Mozart y el estornino

En "El estornino de Mozart", la ornitóloga Lyanda Lynn Haupt advierte la curiosa influencia de un pájaro en la obra del compositor.
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Después de los fanáticos de Taylor Swift no creo que haya escuchas más obsesionados por descubrir las claves ocultas de una pieza musical que los admiradores de Wolfgang Amadeus Mozart, cuyos intereses pasan por descifrar mensajes masónicos en la trama, los personajes e incluso el triple acorde de apertura de La flauta mágica (1791). Sin embargo, ahí donde muchos ven rastros de las bodas alquímicas, rituales de iniciación o, como sostiene la web de la “Respetable Logia Génesis”, “representaciones de cada estado del ser humano”, otros –como la ornitóloga Lyanda Lynn Haupt– advierten la curiosa influencia de un pájaro, para ser más exactos un Sturnus vulgaris, que el compositor había comprado algunos años atrás.

En El estornino de Mozart, Lynn Haupt sigue la pista a una curiosa historia que había leído en algún lado: en 1784, después de entrar a una tienda de animales de Viena, Mozart –que por ese entonces no llegaba a la treintena– había descubierto un estornino que sabía cantar la línea melódica de una de sus obras. Impresionado por ese talento, el compositor compró el estornino y se lo llevó a casa, donde convivió con él por tres años, escribió diversas composiciones en su presencia o bajo su influencia, según como se quiera ver, y al morir le organizó una sentida ceremonia fúnebre. La anécdota, a primera vista apócrifa, resulta absolutamente cierta porque el cuaderno de gastos de Mozart –del que se conservan algunas páginas facsimilares– registra no solo la fecha de compra del estornino (27 de mayo) sino también la partitura de la melodía cantada: el rondó de su Concierto para piano No. 17, que por esas fechas no se había ni siquiera estrenado.

Aunque construir un libro alrededor de este hecho –diminuto en comparación con una biografía de donde ha salido de todo: desde la película Amadeus hasta los thrillers conspirativos de Christian Jacq– parecería un mero capricho, he de reconocer que Lynn Haupt sabe relacionar las vidas de Mozart y del estornino con la suficiente compenetración para que, además de hacer plausibles varias de sus hipótesis, logre desplazar el interés inicial por el compositor hacia la fascinante naturaleza de los estorninos, pájaros adorables y catastróficos donde los haya.

Lo primero que llama la atención es la cantidad de conservacionistas, veganos y gente de bien que, en Estados Unidos, no dudaría en dejar morir a un estornino herido o, al menos, apoyar su drástica disminución poblacional, en vista de la plaga que representan para el país. “Los estorninos, junto con los gorriones y las palomas, son las únicas aves que no cuentan con ningún tipo de protección legal”, explica Lynn Haupt, quien aporta toda clase de detalles para ilustrar la capacidad destructiva de estos pájaros: no solo suponen, cada año, pérdidas por ochocientos millones de dólares debido a sus festines en campos de cultivo sino que en 1960 ocasionaron una de las mayores tragedias aéreas en la historia americana cuando un avión que salía de Boston chocó con una bandada y terminó precipitándose al mar. Lo más desconcertante del caso es que análisis posteriores determinaron que solo hubieran sido necesarios tres o cuatro estorninos demasiado cerca de los motores para poner en peligro cualquier vuelo comercial. En aquella ocasión murieron 62 personas.

Debido a la sobrepoblación, y aprovechando su fama de especie invasora, el gobierno estadounidense ha emprendido cruzadas anuales para asesinarlos que alcanzan el millón de muertes y que, sin embargo, no alcanzan para atenuar el problema. “Son demasiado buenos reproduciéndose y sobreviviendo”, asegura la autora, que, en su afán por comprender la admiración de Mozart hacia un ave común, se roba un ejemplar de un nido y se lo lleva a vivir con ella. En la coexistencia diaria, Lynn Haupt descubre a un animal inteligentísimo y dotado para el canto, que además de imitar voces humanas y otros ruidos del entorno, muestra un profundo interés por las actividades de su anfitriona pero no mucho en realidad por la música de Mozart (prefiere, según ella, el repertorio de Bach y el bluegrass).

Lynn Haupt imagina cómo sería el hogar de los Mozart durante los “años del estornino” y, basada en testimonios de amigos e invitados, advierte el ambiente poco sosegado en el que se desenvolvía el compositor. No solo los hijos hacían mucho ruido en la casa de la familia sino que, de acuerdo con algunos biógrafos, el propio Mozart parecía necesitar de un ajetreo constante para alentar su creatividad. Los cantos del estornino, de este modo, no desentonaban con las conversaciones, las risas, las prácticas de los estudiantes o los ensayos. En un diario personal, uno de los parientes de Mozart describe cómo el compositor tocó durante alguna visita “pasajes dificilísimos [entrelazados] con temas preciosos [mientras] su esposa cortaba plumillas para el copista, un alumno componía, un niño de cuatro años se paseaba por el jardín y cantaba”. El diarista concluye que “todo lo que rodeaba a este hombre espléndido era musical”.

Una vez comprendido el entorno sonoro de Mozart, Lynn Haupt asegura que un compositor tan dotado como él difícilmente desaprovecharía las cualidades musicales de su estornino. Para demostrarlo consulta a algunos especialistas y observa con atención los cantos de su propio ejemplar, con el afán de identificar el tipo de “música” de aquella especie. A su modo de ver, Mozart no solo integró a su pequeña ave a la vida familiar, sino que le rindió sendos homenajes con la composición K 522, conocida también como Una broma musical, y de manera más significativa con el personaje de Papageno, el alegre cazador de aves de La flauta mágica.

La Broma musical –para dos trompas, dos violines, viola y bajo– es, de acuerdo con Lynn Haupt, “una anomalía mozartiana, que da bandazos alocados e imprevisibles y está salpicada de accidentes discordantes”, peculiaridad que ha desquiciado a los estudiosos, muchos de los cuales piensan que se trata de una burla contra los compositores incompetentes de su época. Incluso el prestigioso sello discográfico Deutsche Grammophon describe la obra –¡en el propio álbum que le dedica!– como “la unión torpe, desproporcionada e ilógica de un material poco inspirado”. Pero ¿qué significaba? ¿El compositor había perdido la cabeza? ¿Estaba lidiando con la reciente muerte de su padre Leopold? ¿Contenía algún mensaje secreto dirigido a los masones o a los reptilianos? Para la autora la respuesta es mucho más sencilla si uno le ha prestado suficiente atención al comportamiento de los estorninos. La especie –según verificó con numerosos investigadores y con su propio ejemplar– tiene la costumbre de alternar en su canto momentos melodiosos y pasajes discordantes, responder líneas melódicas fuera de tono, fracturar frases musicales en lugares inesperados y terminar de manera abrupta, exactamente los mismos vicios que los especialistas han advertido, por dos siglos, en Una broma musical. Por este motivo no es imposible que Mozart mismo haya querido reproducir en su composición los sonidos que había escuchado durante los tres años de vida de su estornino.

Páginas más adelante, Lynn Haupt estira la liga de su argumento hasta donde le dan las fuerzas cuando analiza a Papageno, uno de los personajes más conocidos de La flauta mágica, que ha sido estudiado a la luz de las ideas masónicas y filosóficas, pero no tan a menudo a partir de lo que el espectador está viendo sobre el escenario: un hombre disfrazado de pájaro. En medio de una trama en la que aparecen templos, sacerdotes y cosas por demás extrañas, este pajarero “sociable, inquieto, extravagante, ligero, dotado musicalmente, imprevisible” –es decir, la personificación misma de los estorninos– parece fuera de lugar, y su presencia ilógica ha hecho creer de nueva cuenta que Mozart estaba caricaturizando a algún enemigo. Sin embargo, bien mirado, Papageno parece todo menos un individuo por el que Mozart sintiera algún desprecio. Por el contrario, es posible advertir un sospechoso afecto hacia él, al grado de que en un artículo de 2011 titulado “La mágica humanidad de Papageno”, el entonces director de la Ópera de Seattle Speight Jenkins afirmó que, por lo que dejan ver sus cartas o el testimonio de sus conocidos, Mozart siempre anheló las mismas cosas que Papageno (“una buena vida, suficiente comida y sobre todo una buena esposa”), por lo que no es difícil que se proyectara en aquel personaje. “Con Papageno Mozart representa a la persona común”, le dijo el director a Lynn Haupt. “Papageno es Mozart.”

Aunque a más de un mozartiano les hará enarcar la ceja, es evidente que el libro de esta ornitóloga metida a investigadora musical ayuda a cuestionar algunas ideas heredadas en torno al prolífico compositor, en especial aquella que desprecia el lugar de la naturaleza en su obra (así lo creía Thomas Mann, por ejemplo). Pero hace algo más: al contrastar el trato hacia los estorninos en la Viena de Mozart y en la Norteamérica actual, y también al poner frente a frente la simpatía que despiertan en lo individual y el pavor que hacen sentir en lo colectivo, Lynn Haupt plantea reconsiderar las relaciones que los humanos tenemos con las otras especies de este planeta y que, superando tópicos como la mera explotación o el mea culpa, pueden ser de sincero amor y cooperación creativa. ~

Lyanda Lynn Haupt
El estornino de Mozart
Traducción de Magdalena Palmer
Madrid, Capitán Swing, 2023, 250 pp.

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es músico y escritor. Es editor responsable de Letras Libres (México). Este año, Turner pondrá en circulación Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles.


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