El éxito de la mirada extranjera (y la globalización)

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Alemania interesa, pero la Alemania literaria no. Apenas hay traducciones al español de la literatura más reciente del país centroeuropeo. “Y cada vez menos. Aquí se continúa con los clásicos, los Martin Walser o incluso escritores de hace varias décadas que tampoco son tan conocidos”, dice Anna Ballester, responsable de la biblioteca del Instituto Goethe de Madrid. Los nombres de los escritores que se podrían considerar recientes y cuyas novelas sí están en los catálogos de los sellos españoles, como Julia Franck, Daniel Kehlmann o Judith Hermann, “son ya de hace diez o quince años, de principios de los 2000. Y los temas han cambiado”, sostiene Ballester. Porque aquella era la Alemania de Gerhard Schröder, la que aún se regodeaba en la caída del Muro y en la llamada Ost-algie o nostalgia de la rda; y ahora ni hay pasión por el Este –“lo que hay es saturación y una mirada mucho más crítica hacia aquella época”, afirman desde el Instituto Goethe–, e incluso las generaciones más jóvenes apenas recuerdan el Muro. Es más, algunos autores ni siquiera han llegado a conocerlo. La Alemania literaria de Angela Merkel gira en torno a los fenómenos globales que se dan en otras literaturas: debates sobre el feminismo, la provocación, la cultura pop y el yoísmo de los escritores millennial. En el género negro, que es uno de los más potentes en este país, las temáticas que más incumben a sus ciudadanos, como el asunto de los refugiados y la exaltación neonazi –el tema nazi nunca se acaba en este país– de partidos como AFD. Pero nada que no exista en los catálogos británicos, estadounidenses o franceses de última hora.

Sin embargo, con cuentagotas sí está llegando a España uno de los fenómenos que vive hoy la literatura alemana: la mirada extranjera. Son novelas escritas por autores nacidos en su mayoría en la que era la órbita oriental, pero que llegaron al país teutón cuando eran niños y, por supuesto, escriben en alemán. En sus novelas todo gira en torno a su proceso de inmigración, adaptación y las raíces familiares. Entre estos nombres destacan Adam Soboczynski (Toruń, Polonia, 1975), en cuyos libros –El arte de no decir la verdad, El libro de los vicios, ambos en Anagrama– está muy presente la idea de ser polaco en Alemania y el choque con un país capitalista y globalizado; el bosnio Saša Stanišić (Višegrad, 1978) es catalizador de todos aquellos refugiados de la Guerra de los Balcanes y así lo cuenta en Cómo el soldado repara el gramófono (Alfaguara), donde aborda la batalla que se vivió en Višegrad; de una de las antiguas repúblicas de la urss procede Olga Grjasnowa (Azerbaiyán, 1984), que en A los rusos le gustan los abedules (Cómplices Editorial) da cuenta de su historia como inmigrante en la voz de una chica rusa testigo de los progromos armenios que se traslada a Alemania; y también está otra exsoviética como Katja Petrowskaja (Ucrania, 1970), quien en Tal vez Esther (Adriana Hidalgo) aborda la persecución de los judíos ucranianos en 1941. “Son novelas que se salen más del circuito comercial, y normalmente suelen ser de autores de la segunda generación de inmigrantes”, comenta Ballester. Y que revelan la historia de un país que desde la Segunda Guerra Mundial se ha construido a través de la inmigración, ya sea la oleada turca, o incluso española de los años sesenta y setenta, y la más novedosa de aquellos que huyeron del bloque oriental y la guerra en la antigua Yugoslavia. Habrá que ver si la llegada ahora de los sirios y otros ciudadanos del mundo musulmán acaba por crear también una corriente literaria.

Como curiosamente sucede en Rusia con sus autores jóvenes, las nuevas generaciones alemanas (o que escriben en alemán) también están explorando la ciencia ficción y el mundo de las distopías. Si bien Alemania es motor económico, no pasa de largo la preocupación por un futuro que quizá ya no se vea tan perfecto como en épocas anteriores. El progreso no es lo que nos vendieron, piensan autores como Cordula Simon, nacida en Graz (Austria) en 1986, que en la novela Wie man schlafen soll (una traducción literal sería Cómo se debe dormir) recrea un mundo desolado, con una sequía pertinaz, y en el que no hay relación entre las personas. Un futuro bastante tétrico en el que ha desaparecido por completo cualquier atisbo de lo alemán como el mejor de los universos posibles.

El resto de temas de la literatura alemana más reciente tiene poco de novedoso y se equipara a lo que sucede en otras latitudes literarias. Ahí está la nostalgia por los años ochenta y los productos culturales de la época que aparece en novelas como So, und jetzt kommst du (Y ahora vienes tú), de Arno Frank (Kaiserslautern, 1971), el tono yoísta y provocativo de la narrativa millennial de Simon Strauss (Berlín, 1988) en Sieben Nächte (Siete noches), en la que el protagonista cree que su vida deriva hacia el conformismo y decide llevar hasta el final durante siete noches cada uno de los siete pecados capitales; la cuestión feminista de Ronja Von Rönne (Berlín, 1992) en Wir kommen (Nosotros venimos), que publicará próximamente Alianza y en la que ataca a las feministas de la primera generación; o la importancia del movimiento slow relacionado con el interés por la naturaleza y el medioambiente, que llena colecciones de diferentes editoriales.

Atrás han quedado la literatura del Muro, la de las dos Alemanias, la de la época del Este. La Alemania literaria camina bajo la globalización. Solo falta que sus autores también lleguen al mercado en español. ~

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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