Vida de Sara

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Fernando Savater

La peor parte

Barcelona, Ariel, 2019, 264 pp.

La peor parte es un libro que da cuenta de la enfermedad, muerte y luto de Sara Torres, Pelo Cohete. Pero que sobre todo cuenta la vida de Sara, “del amor de mi vida, del amor en mi vida”, escribe Fernando Savater, el triste, el desdichado.

¿Quién fue Sara Torres? Nació en la Gran Canaria y murió en Donosti 59 años después. Era muy femenina y muy poco afeminada, sus sobrinos la llamaban Sara Monstruos por su afición a los muñecos. Era valiente y traviesa. Era atractiva, moderna, lista, impertinente. Era radical incluso hasta la violencia, pero no contra los demás sino contra sí misma. Tuvo una infancia difícil, muy pobre, que la llevó a vender flores en Las Ramblas para pagar sus estudios. Sobre todo le gustaba el cine, verlo, realizarlo, producirlo, promoverlo. Le gustaba jugar frontón, jugaba contra hombres y les ganaba. “Siempre ella misma, inconfundible, mi chica maravilla.” No fumaba, apenas bebía, le gustaba mucho la fruta, la comía todo el día. En sus mudanzas cargaba consigo un viejo piano que nunca nadie le vio abrir. Era culta sin ser pedante. Tenía un habla sabrosa, salpicada de palabrotas. Era incapaz de coquetear, era enérgica y decidida. No podía vivir sin personalizar su entorno, sus casas estaban decoradas con multitud de muñecos de monstruos del cine y la literatura. Compartió con Savater la pasión por lo fantástico. Se conocieron en el bar de la Universidad de Zorroaga, entre dos clases. Ella se acercó a él y le dijo: “He estado en tu clase ¡y no me ha gustado nada!” Fue una mujer muy interesante, dueña de “un aroma suave, delicioso”. Fue la inspiradora de la Semana de Cine Fantástico y de Terror en Donosti. Por sus posiciones políticas antinacionalistas (ella que de joven militó un corto tiempo en ETA) sufrió dos ataques, por lo que llevaba escolta. Su personalidad expansiva intimidaba un poco. “Siempre me conmovió tenerla cerca, verla, escucharla […] hasta pensar en ella. Pero también me intimidaba bastante”, escribe Savater. Tenía un carácter fuerte, nada diplomática y era muy orgullosa. Se cimbraba con su gracia espontánea. Los arreglos florales fueron la pasión de su vida. Guapa sin más, morena, de rostro delicado y dientes irregulares. Pasaban juntos muchas horas. “¿Qué bien nos las pasamos los dos, ¿eh?”, decía Sara. Era tierna, pero de una ternura brusca, sin empalagos.

Con el nacionalismo llegó la xenofobia y con ella la exclusión, el odio y el crimen. Por el peligro terrorista, cancelaron el Festival de Cine Fantástico y ya no pudo seguir dando clases, lo que la afectó mucho. Fue reconocida por la intelectualidad progresista, opuesta del todo a la violencia. Le gustaba y practicaba el senderismo. Por lo general sonreía, pero de pronto se abrumaba “en íntimas borrascas de intensidad casi maniaca”. La peor parte es más que ninguna otra cosa el testimonio de un amante que ha perdido a su amor, y saca fuerzas de la ausencia de ese amor para contarnos su vida, la vida de Sara, su sonrisa en Cádiz y Venecia, capaz de disfrazarse de pirata en las fiestas para niños, Sara sonriendo al terminar cada página que Fernando le pasaba a revisión, Sara llena de planes y de pasión, feroz e indomable, Sara.

Sara Torres Marrero murió el 18 de marzo de 2015 en Donosti.

Fernando Savater escribe este libro, quizá su último libro, sobre la vida de Sara para que el lector “aprecie más la vida, porque ella embelleció al mundo”. “¿Para qué seguir vivo luego de que ella se fue?” Para recordarla, para que su memoria no muera. “Si yo muero quién celebrará sus gestos perdidos, su voz ya inaudible, su temple de fuego y miel, sus defectos que tanto echo de menos.” Como otros levantan monumentos y palacios de mármol en la India, en memoria de su amor, Fernando Savater hace lo que mejor sabe hacer, que es escribir. Escribir para que la memoria de Sara no se disuelva en el olvido, escribir sobre su muerte y el duelo como una de las formas del amor, es decir, de la libertad.

La peor parte, escribe Savater, no es la de la agonía de nueve meses provocada por un tumor cerebral, la peor parte es escribir este libro porque implicaba recordarla, inaccesible ya en el recuerdo. “La peor parte de mi vida consiste en tener que contar cómo fue lo mejor y cuánto de maravilloso perdí cuando se fue para siempre.” Un libro fúnebre sin duda pero también de anécdotas de viajes, de lecturas, de lucha, un libro de convivencia, de tardes pasadas en un balcón fuera del tiempo, conversando, leyendo, escribiendo, viendo películas en un pequeño monitor. Un libro sobre la muerte escrito con amor. Un libro sin plano trascendente. El libro de una muerte atea, sin redención, sin paraíso ni infierno, pero tal vez por lo mismo una muerte sin consuelo posible. Sin olvido. A falta de trascendencia (no hay alma que va al más allá), responsabilidad. Fernando Savater revisa en La peor parte su papel contra la lucha separatista. Nunca me gustó la política, dice. Al principio muchos simpatizaban con ETA porque había que estar contra el Sistema y el Sistema era Franco. Muerto el dictador, ETA se despojó de su máscara y se reveló como un proyecto totalitario, dogmático y criminal. Fernando y Sara estuvieron siempre en la primera línea en su combate contra la banda terrorista vasca. “El terrorismo llamado de manera eufemística lucha armada, era algo que condenábamos desde un comienzo sin remilgos.” Durante esos años duros, un amigo de Savater le hizo “el mejor elogio que he recibido nunca: ‘Has sido la persona que más ha hecho contra el nacionalismo separatista en este país’”. Un elogio que Savater entendió que no era para él sino para los dos, por su complicidad en el tema, por su trabajo en mancuerna, ya que Sara “no se limitaba a informarme, sino que me señalaba los temas de los que debía escribir”. Él se encargaba de dar forma a las ideas que ella le proporcionaba. Ese fue uno de los aportes de Sara Torres en una lucha que desangró a España.

Sara Torres fue amiga de las flores. El martirio de su enfermedad duró nueve meses, como una gestación cuyo fruto fue la muerte. Durante sus veladas viendo películas viejas, ella calzaba unas zapatillas con forma de pata de mono. Subía los pies al regazo de Fernando y él se las pellizcaba, las acariciaba, las besaba. Sara y Fernando no fueron “compañeros”, ni esposos, fueron 35 años novios. “¡Qué poco romántico eres, qué bruto”, le decía Pelo Cohete, autollamada así porque tuvo un tiempo el pelo punki. Rebelde y radical. Siempre atenta a ayudar a los niños y a los viejos. Fernando y Sara frente al peligro de los ideólogos asesinos. “¡No quiero que te pase nada!”, le decía ella, llorando.

El recuerdo de una vida única. La peor parte cuenta la mejor parte. Un libro sobre la muerte se convierte en un tributo de amor. “Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte”, escribió Goethe. Sara le dio, y recibió, el mejor amor, el amor correspondido. Sara amante, Sara en la política, Sara cinéfila, Sara profesora, Sara Monstruos, Sara y ETA. Sara y la terrible enfermedad. Sara y el deterioro feroz, como ella misma. Sara y el amor. Sara y la memoria. Sara en el amoroso recuerdo de Fernando Savater. ~

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