Carlos Pereda es investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. En 1974 se doctoró en la Universidad de Constanza con una tesis sobre la teoría de la argumentación práctica en Kant. En 1978 llegó a México para incorporarse primero a la UAM-Iztapalapa y poco más tarde a la UNAM. Es uno de los filósofos más importantes de habla hispana y, aunque de origen uruguayo, un protagonista esencial del desarrollo de la filosofía en México a lo largo de los siglos XX y XXI. Su lista de publicaciones es vasta y, aunque trata temáticas muy diversas, la herramienta central de su actividad filosófica es la argumentación. Entre sus libros más importantes se cuentan Conversar es humano, Razón e incertidumbre, Vértigos argumentales, Crítica de la razón arrogante y La libertad. Un panfleto civil.
Luis Xavier López Farjeat (LXLF): Se ha criticado que en la actualidad la filosofía sea considerada solo como una disciplina académica que se hace en las universidades y centros académicos. ¿Verías bien una democratización de la filosofía?
Carlos Pereda (CP): Pienso que la filosofía siempre ha sido democrática, si es que se quiere usar esa palabra. Desde su inicio en Grecia se ha ocupado casi de todos los temas. Costaría encontrar algún problema o alguna dificultad que, por ejemplo, Sócrates, Platón o Aristóteles no hayan discutido. Y me parece que de alguna manera la historia del pensamiento ha sido esa. Si nos remontamos a la Edad Media encontraremos algo parecido. ¿Hay algún tema que san Agustín no haya abordado? Recuerdo una anécdota. Alguna vez un estudiante le dijo a un profesor en Uruguay que san Agustín era alguien muy parcial porque solamente se ocupaba de temas como el mundo, el hombre y Dios. A ello el profesor respondió: “bueno, ¿hay acaso algún otro tema?”
LXLF: ¿No crees que justo al hacer de la filosofía un saber especializado hemos perdido esa amplitud temática que vemos en los filósofos clásicos?
CP: Eso se podría haber dicho hace unos años, sobre todo por el dominio general que tuvo la filosofía analítica en el mundo anglosajón. Pero la misma filosofía analítica se ha diversificado y trata todos los temas. No encuentro ningún tema que los llamados filósofos académicos no hayan discutido. Pensemos en Wittgenstein, un filósofo del siglo XX. Nadie pondría en duda que es uno de los más grandes filósofos, también en la academia. No hay un solo tema que uno no pueda encontrar en su obra. Aunque sus temas centrales son la epistemología, la filosofía de la psicología, la filosofía del lenguaje, al mismo tiempo tiene intereses religiosos, estéticos, etc.
Creo que las críticas que se le pueden hacer a la filosofía no se deben a que los filósofos sean haraganes del pensamiento y eviten ocuparse de ciertos temas. Leía hace poco que Antonio Caso decía que algunos filósofos le producían irritación porque les daba miedo pensar. Creo que la gran filosofía nunca ha sido haragana del pensamiento. Hay ciertos temas de la filosofía que son complejos, pero no por ello habría que decir que son absurdos. No podríamos dejar de abordarlos porque muchas veces esos pensamientos complejos son los que realmente iluminan los otros tipos de pensamiento.
Eduardo Charpenel (ECh): ¿Cómo es posible desarrollar hoy en día un pensamiento complejo en vistas de la cultura de la inmediatez que prevalece a partir de las redes sociales, las dinámicas económicas y laborales, incluso en las propias exigencias académicas de publish or perish? ¿Cómo puede un filósofo todavía abocarse a un pensamiento complejo o desarrollarlo en entornos que a veces parecen hostiles al propio pensamiento complejo?
CP: Es cierto que actualmente hay dinámicas hostiles al pensamiento. Creo que un mandato que siempre han tenido quienes se dedican a la filosofía es darse tiempo y tomar distancia. Darse tiempo para pensar y tomar distancia de algunos asuntos inmediatos. Estos dos mandatos recorren la historia del pensamiento. Hay que resistirse a lo inmediato para seguir apostando a que puede haber pensamiento valioso y no reacciones complacientes.
LXLF: Me parece importante lo que dices, Carlos, pero hoy se han popularizado algunos pensadores o escritores que hacen filosofía o que dicen hacer filosofía y que a través de los medios o de libros exprés van respondiendo de manera muy rápida a asuntos coyunturales. ¿Qué piensas al respecto?
CP: Creo que de alguna manera siempre ha habido eso. Por ejemplo, pienso en el krausismo en España, que fue como una especie de filosofía popular, pero que no nos importa tanto.
LXLF: Bueno, no nos importa tanto a quienes nos dedicamos a la filosofía “profesional”, pero hay una gran audiencia que sí consume filosofía descafeinada…
CP: Pero eso tal vez podríamos tratarlo como una propedéutica para pensar otras cosas. Uno podría comenzar, por ejemplo, por leer el krausismo y en una siguiente etapa, como seguramente quedará insatisfecho con eso, puede dar un paso más y leer a Unamuno. Uno podría en estos tiempos comenzar por leer a Byung-Chul Han y tarde o temprano leer a Rawls o a Habermas y de ahí pasar a leer a Kant, por ejemplo. Tendemos a pensar que nada debe ser demasiado difícil. Hace un momento hablé de dos mandatos de los filósofos, darse tiempo y tomar distancia. Un tercer mandato, que se desprende de otro posible desafío, sería no asustarse con las dificultades, no entrar en pánico ante ellas. En todos nosotros hay una especie de tendencia a desdeñar lo que no entendemos, o incluso a volvernos arrogantes. Creo que una manera de comenzar a pensar es hacer una crítica de la razón arrogante. Hay una especie de arrogancia en los medios, en las escuelas, incluso a veces en nuestra propia forma de enseñar. Creemos que no sirve todo aquello que no entendemos de inmediato o aquello que de alguna manera nos irrita. Pienso que la crítica de una razón arrogante debería estar en el centro de cualquier pensamiento filosófico. Tenemos que aprender de todo. Aquello que nos irrita no necesariamente está mal y no se puede dejar de lado de inmediato. A esa filosofía popular, hay que darle su debida atención
LXLF: Acabas de referirte a la escuela. Una arrogancia han sido los intentos por marginar la enseñanza de la filosofía, incluso eliminarla. En 2019, el Observatorio Filosófico de México consiguió la inclusión de la filosofía en el artículo tercero constitucional. El resultado no ha sido el mejor porque los planes de estudio no han estado en manos de los filósofos. La filosofía fue absorbida en un programa de humanidades bastante mediocre. ¿Qué piensas que debería hacerse ante esa arrogancia del sistema educativo?
CP: A mí la iniciativa me parecía magnífica. Lamento que no se haya puesto en marcha en los planes de estudio. Creo, con todo, que el esfuerzo por enseñar filosofía debe continuar. El proceso de comprensión humana no es lineal y muchas veces nos enfrentamos con algo que no acabamos de entender, pero que de alguna manera queda como una especie de semilla y va floreciendo con el paso del tiempo. Si uno hace que estudiantes de 16, 17, 18 años, lean textos como algunos de los diálogos de Platón y las discusiones alrededor de estos o, para poner algo que se considerará más difícil, si se les pide que lean la tercera antinomia de Kant entre la causalidad y la libertad, quizá no lo entiendan demasiado. Pero creo que quedará una semilla y tal vez más tarde, en otro momento de la vida, volverán sobre esos textos o cuando menos sobre esos pensamientos. Por ejemplo, a alguien que estudia, digamos, ciencias naturales, en algún momento quizá le venga a la cabeza la famosa tercera antinomia y se plantee el problema: ¿qué lugar tiene la libertad en un mundo de causas? Y esa pregunta es de lo más interesante porque todo lo que estudiamos en ciencias naturales son mundos de causas, pero, al mismo tiempo, todos tenemos la experiencia de que yo puedo hacer A o hacer B. Y entonces, ¿cómo encajamos esa experiencia con eso que aprendemos de un mundo de causas? Alguien podría decir que lo que hay que hacer es eliminar la experiencia. Otro podría decir que hay que pensar que eso que se ha dado como un mundo de causas no está completo. Estamos ante un problema abierto y quizás cuando se le planteó a un muchacho de 17 o 18 años pensó que la antinomia era algo muy difícil, pero es algo en lo que puede seguir pensando a lo largo de su vida.
ECh: Quisiera volver a esa idea que me pareció muy sugerente de que podemos empezar con uno de estos autores de divulgación y después ascender o descubrir otros textos, otros autores. ¿Tu dirías entonces que quizás no es correcto caracterizar, digámoslo provocadoramente, a estos nuevos autores influencers como una nueva sofística que busca más la atención, el reconocimiento, la fama? Si te entiendo bien, ¿tú piensas que podrían tener una verdadera vocación pedagógica de fondo y que más allá de su intención, propician de cualquier forma la aproximación hacia otro tipo de textos?
CP: Si miramos el pasado nos damos cuenta de que, más allá de la intención de los sofistas, Platón aprendió bastante de ellos. Incluso, con cierta maldad, algunos lo han considerado un sofista más. Entonces quizá en cierto modo esos autores a los que te refieres sean sofistas, pero, más allá de la intención, yo diría que no todo lo que se ha llamado filosofía popular es sofística. Hay distintas figuras y distintas voces. Creo que a veces hay como una especie de vértigo simplificador en lo que nos irrita y que algunos son sofistas, otros no tanto.
LXLF: Hegel decía que la filosofía siempre tiene que llegar tarde. Necesitamos, sí, tiempo, distancia. Veo una tensión porque mientras nosotros, desde la academia, pensamos de manera lenta y pausada, estos “nuevos sofistas” lanzan al aire opiniones muy debatibles que son consumidas por varios lectores.
CP: Yo diría que está bien siempre sospechar, pero al mismo tiempo no olvidar que, entre los sofistas, hay una gran variedad. Gorgias y Protágoras fueron sofistas notables. Otros, en efecto, eran meros charlatanes. Cuando uno lee el Gorgias de Platón, uno queda con la duda de quién tiene razón, si Sócrates o Calicles. Quizá si nos quedamos encerrados en una única forma de entender la filosofía y despreciamos otras, estamos incurriendo en otra forma de la razón arrogante. Sócrates hablaba con la gente del mercado y ahí se encontraba con argumentadores notables y con otros que no lo eran tanto. En la Grecia antigua no se despreciaba la opinión de las personas de la calle. Algo similar sucede en el debate público. En la prensa, en los telediarios, hay gente que argumenta bien. Por eso, no recuerdo bien, pero me parece que era Bertrand Russell quien decía que una buena lección era aprender a leer el periódico; Hegel decía, por su parte, que leerlo debía ser la plegaria matutina del filósofo.
LXLF: Ya que te refieres a la prensa, me pregunto si basta con que el filósofo lea el periódico y se entere de problemas cotidianos o si debería ocuparse de ellos de manera más comprometida. ¿Crees que los filósofos están llamados a ocuparse de los problemas de sus propios contextos? ¿Tú creerías que se debe apostar por la filosofía regional y no por la filosofía como una disciplina con alcances universales? ¿O piensas que debemos hacer las dos cosas?
CP: Yo creo que hay ahí un pseudoproblema. Yo puedo tener una gran estima por algunos problemas generales, pero eso no me impide la discusión con mis colegas acerca de otros problemas distintos. Si pensamos en el grupo Hiperión, nos damos cuenta de que ellos –Jorge Portilla, Leopoldo Zea, Luis Villoro– también discutían los grandes problemas –la libertad, el dominio, la tercera antinomia–. Y bueno, creo que simplemente sería equivocado ver una especie de antinomia u oposición entre universalistas y regionalistas. Creo que estamos obligados a pensar en todos los asuntos, universales y regionales. Y si miramos lo que pasa en otros lugares del planeta, me doy cuenta de que los ingleses o los norteamericanos o los alemanes hacen ambas cosas. Se preocupan de asuntos locales y regionales y también discuten sobre los grandes problemas de la filosofía. Así que pienso que sería una falsa disyuntiva.
ECh: Permítanme introducir otro tema. La filosofía siempre ha estado ligada en algún sentido a ciertas instituciones como la Academia platónica, el Liceo, las Facultades e Institutos de Filosofía. Pero también hay ciertas tendencias un poco anarquistas a crear centros independientes autónomos, como los llamados think tanks, que han tendido a agrupar gente que no tiene la preocupación, por ejemplo, de enseñar en un aula, sino que convocan abogados, científicos y entre ellos a los filósofos, con la intención de crear nuevos nichos donde la filosofía puede pervivir. ¿Crees que estamos en un punto en el cual las universidades van a resistir esas tendencias? ¿O más bien estos otros desarrollos son efímeros? ¿Crees que vaya a haber un desplazamiento institucional del lugar donde se practica o se ejercita cierta filosofía o no ves eso en términos inmediatos?
CP: Me parece magnífico que haya espacios de discusión filosófica fuera del ámbito universitario. No estoy en desacuerdo para nada. Y que participemos nosotros en ellos, mejor aún. Pero de nuevo, creo que habría que cuidar siempre en el pensamiento las falsas oposiciones. Que haya nuevos espacios, estupendo. Pero creo que eso no implica que pensemos que las instituciones vayan a dejar de existir. Pienso que las instituciones son inevitables, nos gusten o no, aunque a veces estemos molestos con ellas. Creo que sería muy malo, sin embargo, creer que depender de ellas es lo único que podríamos hacer y, por lo tanto, dejar de promover grupos de discusión y debates fuera de ellas. Creo que las instituciones van a seguir ahí y que lo que tenemos que hacer es no ser ansiosos y tratar de hacer desde ellas buena filosofía. ~