La literatura de José Agustín, sin epítetos

"La tumba" y "De perfil" podrán ser divertidas (lo son), pero también son novelas muy bien construidas y coherentes; retratos muy sólidos de la realidad mexicana.
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Hay autores a los que, por azar, por malas lecturas, por la ley del menor esfuerzo, se les cataloga de una vez y para siempre; los ejemplos sobran, pero hoy solo quiero referirme al caso de José Agustín (1944-2024). Por el desparpajo de su primera novela, La tumba (1964),

{{La tumba, Ediciones Mester, 1964, 94 pp.; y diferentes reediciones: Colección Los Nuevos Valores, Editorial Novaro, 2ª edición, 1967, 141 pp., con once opiniones de diversos escritores, entre otras la de Juan Rulfo sacada de contexto; otra edición de Grijalbo, 1977, 99 pp.; una definitiva de Debolsillo, 2022, 144 pp., con prólogo de Carlos Velázquez, uno de sus mejores discípulos.}}

 se le tildó de perpetuo joven, relajiento, apegado al rock por encima de toda la música, y atento a la temática eternamente juvenil. Aunque desconcertó a la crítica, desde siempre se le vinculó al Jean-Paul Sartre de El muro, no al de La náusea, novela existencialista que marcó a una generación de autores y lectores ávidos de expresar sus vivencias a través de sensaciones, precisamente como Gabriel Guía, el protagonista narrador de La tumba, quien transita del relajo y la diversión a la angustia y la incertidumbre. Sentimientos que los lectores (y algún crítico) pensaron que lo conducirían al desamparo, si no es que al suicidio.

Esa novela que se lee de una sentada –no solo por lo breve sino por la prosa vertiginosa– sirvió para, malamente, etiquetar al autor. Un libro que retrata mundos dispares y donde destaca su ímpetu por la sensualidad (corporal, verbal), así como la relación de los adolescentes con el mundo adulto que pende como una amenaza sobre ellos. ¿De dónde sale lo vertiginoso de esa prosa, de dónde la sorpresa ante acontecimientos que también son cotidianos, de dónde lo impactante de hechos que para cualquiera que no sea GG son comunes? No es una literatura nacida del rock –aunque para Agustín esa música era importante, como para cualquier lector de la edad del autor–, es una prosa nacida del teatro, donde no hay segundas oportunidades; de ahí las escenas breves y contundentes, la ambigüedad del final, los diálogos cortantes y las anécdotas inconclusas.

Es, sí, una novela breve que, a sesenta años de su aparición, sigue causando un impacto profundo en lectores que tienen la edad que tenía Agustín cuando la publicó con el entusiasmo de sus primeros editores (Juan José Arreola y Luis Guillermo Piazza); sigue siendo libro de texto en preparatoria; sigue siendo ágil y divertida más de medio siglo después, lo cual es sumamente meritorio. En septiembre de 1966, en pleno auge de La tumba, apareció en Joaquín Mortiz su segunda novela y uno de los libros fundamentales de la segunda mitad del siglo XX: De perfil. En una de sus notas críticas, Huberto Batis se burló de Emmanuel Carballo porque este aseguró que dicha obra era tan importante, en el ámbito mexicano, como La región más transparente de Carlos Fuentes.

Vistas ambas novelas, a 58 años de la aparición de De perfil, vale la pena detenerse en algunos aspectos de ellas: ninguna sigue una estructura lineal y, a tropezones, entre capítulos pasan a situaciones inesperadas, saltan de uno a otro personaje, juegan con el lenguaje y con el idioma, se burlan de las convenciones, hacen referencias a gustos musicales de su época (Fuentes con el mambo y los primeros chachachás, Agustín con los roquitos inocentes y con el más agresivo rock estadounidense); aparecen mujeres retando las convenciones sociales, incitando la sexualidad de sus compañeros de fiestas, agrediendo la apocada sexualidad masculina; en ambas novelas los protagonistas invaden territorios ajenos a los que acostumbra la clase media y se ven envueltos en situaciones agresivas (los de Fuentes en cantinas donde se burlan de su sexualidad, los de Agustín en robos menores), asisten a fiestas en barrios proletarios donde se burlan de su refinamiento y de su vestimenta “popof” mientras los demás visten ropa corriente; en ambas los personajes se ven envueltos en peleas imprevistas; en ambas los protagonistas tienen intercambio verbal con las trabajadoras de una casa de citas (centros que acogen a miembros de distintos estratos socioeconómicos) y ambos autores usan la palabra “prostiputas”; en ambos casos regresan a sus ámbitos familiares, transformados y listos para dinamitar la atmósfera hogareña. En las dos, los personajes centrales se sienten más a gusto con gente de clases menos favorecidas que en su entorno social.

En ambas novelas el lenguaje es un personaje extra utilizado por protagonistas que no pueden sentirse a gusto con sus iguales; hay juegos en que ambos novelistas invaden el terreno del otro. Ambas dinamitan la estructura narrativa (la invierten, la revierten, comienzan por el medio, el final está un capítulo antes de que termine el libro que acaba cuando el protagonista está por empezar a vivir (Fuentes) o cuando está naciendo (Agustín). Además de fiestas en lugares ajenos a la idiosincrasia de los protagonistas, hay algunas rarezas en común: en La región más transparente se cita de pasada al bateador Beto Ávila con un elogio muy merecido; en De perfil uno de los protagonistas lleva el nombre de un beisbolista muy reconocido en las fechas en que circuló por primera vez el libro: Ricardo Garza (jardín izquierdo de los Tigres de México).

Más: en ambas novelas se mencionan sitios de moda cuando aparecieron. En La región se habla de cantinas céntricas, de una librería en avenida Juárez (¿Porrúa, Zaplana?) en donde uno de los protagonistas adquiere El laberinto de la soledad (se refiere a la versión publicada por Cuadernos Americanos en 1949); en De perfil se habla de los pecaminosos cafés cantantes tan odiados por Ernesto P. Uruchurtu, incluso cae una razia y se lleva prisioneros a muchos asistentes, aunque no al protagonista. En la novela de Fuentes hay menciones a políticos del momento (lo mismo que en la de Agustín) y a sucesos importantes (en Fuentes, la vuelta al país de los braceros que fueron a los Estados Unidos a suplir a los trabajadores, sobre todo agrícolas, que se habían ido a la guerra; en De perfil hay aglomeraciones por tratar de ingresar a la UNAM, a las nuevas prepas, ataques de porros, detenciones arbitrarias); si Fuentes se burla de los intelectuales de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, Agustín chotea a los intelectuales del Colmex con corte de pelo a la brush que analizan las obras de moda y juegan trivia; si en la obra de Fuentes hay retratos crueles de algunos escritores sobresalientes por esas fechas (Emilio Uranga, Agustín Yáñez; en realidad solo hay elogios discretos a Octavio Paz), en la de Agustín hay retratos crueles de intelectuales amigos del novelista (¿Avilés Fabila, por ejemplo?); en ambas se habla de psicoanálisis, con distancia respetuosa (Fuentes) o de choteo (Agustín).

En las dos hay un erotismo desbordado: las alusiones a la sensual Tongolele en La región…, la Queta Johnson de De perfil parece el retrato de alguna actriz de moda en los sesenta (tanto Julissa como Angélica María reclamaron ser modelo del personaje). El puente de Nonoalco es personaje-paisaje de La región más transparente y escenario del discurso de Ixca Cienfuegos, conciencia de la novela; en De perfil,Esteban, primo del Personaje Sin Nombre, es golpeado y perseguido en el aquel entonces casi novedoso Viaducto Piedad, límite de colonias de clase media (Narvarte) y proletarias (Doctores).

En ambas hay imprecisiones geográficas y temporales: hay agresiones en una cantina que nunca estuvo en San Juan de Letrán (Fuentes) y papá Humberto va con su hijo al Puerto de Liverpool al centro, cuando ya existía desde 1962 la sucursal en Insurgentes, colonia del Valle, por donde vive el personaje principal (en la novela se habla de las “nuevas” prepas, que son de 1965). Otra imprecisión de Fuentes se nota en el fragmento incluido en la colección Voz Viva de México cuando se habla de la reina del rocanrol (¿Gloria Ríos?), aunque la novela acaba en 1952. También se habla de bikinis, aunque estos hayan comenzado a usarse a mediados de la década de los cincuenta.

Hay otra coincidencia entre ambas novelas y ambos autores que no fue ni su culpa ni su responsabilidad: las dos aparecieron meses antes de que estallaran crisis políticas y sociales en el país. La región más transparente surge cuando están por comenzar diversas huelgas (maestros, electricistas, telegrafistas, ferrocarrileros) o situaciones tensas (con estudiantes, como consecuencia del alza al transporte) que obligaron a los gobiernos de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos a enderezar, o suavizar, su relación con líderes y trabajadores. De perfil se publica cuando hay tensión con estudiantes y entra el ejército a la Universidad Nicolaíta; en el auge de la novela estalla el Movimiento Estudiantil en la UNAM, el IPN y otros centros estudiantiles. Uno de los momentos cumbre de ese movimiento, el 13 de septiembre de 1968, hace que José Agustín suspenda su participación en el ciclo “Los narradores ante el público”; muchos de los manifestantes llevan en la mano ejemplares de De perfil o la recién aparecida Inventando que sueño, libro de relatos que de nuevo apuesta por cambios de estructura, lenguaje, anécdotas y hasta de diseño. Fuentes y José Agustín –no los únicos, sí los más visibles– fueron tomados como referencia de la relación de los escritores con el poder.

Los dos primeros libros narrativos de José Agustín (porque llegó otro, La nueva música clásica, publicado nada menos que por el sector juvenil del PRI, que también editó a Agustín Yáñez, Rosario Castellanos y Emmanuel Carballo, entre otros) mostraron un ímpetu propio de la juventud, de un lenguaje eficaz, arrogante y fresco. Además, la abundancia de personajes juveniles y temas como la inconformidad con el orden en la familia, los amigos y las escuelas, lo hicieron muy popular. Esto ocasionó que se leyera con prejuicios y que muchos lectores esperaran encontrarse con chistes, albures (y autoalbures muy divertidos, véase “¿Cuál es la onda?” de Inventando que sueño).

Así como en La región más transparente hay fragmentos de canciones de moda en los años cincuenta (entre otras, una completamente olvidada, pero que en aquella época se cantaba en todos lados: “Píntame de colores pa’ que me llamen Supermán”), además de una influencia muy poderosa de la excelente poesía que se escribía en México entonces, en De perfil y en subsiguientes títulos de José Agustín hay mucha música: el autor recurre al rock mediante las citas de canciones populares, aunque muchas veces deforma las letras originales. Sus referencias a distintas piezas de The Beatles, The Rolling Stones, The Doors y otros grupos nos recuerdan que esa fue la poesía en los años sesenta y setenta en el mundo occidental.

Hubo algo que encasilló a José Agustín: sus lectores esperaban que sus textos retrataran a los adolescentes que despertaban a la vida. Sin embargo, varios de sus textos los pueblan personajes mayores que sufren los problemas de la vida adulta (inseguridad económica, social, amorosa). En alguna de sus historias, por ejemplo, un hombre viaja para recuperar a su esposa, becaria en una universidad del extranjero, y para ello recurre a chantajes, amenazas y violencia contra el profesor que la está seduciendo.

Vale destacar que José Agustín nunca dejó de experimentar con estructuras: Abolición de la propiedad (Joaquín Mortiz, 1969) varía entre la narrativa y el teatro, además cierto personaje lleva el nombre de uno de De perfil (y, sí, hay intención política); en Se está haciendo tarde (de la que hay dos versiones) la mitad de la obra narra una persecución policial en Acapulco, con muchos detalles de ironía, de sexualidad, referencia a novelas contemporáneas; El rey se acerca a su templo (Grijalbo, 1978), compuesta por dos versiones de una misma historia, obliga al lector a volver de cabeza el libro para pasar de una historia a otra aunque comparten personajes y escenarios; Dos horas de sol (Seix Barral, 1994) se adelanta a los tiempos actuales y Acapulco se convierte en una metáfora que desnuda la corrupción de políticos y empresarios con una crudeza que, sin embargo, vuelve a utilizar el humor con una eficacia verbal que aturde al lector desatento.

Aunque publicó diversos volúmenes de cuentos, que rehacía una y otra vez, su obra es esencialmente novelística: su gran proyecto final, una trilogía que retrataría la vida contemporánea de la Ciudad de México, quedó trunca. Aparecieron las dos primeras entregas: Vida con mi viuda Armablanca (en donde se retrata a un escritor, basado en José Revueltas, quien fuera perseguido por su apoyo al Movimiento Estudiantil de 1968 y, por unos meses, compañero de Agustín en Lecumberri). En ellas, sin perder su agilidad, su uso de los verbos siempre inesperados y su ritmo vertiginoso, Agustín hace un retrato crudo de los políticos y de la intelectualidad dubitativa; dispara adjetivos que sorprenden, pero nunca interrumpen la narración; emplea un lenguaje subversivo que incita al lector a ver su entorno con ojos críticos; elabora retratos femeninos excitantes, aunque no necesariamente eróticos, donde ellas nunca pierden la sensualidad.

Aquí hay que hacer un paréntesis: aunque sus libros están narrados desde el punto de vista masculino, el mundo cambia cuando aparecen mujeres. Cuando les cede la palabra, el ritmo se vuelve más lento y cálido y hay que poner atención: de Queta Johnson a Carmen hay una continuidad que nos obliga a entender que ellas son las que modifican el mundo, las que aportan la sensualidad. A lo largo de toda su obra narrativa se describen amores, con lentitud o con prisa, pero siempre con un ritmo muy diferente y perturbador. Un ejemplo cinematográfico: Angélica María, diva del rocanrol mexicano, aparecía en las cintas como un niña ñoña, sin chiste, bailando sin gracia, pero en las tres cintas con guion o dirección de José Agustín es bella, pícara, divertida, sugerente, perturbadora, erótica. Asimismo, Macaria, en los programas de televisión creados por Agustín, se veía divertida y llamaba la atención. En las novelas los hombres se ven envueltos en líos inesperados. Son retratos de proletarios, por así decirlo, y su lenguaje los captura sin estratificarlos; pertenecen a esa clase media sin aspiraciones que, de pronto, tiene que tomar decisiones abruptas.

José Agustín es novelista, pero sus libros de relatos no son novelas inconclusas, son historias con un principio y un fin (aunque quedan abiertas a muchas posibilidades de un cierre distinto); en ellas irrumpen referencias a otros autores de su misma generación, se asestan adjetivos a políticos y empresarios, se retoman personajes de otras narraciones o de la vida real (Gustavo Sainz –más dado a la experimentación–, Parménides García Saldaña, sus hermanos, su esposa, sus actores, productores y editores), José Agustín alburea al lector y plantea retos no siempre visibles. Por ejemplo, citó muchas veces uno de sus libros de cabecera, The catcher in the rye (El guardián entre el centeno), y pocos advirtieron que De perfil comienza con una escena muy parecida a la novela de J. D. Salinger. Su espíritu permea toda la novela y se extiende a otros relatos. También con mucha frecuencia hace referencias al cine, sea por el parecido de sus personajes con ciertos actores o por alguna escena inolvidable.

Sus libros son muy divertidos, pero más por el tono que por escenas cómicas: hay humor en lo inesperado, en las observaciones del autor que casi siempre interviene. No deja al lector en paz, le ofrece pistas, le señala por dónde debe de ir, a quién se refiere con esos personajes o las personas reales que aparecen (aparecemos) como bits o cameos en películas célebres (como Roberto Cañedo en El tesoro de la Sierra Madre). Si bien no siempre aclara los orígenes de sus historias, los detonantes trascienden la época en que se escribieron o se publicaron.

Su bibliografía es tan complicada como la discografía de The Rolling Stones: comprende textos ricos, estimulantes, que hay que leer y reordenar. En todos hay relajo, bromas privadas, referencias a otros escritores afines o no al autor; referencias que al pasar de un libro a otro cambian de sentido, ataques que se vuelven bromas o dedicatorias. Tiene además otros libros misceláneos sobre música, pintura o cine, donde los adjetivos describen, no califican, y son complemento de su narrativa.

Pero regresemos al principio: La tumba y De perfil podrán ser divertidas (lo son), pero también son novelas muy bien construidas y coherentes. Es cierto que mueven a la carcajada, pero, si prestamos atención, también revelan asuntos más serios. Por eso, más que simplemente leerlas, hay que releerlas para comprobar que son retratos muy sólidos de la realidad mexicana: espacios habitados por jóvenes que siguen siendo jóvenes cincuenta años después gracias a la literatura. ~

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