Amin Maalouf, por siempre extranjero

Para el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025, la identidad es una ruta atravesada por migraciones, guerras y exilio.
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“Detesto la palabra ‘raíz’, más bien debería definirnos la ruta elegida, nuestra trayectoria”, nos dice el escritor Amin Maalouf. Libanés de nacimiento, francés de adopción, Maalouf es heredero de una cultura múltiple: “Desciendo de una familia originaria del sur de Arabia, establecida en las montañas del Líbano desde hace siglos y que, desde entonces, se ha extendido, a través de sucesivas migraciones, por diversos rincones del mundo, desde Egipto hasta Brasil, desde Cuba hasta Australia. Una familia orgullosa de haber sido siempre árabe y cristiana.”

Los viajes de su época de periodista, los trágicos enfrentamientos que desgarraron Beirut durante dieciocho años y, finalmente, el exilio al que se vio obligado en 1976 para proteger a su familia están presentes en su obra, donde el plural se impone, pues nadie debería ser reducido a un solo origen, a una sola historia. Ser extranjero en todo lugar será siempre su herida original. Imposible para alguien minoritario –según se concibe desde su experiencia– encontrar su sitio en un mundo que nos pide definirnos unívocamente: “Cuando me preguntan de dónde soy ‘en lo más profundo de mi ser’, eso supone que ‘en lo más profundo’ de cada uno hay una única pertenencia que importa, su ‘verdad profunda’ en cierto modo, su ‘esencia’, determinada de una vez por todas al nacer y que ya no cambiará.”

Diversa e incluso contradictoria, así es para Maalouf la identidad, uno de los mayores temas de su escritura, situada entre culturas presentadas hoy como antagónicas, pero que, desde sus orígenes, nunca han dejado de dialogar. ¿Cómo ser a la vez de origen árabe y cristiano? ¿De qué manera convivir con lo que, nos hacen creer, es incompatible? En esa tarea que ha hecho suya, la historia es su mayor aliada. Por ello, vuelve sin cesar a los relatos históricos y busca otras maneras de contar, nuevas perspectivas, como lo hizo en Las Cruzadas vistas por los árabes o en su célebre León el Africano, donde nos muestra que todos somos seres fronterizos. La novela histórica le ofrece la oportunidad de abrir horizontes, de pensar identidades plurales, de reinventar Oriente, para hacer resurgir su naturaleza multicultural. Crear “mitos positivos” es su apuesta contra la intolerancia y el odio hacia quienes, como nos hace pensar el discurso imperante, son totalmente diferentes a nosotros. Quien lo lea encontrará un heredero del conteur tradicional, ese narrador que, en las plazas públicas, en los mercados, embelesaba a los pasantes con sus historias. Para Maalouf, nada hay interesante en escribir para sí mismo. El libro debe ser ese camino que lo conduce a su lector.

En efecto, es en la escritura donde ha construido un país de acogida, donde puede afirmar su identidad rizomática. De ahí su rechazo a ser catalogado como escritor francófono, apelación que supone que el francés le es ajeno, inapropiable. Autor de lengua francesa en cuya escritura resuena el árabe –lengua sospechosa y estigmatizada en la actualidad– sería lo justo. Y lo afirma de alguna manera cuando hace escuchar su acento en la Academia francesa, a la que se integró en 2011 y de la que es “secretario perpetuo” desde 2023, tras una elección casi unánime. Ser el portavoz de la Academia y, al mismo tiempo, defender las lenguas regionales en Francia es muestra de su compromiso no con la nación, sino con la lengua. Pues si algo defiende Maalouf es la identidad lingüística, el existir en la lengua propia. El apego, reitera sin cesar, es un derecho: “Todo ser humano necesita una lengua que lo identifique; nada es más peligroso que romper el vínculo materno que une al hombre con su lengua. Cuando se rompe o se perturba gravemente, las repercusiones son desastrosas para la personalidad en su conjunto. El fanatismo que ensangrienta a Argelia se explica por una frustración relacionada con la lengua más que con la religión; Francia no intentó convertir a los musulmanes de Argelia al cristianismo, mas sí quiso sustituir su lengua por la suya, de manera expeditiva y sin ofrecerles a cambio una verdadera ciudadanía.” Uno de los aspectos más valiosos de su pensamiento y de su narrativa es justamente este desplazamiento de lo religioso hacia lo lingüístico que le permite dejar atrás la supuesta oposición entre cristiandad e islam. Lo cual lo conduce a defender el derecho a una vida cívica, así como la democratización de la sociedad árabe y de su espacio político.

Demasiado conciliador para unos, el “Señor Oriente al servicio de Occidente” para otros, o incluso tibio debido a sus esfuerzos por mediar entre ambos mundos, su posición nunca ha sido cómoda. Criticado en el Líbano por su excesiva apertura y, en Francia, por su defensa de la riqueza, complejidad y diversidad del mundo árabe, Amin Maalouf resiste a la exigencia de escoger su campo. Pero lo que incomoda son quizá más bien las preguntas que plantea y que perturban las versiones establecidas. En su ensayo Identidades asesinas, publicado en 1998 pero de gran vigencia aún hoy desafortunadamente, el escritor se pregunta: “¿Por qué tantas personas cometen hoy en día crímenes en nombre de su identidad religiosa, étnica, nacional o de otro tipo? ¿Con qué se podría sustituir hoy la pertenencia a una comunidad de creyentes?” Su singular experiencia, occidental y oriental, le permite ser crítico ante las posiciones que mantienen el supuesto choque de civilizaciones. Así, cuestiona a la vez la resistencia europea a reconocer los orígenes múltiples que la forjaron, entre los cuales está el inmenso legado árabe, y la violenta reticencia del mundo árabe a la transformación política y social. Según Amin Maalouf, el sentimiento de humillación permanente, la desilusión y la impresión de fracaso constante llevaron al mundo árabe a replegarse en sí, a ceder a la tentación de aferrarse al pasado, a rechazar cualquier progreso. La incomprensión occidental de lo que él considera como la “herida profunda” del mundo árabe ha ensombrecido su escritura en los últimos años: “Cuando los musulmanes del Tercer Mundo atacan violentamente a Occidente, no es solo porque son musulmanes y Occidente es cristiano, sino también porque son pobres, están dominados, son despreciados, y Occidente es rico y poderoso.” Si bien sus más recientes libros, como El naufragio de las civilizaciones, apuntan hacia la urgencia de un orden internacional más justo, Maalouf constata con tristeza la lucha de poder que sigue dominando y la prolongación de un discurso hegemónico que no admite otros modos de concebir la historia. Sus sueños de “armonía, progreso y coexistencia” se ven amenazados hoy más que nunca: “En el Mediterráneo se levanta un muro entre los universos culturales a los que pertenezco. No pretendo franquear ese muro para cruzar de una orilla a otra. Mi ambición es socavar ese muro de odio –entre europeos y africanos, entre Occidente y el islam, entre judíos y árabes– y contribuir a derribarlo. Esa ha sido siempre mi razón de vivir, mi razón para escribir.” Pese a todo, Amin Maalouf permanece fiel a su visión conciliadora, basada en una pluralidad de orígenes, hoy más necesaria que nunca. ~


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