Es una perogrullada decir que Estados Unidos se ha convertido en un paรญs mรกs diverso. Tambiรฉn es algo hermoso de observar. Visitantes de otros paรญses, especialmente aquellos que tienen problemas para incorporar a distintos grupos รฉtnicos y religiones, se asombran de que logremos hacerlo. No de manera perfecta, por supuesto, pero sin duda mejor que ningรบn paรญs europeo o asiรกtico en la actualidad. Es una historia extraordinaria de รฉxito.
Pero ยฟcรณmo deberรญa dar forma esta diversidad a nuestra polรญtica? La respuesta liberal estรกndar desde hace casi una generaciรณn ha sido que deberรญamos ser conscientes de nuestras diferencias y โcelebrarlasโ, un principio esplรฉndido de pedagogรญa moral, pero desastroso como base de la polรญtica democrรกtica en nuestra era ideolรณgica. En aรฑos recientes el liberalismo estadounidense se ha deslizado hacia una especie de pรกnico moral sobre la identidad racial, de gรฉnero y sexual que ha distorsionado el mensaje del liberalismo y ha evitado que se convierta en una fuerza unificadora capaz de gobernar.
Una de las principales lecciones de la campaรฑa presidencial de 2016 y de su repugnante resultado es que la era del liberalismo de la identidad debe llegar a su fin. Hillary Clinton era mejor y mรกs inspiradora cuando hablaba de los intereses estadounidenses en los asuntos mundiales y de cรณmo se relacionan con nuestra forma de entender la democracia. Pero cuando abordaba la polรญtica domรฉstica durante la campaรฑa tendรญa a perder esa visiรณn amplia y a deslizarse hacia la retรณrica de la diversidad, llamando explรญcitamente a los votantes afroamericanos, latinos, LGBT y mujeres en cada parada. Esto fue un error estratรฉgico. Si vas a mencionar a grupos en Estados Unidos, mรกs vale que los menciones a todos. Si no, los que no cites se darรกn cuenta y se sentirรกn excluidos. Y eso, como muestran los datos, fue exactamente lo que pasรณ con la clase trabajadora blanca y con aquellos que tienen fuertes convicciones religiosas. Dos tercios de los votantes blancos sin tรญtulo universitario votaron por Trump, asรญ como mรกs del ochenta por ciento de los evangรฉlicos blancos.
La energรญa moral que rodea la identidad tiene, por supuesto, muchos buenos efectos. La discriminaciรณn positiva ha reformado y mejorado la vida empresarial. Black Lives Matter ha captado la atenciรณn de todo estadounidense consciente. Los esfuerzos de Hollywood destinados a normalizar la homosexualidad en nuestra cultura popular han ayudado a normalizarla en las familias y en la vida pรบblica estadounidenses.
Pero la fijaciรณn con la diversidad en nuestros colegios y en la prensa ha producido una generaciรณn de liberales y progresistas dotados de una inconsciencia narcisista de las condiciones exteriores a sus grupos autodefinidos, e indiferente a la tarea de conectar con estadounidenses de otros tipos. Desde una edad muy temprana se anima a nuestros hijos a hablar de su identidad individual, incluso antes de que la tengan. Para cuando llegan a la universidad muchos asumen que el discurso de la diversidad agota el discurso de la polรญtica, y tienen asombrosamente poco que decir sobre cuestiones tan perennes como la clase, la guerra, la economรญa y el bien comรบn. En buena medida esto se debe a los currรญculos de historia en la escuela, que proyectan de manera anacrรณnica la polรญtica de identidad actual en el pasado, creando una visiรณn distorsionada de las fuerzas y los individuos mรกs importantes en la formaciรณn de nuestro paรญs. (Los logros de los movimientos a favor de los derechos de la mujer, por ejemplo, fueron reales e importantes, pero no puedes entenderlos si antes no entiendes el logro de los padres fundadores a la hora de establecer un sistema de gobierno basado en la garantรญa de derechos.)
Cuando los jรณvenes llegan a la universidad son animados a mantener el foco sobre sรญ mismos por grupos de estudiantes, profesores y administradores cuyo trabajo a tiempo completo es gestionar โy subrayar la importancia deโ los โproblemas de la diversidadโ. Fox News y otros medios conservadores se divierten mucho burlรกndose de la โlocura de los campusโ que subraya esos asuntos, y con bastante frecuencia tienen razรณn al hacerlo. Eso solo ayuda a los demagogos populistas que quieren deslegitimar la educaciรณn ante los ojos de aquellos que nunca han pisado un campus. ยฟCรณmo explicar al votante medio la supuesta urgencia moral de dar a los estudiantes universitarios el derecho a escoger los pronombres de gรฉnero que se deben usar para referirse a ellos? ยฟCรณmo no reรญr con esos votantes ante la historia de un bromista de la Universidad de Michigan que pidiรณ que se dirigieran a รฉl como โSu Majestadโ?
Esta conciencia de la diversidad de los campus se ha filtrado a lo largo de los aรฑos en los medios liberales y no de manera sutil. La discriminaciรณn positiva a favor de las mujeres y las minorรญas en los periรณdicos y emisoras estadounidenses ha sido un logro social extraordinario, e incluso ha cambiado, de manera bastante literal, la cara de los medios de derecha, a medida que periodistas como Megyn Kelly y Laura Ingraham ganaban prominencia. Pero tambiรฉn parece haber alentado la suposiciรณn, sobre todo entre jรณvenes periodistas y editores, de que solo con centrarse en la identidad han hecho su trabajo.
Recientemente hice un experimento durante un aรฑo sabรกtico en Francia: a lo largo de un aรฑo solo leรญ publicaciones europeas, no estadounidenses. Mi idea era intentar ver el mundo como los lectores europeos. Pero fue mucho mรกs instructivo volver a casa y darme cuenta de hasta quรฉ punto la lente de la identidad ha transformado el periodismo estadounidense en los รบltimos aรฑos. Con quรฉ frecuencia, por ejemplo, la historia mรกs perezosa del periodismo estadounidense โsobre el โprimer x en hacer yโโ se cuenta una y otra vez. La fascinaciรณn con el drama de la identidad ha llegado a afectar la informaciรณn sobre el exterior, que es angustiosamente escasa. Por interesante que resulte leer, digamos, sobre el destino de las personas transgรฉnero en Egipto, no contribuye en absoluto a educar a los estadounidenses sobre las poderosas corrientes polรญticas y religiosas que determinarรกn el futuro de Egipto y, de manera indirecta, el nuestro. Ningรบn medio importante en Europa pensarรญa en adoptar ese รกngulo.
Pero es en la polรญtica electoral donde el fracaso del liberalismo de la identidad ha sido mรกs espectacular, como hemos visto. En periodos sanos, la polรญtica nacional no trata de la โdiferenciaโ, sino de lo comรบn. Y serรก dominada por quien mejor capture las imaginaciones estadounidenses sobre nuestro destino compartido. Ronald Reagan lo hizo con mucha habilidad, al margen de lo que pensemos de su visiรณn. Tambiรฉn lo hizo Bill Clinton, que arrancรณ una pรกgina del libro de estrategias de Reagan. Apartรณ al Partido Demรณcrata de su ala mรกs consciente de la identidad, concentrรณ sus energรญas en programas domรฉsticos que beneficiaran a todo el mundo (como un seguro de salud nacional) y definiรณ el papel de Estados Unidos en el mundo posterior a 1989. Al permanecer en el cargo ocho aรฑos, pudo conseguir mucho para grupos distintos en la coaliciรณn demรณcrata. La polรญtica de la identidad, en cambio, es en buena medida expresiva, no persuasiva. Por eso nunca gana elecciones. Pero puede perderlas.
El interรฉs novedoso, casi antropolรณgico, de los medios por el hombre blanco iracundo revela tanto sobre el estado de nuestro liberalismo como sobre esta figura maltratada y anteriormente ignorada. Una interpretaciรณn liberal conveniente de las elecciones presidenciales serรญa que el seรฑor Trump ganรณ en buena medida porque logrรณ transformar la desventaja econรณmica en una ira racial: la tesis del whitelash. Es conveniente porque sanciona una convicciรณn de superioridad moral y permite a los liberales ignorar lo que esos votantes decรญan que eran sus preocupaciones mรกs importantes. Tambiรฉn alienta la fantasรญa de que la derecha demogrรกfica estรก condenada a la extinciรณn a largo plazo, lo que significa que los liberales solo tienen que esperar y el paรญs volverรก a caer en su regazo. El porcentaje sorprendentemente alto de voto latino que fue al seรฑor Trump nos deberรญa recordar que cuanto mรกs tiempo llevan los grupos รฉtnicos en este paรญs mรกs polรญticamente diversos se vuelven.
Finalmente, la tesis del whitelash es conveniente porque absuelve a los liberales de no reconocer cรณmo su obsesiรณn con la diversidad ha animado a estadounidenses blancos, rurales y religiosos a pensar en sรญ mismos como un grupo desfavorecido cuya identidad se ve amenazada o ignorada. Esa gente no reacciona contra la realidad de nuestro Estados Unidos diverso (despuรฉs de todo, tienden a vivir en รกreas homogรฉneas del paรญs). Pero reacciona contra la omnipresente retรณrica de la identidad, que es a lo que se refieren cuando hablan de โcorrecciรณn polรญticaโ. Los liberales deberรญan tener en cuenta que el primer movimiento identitario de la polรญtica estadounidense es el Ku Klux Klan, que todavรญa existe. Quienes juegan al juego de la identidad deberรญan estar preparados para perderlo.
Necesitamos un liberalismo posidentitario, y deberรญa recurrir a los รฉxitos pasados del liberalismo anterior a la identidad. Ese liberalismo se concentrarรญa en ampliar la base apelando a los estadounidenses como estadounidenses y subrayando los problemas que afectan a una vasta mayorรญa. Hablarรญa a la naciรณn como una naciรณn de ciudadanos que estรกn en esto juntos y deben ayudarse unos a otros. En cuanto a problemas mรกs concretos que tienen una gran carga simbรณlica y pueden alejar a aliados potenciales, sobre todo los que afectan a la sexualidad y la religiรณn, ese liberalismo trabajarรญa de forma discreta y sensible, y con un adecuado sentido de la escala. (Parafraseando a Bernie Sanders, Estados Unidos estรก harto de oรญr hablar de los malditos baรฑos transgรฉnero de los liberales.)
Los profesores comprometidos con ese liberalismo centrarรญan la atenciรณn en su principal responsabilidad polรญtica en una democracia: formar ciudadanos conscientes de su sistema de gobierno y de las fuerzas y acontecimientos decisivos de nuestra historia. Un liberalismo posidentitario tambiรฉn subrayarรญa que la democracia no solo es una cuestiรณn de derechos; tambiรฉn confiere deberes a sus ciudadanos, como los deberes de informarse y votar. Una prensa liberal posidentitaria empezarรญa por educarse a sรญ misma en torno a partes del paรญs que han sido ignoradas, y sobre lo que importa allรญ, especialmente la religiรณn. Y se tomarรญa en serio su responsabilidad de educar a los estadounidenses sobre las fuerzas importantes que dan forma a la polรญtica mundial, en particular su dimensiรณn histรณrica.
Hace unos aรฑos me invitaron a una convenciรณn de un sindicato en Florida, para hablar en una mesa redonda sobre el famoso discurso de las Cuatro Libertades que Franklin D. Roosevelt pronunciรณ en 1941. La sala estaba llena de representantes de grupos locales: hombres, mujeres, negros, blancos, latinos. Empezamos cantando el himno nacional, y luego nos sentamos para escuchar una grabaciรณn del discurso de Roosevelt. Al mirar a la gente, y ver la hilera de rostros distintos, me sorprendiรณ lo centrados que estaban en lo que veรญan. Y al escuchar la voz emocionante de Roosevelt cuando invocaba la libertad de expresiรณn, la libertad de culto, la libertad de vivir sin penuria y la libertad de vivir sin miedo โlibertades que Roosevelt exigรญa para โtodos en todo el mundoโโ recordรฉ cuรกles son las verdaderas bases del liberalismo estadounidense moderno. ~
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Traducciรณn del inglรฉs de Daniel Gascรณn.
Publicado originalmente en The New York Times.
(Detroit, 1956), renombrado ensayista, historiador de las ideas y profesor de la Universidad de Columbia, es colaborador frecuente de The New York Review of Books y The New York Times. Su libro mรกs reciente es El regreso liberal. Mรกs allรก de la polรญtica de la identidad (Debate, 2018).