“El balance de Castro en el poder no ha sido positivo para el pueblo”. Entrevista a Lillian Guerra

En la Cuba de Fidel Castro todo -desde la cultura hasta la economía- parecía estar al servicio de la Revolución. Tres expertos explican algunas de las claves y contradicciones del régimen.
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Lillian Guerra es autora de uno de los libros más importantes sobre la historia de la Revolución cubana, Visions of power in Cuba. Revolution, redemption, and resistance, 1959-1971, que cuenta cómo se construyó la dictadura más larga de la historia latinoamericana. Trabaja en un nuevo libro, Héroes, mártires y mesías políticos en la Cuba revolucionaria, 1946-1958, que aparecerá en 2017 bajo el sello Yale University Press.

 

Durante el régimen de Batista se generaron muchos grupos de opositores. Sin embargo, Fidel Castro logró imponerse como el líder histórico de esa lucha. ¿Cómo se apoderó de la imagen de un movimiento tan diverso?

Fue una estrategia deliberada. Las distintas fracciones y grupos en contra de la dictadura pensaron que la manera más eficaz de combatir a Batista era poner a otra figura que encarnara al movimiento completo. Era un movimiento numeroso, pero anónimo, nadie conocía los nombres de esas personas porque podían ser el blanco de la represión de los grupos de inteligencia de Batista. La única forma de combatirlo, pensaron, era con un representante único que se enfrentara al dictador. Esa persona es Fidel Castro.

La percepción en ese momento era que Castro no estaba interesado en el poder. Él había elegido la oposición y la lucha cuando habría podido ser parte de la élite política de Batista. Castro provenía de una familia adinerada y habría podido emprender una carrera política ambiciosa en el gobierno cubano de entonces, como su cuñado Rafael Díaz-Balart, que fue secretario del Interior. Sin embargo, decide “sacrificarse” por la patria. Esta imagen se cristalizó después del asalto al cuartel Moncada en 1953. Ahora se ha olvidado, pero en ese momento a los que participaron en el asalto se les llamaba “los muchachitos de Moncada”: la prensa y los cubanos entendían que eran chicos jóvenes, Fidel mismo era solo un muchacho. El idealismo que lo había llevado a hacer un acto tan mal planificado revelaba una inocencia política que lo hacía casi entrañable, y eso Fidel Castro lo utilizó hasta la muerte.

Fidel se estableció finalmente como líder histórico de la Revolución y otros personajes, que eran más conocidos que él, se fueron olvidando.

Cuando triunfa la Revolución, en enero de 1959, Batista huye de Cuba y se establece un gobierno al mando de un liberal, Manuel Urrutia. Al principio Castro no formó parte del gobierno.

En ese primer mes, Fidel Castro no dejó de asumir una postura humilde, decía que no iba a tomar las riendas a pesar de su popularidad. En Sierra Maestra, en la guerrilla, había escrito cartas diciendo que era muy joven para ser presidente. En la primera conferencia de prensa al llegar a La Habana dice que no le interesa el poder.

La vida política de Fidel Castro se puede considerar una manipulación constante de las emociones del pueblo y de la necesidad de ver cumplida su lucha por la soberanía nacional, y de la imagen creada (y orquestada en los siguientes años por el Estado) de una masa unida de millones de personas dispuestas a justificar cualquier medida a costo de sus propias libertades.

Cuando triunfa la Revolución, Castro designa a Manuel Urrutia como presidente, que, a su vez, nombra a José Miró Cardona primer ministro. Sin embargo, este renuncia en febrero y en su lugar Castro entra formalmente al nuevo gobierno revolucionario. Desde ese momento hasta 2006 no abandonó el poder.

En esos primeros días, Fidel Castro y el gobierno de Urrutia insisten en que no hay influencia comunista en Cuba. De hecho, parecía que se instauraría un gobierno democrático. ¿Cómo se da la transformación?

Fidel cambió de ideas tanto como le fue posible. También decidió hacer caso a los más radicales de su movimiento: el Che Guevara –el intelectual– y Raúl –el ideológicamente ambicioso–. El Che nunca fue comunista, aunque sí manejó ideas comunistas. El Che y Raúl tenían en común la certeza de que la única manera de lograr una soberanía real en Cuba era con el avance de un movimiento con características comunistas. Raúl Castro fue comunista desde joven, esto se sabe tanto por las memorias de su hermana, Juanita Castro, como por las de Lionel Soto, comunista y asesor de Fidel, autor de De la historia y la memoria, un libro en tres tomos que se prohibió en Cuba. Juanita era la contadora de la familia y relata que tenía que darle dinero a Raúl para su viaje a Viena, cuando asistió a la reunión de la Conferencia Mundial por los Derechos de la Juventud, organizada por la Unión Soviética en 1953, y para su viaje por Europa del Este después de haber participado en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Bucarest. Desde entonces, Raúl quedó fascinado con el proyecto estalinista y por la utopía socialista comunista. Raúl no olvidó nunca las fórmulas que utilizaron los soviéticos para controlar al pueblo. Lionel Soto escribió en el primer tomo de De la historia y la memoria: “Una de las películas exhibidas trataba acerca de los métodos utilizados por el Partido Comunista para reeducar a los terratenientes chinos […] Creo que Raúl asimiló muy bien aquella y muchas otras experiencias vividas en Rumania.”

Al principio de la Revolución, Raúl dio una entrevista a la revista Bohemia en la que revela que nunca se iba a acomodar a un proyecto más moderado. Lo más importante de la entrevista era su radicalidad: dejaba ver a un hombre que había matado a muchas personas sin un juicio de por medio y que decía que si era necesario matar a más personas, había que matarlas. Era evidente que Raúl no creía en un gobierno plural. Fidel, en cambio, siempre tuvo interés en dejarle pensar al pueblo que tenía un cierto papel.

Fidel no se declaró comunista sino hasta diciembre de 1961. Pero su acercamiento al comunismo empezó desde julio de 1959. Los miembros del gabinete del 26 de Julio y el presidente Urrutia hablaban abiertamente en contra del Partido Comunista de Cuba (PCC), que no se había unido a la lucha contra Batista. En ese momento el gobierno de Urrutia apoyaba el proyecto de soberanía nacional frente a Estados Unidos, pero se distanció de los comunistas. En julio, Urrutia dijo a la prensa que el gobierno era “anticomunista”. Poco después, Urrutia se vio forzado a renunciar, su error fue designarse “anticomunista”. A partir de ahí, el gobierno comenzó a acercarse cada vez más al PCC –que hasta ese momento había sido un partido pequeño y desorganizado, que nunca se opuso a la dictadura de Batista–. Varios afiliados al PCC se fueron infiltrando en los organismos del Estado, particularmente las fuerzas armadas revolucionarias.

La idea de hacer un proyecto democrático se acabó en octubre, cuando Huber Matos, el gran comandante del 26 de Julio, renunció por la influencia cada vez mayor de los comunistas en el gobierno. Fidel lo acusó de traición y lo encarceló por veinte años en un juicio en el que él mismo sirvió de fiscal y de juez.

A finales de 1959, la economía parecía ir bien y la gente estaba contenta, pero no se daban cuenta de que su gobierno ya no estaba en sus manos, ni en las de la gente del 26 de Julio, los combatientes originales contra Batista. El gobierno le pertenecía a Fidel y a un grupo minúsculo: el Che, Raúl, Vilma Espín y un puñado de miembros del PCC.

¿Fueron traicionadas las ideas originales de la Revolución?

En 1960, Fidel se propuso eliminar la prensa. Durante la historia moderna de Cuba la prensa era libre. Esto es tan verdadero en la época Batista como en la de Gerardo Machado. Durante el régimen de Batista había más de ciento veinte revistas y periódicos independientes. Había publicaciones que recibían dinero del gobierno, pero todos sabían cuáles eran. La prensa desapareció por completo en los primeros seis meses de 1960. Se cerró el periódico de la ultraderecha, Diario de la Marina, también el periódico más leído, Prensa Libre, una publicación de centro izquierda, y El Mundo, porque decían que el dueño era gente de Batista. Para agosto de ese año ya solo quedaba un diario nacional, La Información.

Los sindicatos a nivel local estaban ya en manos de comunistas encubiertos, las huelgas se habían prohibido desde marzo de 1959 y no había prensa que no fuera estatal: se habían cancelado todas las formas de protesta. Cuando Fidel nacionalizó la compañía de petróleo, la mayoría de los cubanos pensó que cumplía con el proyecto original de la Revolución para reivindicar el nacionalismo. Estados Unidos empezó a distanciarse y la Unión Soviética a acercarse. Y ahí comenzó un proceso muy rápido de radicalización. En agosto de ese año se nacionalizaron todas las empresas extranjeras y en noviembre todas las empresas grandes y medianas pasaron a manos del Estado.

¿Empezó a haber desencanto?

La gran mayoría de los cubanos apoyó a Fidel Castro porque pensaba que el motor de su proyecto era el rechazo al imperialismo, y Castro argumentaba que todas las medidas que se habían tomado eran por culpa de Estados Unidos. Y no estaba mintiendo, aunque exageraba. La mayor parte de la ciudadanía justificó las medidas de Fidel. La clase media cubana era de izquierda: había una tradición marcada por las ideas de José Martí y por una lucha a favor de la abolición de la esclavitud y la independencia. Luego, Estados Unidos ocupó militarmente la isla e impidió que Cuba participara en las negociaciones de paz con España. Una generación vio cómo la soberanía de Cuba se transfería de España a Estados Unidos. El pueblo cubano nun- ca dejó de ser antiimperialista. Castro lo sabía.

Se suele pasar por alto que la gente había invertido muchas esperanzas no solo en la salida de Batista sino en lograr un triunfo sobre el pasado colonial. Algunas personas pueden pensar que le han lavado el cerebro al cubano promedio. Estoy en desacuerdo, todavía a finales de los sesenta muchos cubanos justificaban los excesos de poder de Castro argumentando que eran males necesarios para conseguir una soberanía largamente postergada.

La desilusión de un gran porcentaje de los cubanos empezó cuando advirtieron que esos excesos distaban mucho de ser medidas temporales. A principios de los setenta comenzaron a pasarse leyes similares a las leyes de la dictadura que habían derrocado. Para ese momento ya estaba montada una estructura de vigilancia de la población civil, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), que supuestamente sería temporal. En 1975 entró en marcha una Constitución que echó por la ventana el proyecto democrático, inclusivo y plural de la Constitución del 40, promovida por la oposición de Batista y que era asombrosamente progresista. Era demasiado tarde para que la primera generación de cubanos revolucionarios pudiera echar la máquina para atrás. La máquina está impulsada en una sola dirección, la dirección de Fidel Castro y la URSS.

Con las vías de protesta suprimidas, ¿cómo se manifestaba el disenso o la desilusión por Castro?

Quedaron solo dos maneras de hacer patente su descontento: el exilio y sabotear la economía. El primer exilio masivo se dio entre 1965 y 1972. Y en el campo había un ausentismo feroz.

Fidel reconoció la resistencia del pueblo a todas las políticas del Estado, porque a finales de los sesenta decretó la instauración de una Ofensiva Revolucionaria que consistía en cerrar las pequeñas industrias, con lo que se hacía ilegal cualquier intercambio a pequeña escala. Declaró que ya no se vendería alcohol y anunció la creación de un proyecto colectivo, la zafra de los diez millones. También se informó que ese año tendría dieciocho meses y no habría Navidad o “pascuas socialistas”, como se les decía.

Por último, Castro anunció la obligación de que todos los ciudadanos se registraran en el Comité de Defensa de la Revolución, supuestamente para impedir que Estados Unidos pudiera llevar a cabo una contrarrevolución. Llegó a decir que cada cubano sería un agente de inteligencia: como miembro de tu CDR debías vigilar a tu familia, a tus vecinos, pero, más importante –y ahí empieza una gran política que no termina hasta 1989–, a ti mismo: se debía eliminar la inclinación natural a la duda. Comienza una cultura de estudio riguroso de los discursos de Fidel Castro con la idea de suprimir la duda. El gran enemigo de la Revolución de Castro era la duda, porque inspiraba al desacuerdo y le quitaba fuerza a la Revolución. Fidel quería manejar la economía del país como si fuera su propia finca. Ante el exilio y el sabotaje económico la respuesta fue “más revolución”.

Cuba se presentaba como un Estado obrero, pero los trabajadores no tenían ninguna manera legítima de hacerse escuchar. Cada vez que nacía un niño en Cuba, el Comité de Defensa abría un fichero secreto, una evaluación política que no podía ser cuestionada y que lo perseguía hasta su muerte. Los padres aprendieron a no criticar a Castro ni al Estado frente a sus hijos por temor a que dijeran algo en la escuela o a que ellos mismos empezaran a dudar. Los costos de la inconformidad y la crítica podían ser altos: significaba ir o no a la universidad, conseguir una promoción o estancarse.

En los años ochenta, en Cuba no pasó nada: no hubo glásnost, pero después de treinta años de fracaso Fidel abandonó algunas de sus ideas para abrazar a inversionistas extranjeros y crear un capitalismo de Estado que beneficiaba a una élite. Esto provocó mayor desaliento e ilegitimidad y los CDR dejaron de funcionar. Los cubanos crearon una economía basada en las resistencias: roban del Estado todo lo que pueden. El mercado negro es la forma en la que con más éxito ha podido resistir el ciudadano.

¿Cuáles son los saldos del régimen de Fidel Castro?

El balance de Castro en el poder no ha sido positivo para el pueblo. Fue cancelando poco a poco cualquier voz de disenso y de crítica, y quitó la posibilidad de crear una democracia en Cuba. La única válvula de escape que dejó, que sigue hoy, es salir de la isla. Con su experimento totalitario decapitó completamente a la sociedad y provocó un exilio de cientos de miles de personas. También el gobierno ha asegurado que el pueblo permanezca ignorante de la historia. Como historiadora de la Guerra Fría veo que es innegable el papel tan ominoso de Estados Unidos en América Latina cuando respaldó dictaduras militares. Esa historia no se conoce en Cuba. No se conoce la historia de la resistencia de estos países a las dictaduras militares de la derecha. Desde inicios de los noventa, cuando el Estado comunista de Cuba empezó a depender del capitalismo, no se enseña casi nada de la historia de la Revolución cubana.

Las escuelas y el discurso nacional se enfocan en los “triunfos” de la Revolución, no en sus paradojas, ni en la parte vergonzosa en que Fidel alzaba a la URSS como faro del futuro del mundo. Eso quiere decir que la historia de la lucha contra Batista se reduce solo al heroísmo de Fidel y un grupúsculo de gente, no al heroísmo de decenas de miles de cubanos. En las escuelas se enseñan solo los acontecimientos sucedidos entre 1959 y 1961. Nada de la crisis de los misiles de 1962. No se supo que casi hubo una guerra nuclear entre Estados Unidos y la URSS sino hasta cuarenta años después, cuando no se pudo encubrir ni negar más porque Estados Unidos y la URSS desclasificaron miles de documentos. Fidel no solo tuvo que esclarecer lo que pasó sino que expresó cierto remordimiento por haber tomado la posición más radical, de “reducir la isla a cenizas” antes de rendir los misiles.

La ignorancia de la mayoría de los cubanos de la historia es tan grande que les impide formarse comparaciones indispensables para su futuro. No conocer la historia es un peligro, porque el pueblo no tendrá forma de analizar, cuando comience el inevitable fin del castrismo, cuáles son las cosas que habrá que conservar y cuáles son las cosas que Fidel Castro ha traicionado y que se deben evitar.

¿Cambió algo la muerte de Castro?

Raúl está haciendo todo lo posible para que el régimen se mantenga y supuestamente va a entregar el poder en 2018 a Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez. Pero no prometió entregar el mando sobre las fuerzas armadas. Desde que Raúl Castro llegó al poder ha cambiado el tipo de gobierno, porque si antes se había impuesto una dictadura arbitraria, ahora hay una oligarquía tradicional. Se piensa que un 10% de Cuba vive de ser parte del partido y de lo que puedan lograr dentro del gobierno, y esa parte de la población tiene mucho miedo del cambio.

El gobierno está en una posición complicada, aunque no lo admita: está deslegitimado, cada vez encuentra más resistencia en los ciudadanos y tolera más las protestas. Mi esperanza es que haya un cambio. El gobierno tendrá que negociar con los ciudadanos, y también con el pequeño sector económico privado, con los generales que manejan las industrias estatales, con los inversionistas extranjeros. Y tendrá que negociar con Estados Unidos. ~

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Ingeniero e historiador.


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