Desconócete a ti mismo

Estamos en una época de relativa concienciación por la salud mental. Pero está llena de fetiches y memes e ideas recibidas.
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Cada vez que estoy mal (mal puede significar muchas cosas pero a menudo implica una pérdida de apetito por la vida, que no por seguir viviendo) recurro a una entrevista con el psicoanalista Adam Phillips en Paris Review. No me gustan mucho los psicoanalistas, o al menos los que me han tratado. El psicoanálisis, según mi experiencia, es un Bildungsroman: busca el origen del trauma y construye una historia a partir de él. Pero yo no quiero descubrir si mi ansiedad o melancolía de hoy tienen un origen (posiblemente muy cuestionable) en una dinámica tóxica que tenía con mi madre o en que mi padre no venía a mis partidos de fútbol (esto es una licencia poética, claro, mi padre venía a todos mis partidos). Yo lo que quiero es tener fuerzas para levantarme de la cama.

Me gusta Phillips porque no se parece a los psicoanalistas que me han tratado. No le parece que todo gire en torno al trauma o el sexo, o el trauma del sexo. No tiene una fe ciega en la terapia, por eso quizá es tan buen terapeuta. Me gustan sus tesis contra la sobreinterpretación de todo. Defiende que a menudo está bien no “pillar” la vida, “not getting it”. “No hay que asumir siempre”, escribe en su brillante ensayo “On not getting it”, incluido en su libro Missing out. In praise of the unlived life, “que hay un algo que pillar; vivir como si no lo pilláramos –adoptar el coraje de la ingenuidad propia– quizá es también pillarlo”. Y lo que menos nos tiene que preocupar pillar es a nosotros mismos. Phillips dice algo que me suelo repetir como un mantra: deja de intentar conocerte a ti mismo. Lo explica así (la entrevista es con Paul Holdengräber):

Phillips: El análisis debe hacer dos cosas que van unidas. Debe centrarse en la recuperación del apetito y en la importancia de no conocerse a uno mismo. Y estas dos cosas…

Entrevistador: ¿La importancia de no conocerse a uno mismo?

Phillips: La importancia de no conocerse a uno mismo. Los síntomas son formas de autoconocimiento. Cuando uno piensa: soy agorafóbico, soy tímido, lo que sea, son formas de autoconocimiento. Lo que hace el psicoanálisis, en el mejor de los casos, es curarte de tu autoconocimiento. Y de tu deseo de conocerte a ti mismo de esa manera coherente y narrativa. Solo puedes recuperar tu apetito, y tus apetitos, si te permites desconocerte a ti mismo.

Me recuerda a lo que dice Amartya Sen sobre la identidad. Uno no descubre su identidad sino que la construye. Y nunca deja de hacerlo. No existen las epifanías en las que uno descubre de pronto quién es, o el sentido de la vida. Me gusta también Phillips por su filosofía contra las epifanías. Exagerando un poco, una epifanía es siempre por falta de vitaminas o un golpe de calor. Como los testigos de milagros. “Estaba paseando a las cabras por el monte en agosto, hacía mucho calor y de pronto se le apareció la virgen.” Ya. Vivimos en una cultura epifánica. Nos creemos el relato de que progresamos o avanzamos como individuos a través de epifanías que nos indican qué camino tomar. Es como aplicar la concepción que tenemos de la inspiración (una especie de designio divino, un momento eureka) a la vida. Exagerando de nuevo, uno no tiene clara una decisión hasta que la toma. Es el acto lo que esclarece todo y elimina la incertidumbre.

Las epifanías son siempre individuales. Y Phillips dice que “es muy difícil sorprenderse a uno mismo en su propia mente. El vocabulario de la autocrítica es muy empobrecido y tópico. Somos más estúpidos que nunca cuando nos odiamos a nosotros mismos”. Es algo que me ha resultado muy útil con los años. Uno no deja de pensar en algo que lo come por dentro simplemente diciendo: ahora voy a redirigir mis pensamientos hacia esta otra cosa. Uno lo consigue pensando menos, en general. Suena difícil y ligeramente estúpido pero no es imposible. Hay dos maneras. Hablar con alguien, que normalmente te diga “tú estás tonto” y tú digas “pues tienes razón”. La terapia es un poco eso. Que te digan “tú estás tonto” pero con títulos universitarios colgados en la pared (y esto no es para nada un descrédito a la disciplina, al contrario). Como dice Phillips: “En tu mente, estás loco. Pero en una conversación tienes la posibilidad de no estarlo. Tu mente por sí misma está llena de ansiedades y conflictos no mediados. En una conversación, las cosas se pueden metabolizar y digerir a través de otra persona –yo te digo algo y tú me lo devuelves de diferentes formas–, mientras que te darás cuenta de que tu propia mente es muy a menudo extremadamente repetitiva.” La otra opción es cambiar de actividad. El pensamiento cambia con el cambio de actividad. Sal a correr. ¡Que te dé un poco el aire!

Y aquí entramos en un terreno delicado. Estamos en una época de relativa concienciación por la salud mental. Pero es una concienciación llena de fetiches y memes e ideas recibidas. La más común de estas ideas recibidas es un escenario como el siguiente. Le dices a alguien cercano que estás triste y te responde “pues no estés triste” o algo así. O “sal a la calle a que te dé el sol. ¿Has probado a hacer ejercicio?”. Dicho sin tacto, este consejo puede resultar contraproducente. Pero el que haya ido a terapia (y yo llevo yendo desde los doce años, por eso estoy tan jodido) sabe que un psicólogo medianamente bueno acabará tarde o temprano diciéndote algo parecido. El mío lo envuelve en terminología técnica porque sabe que me resulta atractiva. En vez de “no te rayes” dice “rebaja el engorde cognitivo”.

La concienciación con la salud mental no debería convertirse en fetichización, en construirnos jaulas desde las que gritar: ¡estamos mal! Y sobre todo: ¡Estamos mal y nunca lo entenderéis! La depresión no debería nunca ser una identidad. Es cierto que a menudo uno simplemente aprende a convivir con sus problemas de salud mental, que no los elimina completamente. Pero la cura es el proceso, y es un proceso que no acaba. Uno está siempre expulsando nuevos patógenos de su cuerpo, en un bucle eterno.

Y aquí vuelve la idea del “autoconocimiento” que critica Phillips. Del desconocerse a uno mismo. “Cuando la gente dice: ‘Soy el tipo de persona que’, siempre me derrumbo. Son fórmulas, todos tenemos unas diez fórmulas sobre quiénes somos, qué nos gusta, el tipo de gente que nos gusta, todo eso. La disparidad entre estas frases y cómo uno se experimenta a sí mismo minuto a minuto es ridícula. Es como la leyenda de un cuadro. Piensas: ‘Bueno, sí, puedo ver que se titula así. Pero hay que ver el cuadro’.” Si hubiera una moraleja en este texto sería que lo importante es centrarse en disfrutar del cuadro y olvidarse de la leyenda, que casi nunca explica nada. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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