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Adolfo Gilly

Felipe Ángeles, el estratega

México, Era, 2019, 784 pp.

Las aportaciones de Adolfo Gilly a la historiografía de la Revolución mexicana son incuestionables, tanto académicamente –con artículos y libros, pero también a través de la formación de innumerables generaciones de historiadores en las aulas de la UNAM– como en términos de difusión. Gilly lleva más de cinco décadas pensando la Revolución y perfeccionando la técnica con la que un historiador debe comunicarse tanto con sus colegas como con el público en general. Nacido en Argentina, hace más de medio siglo adoptó a México como hogar; fue activista político y social, por lo que tuvo que pasar un tiempo en la cárcel de Lecumberri, en donde concibió La revolución interrumpida (1971). Su experiencia política en la izquierda latinoamericana, su cultura enciclopédica y su larga trayectoria en la docencia y en la investigación lo han acercado a historiadores, intelectuales y escritores, y le han dado una perspectiva muy peculiar de la historia de México y de América Latina. Pero quizás el personaje sobre el que más ha pensado Gilly sea el general Felipe Ángeles. En relación con su vasta obra, Gilly ha publicado poco sobre Ángeles –ha compilado, eso sí, un libro acerca del tema con contribuciones de historiadores destacados: Felipe Ángeles en la Revolución (2008)–, pero ahora entrega un estudio que se puede considerar casi definitivo sobre el general. Y digo “un estudio” porque no es propiamente una biografía; es, más bien, una interpretación de la Revolución desde el punto de vista de Felipe Ángeles, y una interpretación de la vida de Felipe Ángeles desde el punto de vista de la Revolución. Gilly escribió un libro que no agota la biografía de Ángeles, pero la rebasa por mucho; su tema es el general, pero es también una reflexión de más de cinco décadas sobre las causas y los destinos de la Revolución.

Felipe Ángeles, el estratega se divide en nueve partes. Para poder entender al personaje, Gilly comienza contestando el dónde y el cuándo, en lo que invierte las primeras cien páginas. Comprender los orígenes de Felipe Ángeles y la época en que se forma como militar es indispensable pero también sumamente complicado, pues la escasez de documentos restringe la labor del historiador. Sin embargo, esa limitante es ampliamente compensada con el análisis, profundo, serio y ameno, que hace Gilly de los últimos años del porfiriato; de la educación; de la disciplina militar en México; de las razones por las que Ángeles sufre su primer exilio en Europa y de las que tuvo Madero para levantarse en armas. En esas primeras dos partes, Gilly comienza a dibujar la figura de un militar excepcional, con una ética inquebrantable que lo distinguirá, como federal y como revolucionario, a lo largo de la Revolución: “La mente de Felipe Ángeles, sus imaginaciones, su ética, sus modos de pensar y decidir, sus ambiciones son las del oficio militar”, dice Gilly, lo que “lo distinguía de los políticos de la Revolución convertidos en jefes militares”.

Es a partir de la Decena Trágica (tercera parte) que Ángeles se convierte en el personaje central del libro, aunque no del relato de Gilly. De acuerdo con el historiador, el general Ángeles, dada su política humanista para la pacificación de Morelos y su enfrentamieto con los mandos militares –entre ellos Victoriano Huerta–, fue uno de los culpables directos del golpe de Estado que terminó en la Decena Trágica: “El presidente [Madero] había mandado a Ángeles a Morelos para cambiar de métodos y política y […], ante el contraataque del alto mando federal, quería atenuar el impacto de esa decisión. Quien quedaba pagando por ese paso atrás era Ángeles. Así se iba cocinando a fuego lento en el ejército la que sería llamada la Decena Trágica.” Y, sin embargo, Gilly puede pasar decenas de páginas sin que Ángeles aparezca más que tangencialmente en el relato. En la cuarta parte, Gilly analiza el segundo exilio de Ángeles en Europa, después de la muerte de Madero, y dedica un capítulo completo al general Calixto Contreras. El conocimiento profundo de Gilly sobre la Revolución nos deja joyas invaluables, pero el objetivo que esas desviaciones cumplen en una biografía de Ángeles no es evidente hasta que Gilly las reincorpora a su relato. Su análisis de las diferencias en los propósitos y las personalidades de Villa y Carranza es realmente lúcido, pero el lector descubrirá su relevancia un par de cientos de páginas después. Durante los incidentes provocados por el llamado caso Benton, dice Gilly, “hubo dos maneras de imponer el respeto a la propia autoridad. Una fue la de Francisco Villa [quien] no podía permitir que un hacendado británico […] fuera a su propia casa a reclamarle a gritos, insultos y bravatas. Le iba en ello tanto su personal sentido del honor como, sobre todo, su autoridad […]”. En cambio, para Carranza, “su preocupación, su obsesión casi, fue afirmar las instituciones de un nuevo Estado y los correspondientes órdenes jerárquicos, en contraposición con el aparato estatal y militar del gobierno usurpador de Huerta […]”. Este análisis es central para después entender la ruptura entre Villa y Carranza en la quinta y sexta parte del libro.

Es cuando confluyen el conocimiento de Gilly como historiador de la Revolución, su experiencia de vida, su sensibilidad biográfica y su manejo del idioma que el lector pasa las páginas sin darse cuenta. Ya con una imagen clara de la personalidad del general Ángeles, Gilly comienza el análisis de la Revolución vista a través de los ojos “del general más culto”: su separación del gobierno de Venustiano Carranza, su incorporación a las filas de la División del Norte, su identificación profunda con Pancho Villa y el camino hacia el destino y hacia su muerte ocupan las últimas tres partes del libro. La toma de Torreón y de Saltillo, el rompimiento entre la División del Norte y Carranza, la toma de Zacatecas y el enfrentamiento entre los ejércitos de la Convención y los dirigidos por Álvaro Obregón sirven para que Gilly pase de historiador a escritor, de académico a narrador: “Esa relación de iguales entre dos [Villa y Ángeles] que se sabían diferentes pero ninguno subalterno perduró hasta la madrugada de noviembre de 1919 en que Ángeles fue fusilado […] Es más bien una que adviene en aquellos momentos discontinuos en los tiempos cuando irrumpen a plena luz los sentimientos, las maneras de estar juntos, los modos y las imaginaciones de los oprimidos, los subalternos, los hacedores, y de algunos que se juegan con ellos su destino.” ¿Hay forma de saber esto sin la reflexión pausada, la lectura paciente y constante y la experiencia de vida?

Felipe Ángeles, el estratega no peca por ser una historia contada de un solo lado. Carranza aparece, al final, como un hacendado ambicioso, aspirante a dictador, que ordenó el asesinato de Zapata y el fusilamiento de Ángeles a fin de afianzar su poder cuando ya iniciaba su caída. Uno puede o no estar de acuerdo con este retrato, pero lo que vale es el cuadro completo que Gilly pinta de la Revolución, la de Madero, la de Villa y la de Ángeles: “Una revolución no es solamente lo que sucede en las armas sino ante todo lo que sucede en las almas. Una revolución, y más si se trasforma en guerra, no solo se explica y se mide por la suerte de las batallas entre el orden existente y aquellos que quieren derribarlo. Antes y más allá de la confrontación armada, pareja o dispareja, según sea, está la voluntad, el estado de ánimo, la organización y la resolución de las capas y clases de esa sociedad que ya no soportan las desdichas de aquel orden y quieren subvertirlo a toda costa.”

Después del Zapata de John Womack y del Pancho Villa de Friedrich Katz, que fueron historias de la Revolución contadas a través de la biografía, aparece esta otra de Gilly, narrada a través de la vida del general Felipe Ángeles. Como biografías e historias académicas forman una trilogía indispensable para entender el periodo, pero la de Gilly, por su estilo, por su manejo del idioma, por el uso responsable de la imaginación, estoy seguro, será también necesaria para quienes aspiran a ser novelistas de la realidad. ~

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es doctor en historia de América Latina por la Universidad de Chicago y profesor investigador en
la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Anáhuac México


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