El diccionario de la rae define al clip como “Utensilio hecho con un trozo de alambre, u otro material, doblado sobre sí mismo, que sirve para sujetar papeles”.
El clip sobrevive a los cambios –digital, generacional, de diseño– y una vez alcanzada la forma perfecta, no varía en lo esencial. Es símbolo de resistencia amable.
Es posible que la palabra “clip” explique la vigencia del objeto, igual que los coches de Fórmula 1 se sostienen por las palabras que llevan estampadas en la fibra de vidrio; si bien las marcas pagan el coche, el piloto y todo lo demás, la palabra “clip” mantendría el prestigio del alambre por la magia de su sonido.
Pero el clip tiene más ventajas evolutivas propias. El ser o el objeto (ya no están muy claros los límites) que sobrevive es el que sirve para varias cosas según demandan los tiempos. El clip se ha adaptado a la era digital.
Aparte de su especialidad –sujetar papeles con firmeza pero sin la tenacidad de la grapa que deja heridas–, cumple varias funciones: es apto para el juego y el toqueteo, sirve para enredar y distraer los dedos, diluye la ansiedad y puede sustituir o aplazar el tabaco y otros ictus; en caso de nervios permite alterar su figura y pasar de dos a tres dimensiones sin esfuerzo: el clip plano muta en escultura mínima –“enhiesto surtidor de sombra y sueño”–, respeta a Euclides y evoca a Pitágoras. El clip, embrión de laberinto fácil, se erige en ciprés, tótem o pararrayos de escritorio… y va a la papelera sin quejarse porque siempre hay muchos más. Aunque hay oficinistas sentimentales que ni un clip sabrían tirar… o quizá son Bartlebys del clip.
También se ha adaptado como utillaje de espías y pillos, ganzúa para seducir grilletes y, una vez aguzado, mínima arma blanca o bisturí de urgencia. El clip contiene una aguja de coser rudimentaria. Estas habilidades y otras –como el extraer tarjetas del móvil–, y varias funciones en aparatos electrónicos, han facilitado la pervivencia del alambre multiuso, que aporta una posibilidad a cada nuevo invento. A veces, como ocurre con algunos desarrollos, es difícil distinguir entre el entretenimiento y las ventajas prácticas.
La sabiduría antigua, ya en aparente olvido, sostiene que toda forma es sagrada. Con menos énfasis podríamos admitir que toda forma significa algo y que los símbolos complementan y trascienden las utilidades. Así, uno de los enigmas del diseño ideal, acaso platónico, sería que el uso lleva implícito el significado o viceversa.
El clip tiende al bucle: no lo es pero indefinidamente lo intenta. Esa tensión es la misma que pinza el papel; es un muelle casi en dos dimensiones, un muelle de mínima torsión. Esta cualidad, firmeza plana, le da el aire entre chaise longue y piedrecilla angular del escritorio que es el universo. No sería raro que el clip tuviera relación con la divina proporción y con la serie de Fibonacci. Al desplegar un clip sin reparar en el gesto enseguida emerge la pirámide.
El clip, como símbolo del archivo adjunto en mensajes electrónicos, se ha hecho omnipresente aunque no sea de acero; se ha prodigado tanto en todos los formatos que resulta invisible; su multiplicidad lo hace inofensivo y prescindible como individuo. Siempre hay repuesto, rebaño de formas redondeadas cuyas puntas están escondidas en su interior.
Es un circuito abierto, la espiral en potencia, la galaxia en la mesa y el adn del primer día. En Noruega hay un clip de siete metros y en la Segunda Guerra Mundial, en forma de insignia de solapa, fue símbolo de la resistencia al invasor nazi. Frente la expansiva rotación de la esvástica el clip, siendo abierto, se recluye en sí mismo y se conforma con ser una línea.
Si se añade una flecha imaginaria en cada punta del clip pueden darse tres futuros:
1) Van una hacia otra: choque de trenes, enfrentamiento o atracción.
2) Apuntan en la misma dirección: pueden perseguirse sin alcanzarse (Aquiles y la tortuga), aumentar la distancia que las separa o que la segunda alcance y en su caso sobrepase a la primera.
3) Pueden partir en direcciones opuestas y no volverse a ver (excepto si el universo es una esfera… o un clip).
Estas tres opciones podrían reflejar –¡o propiciar!– ciertas situaciones que se han dado o se dan en diversas fases de la historia: colisión o encuentro; un ente va un tiempo por delante, lleva ventaja; los diversos entes evolucionan en direcciones opuestas, sin contacto entre ellos. Y la combinación de los tres esquemas. La actualidad mundial ofrece ejemplos de estos modelos y sus combinaciones y el Informe Letta sobre el mercado único de la Unión Europea no es ajeno a esta fórmula.
El clip básico es circuito abierto, por él circulan el tiempo y la electricidad, que quizá son lo mismo; es un circuito de carreras de una sola vuelta, como –de momento– la vida. No es el uroboro, la serpiente que se come la cola. Si no fuera tan sólido diríamos que el clip es el emblema secreto a la vista de todos, de Occidente. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).