Laurence Debray
Hija de revolucionarios
Barcelona, Anagrama, 2018, 224 pp.
Laurence Debray es una escritora francesa con un recorrido atípico en la república de las letras. Después de haber obtenido una maestría en historia en la Sorbona, con una tesis sobre el rey Juan Carlos I y su papel en la transición española, viajó a Inglaterra para estudiar en la London School of Economics, lo que le serviría para desempeñarse durante diez años como analista financiera, tanto en Estados Unidos como en Francia.
Se trata de un currículo atípico en el seno de su propia familia, pues Laurence Debray es la hija de Elizabeth Burgos, escritora venezolana, autora del clásico testimonial Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, y de Régis Debray, el autor del manual de guerrillas ¿Revolución en la revolución? y compañero de armas del Che Guevara en la fatídica experiencia en Bolivia. Régis Debray se haría mundialmente famoso por causa del proceso judicial que lo mantuvo preso en el Chaco boliviano entre 1967 y 1970.
La historia de Debray y Burgos puede que resuma como la de ninguna otra pareja las relaciones entre Francia y América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Dos hechos harán de parteaguas de los distintos derroteros intelectuales y políticos que asumirán sus vidas en las décadas siguientes: la fidelidad o el distanciamiento con respecto a la Revolución cubana, y el nacimiento de la única hija de la pareja, en 1976. En esta encrucijada se sitúa este magnífico libro de tempranas memorias.
Sobre su propia llegada al mundo, dice la autora: “Yo llegaré tres años después de la muerte de Allende, como el remanente de una historia épica, saldada por los muertos y los grandes momentos de esperanza, de fraternidad y de desilusión. Yo era como un regalo de despedida a la revolución. Y un regalo de bienvenida a Francia.” Esta transición mostraría de inmediato su costado problemático, que será vivido por Debray como la conflictiva imposibilidad de tener una vida normal y en común junto a sus padres: “No tengo ningún recuerdo de mis padres haciendo juntos alguna cosa por mí o para mí.”
Además de las heridas de la infancia, están las lagunas de la conciencia. Por ello, desde su primera página, este libro se estructura también como un relato policiaco de la memoria. Pues hasta un momento avanzado de su vida, la hija de revolucionarios no sabrá que es una hija de revolucionarios. Hay un gran silencio que cubre la etapa anterior a su nacimiento y que se resume en el punto álgido del affaire Debray: ¿fue su padre el delator del Che Guevara? Laurence responde a esta y a otras preguntas indagando en periódicos, archivos y testimonios de la época, en un esfuerzo por levantar el tupido velo que sus padres han corrido sobre el pasado inmediato. Así, de esa fuente hermética manarán las contradicciones que explican su propia vida: la para nada convencional relación entre sus padres, un entorno social exótico en comparación con el de sus compañeros de clases y, sobre todo, las particularidades de la educación recibida. Por ejemplo, cuando a los diez años de edad Laurence es colocada por su padre en la disyuntiva de elegir de qué lado de la trinchera ideológica quiere estar. Para ello, la envían un mes a Cuba durante el verano de 1986, a entrenarse en los famosos “campamentos de pioneros”, donde a los niños se les enseñaba, además de las bondades doctrinarias del marxismo-leninismo, a disparar armas de fuego. El periplo cubano será completado de forma inmediata con una estadía de un mes en un típico campamento juvenil en Estados Unidos, con fogatas, malvaviscos y cánticos nocturnos.
Sin caer en la encrucijada que le propone su padre, Laurence no elige ni el confort idiotizante del imperialismo norteamericano ni la solidaridad calamitosa del socialismo cubano. Ella decide convertirse en lo que para ese entonces ya es con plena conciencia: una europea. Esta rebeldía de la sensatez es quizás el rasgo más atrayente de la personalidad de Debray, quien irá perfilando su visión de mundo a contracorriente de la de sus padres. Sin embargo, estos no solo no le impondrán horarios de llegada nocturnos ni restricciones de ningún tipo, sino que incluso le darán la libertad de ampararse bajo otras figuras maternales y paternales. Algunas provendrán del selecto grupo de amigos de Elizabeth Burgos y Régis Debray, entre quienes estaban la actriz Simone Signoret y el pintor chileno Roberto Matta, en calidad de madrina y padrino, respectivamente, así como Julio Cortázar, quien solía sentarla en sus piernas cuando era una chiquilla, o Jane Fonda, quien le regalará su primer peluche.
A lo largo del libro, el antagonismo entre Laurence y Régis se hará más pronunciado. Las memorias familiares se irán decantando hasta asumir la forma de una “carta al padre”. Este enfrentamiento se canalizará través de una fascinación que al principio luce caprichosa: la que siente Laurence por la figura del rey Juan Carlos I de España. Producto de un viaje a la península ibérica en 1981, en plena efervescencia de la transición española, Laurence hará del rey español una estrella pop cuyo afiche adornará una pared de su cuarto. Afiche que su padre intentará, infructuosamente, sustituir por uno de François Mitterrand.
Esta distancia se mantendrá y por momentos se acentuará con los años. “La escritura se convertirá en nuestro medio de comunicación”, dice Laurence, “él publicó La República explicada a mi hija y yo repliqué dos años después con La forja de un Rey, mi primer libro publicado en español”. Se refiere a su tesis de la maestría de historia de la Sorbona en torno al rey Juan Carlos I. Esta tesis, publicada en 2000, fue el antecedente de su biografía Juan Carlos de España, de 2013. A la biografía siguió un documental donde Debray pudo entrevistar al rey emérito (Televisión Española censuró la película, aunque figurara como parte de la producción).
Este interés sostenido hacia la figura del rey Juan Carlos I por parte de Laurence Debray es elocuente, pues ¿no fue ella misma quien, dentro de su historia familiar, con su nacimiento provocó la transición entre la guerrilla y París? Con la madurez, la “carta al padre” se convierte en un aguerrido texto político, lo cual explica los tres premios que el libro ha obtenido hasta ahora: el Prix du livre politique, el Prix des députés y el Prix étudiant du livre politique France Culture. Reconocimientos que, junto a los más de quince mil ejemplares vendidos en su país, pueden ser el signo alentador de un pequeño cambio. Pues Laurence, en su choque con Régis, libra una batalla intelectual contra toda una especie que todavía abunda en Francia: la del intelectual revolucionario de café. Ese que tan bien supo caracterizar Curzio Malaparte en su Diario de un extranjero en París, cuando veía a Jean-Paul Sartre forjar su leyenda en los restaurantes del bulevar Saint-Germain. “Para mi padre”, dice Laurence Debray, “América Latina constituye una aventura pasajera que le valió la fama; para mí, es una realidad que corre por mis venas”. Reivindicación de la herencia materna pero también de una genuina pasión irrigada con sus propias emociones, creencias y experiencias.
Por ello, cobra aún más valor la denuncia final que hace Laurence Debray de la naturaleza autoritaria de la Revolución cubana y su dramática encarnación actual en Venezuela, así como del papel que la izquierda exquisita europea ha tenido en la legitimación de esos regímenes: “Venezuela no es un lugar de experimentación política para entretener a la izquierda francesa, cómodamente instalada en los mejores restaurantes parisinos, mientras allá no se consigue papel toilette o medicinas. Venezuela no es una teoría, es una vivencia y un sufrimiento.”
Vivencias y sufrimientos que Laurence Debray ha reconstruido para nosotros con esa valentía e impiedad que, como ya lo advertía el epígrafe de Molière que abre el libro, solo inspira el amor más puro. ~
(Caracas, 1981) es escritor, editor y profesor universitario. Su primera novela The night (Alfaguara, 2016) fue reconocida con el Premio Rive Gauche à Paris du livre étranger.