevo y fue por mucho tiempo bibliotecario en Žiča, cerca del monasterio donde transcurre parte de una de sus novelas, El cerco de la Iglesia de la Santa Salvación (1997). El itinerario de su obra es en sí mismo un curioso fruto del entusiasmo: su primera traducción a un idioma no eslavo fue al español y su primera publicación fuera de aquella región del mundo fue en México, gracias al hallazgo (e importación) de la traductora serbia Dubravka Sužnjević. Más allá de esa relación de causalidad, tiene un sentido esotérico que las novelas Atlas descrito por el cielo y La Mano de la Buena Fortuna (2000) fueran a caer en Latinoamérica ya que Petrović era un admirador de la literatura del boom, que lo influyó profundamente. En la obra del serbio se nota una refiguración de cierta literatura de la imaginación desbordada, similar a la de los y las escritoras latinoamericanas de ese periodo, pero también a la de los mitos y leyendas de la cultura eslava. Su manera de nutrir la realidad creando mundos atravesados por la magia recuerda a la obra de Borges a la vez que se toca también con la del serbio Milorad Pavić, Italo Calvino o Mircea Eliade. Comparte con ellos, además del uso de la fantasía, una indagación de las culturas para tejer un manto de exploraciones más allá de una patria única, a la vez que lo sitúa en muchos casos en la propia historia de Yugoslavia.

En Papel con sello de agua (2023) nos encontramos con esta cita: “Si tenemos en cuenta el tamaño del mundo, entonces la literatura, todo lo escrito hasta ahora, es apenas una cita aislada en un intento por explicar la esencia de la humanidad.” La literatura es para Petrović un detalle de un todo enorme, pero, contrario a lo que podría pensarse, lo mínimo es lo más fundamental. La apuesta total sobre el arte le permite definir las reglas de libro en libro: en vez de que la literatura sea mímesis, es una reformulación del mundo. Un espejo cortado de maneras particulares, difíciles de predecir, que refleja y a la vez inventa otras realidades. Incluso cuando Petrović narra situaciones realistas (la Segunda Guerra Mundial sobre Belgrado, el espionaje entre ciudadanos luego de que Tito se peleara con Stalin) lo hace desde las posibilidades de la forma y, por tanto, de la imaginación.

En Bajo el techo que se desmorona (2010), la historia de un raído cine que solo proyecta películas comunistas sirve para narrar una década de cambios fundamentales en la historia de Yugoslavia y como una especie de muestrario de personalidades de un pueblo en busca de una identidad entre múltiples cambios de régimen, a partir del día en que murió Tito. La sala de cine es la caja desde donde, como cartas en un mazo, Petrović va sacando uno a uno los personajes de ese mundo. Aunque es el más realista de sus libros, la forma difiere de una novela histórica y determina contundentemente la manera de entender la caída del techo negligido de ese cine que antes fue un hotel, que fue prosperidad o ilusión, que tuvo un futuro y una identidad, y que luego ya no fue nada más que la proximidad de otra guerra.

Y es que algo definitivo en el autor serbio es su estilo. Esta manera de hacer que lo que se ve –la forma en que se presenta el texto– esté por encima de todo te obliga a entender como literatura lo que lees. A la manera de ciertos volúmenes del siglo XVIII que prefiguran en resumen cada capítulo, Petrović utiliza estos elementos para adelantar, intrigar o frenar al o la lectora. La forma obliga a leer con énfasis por aquí y por allá, con mayúsculas, subtítulos o divisiones. De la misma manera, la abundancia de metáforas luminosas y deslizamientos del sentido lo aleja de la prosa funcional. En esto se hermana con la literatura de Milorad Pavić, otro gran formalista, cercano al propio Petrović.

El caso más radical del uso de la forma es Atlas descrito por el cielo, en la que un grupo de ocho dislocadas personas pintan de cielo su techo, es decir (y no), que lo quitan por completo. Cada capítulo, breve, es un momento en la casa sin techo, en la que pululan curiosos artilugios como un baúl con la gravedad elemental, un prendedor hecho de un rayo de luna roto al azotar una ventana, plantas de duraznos que producen diamantes y las historias de amor de los personajes. Estos capítulos conviven con nutridas notas al pie de página que cuentan historias paralelas, dan entradas de la Enciclopedia Serpentina, que se abre exclusivamente donde está lo que necesitas leer (aunque no sepas qué es), y cuadros que separan los capítulos describiendo obras de arte que son más bien cuentos relacionados con las historias de los personajes y con mitos del mundo. Aunque hay una tenue línea detrás: la huida de Eta durante un juego de escondidillas y el vecindario cizañoso que quiere el techo de vuelta, lo más importante es la pequeña mitología propia de la casa, con toda su belleza, dulzura y la personalidad de sus habitantes.

Al igual que en sus otros libros, la historia se sirve de una polifonía. En sus novelas, Petrović no se centra en el devenir de un solo personaje. Más interesado en los detalles, en las perspectivas y líneas en zigzag que en un limado viaje del héroe, son muestrarios de personajes excéntricos y, muchas veces, tristes. La melancolía es una constante, pero se equilibra con una gran dosis de humor y ternura. Por las páginas de Petrović pasa la guerra y la muerte, aunque, de alguna manera, siempre con una lejanía que nunca se regodea en imágenes de sufrimiento. En medio de una historia nacional llena de penurias, Petrović lima los bordes de la violencia que equilibra con calidez: un personaje de Atlas descrito por el cielo “llevaba un hoyuelo en el mentón que lo protegía de balas y rayos, pero abotonaba su ropa con flores secas de distintos colores en vez de botones”.

En La Mano de la Buena Fortuna, un hombre anglófilo ve cómo sus más férreas creencias son aplastadas luego de que los aliados bombardean Belgrado, y su manera de manifestarlo es dejando de moverse por completo, lo que hace que su esposa lo tenga que manejar como una especie de marioneta. La mujer mueve cada mañana los miembros de su esposo por toda la casa. Hay algo de caricatura en esa imagen del hombre-marioneta, pero hay también mucho de dolor. Lo mismo pasa con el postulado principal del libro. Varios personajes se sumergen en los libros para realizar la lectura total: entrar de lleno al libro, de manera literal, y vivir dentro de él más cosas de las que están ahí escritas. La novela presenta historias de amor que, a la vez que crecen dentro de las páginas de un misterioso volumen llamado Mi legado, son asediadas por la realidad de la podredumbre del mundo. El tufo del espionaje y la violencia se cuelan entre el aroma de las rosas tiernas y los brocados elegantes.

La suya es una literatura de metáfora, con historia, que no obvia el hecho de que la guerra y la crueldad arruinan a la gente y que, como dijo en referencia de su última novela, muchas veces, lo que determina a la humanidad es aquello de lo que carece. En Papel con sello de agua, en los albores del surgimiento de la industria del papel, la cruel Giovanna II, reina de Nápoles, desea el más fino del mundo para ligar a un joven amante, pero los fabricantes, la Congrega dei Cartari, no quieren vendérselo porque no es lo suficientemente pura (o, más bien, no es pura en absoluto). Mientras la gente pobre libra una guerra para robar los harapos de los que saldrá el papel, los poetas de la reina despilfarran los recursos y exudan banalidad. Saquen sus propias conclusiones.

La inesperada muerte del cartógrafo se llevó consigo los restantes libros de un ciclo de diez, de los que apenas logró publicar dos en serbio (uno ya traducido al español), y que tenían como eje la pregunta de qué nos determina más: aquello que tenemos o la añoranza de lo que carecemos. De momento (porque quien haya leído su Atlas… sabe que los fantasmas existen y que los serbios son especialmente eficientes en escribir desde un más allá), nos queda tratar de no darle la razón y entender su obra desde aquello que sí tenemos y no desde lo que faltó por escribir. ~

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(Ciudad de México, 1988) es narradora. Su más reciente libro es Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2023).


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