Dos poemas

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Solo ellos saben la dirección del agua,
cómo inventar su tibieza, cómo hacerla más líquida.
Hay que pararla en seco, educar su incontinencia,
llevarla al congelador.

                               Los demás la bebemos
o la codiciamos. Solo ellos se ahogan.
Ellos, los que hacen del agua algo vital,
los que tienen una sed redundante,
los que terminan tallando sus iniciales con orina
en el bloque de hielo de un mingitorio. ~

 

Así empieza: todo es futuro,
una nube que no está pero estará,
fija como un omóplato en el cielo.
El sol condesciende y sus rayos
perforan el muro de algodón,
los dedos de la mano autista
que eran un puño alzado. Y en no saberlo
está mi sobreexposición, mi drenaje.

                                                                  Empieza
por lo que no puede verse pero se verá
en su momento, que no llega.
Una fe en la imagen movida.
Una casa levantada con espanto.
Una salvación hecha de cubiertos
en desorden.

                    Uno se pierde en el camino
que empieza ahora, aquí, no siempre;
vuelve al punto en el que tocamos
el timbre para oír que ya van, no
para que nos echemos a correr.

                                                  De pronto
dejamos de aludirnos como en una teoría, y el sueño
se transforma en sueño: baja de la pintura
al movimiento rápido del ojo y descorre las nubes
hasta que el sol pone las sombras
en su lugar, donde estaban al principio.
El mismo sol que fija los huesos
y después, sin argumentos, pule. ~

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(Ciudad de México, 1979) es poeta, ensayista y traductor. Uno de sus volúmenes más recientes es Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017).


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