Jacques Demy (1931-1990) y Agnès Varda (1928-2019) se conocieron en el Festival de Tours; la Nochebuena de 1958, Demy llamó a la puerta de la casa de Varda, en la calle Daguerre, y a principios del año nuevo se instaló allí con la cineasta y su hija Rosalie. El matrimonio llegó en 1962, Chris Marker fue el testigo de Varda; no es que tuvieran muchas ganas de casarse, sí de librarse de las explicaciones y las complicaciones de viajar por ahí sin estar casados. El matrimonio duró oficialmente hasta la muerte de él en 1990. En cuanto a la convivencia, fue una relación compleja: en Los Ángeles, Demy se enamoró de otro hombre y aunque lo abandonó para volver a París al lado de Varda cuando ella le anunció su embarazo, volvió a reunirse con él años después, y permaneció a su lado hasta su regreso a París ya enfermo. De vuelta en Francia se instaló en la casa que había comprado años antes, en la misma calle Daguerre en la que vivía Agnès. Fue en esos últimos años en los que los dos cineastas colaboraron: Jacquot de Nantes, película que Agnès Varda dirigió a partir de los recuerdos de infancia de Jaques Demy. Es una colaboración un poco extraña, porque él se está muriendo; no hubo lugar para discusiones artísticas o de enfoque, debió de ser más bien algo de una delicadeza tremenda, un acto de amor mutuo, una despedida filmada hecha desde el respeto y el afecto más profundo.
Cineastas bajo el mismo techo
Acaba de publicarse en español la biografía de Carrie Rickey sobre la cineasta nacida en Bruselas (Circe, traducción de Jofre Homedes Beutnagel), que es mejor de lo que sugiere la insistencia en el enfoque de género. Debe de estar al caer la traducción de la de Laura Adler, publicada en Gallimard el año pasado. Adler, amiga de Varda, tuvo acceso total al archivo, y el libro cuenta con un montón de fotografías. Escucho a Adler en una charla en la Cinemateca de Tours a propósito del libro. Habla del primer amor de Varda, Valentine Schlegel, a la que Adler atribuye el empujón: la primera persona que le dijo que tenía una mirada, cuando Varda trasteaba con una cámara de fotos. Demy, según muestra la película-elegía de Varda, entró al cine a través del guiñol; sus tempranas y rudimentarias películas eran de animación.
Cuando Varda y Demy se conocieron, ella había hecho ya La Pointe-courte, una película rodada en Sète, donde su familia se había trasladado con la llegada de los nazis a Bélgica. Demy quería hacer un musical con números de baile y a todo color sobre una bailarina. La película fue mutando conforme el dinero iba adelgazando: adiós al color, adiós a los números de baile, adiós a la música, salvo la canción compuesta por Michel Legrand con letra de Varda. Demy se refería a Lola (1961) como un musical sin música.
“Las películas de Demy y las de Varda tienen muy poco en común, y menos en sus procedimientos”, escribe Rickey. Y luego cita a Rosalie Varda, que trabajó con los dos: “Tenían maneras de trabajar totalmente distintas. Jacques lo preparaba todo de antemano: la película, el guion, el montaje… Ya estaba todo en su cabeza […] Con Varda todo era fluido. Decía siempre: ‘Mi mejor ayudante es el azar.’” Adler apunta a diferencias también en cuanto a estética: en el caso de Demy, hay un gusto por la fantasía, los cuentos de hadas y la búsqueda de una ficción que estilice la realidad, que la reconstruya de algún modo, mejorándola. En El universo de Jacques Demy (Agnès Varda, 1995), Demy lui même da una pista al hablar del bombardeo de Nantes, ciudad en la que vivía, en 1943: “Cuando recuerdas algo así, y yo tengo mucha memoria, a partir de ahí, nada importa. Cuando te ocurre algo tan atroz tienes la impresión de que ya no te puede pasar nada peor. Y a partir de ahí, sueñas con una existencia ideal.” En el caso de Varda, hay una relación muy fuerte con la verdad, incluso en sus ficciones, como Cléo de 5 a 7 (la verdad está en el paso del tiempo de espera) o en Le bonheur (la familia protagonista era una familia en la vida real, la mujer y los hijos del actor protagonista, Jean-Claude Drouot). Esa tendencia casi opuesta en cada uno de los dos se afianzó y se llevó más lejos: él cada vez hacía películas más de cuento (Piel de asno, 1970), ella coqueteaba con el documental para terminar por dar con un género híbrido y personalísimo (Los espigadores y la espigadora; Las playas de Agnès).
Colaboraciones fallidas
Antes de Jacquot de Nantes hubo algún amago de colaboración entre ellos, más allá de alguna ayuda puntual y el apoyo constante. Varda escribió el guion de Le bonheur en 72 horas para llegar a tiempo a la solicitud de dinero en el cnc, Demy le ayudó a hacer una copia en limpio para que pudiera ser mecanografiada. Louis Aragon y Elsa Triolet le propusieron al matrimonio Demy-Varda que, coincidiendo con la publicación de los primeros tomos de las obras completas de Aragon, hicieran un documental. Cuenta Carrie Rickey que Varda aceptó, pero Demy andaba ya trabajando en Las señoritas de Rochefort con el compositor Michel Legrand y no quería distraerse. Varda hizo un corto, Elsa la rose. Ambos hablan de la primera vez que se vieron. Aragon iba con un traje negro reluciente, como un piano, dice Elsa. Se entiende que Gorki le insistiera a ella para que escribiera después de leer unas cartas de ella que estaban en un ejemplar de un libro de un pretendiente de Triolet. Aragon narra el encuentro y la historia de amor, pudieron haberse conocido unos años antes en un café berlinés, ¡malditas puertas giratorias! Los poemas de Aragon los lee Michel Piccoli, actor con el que trabajaron tanto Demy como Varda: es Simon Dame en Las señoritas de Rochefort y en Las criaturas (Agnès Varda, 1966) es el marido de Catherine Deneuve, con la que Demy trabajó en Las señoritas…, en Los paraguas de Cherburgo (1964), en Piel de asno (1970) y en una comedia cuya idea surgió de una broma entre Demy y Varda. Varda estaba embarazada, un poco harta de las náuseas y todo lo demás, bromeaba con la posibilidad de que fueran los hombres los que se embarazaran. Mastroianni y Deneuve, entonces pareja, les contaron a sus amigos que querían hacer una comedia juntos, y así nació El acontecimiento más importante desde que el hombre pisó la luna (1973), donde Mastroianni está embarazado.
Últimas voluntades
Jacques Demy vuelve a Francia, está enfermo (por deseo expreso del cineasta, se mantuvo en secreto que estaba enfermo de vih, en 2008 Angès Varda lo reveló) y escribe sus recuerdos de infancia, cuanto más escribe más recuerda. Cuenta Carrie Rickey que la lectura del material escrito “pasó a ser un ritual” entre ellos. “Al leer los recuerdos de Demy, tan ricos en imágenes, Varda le dijo que era un guion en espera de que lo dirigiese alguien, y le propuso que en vez de escribir sus memorias las filmase, pero él contestó que no se veía con fuerzas. ‘Deberías hacerlo tú’, dijo. ‘Ya, ya lo sé’, contestó ella”, y de ahí nació Jacquot de Nantes, cuyo título iba a ser Evocaciones de una vocación. La película cuenta en blanco y negro la infancia de Jacques en Nantes, en los bajos de la casa familiar estaba el taller mecánico de su padre y la peluquería de su madre; el altillo era el reino de Jacques, hermano mayor, que llevaba el nombre del abuelo muerto. El padre insiste en que vaya a una escuela de formación de mecánica, el hijo ya ha descubierto su vocación y en sus ratos libres convierte el altillo en plató y sala de montaje de sus primeras peliculillas de animación hechas con títeres.
Al filmar esos recuerdos, Varda descubre los ecos con escenas de la filmografía de Demy: mecánicos, peluqueras, frases que resuenan, la fascinación por los cuentos de hadas, en especial con Piel de asno, etc. Varda yuxtapone la reconstrucción del recuerdo, en blanco y negro, con su eco, siempre en color, y entre una y otra aparece una mano dibujada que señala. A veces, rompe la convención del blanco y negro y muestra por ejemplo el parque donde acude la familia al guiñol a todo color: el teatrillo de madera rojo aparece entre los árboles.
Pero la película no es solo el retrato del artista o de la vocación, es también una hermosa despedida filmada, en la que el lenguaje en que se da, el cine, es tan importante como la misma despedida. Jacquot de Nantes es una muestra de respeto y de profundo conocimiento y comprensión del mundo de Jacques Demy por parte de Agnès Varda; a ese universo dedicó otras dos películas: El universo de Jacques Demy y Las señoritas cumplen 25 años, con motivo del aniversario del rodaje de la película. Es curioso y emocionante que la única colaboración artística entre Demy y Varda fuera una elegía, el canto fúnebre.
Coda
Escribe Carrie Rickey que Demy “de vez en cuando se presentaba en el rodaje mientras ella filmaba la historia del niño loco por el cine […]. Hay fotos de Demy sonriendo con mirada distante en el rodaje. Antes de irse de Nantes y volver a París, Demy pudo ver lo rodado por Varda en la mesa de montaje, y la montadora, Marie-Josée Audiard, que estaba con él, informó a Varda de que había sonreído muchas veces, acordándose de cosas y reconociéndolas”.
Después Agnès Varda filmó a Jacques Demy en la playa, lleva pantalones y cazadora vaqueros y mira el mar y las olas rompiendo. ¿Dónde iba a despedirse si no? ~