El libro gordo de David Bowie

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La más que justificada e inocente culpa de casi todo –en lo que hace al mondo rock’n’pop– la tienen los Beatles. Ya se sabe y basta para comprobarlo –documental y estética y sónicamente– su trayectoria de algo así como apenas una década. El mutatis mutandi como credo y dogma y no quedarse quieto y cambiar desde el inicio hasta inventar, incluso, eso de la separación de la banda como gran acontecimiento histórico (cediéndole a los Rolling Stones el premio/castigo in/consuelo de no poder separarse nunca).

Y pocos discípulos más aplicados a la práctica de lo camaleónico como David Bowie: solista, sí; pero erigiendo cada una de sus eras alrededor de la figura de un personaje/héroe hasta consolidar, en retro-perspectiva, una suerte de supergrupo de una cabeza múltiple. Y hay muchas biografías y estudios que exploran esta suerte de compulsión de coleccionista de sí mismo como contenedor de multitudes a ser, a su vez, contenido por multitudes. Alguien encendiendo su condición de estrella a partir de una cierta condición de fan/groupie (Hunky Dory, su primera incuestionable obra maestra, es en verdad una suerte de pastiche-karaoke que reconoce a Bob Dylan y a la Velvet Underground y a Marc Bolan y a Andy Warhol y a Tiny Tim y a Lindsay Kemp y al vivísimo fantasma de su hermano psicótico; y ahí está el muy recomendable We could be… Bowie and his heroes de Tom Hagler, que recopila trescientos de sus encuentros con celebridades surtidas). Alguien como coleccionable cromo difícil en su propio álbum hasta consagrarse en artefacto digno de museología moderna con megamuestra itinerante del Victoria & Albert Museum que, este año, estrenará anexo completamente dedicado al frondoso archive del cantautor.

Y la biografía oral/coral del especialista y prolífico y casi amigo y obe David Jones publicada por Sub Pop tiene un gran acierto en su portada: mientras la edición original inglesa optó por la singularidad de David Bowie/A life, la traducción española atina al multipluralizar el título a un David Bowie/Vidas. Porque, sí, Bowie tuvo muchas vidas públicas y una muerte íntima en 2016 a la que puede considerarse como su última obra maestra y una cima de elegancia existencial al sincronizarla –consciente o no– con la edición de ese autorréquiem que fue Blackstar/No plan. Álbum donde volvía a cambiar e innovar luego del también estratégico e inesperado retorno, tres años antes, con The next day: suerte de greatest hits de canciones nuevas que parecía mirar y reconsiderar cada uno de sus estilos anteriores preguntándose y respondiéndose con un “Where are we now?”.

Y en estas Vidas David Jones hace lo propio con su confeso máximo ídolo ajeno (a quien ya se había acercado en 2012 con su libro When Ziggy played guitar: David Bowie and four minutes that shook the world) sin por eso dejar de explorar claroscuros y gestos un tanto reprochables y descartes de socios de ruta como si se tratase de demos lados B y, sí, numerosos “sordid details following…”.

A partir del destilado de conversaciones con Bowie a lo largo de décadas y de 180 entrevistas con amigos y rivales y enemigos y amantes y colegas y fans, el formato polifónico resulta ideal para comprender, o al menos intentarlo, los muchos ángulos y curvas de la vida y obra de un multiartista poliédrico. Así, aquí, el más desarmante de los modelos para armar y un genio de la fragmentación cut-up aprendida de William S. Burroughs hasta (in)definirse con un “Soy una estrella instantánea. Basta con añadirme agua y revolverme.” Un ser contradictorio, un vampiro tan generoso como calculador con su sangre (dato mencionable: Dylan Jones fue figurante en El ansia) y sufrido protagonista de una de las génesis profesionales más sufridas en la historia del asunto.

Porque –y este es uno de los tramos más interesantes del libro– a diferencia de lo que suele suceder en el rock, donde se suele comenzar triunfando y el gran riesgo es quedarse en one hit wonder condenado al revival permanente, Bowie arrancó como uno de los más exitosos fracasados en serie de la historia. Múltiples cambios de nombre, demasiados singles ignorados, estratagemas y manipulaciones varias hasta comenzar a ver la luz con “Space oddity” y la creación/musical del recurrente Major Tom, quien define todo lo que vendrá: el retrato de un terráqueo en órbita sin retorno rumbo a transformarse en alien revolucionante. Después, Ziggy Stardust y el Thin White Duke caído a la Tierra y villancico junto a Bing Crosby y “Fame” con Lennon y el mega éxito invitando al let’s dance. Y, sí, este Vidas resulta especialmente atractivo en lo que hace a las voces de sus productores de cabecera (Tony Visconti y Brian Eno y Carlos Alomar) explicando en detalle las maneras en las que Bowie se nutría de lo mejor de los demás para dar lo mejor de sí. Después, claro, “Under pressure” con Queen y “Dancing in the street” con Jagger y los álbumes de los últimos ochentas y noventas y primeros dos mil. Tiempos en los que Bowie sufre (como le sucedió a Bob Dylan en su momento, extraviado en tiempos de MTV hasta que renació como el más vintage de los atemporales) el golpe del boomerang que arrojó. Porque ese es el dilema sin solución: las consecuencias de ser demasiado influyente y, por lo tanto, tan imitado y sufriendo en carne propia y mediana edad el que el rock sea un género que se quiere por siempre joven. Y así los no especialmente novedosos y no tan talentosos pero sí flamantes epígonos acaban eclipsando al maestro original. Entonces no importó demasiado la maravilla que es “Absolute begginers” o “This is not America” o que álbumes como Tonight, Black tie white noise, Outside, Earthling, Hours…, HeathenReality y su escala/falso retiro en Tin Machine y el autorrevisionista y postergado y finalmente post mortem Toy incluyesen canciones formidables. Y que dos de las mejores entre ellas se titulasen “Never get old” y “New killer star”.

Bowie se dedicó a apostar con éxito en bolsa, entonar conmovedora versión de “America” de Simon and Garfunkel en la apertura del concierto en memoria de las víctimas del 9/11 y convertir su catálogo en acciones de Wall Street y reordenarlo en la antología en reversa Nothing has changed. Y un episodio cardíaco lo alejó de los escenarios y lo convirtió en un visible hombre invisible, en la más omnipresente de las ausencias. Y este es otro de los tramos más fascinantes de Vidas: el tiempo en que David Bowie deja de ser un personaje para convertirse, por fin, en una persona. Y es una persona sabia y adorable y buen padre y esposo de supermodel. Alguien que alguna vez cantó aquello de “Ch-ch-ch-ch-ch-ch-changes” y que, por fin, ya no sentía la necesidad de seguir cambiando a no ser el inevitable pasar por esa última y definitiva transmigración del adiós sin tiempo ni espacio para un nuevo y final y definitivo “everyone says ‘hi’”. Alguien que decía: “Cada vez pienso en lo poco que me va a gustar morirme y en lo mucho que me gustaría vivir doscientos o trescientos años. La madurez te ofrece cada vez menos preguntas. Pero esas pocas preguntas están cada vez mejor formuladas. Probablemente sean preguntas más importantes y las respuestas sean más difusas, porque de lo que se trata ahora no es de qué hacer con tu vida sino de cuál es su verdadero sentido. ¿Para qué sirve? ¿Y quién hace mejor ropa: Gucci o Armani?”

En su muy gracioso y opinionated y en ocasiones malvado The biographical dictionary of popular music de 2012, en la entrada que dedicaba a David Bowie, el mismo Dylan Jones fantaseaba con un retorno del mito en el único modelo/dimensión que le restaba por explorar: un David Bowie gordo. No gordo decadente como Elvis Presley sino, aclara Jones, gordo majestuoso como Orson Welles y revestido por Armani o Gucci.

No fue así y ya no podrá ser.

A falta de eso, aquí vienen las casi 650 páginas de este voluminoso volumen rebosante de vida, de vidas.

El libro gordo de David Bowie. ~

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Rodrigo Fresán es escritor. En 2024 publicó 'El estilo de los elementos' (Literatura Random House).


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