IlustraciĆ³n: Hugo Alejandro GonzĆ”lez

El sueƱo de Theresa

En lo que va del aƱo, la primera ministra del Reino Unido ha tenido mĆ”s errores que aciertos: al Brexit y las elecciones habrĆ” que aƱadir la paz en riesgo en Irlanda del Norte. Un conflicto que ella contribuyĆ³ a agudizar.
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Como su antecesor David Cameron, quien convocĆ³ a un referĆ©ndum convencido de que el paĆ­s le darĆ­a la razĆ³n pero desatĆ³ las fuerzas retardatarias del Brexit, Theresa May estaba segura de que se desayunarĆ­a a la oposiciĆ³n. Pero como le sucediĆ³ a Cameron, el 8 de junio pasĆ³ lo inesperado: en lugar de obtener un mandato incontestable, la primera ministra del Reino Unido perdiĆ³ la mayorĆ­a en la CĆ”mara de Representantes. De trescientos treinta escaƱos que tenĆ­a le quedan trescientos dieciocho, ocho por debajo de lo que necesita para tener mayorĆ­a.

 

Atrapada por su arrogancia frente al Partido Laborista y por su inconsciencia sobre la volatilidad que actualmente caracteriza los procesos electorales, la seƱora May ha tenido que reparar su error aliƔndose al Partido Unionista DemocrƔtico (DUP), que representa los intereses mƔs conservadores en Irlanda del Norte.

 

Las alianzas hechas por necesidad tienen un precio. May ha debido conceder un billĆ³n de libras esterlinas que vendrĆ”n de los bolsillos de los contribuyentes a cambio de los diez escaƱos que ocupa el DUP en la CĆ”mara de Representantes. Pero en una situaciĆ³n tan precaria (la popularidad de la primera ministra ha descendido al 34% mientras que la de Jeremy Corbyn, el lĆ­der del Partido Laborista, ha aumentado), no es posible reparar en gastos.

Nicola Sturgeon, la primera ministra escocesa, y su colega galĆ©s Carwyn Jones se han referido al ā€œnegocioā€ entre Theresa May y Arlene Foster, la lĆ­der del DUP, de manera sardĆ³nica. Gerry Adams, presidente del partido nacionalista irlandĆ©s Sinn FĆ©in, por su parte, ha declarado que tal arreglo vulnera el Acuerdo de Belfast. Pero independientemente de la representatividad del DUP, a May parecen importarle mĆ”s los diez escaƱos con los que cuenta en la CĆ”mara.

Hace poco mĆ”s de un aƱo nadie habrĆ­a pensado que en nombre de la autodeterminaciĆ³n el 52% del electorado britĆ”nico decidirĆ­a, como se dice de los lemmings, arrojarse en masa desde los acantilados de Dover. Lo peor es que ademĆ”s lo hizo ante el pasmo del 48% restante de la poblaciĆ³n a la que inevitablemente arrastra.

Esta decisiĆ³n ā€“no menos que la elecciĆ³n de Trumpā€“ establece la era del rechazo populista de las ā€œĆ©litesā€. Ante el placer de darles una lecciĆ³n a los cosmopolitas desarraigados, las consecuencias son lo de menos. Y es comprensible: desde que el dĆŗo dinĆ”mico Reagan-Thatcher reemplazara la industria por la informaciĆ³n y desmantelara las fuentes de trabajo e identidad de las clases menos favorecidas, estas rumian la inquina de haber sido abandonadas. En el mundo actual a las divisiones de clase se agregan las generacionales, raciales y geogrĆ”ficas, que alimentan el repudio por cuanto se consideraba promisorio pero fue arrumbado en el desvĆ”n de las ilusiones perdidas.

La pesadilla recurrente que mĆ”s inquieta a Theresa May es la posibilidad de que los restos del reino que le permite usar el tĆ©rmino ā€œunidoā€ terminen desgajĆ”ndose hasta quedar reducido a su extensiĆ³n original. La primera ministra escocesa parece tan determinada a defender el voto a favor de permanecer dentro de la UniĆ³n Europea como Theresa lo estĆ” para abandonarla: ā€œBrexit significa Brexitā€, declarĆ³, una tautologĆ­a en la que cada cual interpreta lo que le place. Voluntades irreconciliables en una trayectoria de colisiĆ³n cuyas tensiones gravitan en el aire de los respectivos parlamentos, donde voces contradictorias defienden intereses distintos.

De EspaƱa llegan reclamos renovados sobre el PeĆ±Ć³n de Gibraltar que desde la firma del Tratado de Utrecht forma parte de Inglaterra. El problema, por un lado, es que sus habitantes eligieron mayoritariamente permanecer dentro de la UniĆ³n Europea y, por el otro, que la primera fase del divorcio britĆ”nico alienta por lo menos a veintisĆ©is miembros de la UE ā€“la polĆ­tica de Irlanda, dada la dependencia comercial respecto del mercado britĆ”nico, aspira a la conciliaciĆ³nā€“ a secundar los reclamos espaƱoles, hasta ahora mantenidos a raya.

La salida de Inglaterra de la UE puede tener consecuencias mercantiles para Gibraltar. De permanecer como parte del Reino Unido quedarĆ” fuera del mercado europeo y desaparecerĆ­a del mapa como paraĆ­so fiscal, lo que, segĆŗn los vecinos de la penĆ­nsula, implica una competencia desleal. Es posible que EspaƱa pueda vetar ese privilegio ante la aquiescencia de los demĆ”s miembros de una ue fortalecida por el voto francĆ©s que tiene en Emmanuel Macron al defensor que harĆ” las negociaciones mĆ”s arduas con el Reino Unido. Ante una mayor unidad europea el Reino Unido tendrĆ” menor capacidad de manipulaciĆ³n, una habilidad que segĆŗn Bruselas ha distinguido su polĆ­tica exterior.

La fragmentaciĆ³n del Reino Unido amenaza tambiĆ©n al oeste, allende el canal irlandĆ©s. Irlanda del Norte votĆ³ mayoritariamente por permanecer dentro de la UE, lo cual ha renovado la inquietud en relaciĆ³n con el proceso de paz que se iniciĆ³ en 1998 con el Acuerdo de Belfast. No pasa dĆ­a sin que la prensa dĆ© cuenta de los Ćŗltimos pasos de Theresa May, de cuĆ”ntas papas con salsa Worcestershire ha ingerido para demostrar su adherencia a la comunidad, de sus afirmaciones acerca de la relaciĆ³n especial que une a las dos islas, en nombre de la cual se propone negociar una frontera fluida que apoye el proceso de paz, respete el Acuerdo de Libre TrĆ”nsito entre ambos paĆ­ses firmado en la dĆ©cada de los veinte, asegure la viabilidad del comercio y evite lo que ya se teme que podrĆ­a ser la peor divisiĆ³n de Irlanda desde 1916.

El espectro del pasado atribula a quienes recuerdan los aƱos de violencia que marcaron sus vidas y han dejado rastros indelebles. Uno de ellos ha sido el renovado colapso del gobierno desde que Martin McGuinness renunciara a su cargo de ministro de Irlanda del Norte y la consiguiente ronda de acusaciones entre unionistas y republicanos que hasta el momento no han transigido en sus demandas aunque eso implique demorar la formaciĆ³n de un nuevo gobierno. Por el momento las instituciones han sido devueltas al Parlamento y asĆ­ seguirĆ”n si en Irlanda del Norte no se llega a un acuerdo. El problema es que ni los unionistas ā€“empeƱados en fortalecer los vĆ­nculos con Gran BretaƱa y que ven el creciente poder de los adversarios como el fin de su supremacĆ­aā€“ ni los republicanos ā€“que no cejan en su empeƱo por unificar Irlandaā€“ estĆ”n dispuestos a ceder. El acuerdo por un billĆ³n de libras contemplaba el 29 de junio como lĆ­mite para formar un nuevo gobierno en Belfast, pero la fecha ha sido superada debido a un impasse: el DUP se niega a reconocer oficialmente el idioma gaĆ©lico y eso ha postergado las negociaciones hasta despuĆ©s del verano.

El respeto mutuo, el matrimonio igualitario (exigido por los nacionalistas representados por Sinn FĆ©in) y el reconocimiento del gaĆ©lico son las espinas clavadas en el costado de los unionistas y especialmente en el de Arlene Foster, quien fuera primera ministra y antes ministra del Medio Ambiente, cuando promoviĆ³ una iniciativa ecolĆ³gica desastrosa que costarĆ” a los ciudadanos cerca de medio millĆ³n de libras esterlinas. El desequilibrio de poder que caracteriza a Irlanda del Norte podrĆ­a llegar a su fin si las proyecciones demogrĆ”ficas continĆŗan haciendo mĆ”s pequeƱa la base unionista en favor de la expansiĆ³n republicana, como lo han hecho hasta ahora. La ventaja de los unionistas sobre los republicanos supera apenas los 1,168 votos. En las elecciones recientes, los unionistas perdieron la mayorĆ­a en el Ayuntamiento de Belfast, con lo que por fin se acerca un ajuste de cuentas que proviene del electorado.

Pobre Theresa. EstĆ” exhausta pero sabe que de no ingerir el somnĆ­fero pasarĆ” la noche dĆ”ndole vueltas a la maraƱa de problemas que la aquejan, incapaz de vislumbrar una soluciĆ³n viable ni de estructurar un proyecto nacional capaz de sustituir el mercado europeo por uno mĆ”s amplio, el global de los filibusteros originales, que ya vislumbra despuĆ©s del espasmo muscular que la sepulta en un sueƱo profundo.

Imaginemos lo siguiente:

En la oscuridad de su sueƱo surge un tapiz: en Ć©l se traza la configuraciĆ³n de un nuevo tejido polĆ­tico. Desde 1971 la dominaciĆ³n del azul unionista ha dado paso a la proliferaciĆ³n del verde republicano. En 2011 la poblaciĆ³n catĆ³lica se incrementĆ³ del 47% al 49%, mientras la poblaciĆ³n protestante ha decrecido desde 2001 del 49% al 42%. Pero todavĆ­a hay esperanza porque en esos aƱos los agnĆ³sticos han incrementado del 3% al 7%.

Theresa huye despavorida, pero, como siempre sucede en los sueƱos, no avanza. Va en cĆ”mara lenta, debatiĆ©ndose por abandonar la espantosa visiĆ³n. DespuĆ©s cae al vacĆ­o y de pronto aparece sentada en el segundo nivel de un autobĆŗs de los que acarrean turistas. La inmigraciĆ³n es el fantasma que recorre Europa y habla a travĆ©s de cualquier lĆ­der conservador. ā€œPrimero los nuestrosā€, dicen. Pero no hay tales: los ā€œnuestrosā€ son los de costumbre, la clientela estable de los partidos que los representan y en nombre de los cuales se convierten en ventrĆ­locuos. Los muros de la ciudad cierran la calle, las imĆ”genes chillonas y fĆŗnebres del nacionalismo reverberan con el fervor del fanatismo, mientras otros marchan para afirmarse como los Ćŗnicos usuarios de bombines en el Reino Unido. Solo ellos. Y las indĆ­genas en Bolivia.

El autobĆŗs arranca. No se disipa la ansiedad que el mapa le ha producido. Se detienen cerca del Ayuntamiento, que hasta hace poco fuera un bastiĆ³n unionista y suena una voz en el micrĆ³fono: ā€œLos jĆ³venes que pertenecen a la generaciĆ³n de finales de los ochenta, como el golfista Rory McIlroy, prefieren identificarse como irlandeses del Norte. Rechazan previas adherencias unionistas y republicanas. Pero ā€“la voz carraspeaā€“ las divisiones que polarizan la ciudad persisten. A mi izquierda admiren el hermoso mural: se titula Clann UĆ­ Chorra: An Stair ina Beo. Celebra las hazaƱas de la familia Corr, de la historia y el lenguaje nacionales.ā€ Theresa se retuerce al escuchar el gaĆ©lico. Se concentra en su manifiesto, que ā€“como las recetas mĆ”gicasā€“ tiene algo viejo, algo prestado y algo vagamente esbozado en nombre de la comunidad y de la naciĆ³n. El autobĆŗs reinicia la marcha.

ā€œMiren quĆ© bonito todo ā€“seƱala Arlene Foster, la voz reverberante a travĆ©s del micrĆ³fonoā€“, pero si ven atentamente lo que parece igual no lo es: hay barreras que para el ignorante no se revelan pero que estĆ”n presentes a lo largo de dos kilĆ³metros y medio. ĀæVen ese pub llamado La Rosa y la Corona? Pues en 1974 le aventaron un petardo que matĆ³ a seis ebrios. Ā”Y miren! A mi derecha estĆ” la oficina de apuestas de Sean Graham, donde cinco personas fueron baleadas en 1992.ā€

MƔs que los monumentos, las iglesias y los restaurantes, las cicatrices definen la ciudad.

Desde arriba, Theresa mira a una familia de nigerianos que avanza majestuosa. Les pide ayuda pero sus gestos pasan desapercibidos y recuerda que para cumplir la cuota de cien mil inmigrantes que ha vuelto a prometer al electorado habrĆ” que expulsar a muchos, afectando ā€“segĆŗn la firma Deloitteā€“ empleos calificados, pero tambiĆ©n la agricultura y la industria turĆ­stica. Lo mismo le sucede con una familia de chinos que desbordan una acera. En otra calle, los polacos y los lituanos la miran con ganas de torcerle el cuello y algunos corren detrĆ”s insultĆ”ndola.

El autobĆŗs continĆŗa su curso mostrando a los visitantes lo que distingue la ciudad: las bardas de metal corrugado o de ladrillos grises pintarrajeados que se alzan interrumpidas segmentando secciones de barrios proletarios, tan tristes que le recuerdan las aldeas en los valles galeses y los poblados en el norte del Reino Unido, diezmados desde las reformas de Margaret Thatcher.

ā€œPero estas bardas que ven ā€“continĆŗa la odiosa voz de Arlene, aunque ella haya desaparecidoā€“ no son nada comparadas con la que se alzarĆ” cuando el Reino Unido se desprenda de Europa: esa serĆ” peor porque reforzarĆ” estas y otras bardas Ć©tnicas y religiosas que nunca han desaparecido totalmente y que persisten mediante el uso de banderas y estandartes, los grafitis paramilitares, los eslĆ³ganes que incitan el odio.ā€

ā€œĀ”QuĆ© horror! Ā”Esto es un manicomio!ā€, piensa Theresa, temerosa de que la demencia de Arlene Foster sea contagiosa.

A Theresa le gustarĆ­a descender del autobĆŗs pero en los sueƱos sucede todo lo contrario. Belfast se le impone mientras los turistas toman una foto del Hotel Europa que se ha levantado de sus ruinas varias veces.

Nada es nuevo. DespuĆ©s de la invasiĆ³n de Cromwell entre 1649 y 1653 fueron trasladadas familias presbiterianas, lo que significĆ³ la segregaciĆ³n de los catĆ³licos y su exclusiĆ³n de todo puesto pĆŗblico. Desde entonces cada comunidad ha tenido sus iglesias, sus escuelas, sus espacios de reuniĆ³n y sus celebraciones exclusivas. Como suele suceder donde hay dos comunidades opuestas inevitablemente surge el Ć”nimo sectario. El Acuerdo de Belfast confirma su arquitectura erguida sobre dos pilares irreconciliables que da por inamovibles porque a los dos bandos les conviene mantener segregados a sus votantes. De un lado los presbiterianos unionistas afirman su supremacĆ­a; del otro, los republicanos catĆ³licos exigen lo que, estĆ”n convencidos, les corresponde. El rencor entre las dos comunidades no solo tiene un tinte religioso sino de legitimidad cuestionada ante lo que se considera una invasiĆ³n y un despojo.

Mientras tanto, el Brexit continĆŗa ejerciendo presiĆ³n. Se trata de los preliminares que ya cuestan el 19% de los ingresos agrĆ­colas a los granjeros irlandeses, de la circulaciĆ³n de productos que compiten ventajosamente dada la depreciaciĆ³n de la libra y el alza del euro, que contribuye al desequilibrio.

Por otro lado, DublĆ­n se abandona a la fiebre constructora. Si hay despojos hay que estar preparados y para ello es necesario mejorar la vivienda, los colegios y el sector hospitalario.

En el Parlamento del Reino Unido esto es menos importante que conservar y ampliar el electorado para acceder a una capacidad negociadora que no se detenga ante las minucias de ningĆŗn tipo de oposiciĆ³n. Jeremy Corbyn era la vĆ­ctima de un alud que habrĆ­a de sepultarlo bajo el peso de las promesas incumplidas. Sin embargo, la desintegraciĆ³n de la masa partidaria en ideologĆ­as que tienen y carecen al mismo tiempo de ejes ideolĆ³gicos, sociales y culturales, fragmenta lo que antes se condensaba en torno de los partidos tradicionales.

ā€œBrexit significa Brexitā€ tiene el sentido que le dĆ© cada ciudadano aunque la inflaciĆ³n ya muerda a los consumidores. No es la primera vez. Pero es relativamente novedosa para los jĆ³venes que no se explican el valor de un repollo. Respecto de la inflaciĆ³n y su relaciĆ³n con el salario, la diferencia entre los ricos y los pobres es cada vez mĆ”s abrupta.

Pero hay mĆ”s. Ante la visiĆ³n apocalĆ­ptica de las hordas terroristas, como el rey Canuto ante los vikingos, Theresa May afirma la insularidad. Europa es una fortaleza acosada desde el interior y no solo Francia estĆ” en la mira debido a su pasado colonial ā€“que no ha sido realmente analizadoā€“ y a su incapacidad para integrar a los inmigrantes musulmanes. Pero ningĆŗn paĆ­s es ajeno a la amenaza y asĆ­ lo demuestra el atentado que sufriĆ³ Manchester el pasado 22 de mayo.

Theresa se sacude en su lecho. No es que cuanto se le revela fuera desconocido. Pero apenas desaparece Arlene arde Kensington, la Torre Grenfell. 79 personas pierden la vida en una conflagraciĆ³n que habrĆ­a podido ser evitada si los pobres lo ameritaran. Pero Āæa quiĆ©n le importa el pequeƱo cadĆ”ver de Isaac Paulos, descubierto en el piso trece, cinco debajo del que habitaba con su familia? ĀæO el de Khadija Saye? ĀæO el de Sissy Mendy y los que les seguirĆ”n? Basta saber que murieron asfixiados por humos tĆ³xicos y que luego sus cadĆ”veres se quemaron a tal punto que solo fueron reconocibles por sus piezas dentarias.

Los sueƱos son la reconfiguraciĆ³n de la memoria pero la realidad diurna hacia la que Theresa se esfuerza por ascender es mĆ”s controlable. Por lo menos durante un par de aƱos mĆ”s.

ā€œLos somnĆ­feros ā€“reflexiona al incorporarseā€“ dejan un gusto acre en la boca.ā€ ~

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