El antiguo prestigio de los evaluadores de libros

Momo en los infiernos. Una puesta en escena sobre los reportes de lectura, la dictaminación de manuscritos y los absurdos del campo editorial actual

Guillermo Espinosa Estrada

Gris Tormenta

Querétaro, 2023, , 116 pp.

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Hace muchos años conocí a un joven poeta que quería ser crítico de poesía. Hizo un par de reseñas y “se retiró”. Le pregunté por qué. Me dijo que no estaba preparado para lo que siguió después de la última: fue a una fiesta de poetas y todos le dieron la espalda. Él, como era crítico, honesto, provocador, justo e incluso guapo, supo que no estaba hecho para eso y desistió de tal labor ingrata.

El trabajo del lector/dictaminador de libros suena fascinante para quien solo sospecha cómo se hace. La idea más común es Ah, te pagan por leer. O, en el mejor de los casos, Qué bien que tú puedas decir qué va y qué no va en el mundo editorial. Pero hay varios puntos que rescatar: no todas las editoriales comerciales, independientes o universitarias solicitan dictámenes. Algunas, aun con dictámenes negativos, deciden publicar eso que se rechazó. Y otras más solo incorporan a su propio personal para que ellos mismos dictaminen, con línea o sin ella, libros para los que ya se tiene un destino.

Se gana poco, es verdad. Igual que con las reseñas. Por eso hay tan pocas reseñas negativas en el país (es poco dinero para ganar enemigos, a menos que ese sea el objetivo). Y porque, claro, es un medio circular: unas veces somos los críticos/dictaminadores y otras somos nosotros quienes somos puestos bajo el ojo/viga de alguien más. No es fácil, es como ser comensales un día y los cocineros al otro.

Bien, un libro como Momo en los infiernos. Una puesta en escena sobre los reportes de lectura, la dictaminación de manuscritos y los absurdos del campo editorial actual, de Guillermo Espinosa Estrada, se me antojaba no solo algo delicioso sino relevante, crucial. Espinosa Estrada es un autor, además de inteligente, divertido. Su libro La sonrisa de la desilusión (2011) es una combinación de ambos elementos: es lúdico, es crítico y navega entre lo culto y lo popular con muy buen talante. Su ojo es clínico, agudo, siempre en la llaga.

No hay obra sin espectador, lector, y, por supuesto, ese espectador avezado que es el crítico. Uno que mira/lee/aprecia con contexto, sensibilidad, pensamiento examinador. Espinosa Estrada nos hace recordar la tarea del dictaminador, históricamente, como la de un censor. Un trabajador para algo o alguien que dice Esto sí, esto no. (Era Oscar Wilde quien decía en El crítico como artista: “Los pobres críticos se ven probablemente reducidos a ser los reporteros de la policía correccional de la literatura, los cronistas de los delitos habituales de los criminales del arte. Se ha dicho muchas veces que no leen en absoluto las obras que tienen que criticar. Es cierto, o, por lo menos, debería serlo.”)

En ese experimento de crítica literaria en formato teatral que es Momo en los infiernos, un profesor y escritor medio retirado y que se gana la vida haciendo dictámenes entre otros menesteres se enlaza en diversas discusiones con tres chicas de distintas formaciones para calificar-evaluar obras. El tema, en todo esto, es la función de los dictámenes y la vocación en crisis, casi siempre, de quien dictamina.

Al ensayo-puesta en escena le gana quizá el formato teatral. El truco de Wilde de convertir un ensayo lineal en un diálogo funciona porque dos amigos que piensan cosas opuestas van armando una trama; pero en este caso no acaba de cuajar cuando la conversación se da entre el protagonista y tres chicas más jóvenes que de pronto representan el coro griego. Momo es provocador, sí, amargo, también, pero no llega adonde uno está esperando que llegue: la crítica augusta y definitiva que ponga en vilo al establishment. Una vez más, me fui con la finta. Por otro lado, me interesa el término que usa de literatura sobrante. Me interesa que cuestione por qué la industria necesita dictaminadores cuando es evidente que el problema es otro. Tiene pasajes graciosos con dictámenes reales muy breves de obras maestras que no habrían sido publicadas hoy día. Un juego divertido: rechazar a La campana de cristalEl túnelDanza de las sombras, entre otras. Y decir por qué.

Momo es el dictaminador-detective, el que acepta esos trabajos “de quinta” porque imagina que algún día hallará algo que lo impresione. Un joyero que acepta evaluar piezas de metal espera algún día ver el diamante. Entendemos que el evaluador se encamine poco a poco a lo amargo. Es el camino natural de los dictaminadores y críticos literarios. La espera de eso que no llegará (nunca o quizá sí) los vuelve recelosos, celosos de su tiempo de lectura, paranoicos.

Todo dictamen es subjetivo. Responde al contexto social e intelectual de una persona que leyó algunos libros. Que sospecha cómo funciona la industria. Que apuesta por lo que él o ella cree que podría vender bien. ¿Un publicista? ¿Un creador de tendencias? Una persona que puede equivocarse y con ello hacer que un libro no salga nunca.

En México, por no decir en toda Latinoamérica (las circunstancias editoriales, de mercado y consumo no son tan hermanas como podríamos pensar entre Perú, Argentina o Venezuela, por decir algo), se vive un momento crucial, un momento donde es más visible que nunca la mano comercial que la mano editorial; el punto/tema de venta hace el nicho. Ninguna novedad, pero agregaría que por primera vez es más notable el talento del agente literario que el de los autores. Incluso si su nombre es el que aparece en la portada y es su historia la que se cuenta, el autor ha quedado relegado frente al trabajo del agente. El agente vende estas historias mediocres y las coloca desde la primera edición en varios países a la vez, con cuatro traducciones. Eso es lo predecible: la campaña se arma. El libro, malo, malísimo, se vende muy bien. Los reseñistas locales lo elogian porque las editoriales los tienen como subempleados honorarios y todos felices en una rueda que funciona. Libros que se hacen para gente que no suele leer libros más demandantes o complejos. Pero los libros se siguen vendiendo. La editorial de medio pelo ya no puede pagar vuelos pero manda a su autor en autobús, en giras mortales para que llegue a la ciudad, duerma una noche, presente su libro en la feria, se tome fotos, conceda entrevistas y se regrese de inmediato.

Algunos de esos libros son tan malos que uno sospecha que o los reseñistas no saben leer o todos alrededor mienten: la amateur entusiasta de YouTube, el editor, la autora, la madre de la autora, el ex de la secundaria de la autora, la hija del autor. Todos mienten. O todos leen mal. O una lee mal. Eso también es posible. O, quizá, como estamos en un país con diversas dificultades para el No y la confrontación, no puede decir Vaya, esto es una porquería.

Volvemos al tema crucial: qué hace que un libro se apruebe, se publique y circule. ¿Qué pasa con todos esos libros que salen directo del autor-conocido del editor sin pasar por evaluaciones? Los libros directos de la bandeja de salida del agente al contrato. Ya no hace falta intermediario de ningún tipo: el agente determina el camino directo al lector. Y este, al creer que acaba de llegar a un campo nuevo, ama todo lo que lee. ~

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(Acapulco, 1975) es ensayista, poeta y traductora. Uno
de sus libros más recientes es Hombres de verdad (Turner, 2022)


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