De rodillas en la iglesia de la justicia social

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En los últimos años, ha surgido una filosofía de la justicia social que es menos un programa político que una religión (lo es en todo menos en el nombre). Si los cristianos piden a sus fieles que expongan sus virtudes morales a través de la fe en Jesús, el Antirracismo de Tercera Ola (ato a partir de ahora) pide a la gente que exponga su virtud moral a través de su oposición al racismo. Tras la muerte de George Floyd, esta visión se ha expresado cada vez más a través de procedimientos, rutinas y una fraseología que sigue patrones de la religión abrahámica.

Es obvio que Estados Unidos tiene mucho trabajo que hacer sobre la raza. En primer lugar, aunque el racismo no explica por qué los policías matan más a negros que a blancos –es la pobreza lo que aumenta la probabilidad de que te mate un policía, cientos de blancos pobres mueren a manos de la policía anualmente, pero hay más negros pobres–, los policías abusan y acosan más a la población negra que a la blanca, y el impacto que eso tiene en la vida real es casi tan pernicioso como la disparidad en muertes. Si la tensión entre la población negra y la policía se resolviera, el problema racial de Estados Unidos comenzaría a disolverse rápidamente. Pero conseguir esto requiere trabajo, como acabar con la guerra contra las drogas, mejorar las oportunidades educativas de los niños negros desfavorecidos, y otros esfuerzos como fomentar que los adolescentes negros se unan a programas voluntarios de formación para poder desarrollar carreras sólidas sin necesidad de acudir cuatro años a la universidad.

Estas son cuestiones reales, que tenemos que comparar con escenas como la que se produjo en Bethesda (Maryland), donde grupos de manifestantes se arrodillaron y, con las manos en alto, profirieron cánticos de lealtad a unos principios contra el privilegio blanco, hechizados por lo que un antropólogo naíf denominaría “síndrome del rebaño”. En una situación similar, manifestantes blancos se arrodillaron frente a manifestantes negros que también acudían a la protesta. En Cary, Carolina del Norte, individuos blancos lavaron los pies a manifestantes negros como muestra de sumisión y compasión. En otra protesta, cuando un grupo de activistas blancos se dibujó en el cuerpo heridas de latigazos para simpatizar con el pasado de los negros estadounidenses, muchos manifestantes negros consideraron que se habían pasado un poco.

Estos rituales de sumisión y automortificación recuerdan al cristianismo de una manera muy gráfica, pero hay otros episodios que cuentan la misma historia. Muchas instituciones religiosas convencionales rechazan ahora el propio cristianismo si va en contra del ato. En el mit, un capellán fue obligado a dimitir después de escribir una nota en la que exploraba la contradicción que existe entre criticar a la policía por racista y defender el amor cristiano hacia todas las almas. El unitarismo está dominado por la teología antirracista contemporánea, y ha provocado la dimisión de varios curas y otras figuras.

La nueva fe también se manifiesta en las objeciones de lo que sus partidarios consideran disidencia. Un amigo escribió en Facebook que estaba de acuerdo con Black Lives Matter, y otra persona –blanca, para que quede claro– le respondió así: “¡Espera un momento! ¿‘Estás de acuerdo’ con ellos? ¡Eso implica que es aceptable estar en desacuerdo con ellos! ¡Es como decir que ‘estás de acuerdo’ con la ley de la gravedad! ¡Como persona blanca no te corresponde ni ‘estar de acuerdo’ ni ‘estar en desacuerdo’ con lo que dice la gente negra! ¡Decir que ‘estás de acuerdo’ es tan arrogante como discrepar con ellos! ¡Esto no es un ejercicio intelectual! ¡Sus vidas están en juego!”

Esta objeción parece deliberadamente hostil hasta que la comparamos con cómo se sentiría un cristiano devoto si alguien le dijera que está “de acuerdo” con las enseñanzas de Jesús, como si lo normal fuera analizar con lógica la liturgia y decidir qué partes tienen sentido, en vez de suspender la lógica y tener fe.

Cada vez se acumulan más analogías religiosas. El Antirracismo de Tercera Ola tiene incluso víctimas sacrificiales (metafóricas). Alison Roman, una columnista sobre gastronomía del New York Times, fue suspendida temporalmente de su trabajo por criticar que Marie Kondo y Chrissy Teigen se volvieran comerciales. ¿Su pecado? Criticar no a una, sino a dos personas “de color” (Kondo es japonesa, Teigen es mitad blanca y mitad tailandesa). Teigen ha dicho en público que no cree que Roman merezca ser cancelada por lo que dijo, pero da igual. En el Times, el ato debe cumplirse.

Muchas personas inteligentes consideran que todas estas escenificaciones con el ceño fruncido, esta violencia verbal y estos despidos son de alguna manera un avance con respecto a anteriores cambios sociales en eeuu. Los cambios sísmicos que provocó el movimiento de los derechos civiles en los años sesenta fueron consecuencia de protestas, sin duda. Pero está ausente del análisis sobre cómo pasamos de Selma a la elección de Barack Obama la obsesión actual con la psicología individual, que ha sustituido a la evaluación de las estructuras políticas y sociales del país.

Martin Luther King no aspiraba a que toda la población blanca acabara “amando” completamente a toda la población negra. Dedicó su tiempo a trabajar por el cambio gradual del mundo tal y como es, a través de un intercambio y una consulta eterna con los poderes fácticos, no defendiendo una concepción vaga y utópica de una sociedad sin ningún sentimiento racista. Da igual cuántas pruebas encuentre la gente del radicalismo de King, en su época el radicalismo no era un arte performativo recreacional ni una exposición de agravios, y menos aún era una obsesión por fustigar y destruir a la gente por sus supuestos pensamientos impuros.

Quien esté de acuerdo con el ato quizá se defienda diciendo que la estrategia de hoy es un segundo paso, que la batalla de ayer fue contra una segregación y una falta de derechos explícitas, y que hoy el objetivo de construir una sociedad más igualitaria requiere de un enfoque diferente.

Pero ¿cómo es posible que todo este agitprop y este gusto por las defenestraciones sea un avance con respecto a la estrategia de forjar el cambio político poco a poco, que funcionó en el pasado? Los que observamos los artículos periodísticos incongruentes e innecesariamente agrios, y el derribo de las estatuas, no podemos evitar pensar que lo que realmente impulsa el ato es simplemente el placer que producen la indignación y la destrucción, junto con el consuelo del calor del grupo. Los partidarios negros del ato se ven atraídos por el canto de sirena del complejo de la víctima noble, y se han asignado el estatus de una Casandra, una superviviente, incluso alguien capaz de conceder la absolución, como hemos visto en algunos vídeos de las protestas.

La gente que sigue los preceptos del ato asegura que el objetivo final es cambiar la sociedad. Pero en la práctica, la performance y la furia son el meollo del asunto mientras que el trabajo mundano y urgente de cambiar la sociedad parece claramente minimizado. Todos los tratados sobre el privilegio blanco lo muestran, como el libro de Özlem Sensoy y Robin DiAngelo Is everyone really equal? Después de explicar al lector durante casi doscientas páginas que ser un buen antirracista implica arrodillarse ante cualquier afirmación que hace alguien no blanco, uno espera que en el capítulo final nos demuestren cómo toda esta ideología contraintuitiva supuestamente ayudará a cambiar el mundo. En su lugar, este capítulo simplemente repite los mantras amenazadores de capítulos anteriores.

Si el ato fuera realmente un programa político, se centraría mucho más en el cambio social desde abajo; la limpieza psicológica sería vista como un preludio apreciado por algunos pero que habría que superar cuanto antes. La idea de que el trabajo político debe ir precedido de un cambio masivo mental del país no es algo completamente obvio. Es una idea muy frágil, desgraciadamente, y revela que el ato no es realmente política sino catequesis.

El mundo del ato quizá tenga otra objeción, una a la que tenemos que prestar atención. Sin las voces histéricas, y el malestar que provocan en cualquier persona blanca que teme que la acusen de ser racista en la sociedad actual, Tina Fey no habría retirado unos cuantos episodios de 30 Rock de plataformas de streaming porque había blancos maquillados como negros, la banda Dixie Chicks no se habría cambiado el nombre a The Chicks, estarían todavía en pie muchas estatuas de racistas confederados y Rhode Island no habría eliminado la palabra “plantación” de su nombre completo. El ato pide a los blancos que se miren a sí mismos y examinen de qué manera contribuyen al racismo. Esto está ocurriendo a un nivel que carece de precedentes.

Pero podemos estar seguros de que la opinión del ato sobre estos hechos, por muy extendidos que estén, será considerarlos efectos ópticos, como si todo eso no fuera lo que estuvieran pidiendo en su estrategia rabiosa de control psicológico. La nueva línea de pensamiento afirma que estos cambios no importan porque dejan intactas las “estructuras” de la sociedad. Este tipo de fraude con señuelo no es una estrategia cínica sino una consecuencia inevitable del hecho de que el ato tiene que ver con la ideología y la actitud, y no con el progreso y el pragmatismo.

Su liturgia necesita que Estados Unidos sea siempre un manicomio de racistas, solo redimible el día misterioso en que Estados Unidos “acepte” su racismo. Pero no sé sabe en qué términos debe aceptarlo, y esto es así por una razón: si no hubiera racismo los partidarios del ato perderían su sentido de propósito. (No, las reparaciones no servirían. Si analizas más allá de las peticiones más prominentes de reparaciones verás que estas solo representan “el principio”.)

En cualquier caso, los nombres y los iconos son solo una cuestión de imagen. El efecto más sustantivo del ato ha sido ayudar a abrir un debate sobre la policía, un problema central que está detrás del malestar y sensación de abandono de la comunidad negra. Pero aquí hay dos problemas.

El primero es que reformar 18.000 departamentos de policía diferentes, y unas leyes bizantinas que destrozan y acaban con tantas vidas, es un trabajo duro y largo del tipo que King y sus camaradas forjaron con paciencia y diligencia. La actividad del ato, tan centrada en desvelar un imaginario racista, parece poco preparada para participar en un trabajo significativo y sobre el terreno como este.

El segundo problema es que debemos preguntarnos: ¿Es necesario, para reformar la policía, despedir a una columnista gastronómica por criticar a una modelo medio tailandesa, o que pastores unitarios bienintencionados pierdan su trabajo?

Como estamos claramente en un momento ato y su perspectiva ha penetrado en el núcleo educado del país en los últimos años, nos estamos insensibilizando por lo poco que ayuda al progreso este adoctrinamiento tan peculiar, rabioso y fantástico. Buscamos un cambio sociopolítico, pero en la vanguardia de este movimiento nos encontramos con una nueva religión. Insisten acaloradamente en que tienen realmente la razón, porque el racismo es malo ¿no?

Claro que lo es. Pero también es malo que haya cada vez más estadounidenses que, por miedo a perder su aceptación social, hacen como que se suscriben a los dogmas de una fe antiempírica que simula poseer una sabiduría superior con grandes palabras y una fraseología manipuladora. Se ven a sí mismos como los herederos de unos héroes caídos que, en realidad, sentirían repugnacia hacia ellos. La tarea de los estadounidenses progresistas no es aprender rutinas autoflageladoras carismáticas pero sin sentido, sino luchar contra las injusticias con sentido y lógica. Solo los partidarios del ato creen que estas dos cosas son lo mismo. ~

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Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en Reason.

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es profesor asociado de inglés y literatura comparada en la Universidad de Columbia. En 2018 publicó
The Creole debate.


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