Ilija Trojanow
El hombre superfluo
Traducción de José Aníbal Campos
Barcelona, Editorial Plataforma Actual, 2018, 128 pp.
El individuo vive momentos difíciles en este nuevo milenio o, al menos, momentos que exigen un replanteamiento de su propio yo. En la actualidad, resulta evidente que la autoestima y la autopercepción del lugar en el mundo que ocupamos o merecemos depende en gran medida de factores externos, casi todos ellos socioeconómicos. Este ensayo del escritor búlgaro de habla alemana Ilija Trojanow se centra en estos últimos, argumentando que quienes no consumen ni producen nada en el mundo contemporáneo resultan personas superfluas desde el punto de vista de los economistas y las élites, pues las leyes del mercado, en sus propias palabras, “marcan los límites de la libertad”. Asimismo, las dieciséis secciones del libro son una advertencia hacia la inminente situación de callejón sin salida en que se encuentra el capitalismo tardío, cuya lógica ha sustituido el acto de ser por el de consumir. Vinculándolo con estos argumentos, Trojanow realiza también un retrato del precariado, un colectivo de personas aún no considerables del todo superfluas pero sí “atrapadas en las arenas movedizas situadas entre el éxito y la superfluidad”, y cuyo nexo de unión se encuentra en la peligrosa situación de exclusión que viven.
El texto del ensayo es la versión escrita –probablemente ampliada– de una charla que el autor pronunció en Graz (Austria) en 2013, en el marco del ciclo de conferencias llamado “Unruhe Bewahren”, cuyo expresivo título se traduciría por “Permanecer agitados”, y en el que se debaten temas de interés actual. Es importante señalar este carácter oral del texto, pues nos ayudará a encontrar las piezas que faltan en este artefacto escrito –el tono de voz y los gestos de Trojanow principalmente–, elementos que nos servirían de ayuda para captar los frecuentes sarcasmos o ironías presentes en él. Este componente altamente oral es eficaz para agitar y despertar conciencias. En ese sentido, El hombre superfluo está en sintonía con el breve texto ¡Indignaos!, escrito por el exdiplomático Stéphane Hessel. Publicado en francés en 2010, se convirtió en un gran éxito de ventas internacional por haber conseguido penetrar en el malestar colectivo. En el caso de El hombre superfluo, Trojanow elabora un diagnóstico de la situación actual del planeta a varios niveles, considerando que el sistema tiene “un problema estructural inmanente que se agudizará”. Para ello recurre a numerosos informes y tablas por medio de las cuales establece comparaciones socioeconómicas entre diversos países y alerta de situaciones graves, por ejemplo, la cantidad de personas que mueren anualmente por desnutrición: dieciocho millones, según estimaciones de la fao.
Otra de sus herramientas retóricas es la formulación de lo que él mismo llama “preguntas incómodas”, a menudo paradójicas, a las que trata de dar respuesta, ya sea a través de la obra de distintos intelectuales o empleando argumentos y razonamientos propios. Sirvan de ejemplo un par de ellas: “¿Por qué nos deleitan la extinción mediática de nuestra especie, la devastación del planeta y la exacerbada brutalidad de nuestra civilización?” o “¿Cómo puede una vida no tener valor y ser, al mismo tiempo, depositaria de derechos humanos universales?” Para responder a esta última, Trojanow emplea la figura del Homo sacer –“la persona a la que cualquiera puede matar sin temor a castigo, pero que no puede ser sacrificada en un ritual religioso”– rescatada por Giorgio Agamben del Derecho Romano, y la vincula con la de ese consumidor venido a menos que hoy forma parte del nuevo precariado.
La brevedad del texto y su carácter de discurso político oral (que implica el uso de coloquialismos como “bazofia”, o “ricachones”) impiden a su autor en ocasiones profundizar en esos debates pertinentes y actuales que esboza en las distintas secciones, de ahí que El hombre superfluo constituya una lectura ligera en la que Trojanow le habla al lector directamente al oído tanto para invitarle a abandonar su inmovilismo como para hacerle tomar conciencia de una incomodidad que este no ha logrado todavía poner en palabras.
El principal ejemplo de esta falta de profundidad es la mención a los productos desechados por las cadenas de supermercados debido al vencimiento de su fecha mínima de caducidad. A estos productos los llama “la bazofia que sobra en las ricamente surtidas estanterías de los supermercados”, y los compara con los hombres superfluos: “como ellos mismos, dichos alimentos no son aún del todo inutilizables, pero se encuentran ya en proceso de descomposición”. La realidad al respecto es que hay un importante debate activo al que Trojanow no se ha asomado y que pone en entredicho estas fechas de venta ideales y sus riesgos para la salud y que se rebela contra la tan capitalista cultura del derroche en Occidente.
En resumen, El hombre superfluo es una invitación a razonar, a pararse a pensar sobre el sistema en el que nuestras vidas transcurren. Aporta curiosidades y numerosos datos y pone en foco situaciones clave como el desprecio hacia la “atención no comercial”, ejercida por personas en teoría “superfluas” que cuidan de sus familiares enfermos sin remuneración alguna, pero por el tono de extrema complicidad con sus hipotéticos lectores y por lo fugazmente que despacha algunos de los temas que toca, no parece probable que se convierta en un ensayo longevo. Es más bien –y a su pesar– un texto vinculado a la cultura de lo efímero. ~