Me gustan las novelas latinoamericanas situadas en la Bella Época porque habiendo sido criado, en buena medida, por mi abuela paterna (nacida hacia 1910), reconozco de inmediato giros idiomáticos, frases enteras y hasta cierta manera de hablar de las cosas que, pensaba yo, eran propias de aquel español de México, pero con los años de lectura las he descubierto como patrimonio continental. “Sin decir agua va”, afirmaba mi abuela. “Tú y tu hermano no van a pagar el pato”, decía también.
Así, ante Y entonces Teresa, que narra libremente (novela, no “biografía novelada”, ese engendro) la vida y muerte de Teresa Wilms Montt (1893-1921), me sentí de inmediato en casa vieja, cómodo aunque intrigado por la manera en que Arturo Fontaine (Santiago de Chile, 1952), con toda su experticia de narrador maduro y paciente, ajeno a aquellos que desperdician su talento publicando una vez al año, resolvería el destino de la chilena que se ofrendó en sacrificio a la Bella Época.
Fueron legión aquellas mujeres apenas liberadas y de plano escapistas (como Teresa) a quienes les fue imposible salvarse de la tragedia de la consunción romántica, de las relaciones tóxicas y de las enfermedades nerviosas, del desarraigo angustioso, situación donde era demasiado pronto para ser artistas plenamente dotadas y reconocidas pero muy tarde para permanecer esclavizadas al matrimonio. Algunas (Teresa lo hizo la Nochebuena de 1921) se suicidaron, como la mexicana Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), quien también en París halló incompatible su amor por José Vasconcelos con vivir privada de su pequeño hijo. A la ejemplar ucraniana de lengua francesa María Bashkirtseff (1858-1884) la consumió la tuberculosis y a la poeta lesbiana Renée Vivien (1877-1909), las drogas y la anorexia. Hubo desenlaces más felices, el de Rachilde (1860-1953), quien vivió tantos años como las novelas que escribió, protegida por un buen matrimonio o, desde luego, Colette (1873-1954): no solo se deshizo del escritorzuelo que pretendió vivir de ella, sino verdaderamente se emancipó.
No hay espacio de la novela romántica, que Fontaine restaura (respetando, por ejemplo, las dimensiones breves, folletinescas, de cada capítulo para entregarlo fresco al lector) como un arqueólogo consumado, que en Y entonces Teresa deje sin inspeccionar. Describe la bonanza salitrera de Iquique suficiente hasta para que Teresa, ya casada con Gustavo, oliese el aroma de la vida bohemia donde sobresale un Joaquín Edwards Bello (1887-1968); el encanto de una Europa accesible a los señoritos iberoamericanos para quienes Chile era “el culo del mundo”, o la solemnidad del consejo de familia que manda a encerrar a la heroína en un convento, una vez descubierto, a través de su apasionada correspondencia, su adulterio con Vicho Balmaceda (1885-1921). Se mira, no tan brevemente, el campo chileno, dirigiéndose hacia la casa de don Cloro y sus recuerdos de la Guerra del Pacífico, esa atrocidad poco conocida en Norteamérica.
Ese Iquique es vecino de Tocopilla, en el desértico norte de Chile donde, prolongándose hasta los tiempos de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, transcurre La danza de la realidad (2013), de Alejandro Jodorowsky, película inspirada en su autobiografía. Siendo tan distintos el cineasta y el novelista, el filme se contrapone, de manera esporádica e inquietante, con Y entonces Teresa. Ibáñez como ícono del autoritarismo en Jodorowsky y Arturo Alessandri Palma como prohombre liberal, ambos personajes ilustres en un Chile no tan paradisíacamente democrático. “¿Quién se encargará de las almas muertas, Pedro?”1 que salen a votar, se pregunta un personaje, contradiciendo la fantasía que de Chile se tiene en países de historia republicana menos afortunada.
En el convento, espacio que Fontaine inspecciona con rigor, pero sin privarlo de su propia dignidad gracias a la vida en el mundo que las monjas atesoran y trasmiten a la cautiva, Teresa descubre Las moradas de Santa Teresa, quien la empuja hacia otro poeta, un Vicente Huidobro, el de Las pagodas ocultas (1914). El vanguardista la rescata y la esconde en un hotel de Buenos Aires, donde Teresa aún duda si debe elegir entre su amante (a quien terminará por matar la sífilis) y sus hijas, en poder de un marido débil a la Charles Bovary, de buen corazón, pero dominado por su implacable madrastra. Hace tiempo abandoné el dogma del intencionalismo –el crítico no debe juzgar ni prejuzgar las intenciones del autor– y me asumo, a ratos, lector inocente y caprichoso, quien, en este caso, hubiese querido más protagonismo para Huidobro, pero Fontaine se atuvo a lo que fueron los hechos. No hubiera estado mal, fantasea mi espíritu novelero, una Teresa raptada por su salvador, como hizo el poeta mexicano Renato Leduc con Leonora Carrington en 1941 para sacarla de la Europa en llamas, desde Lisboa. Un Huidobro Barba Azul…
Dilatando el desenlace, jugando un poco con la impaciencia del lector, Fontaine despliega la inteligente extravagancia con la cual Teresa fecunda su amor, facilitado por la enfermedad de su abuela, que le permite trasladarse de Iquique a Santiago y encontrarse con Vicho ante una sociedad ya enterada –antes de que el marido fabrique un ardid para leer las cartas de amor– del escándalo. Al adentrarse en la personalidad de Teresa y recordando La vida doble (2010), donde una militante revolucionaria termina por ponerse al servicio de sus torturadores, se entiende que en Fontaine el dominio del balzaquiano “estudio de mujer” es una segunda naturaleza y donde su talento se expresa con mayor tino: lo que las mujeres más desean “es justo lo que matará su amor”.2 Por ello, cuando Teresa se reencuentra inevitablemente con el cuerpo frío de su marido Gustavo, va al sexo sin pasar por ternura alguna.
Al final, Teresa decide “olvidar” a Vicho (con quien como en La cartuja de Parma llega a saludar desde una torre del convento) y a sus hijas también, pero ese último es el paso en falso, abusando del láudano. La vida de escritora no puede ser la de ella y allí Fontaine no hace concesiones al prejuicio neofeminista imperante que convierte a toda autora malograda en una víctima. No había en ella, con su “escritorio portátil de nogal”, el genio ni la fortaleza de una Rachilde o de una Colette o, antes de ellas, doña Emilia Pardo Bazán. Se necesitaban algunos años para llegar a 1938, el año de Tala, de Gabriela Mistral, y de La amortajada, de María Luisa Bombal.
Terminé Y entonces Teresa, y busqué los “Recuerdos de Teresa Wilms” escritos por Joaquín Edwards Bello, recordándola en Madrid, a la vera de Ramón de Valle-Inclán, quejándose el autor de La pipa de Kif de que las revoluciones mexicanas lo estaban privando de la mejor mariguana del mundo.3 Y me seguí con Edwards Bello entrevistando a José María Vargas Vila que, como yo, nada tenía qué decir de España… hasta que el propio Edwards Bello me devolvió a Teresa viajando hacia París en la búsqueda de lo entonces inalcanzable, ser una María Bashkirtseff.4
Si como estudio de mujer el drama de La vida doble es la traición, en Y entonces Teresa se expone una doctrina que comparto. Es mentira que el amor sea ciego, lo ciego es el desamor, como se comprueba cuando uno se encuentra con un ser que dejó de amar. “El amor”, hace decir Fontaine al desastrado Vicho, “te abre una ventana, la única ventana que tenemos, creo, y puedes asomarte a lo que es esa persona. No será cierto, pero sucede. […] Yo creo que el amor alumbra la verdad de esa mujer que amas”.5
Dije arriba que, arqueólogo, Fontaine restauró una novela romántica decimonónica en su exacta apariencia. Pero desde luego no es un Felipe Trigo, ni Y entonces Teresa expresión de un virtuoso anacronismo. Tampoco es paródico como su maestro José Donoso en La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980). Se necesita haber atravesado toda la novela del siglo XX para modelar un libro que narra una vida trágica –que al mismo tiempo es parte de la novela familiar del propio Arturo Fontaine– y a la vez exponer un bosquejo plausible de la emoción amorosa. ~
Arturo Fontaine
Y entonces Teresa
Santiago de Chile, Catalonia, 2024, 376 pp.
- Arturo Fontaine, Y entonces Teresa, op. cit., p. 145.
↩︎ - Ibid., p. 260.
↩︎ - Joaquín Edwards Bello, “Recuerdos de Teresa Wilms”, en Crónicas reunidas, I (1921-1925), edición de Roberto Merino, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, 2008, pp. 149-152.
↩︎ - Edwards Bello, “María Bashkirtseff”, en Crónicas reunidas, II (1926-1930), op. cit., p. 210.
↩︎ - Fontaine, op. cit., p. 79. ↩︎