Martin Amis
El roce del tiempo. Bellow, Nabokov, Hitchens, Travolta, Trump y otros ensayos (1986-2016)
Traducción de Jesús Zulaika Goicoechea
Barcelona, Anagrama, 2019, 416 pp.
La vida del lector es inescrutable. No hay ruta fija. Toma un camino, encuentra un sendero, se aventura en él, se pierde, se cae, se levanta, sigue caminando sin tregua. Como el fumador vicioso que enciende un cigarro con la colilla del que se agota, el lector pasa de un libro a otro sin respiro, sin descanso.
La lectura no tiene fin, en los dos sentidos: es infinita (“los demasiados libros”) y no tiene un sentido definido. Salvo para los lectores académicos, que son lectores disciplinados y aburridos (ellos no leen a un autor, lo “trabajan”), la lectura es un placer salvaje. En la selva de los millones de libros existentes, el lector pasa de libro en libro como el hombre mono de liana en liana, suspendido en la credulidad de las historias que lee, en las imágenes, en las ideas, en los ritmos. Pero no todo es anarquía. El lector elige a sus autores por afinidad, ambición o fatalidad. De ellos quiere leerlo todo. Todos sus libros, su diario, sus memorias, sus cartas, la crítica sobre su obra. Los libros autorizados y los clandestinos. Si se trata de un autor vivo, el lector persigue cada título nuevo y rastrea los viejos en librerías de segunda mano. Uno debe ser fiel a sus autores, es una de mis consignas. Cierto que no todos los libros de nuestros autores predilectos son buenos, hay altibajos, pero no importa, es como los días, los hay fastos y nefastos. No sé bien cómo pero Martin Amis se convirtió en uno de mis autores predilectos. En mi librero es vecino de Adolfo Bioy Casares y Henry James. Una vecindad excelente. Dos ingleses y uno que muy bien pudo serlo. Novelistas los tres, no desdeñaron el ensayo ni el artículo; los tres –además de estupendos narradores– son asimismo excelentes críticos literarios.
Disculpe el lector este circunloquio. Yo lo que quiero decir es que está circulando un nuevo libro de Martin Amis: El roce del tiempo, que reúne ensayos, reportajes y entrevistas sobre política, literatura y cultura. Sobre sus pasiones duras (Bellow, Ballard, Burgess, DeLillo, Updike, Nabokov), sus caprichos (Travolta, Maradona, Lady Diana) y las urgencias del presente (el terrorismo, Trump, la violencia). En suma, un libro que conjunta su entusiasmo por la vida, su gratitud hacia la literatura y el asombro ante un mundo inagotable, complejo y cambiante.
No es su mejor libro, ni el peor. No descubre nada. No ensaya una teoría ni descubre el hilo negro. Amis escribe con pasión sobre lo que ama –sus amigos (por ejemplo, Hitchens), sus vicios (la lectura, el póquer, la pornografía, el futbol)– y sobre lo que odia –la banalidad, la crueldad, la estupidez.
El roce del tiempo es el quinto libro en el que Amis recoge sus artículos y ensayos. En 1986 publicó El infierno americano, en 1993 Visitando a Mrs. Nabokov, en 1999 Amis omnibus y en 2001 La guerra contra el cliché. Es un autor contundente en sus afirmaciones y vehemente en la promoción de lo que ama. Y lo que más ama es la literatura. Ama la novela judía norteamericana (Bellow, Roth), a los maestros del estilo (Nabokov, Updike), la gran escritura al servicio de la imaginación (Ballard, Burgess). Como buen escritor anglosajón, Amis desdeña todo lo que no esté escrito en inglés. Ignora olímpicamente las literaturas periféricas. No creo que sea un defecto sino una particularidad.
Uno tiende a disculpar a los autores que ama. Amis no. En El roce del tiempo incluye dos críticas devastadoras, una sobre El original de Laura (la novela póstuma de Nabokov) y otra sobre Las lágrimas de mi padre, la última novela de Updike. Ambos artículos los escribió cuando los autores aludidos ya habían muerto. En cierta ocasión, luego de leer dos reseñas muy negativas de Hitchens sobre Bellow y Updike, le habló y le dio un “consejo de maestra”: No seas insolente con tus mayores. Gran consejo literario.
Tal vez la más aguda observación literaria de Amis contenida en esta nueva entrega de sus ensayos sea la de que “todo escritor entabla un matrimonio platónico con sus lectores”. Matrimonio que incluye “cortejo, luna de miel, estrecha convivencia, desafección creciente y alejamiento final: camas separadas y, finalmente, cuartos separados”. Cita Amis como ejemplo de escritores que se han alejado de sus lectores (elitismo, quisquillosidad, falta de calidez) al Henry James y al James Joyce tardíos. Escritores a quienes, en sus últimos libros, ya no les importaban gran cosa sus lectores. Escritores que escribían para sí mismos, como el Finnegans wake joyceano. No se trata de darle al lector lo que quiere leer renunciando a toda exigencia sino de ser amable con el lector, escribir para estimular su inteligencia y su sensibilidad. Es el caso de Saul Bellow: “El amor de Bellow por el lector ha sido siempre irrevocablemente subliminal y apasionadamente ardiente.” La última novela de Bellow (Ravelstein, 2000) se disfruta tanto como la primera (Hombre en suspenso, 1944). “El matrimonio fantasmático con el lector es la base del equilibrio creativo con el escritor.”
Uno se casa, para bien y para mal, con sus autores. Y se divorcia. Y se reconcilia. En los treinta años de mi matrimonio de lector con Amis hemos tenido grandes momentos (al descubrirlo, con El libro de Rachel; con su deslumbrante novela La flecha del tiempo, que transcurre hacia atrás; con Koba el Temible, sobre Stalin, que me conmovió hasta los huesos) y momentos bajos con novelas de cuyos nombres no quiero ni acordarme. Lo que más admiro de él (además de su aguda inteligencia, erudición y buen humor) es su libertad: para elegir sus temas, para seleccionar la estructura que más les conviene, para decir las cosas sin miedo de escandalizar. Una libertad contagiosa. Una libertad alegre. Una libertad para escribir que anima a su lector. Una libertad literaria que sabe transmitir con precisión su entusiasmo, su gratitud y su asombro. ~