En las profundidades de la era digital

Gracias a los smartphones, las experiencias y emociones que considerรกbamos propias de la vida interior han quedado a la vista de todos. Un nuevo mundo pรบblico ha comenzado con la revoluciรณn tecnolรณgica pero tambiรฉn una manera inรฉdita de entender el โ€œyoโ€.
Aร‘ADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

No podemos saber si ganamos o no de este hรกbito de profusa comunicaciรณn.

Virginia Woolf, El cuarto de Jacob (1922)

Toda revoluciรณn tecnolรณgica coincide con cambios en lo que significa ser humano, en el tipo de fronteras psicolรณgicas que separan la vida interior del mundo exterior. Esos cambios en la sensibilidad y la conciencia nunca se corresponden exactamente con los cambios en la tecnologรญa, y muchos aspectos del actual mundo digital ya se estaban formando antes de la era de la computadora personal y el smartphone. Sin embargo, la revoluciรณn digital incrementรณ de pronto el ritmo y la escala del cambio en la vida de casi todo el mundo. Elizabeth Eisenstein quizรกs exagera en el ambicioso y estimulante estudio histรณrico La imprenta como agente de cambio (1979) al decir que la imprenta fue la causa inicial de los grandes cambios culturales en el inicio del siglo XVI, pero su libro seรฑalรณ las mรบltiples maneras en las que nuevos medios de comunicaciรณn pueden amplificar cambios lentos y preexistentes y convertirlos en una ola transformadora y aplastante.

En The changing nature of man (1956), el psiquiatra holandรฉs J. H. van den Berg describรญa cuatro siglos de vida occidental, de Montaigne a Freud, como un largo camino hacia el interior. El significado interior del pensamiento y las acciones se convirtiรณ progresivamente en algo relevante, mientras que otras acciones exteriores pasaron a entenderse como sรญntomas de neurosis internas enraizadas en la infancia distante de cada uno; un cigarro ya no es un cigarro. Medio siglo despuรฉs, al inicio de la era digital a finales del siglo XX, estos cambios se revirtieron, y la vida se hizo cada vez mรกs pรบblica, abierta, externa, inmediata y expuesta.

La broma seria de Virginia Woolf de que โ€œalrededor de diciembre de 1910 la naturaleza humana cambiรณโ€ es cien aรฑos prematura. La naturaleza humana cambiรณ alrededor de diciembre de 2010, cuando, al parecer, todo el mundo empezรณ a llevar un smartphone. Por primera vez, uno podรญa encontrar e incordiar a cualquiera, no solo desde una direcciรณn fija en casa o en el trabajo, sino en cualquier sitio y a cualquier hora. Antes de esto, todo el mundo podรญa esperar tener al menos un momento en el dรญa en el que podrรญa quedarse solo, sin ser observado, sin cargas ni sometido a los roles pรบblicos o familiares. Ese tiempo ya ha terminado.

Recientemente, varios libros profundos e inteligentes han intentado ayudar a dotar de sentido a la vida psicolรณgica en la era digital. Algunos analizan los niveles inรฉditos de vigilancia a ciudadanos comunes, otros la inรฉdita libertad de elecciรณn colectiva de esos ciudadanos, especialmente los mรกs jรณvenes, para exponer sus vidas en las redes sociales; algunos exploran los estados de รกnimo y emociones que se observan en las redes sociales, o celebran internet como un vasto espectรกculo estรฉtico y comercial, incluso desde el asombro espiritual, o denuncian la repentina expansiรณn y el aumento del control burocrรกtico.

El tema explรญcito que estos libros tienen en comรบn es el nuevo mundo pรบblico en el que las vidas de prรกcticamente todo el mundo son accesibles y expuestas. El tema menos explรญcito es un nuevo concepto del yo ubicuo, permeable y efรญmero, en el que la experiencia, los sentimientos y las emociones que solรญan estar en el interior de nuestro yo, en relaciones รญntimas, y en objetos tangibles e invariables โ€“lo que William James llamรณ โ€œel yo materialโ€โ€“, ha emigrado al celular, a la โ€œnubeโ€ digital, y a los juicios cambiantes de la masa.

El trino discordante y distraรญdo del presente…

Virginia Woolf, Reviewing (1939)

Cuando el smartphone recibe mensajes, alertas y notificaciones que invitan a una respuesta instantรกnea โ€“y produce ansiedad si esos mensajes no consiguen llegarโ€“ la nociรณn del tiempo de todo el mundo cambia, y la atenciรณn que solรญa centrarse de manera mรกs o menos distante en, digamos, el e-mail de maรฑana, se concentra en el momento presente. En El arco iris de gravedad (1973) de Thomas Pynchon, un ingeniero llamado Kurt Mondaugen enuncia una ley de la existencia humana: โ€œLa densidad personal […] es directamente proporcional al ancho de banda temporal.โ€ El narrador explica:

El ancho de banda temporal es la amplitud de tu presente, tu ahora. Mientras mรกs habites en el pasado y el futuro, y mรกs amplio sea tu ancho de banda, mรกs sรณlida serรก tu persona. Pero mientras mรกs estrecho sea tu sentido del Ahora, mรกs tenue serรกs.

El genio de la Ley de Mondaugen estรก en entender que los inmensurables aspectos morales de la vida se encuentran sujetos a la necesidad del mismo modo que los aspectos mensurables fรญsicos; esa necesidad inmensurable, segรบn la frase de Wittgenstein sobre la รฉtica, es โ€œuna condiciรณn del mundo, como la lรณgicaโ€. No puedes reducir tu compromiso con el pasado y el futuro sin reducirte a ti mismo, sin volverte mรกs ligero.

En Pressed for time (University of Chicago Press, 2014), Judy Wajcman identifica โ€œla aceleraciรณn de la vida en el capitalismo digitalโ€ no como algo radicalmente nuevo sino como una extensiรณn de cambios tecnolรณgicos previos. โ€œLa desorganizaciรณn temporalโ€ siempre ha puesto diversos tipos de presiรณn en diferentes grupos sociales, y la cultura de la interrupciรณn digital coloca diversos tipos de estrรฉs en los interrumpidos (empleados, niรฑos) y los intrusos (jefes, padres), dejando a ambos infelices, como en la idea de Hegel de la obligaciรณn mutua entre esclavo y amo.

Wajcman es mรกs optimista con las relaciones entre iguales: los adolescentes usan los servicios de mensajerรญa para abrir canales privados de comunicaciรณn despuรฉs de conocerse en un entorno compartido de redes sociales; realizan un juicio instantรกneo del perfil online de otra persona y siguen con un contacto online extendido que no se interrumpe por el trabajo o el ocio. Pero Wajcman simplifica demasiado, por ejemplo, los beneficios de usar smartphones para reprogramar una cena en el รบltimo momento, โ€œlo que facilita una coordinaciรณn temporalโ€. Como predice la Ley de Mondaugen, esa misma flexibilidad reduce (en palabras de Pynchon) tanto el โ€œancho de banda temporalโ€ como la โ€œdensidad personalโ€ al debilitar los compromisos โ€“incluso los mรกs trivialesโ€“ que tiene cada uno con el futuro.

Los ordenadores y los smartphones proporcionan a la vida diaria algunas de las cualidades de otro artefacto de la era digital: el videojuego en el que el jugador soporta ansioso un estado de vigilancia contra intrusiones impredecibles y espontรกneas que deben afrontarse en el instante a riesgo de morir virtualmente. Esto tiene tambiรฉn sus beneficios: estรก demostrado que los jugadores que crecieron jugando videojuegos son mรกs rรกpidos que otros para responder a un peligro repentino, mรกs capaces para sobrevivir.

Dante, siempre nuestro contemporรกneo, representa el cรญrculo de los Neutrales, aquellos que no dedicaron sus vidas a hacer el bien ni el mal, como una masa que sigue un estandarte alrededor del cรญrculo superior del infierno, picado por avispas y avispones. Hoy los Neutrales siguen una pantalla que sujetan frente a ellos, picados por los zumbidos de las notificaciones. En la cultura popular, el apocalipsis zombi en un futuro cercano es la fantasรญa catastrรณfica favorita en las pelรญculas de terror porque es una situaciรณn ya preconfigurada en la realidad: los muertos vivientes dando tumbos en las calles, cada uno mirando la pantalla sin ver nada.

Cรณmo puedo proceder ahora,

me decรญa a mรญ misma, sin un yo,

sin sustancia ni visiรณn, a travรฉs

de un mundo tambiรฉn sin peso…

Virginia Woolf, Las olas (1931)

En tรฉrminos sociales, el efecto mรกs alarmante de la revoluciรณn digital es un estado de continua vigilancia, que soporta, con varios niveles de sumisiรณn, todo el que usa un smartphone. Exposed (Harvard University Press, 2015), el libro rebosante de energรญa intelectual de Bernard Harcourt, investiga el daรฑo que agencias de espionaje gubernamentales y empresas infligen en la privacidad, fomentado por ciudadanos que constantemente publican actualizaciones online sobre ellos mismos. โ€œNo se trata tanto de que seamos vigilados โ€“escribeโ€“, sino que nos estamos exponiendo a propรณsito, muchos de nosotros con todo nuestro amor, otros ansiosa y dubitativamente.โ€ En lugar de la idea medieval de los dos cuerpos del rey โ€“el poder del rey deriva del cielo y de su yo naturalโ€“, Harcourt propone los dos cuerpos del โ€œciudadano liberal democrรกtico […]: el yo permanente digital, que grabamos en la nube virtual con cada clic y cada toque, y nuestros yoes anรกlogos mortales, que en contraste parece que estรกn desapareciendo como el color en una foto instantรกnea de Polaroidโ€. (Esto parece acertado para los sentimientos comunes, pero el autor exagera la posibilidad de una inmortalidad digital: de hecho las vastas comunidades basadas en la web, con toda su historia, han desaparecido con un clic.)

Harcourt se apoya principalmente en Vigilar y castigar (1975), de Michel Foucault, y en su propia explicaciรณn sobre la actual โ€œsociedad expositivaโ€. A diferencia del panรณptico decimonรณnico nunca construido de Jeremy Bentham โ€“donde guardias omnipresentes y todopoderosos observan a prisioneros inconscientes y desconfiadosโ€“ que analiza Foucault, en la sociedad expositiva de mensajes en Twitter y fotos en Instagram de Harcourt todo el mundo espรญa a todo el mundo y, con pocas excepciones, todo el mundo desea ser espiado. Aquellos cuyo รบnico talento es la constante autoexposiciรณn se convierten en un nuevo tipo de celebridad, envidiado y despreciado a la vez. Lo peor de todo, para Harcourt, es la aceptaciรณn consciente por parte de los consumidores de formas de censura y control ejercidas primero por los gobiernos y ahora, para bien o para mal, por las empresas. La tienda de Apple, la puerta de entrada para todo el software accesible para los usuarios de iPhone, bloquea apps diseรฑadas especรญficamente para mostrar imรกgenes polรญticamente sensibles, como ataques de drones. โ€œApple, parece, ha adoptado el rol estatal de la censura, aunque su รบnico motivo parecer ser el beneficio.โ€

Tras la apariciรณn del libro de Harcourt, Apple y el Estado tuvieron un enfrentamiento cuando el fbi intentรณ forzar a la empresa a que le permitiera desencriptar el iPhone de un terrorista. Apple tiene la imagen admirable de ser una empresa que no proporciona ninguna manera de acceder a la privacidad de sus usuarios, mientras que su software estรก diseรฑado para entrometerse en la privacidad de todo el mundo con mensajes, anuncios, alertas y notificaciones, y para grabar y vender cualquier cosa que se haya hablado con el โ€œasistente digitalโ€, todo en nombre de la conveniencia y el beneficio. La gente informada y las รฉlites pueden reducir esta intrusiรณn todo lo que les permite Apple, y los mรกs concienciados pueden apagar sus telรฉfonos, pero Apple confรญa en que todos los demรกs acepten pasivamente las interrupciones y el espionaje a fin de mantener en movimiento sus datos rentables.

Harcourt describe un nuevo tipo de psique que busca, a travรฉs de su yo virtual expuesto, la satisfacciรณn de la aprobaciรณn y la notoriedad que nunca puede encontrar a plenitud. Existe para ser observada; constantemente debe crearse a sรญ misma actualizando su โ€œestatusโ€, revelรกndose en los estados de Facebook y las imรกgenes de Instagram, mientras nuestros โ€œyoes conscientes รฉticosโ€ necesitan ser recordados โ€“por nosotros y por otrosโ€“ para poder siquiera existir. Al parecer Harcourt no espera que esos recordatorios tengan mucho efecto y concluye con desesperanza: โ€œSon precisamente nuestros deseos y pasiones los que nos han esclavizado, nos han expuesto y nos han atrapado en este caparazรณn digital tan duro como el acero.โ€

Mientras que Exposed interpreta internet desde una perspectiva โ€œconscientemente รฉticaโ€, Magic and loss (Simon and Schuster, 2016), de Virginia Heffernan, lo interpreta estรฉticamente: โ€œInternet es la gran obra maestra de la civilizaciรณn humana.โ€ Lo que mรกs valora Heffernan es su cualidad mรกgica: โ€œConvierte experiencias del mundo material que antes eran densamente fรญsicas […] en fantรกsticas abstracciones sin fricciones ni peso.โ€ Ha aprendido a preferir archivos de audio mp3 digitalizados cuyos โ€œsonidos codificados desafiaron la realidad material de la mรบsicaโ€ y el absorbente mundo contenido en un set de realidad virtual, que โ€œsin duda no da la sensaciรณn de ser la realidadโ€.

El libro de Harcourt es una desesperanzada protesta contra la dominaciรณn; el de Heffernan es una narraciรณn eufรณrica de la sumisiรณn. Magic and loss entrelaza su historia con la de internet, su escapatoria de โ€œnuestros valores de clase mรกs sagradosโ€, de un mundo donde โ€œThe Atlantic y The New Yorker funcionan como los viejos guardianes, vigilando las fronteras de la alfabetizaciรณnโ€, hacia un mundo de placer e inmediatez sin clases, donde videos subidos desde los smartphones en el lugar donde fueron grabados son el lenguaje universal y no verbal y todas las cosas โ€œmerecen ser vistas por puro gozoโ€.

Al principio, mientras Heffernan exploraba internet, se resistiรณ a dejar el mundo en el que los escritores y cineastas de carne y hueso querรญan โ€œcontar grandes historiasโ€ sobre la vida de la gente y entrar en un mundo donde las personas se disolvรญan en la virtualidad: โ€œTodavรญa no estaba preparada para cambiar el ideal de la historia por el ideal del sistema.โ€ El teรณrico informรกtico Nicholas Negroponte habรญa propuesto, en Ser digital (1995), que deberรญamos (en palabras de Heffernan) โ€œaceptar nuestro estatus como bits de informaciรณn mรกs que como รกtomos de materiaโ€, y ahora una mรกquina estaba poniendo a prueba su resistencia: โ€œFue la magia del iPod: me transformรณ y me hizo digital.โ€ Explica su fusiรณn con la mรกquina citando las palabras de Tomรกs de Aquino sobre โ€œcompartir una naturaleza con otroโ€.

En el comienzo del libro escribe que, para vivir como vivimos en la cambiante y divertida irrealidad de internet, โ€œnecesitamos […] desprendernos de nuestra antigua estรฉtica y plantearnos una nueva estรฉtica con su moralidad asociadaโ€. Pero al final, es cada vez mรกs consciente de lo que se perdiรณ cuando las largas conversaciones privadas a travรฉs del telรฉfono con cable de cobre โ€“donde dos voces hablaban al menos en parte sobre sus vidas interioresโ€“ dieron paso al simulacro visual de Snapchat e Instagram: selfies, no yoes. En el รบltimo capรญtulo, inesperadamente emocional, Heffernan vuelve a contar la historia de su vida desde una perspectiva diferente, como una aventura en bรบsqueda de sentido religioso a travรฉs de varias conversiones al judaรญsmo y regresos al episcopalismo y encuentros con autoridades acadรฉmicas en clase y en Twitter.

Su pรกrrafo final imagina el โ€œmisterioso y exasperante internetโ€ arrojando como una lluvia de meteoros una โ€œcantidad de gracia sublimeโ€. Pero el efecto es meramente estรฉtico: โ€œFunciona incluso aunque no creas en รฉl.โ€ En el pรกrrafo que antecede esto va mรกs allรก de la gracia de la inmediatez estรฉtica y escribe que internet โ€œprovoca pena: la sensaciรณn profunda de que la digitalizaciรณn nos ha costado algo muy profundoโ€, a travรฉs de la alienaciรณn de las voces y cuerpos que pueden encontrar consuelo unos en otros.

La conexiรณn digital, concluye, โ€œes ilusoria […]; estamos mรกs solos que nuncaโ€. La propia muerte, vista a travรฉs de โ€œun medio insondable y divino que no sufreโ€, es โ€œmรกs angustiosa que nuncaโ€. Pero estos miedos no son especรญficos de la era digital ni tampoco un producto de internet. Afectan a todo el mundo que ha intentado vivir en un intenso espectรกculo estรฉtico โ€“como en la sociedad expositiva de simulacro digital de Bernard Harcourt que existe para observar y ser observadoโ€“ en vez de en una comunidad irritada de โ€œyoes conscientes รฉticosโ€.

Es cierto que una opiniรณn gana considerablemente en cuanto sรฉ que alguien estรก convencido de ella; gana veracidad.

Novalis, โ€œDas allgemeine Brouillonโ€ (1798-1799)

La masa siempre ha sido el terreno donde el aislamiento se disuelve, incluso entre extraรฑos, y la voluntad individual se mezcla con una fuerza colectiva impersonal. La distancia protectora que los seres humanos mantienen entre ellos y otros โ€“su espacio personalโ€“ varรญa entre culturas y personalidades, pero desaparece completamente en una multitud donde todos estรกn forzados a formar parte de una masa homogรฉnea. La forma mรกs antigua de masa, escribiรณ Elias Canetti en Masa y poder (1960), es la de โ€œacosoโ€, que se crea para matar a alguien, una masa que hoy se vanagloria haciรฉndose selfies mientras vitorea las fantasรญas asesinas de un candidato polรญtico.

En Updating to remain the same (mit Press, 2016), Wendy Hui Kyong Chun usa un vocabulario diferente al de Canetti para describir las maneras en las que la costumbre de โ€œactualizarโ€ nuestro perfil y buscar las actualizaciones de otra gente crean una nueva masa: โ€œA travรฉs […] de hรกbitos, acciones individuales fusionan cuerpos en quimeras monstruosamente conectadas.โ€ Internet, segรบn Chun, es un mundo siempre en crisis, en pรกnico por el รบltimo virus de e-mail, en donde se busca, por ejemplo, a un escurridizo lรญder guerrillero ugandรฉs simplemente viendo un video de YouTube sobre รฉl. Las crisis crean cambios; pero la costumbre de actualizar constantemente el estado de Facebook, por usar siempre la misma sintaxis convencional, paradรณjicamente deja todo igual. โ€œSer es estar actualizadoโ€: uno debe actualizarse para poder โ€œdemostrar su continua existenciaโ€. De ahรญ el subtรญtulo de Chun: Habitual new media. Internet, en toda su amplitud, provoca una suerte de impotencia personal que puede aliviarse uniรฉndose a una masa, hasta que la masa se reestructura a sรญ misma, como hace siempre, para despuรฉs unirse de nuevo. Como le dice la Reina Roja a Alicia: โ€œhace falta correr todo cuando una pueda para permanecer en el mismo sitioโ€.

De una manera similar a la de Judy Wajcman, aunque con menos lucidez, Chun describe un mundo online (de nuevo con frases de Pynchon) con una banda ancha de tiempo muy delgada y una densidad personal muy ligera. Escribe con inteligencia sobre la fantasรญa persistente de los โ€œamigosโ€ online, una fantasรญa en la que una comunidad deseada se fusiona por fuerza de la costumbre en una masa virtual, centrรกndose en un โ€œtรบ despiadadamente directo y en cambio vacรญo, singular y en cambio pluralโ€.

En Mood and mobility (mit Press, 2016), Richard Coyne retrata con una prosa elegante un mundo conectado de un modo mรกs personal, receptivo y con mayores matices que las quimeras que analiza Chun con el lenguaje de moda de la sociologรญa. Coyne es consciente de las mismas verdades incรณmodas en las que insiste Chun: mรกquinas que cambian la mรกs profunda experiencia de vida; โ€œel espacio estรก lleno de dispositivos y tecnologรญas que realmente influyen en nuestros estados de รกnimoโ€, proveyendo de โ€œentretenimiento que altera el carรกcterโ€ y puede โ€œincitar a la gente a actuar, protestar o revolucionarseโ€ โ€“o provoca un โ€œvรฉrtigo existencial […] o la adaptaciรณnโ€.

Chun explora una variedad de causas que demuestran que internet depende mรกs de la costumbre que de la innovaciรณn. Una causa, mรกs allรก de las mencionadas en estos libros, estรก en las investigaciones sobre la diferencia entre leer en una pantalla y leer en papel. Como todos los intentos de cuantificar la experiencia personal, los estudios publicados en este campo muestran resultados cuestionables e inconsistentes, pero al menos un estudio sugiere plausiblemente que cuando lees en papel es mรกs probable que sigas el hilo narrativo o el argumento, mientras que cuando lees en una pantalla es mรกs probable que escanees en bรบsqueda de palabras clave. Esta es una variante de la distinciรณn que hace Virginia Heffernan entre el antiguo ideal de la โ€œhistoriaโ€ y el nuevo ideal del โ€œsistemaโ€.

Leer buscando palabras clave โ€“aunque dudo que las investigaciones puedan decir algo definitivo al respectoโ€“ quizรก tiene el efecto de confirmar en el lector las asociaciones que esas palabras clave ya tienen. Un lector que ve en la pantalla las palabras โ€œinmigraciรณnโ€ o โ€œabortoโ€ puede generar emociones fuertes sobre ellas, pero no puede conocer las ideas potencialmente diferentes de otra persona como cuando alguien lee un argumento sobre las mismas palabras en papel.

Las implicaciones de esto en la vida polรญtica reciente โ€“la furia que atrae, por ejemplo, el Twitter de Donald Trumpโ€“ no pasan inadvertidas. La rabia se alimenta a sรญ misma para producir una rabia mayor; las opiniones polarizadas se intensifican; votantes individuales se fusionan en masas que acosan; enemistades virtuales se convierten en fรญsicas.

En The filter bubble (Penguin, 2011), Eli Pariser culpaba de este efecto de estrechamiento a las tecnologรญas usadas por Google, Amazon, Apple y otros para alimentar los resultados de bรบsqueda, o sugerencias de libros y mรบsica que โ€œquizรก te interesenโ€, que encajan y confirman informaciรณn que buscaste previamente, y tambiรฉn lo que buscaron otras personas asociadas contigo mediante algoritmos. Los usuarios de izquierdas o derechas son empujados por links en la pantalla hacia libros y sitios que concuerdan con las opiniones que ya tienen. El argumento de Pariser, aunque controvertido, parece esencialmente incuestionable, y un efecto de estrechamiento similar podrรญa producirse no solo gracias a las maquinaciones corporativas sino tambiรฉn debido a los nuevos hรกbitos de lectura online.

El mundo digital pone a disposiciรณn de todo el mundo cantidades inimaginables de informaciรณn, mientras transfiere a la red y a la masa lo que antes eran aspectos de conocimiento y juicio personales. Este cambio se produjo antes de la era digital; un ejemplo trivial pero significativo es el declive de las guรญas de restaurantes de un solo autor โ€“escritas por una persona con ciertas preferencias concretasโ€“ y su sustituciรณn por guรญas basadas en la opiniรณn de la gente, impresas u online, de las que son pioneros los esposos Zagat. Wikipedia se basa en el โ€œconsensoโ€ para elegir su contenido, en vez de recurrir a un consejo directivo de editores supuestamente expertos, como lo hace, por ejemplo, la Enciclopedia Columbia. Los constantes tiras y aflojas en las correcciones de Wikipedia funcionan para las matemรกticas y la ciencia, pero menos para historia y literatura, donde el consenso a veces no estรก bien informado. Dudosas historias romรกnticas o heroicas sobre grandes figuras como W. B. Yeats o Ernest Hemingway no pueden descartarse porque el consenso favorece mitos familiares.

El โ€œinternet de las cosasโ€, ahora en crecimiento, proporciona a una persona con un smartphone el control remoto de la calefacciรณn de su casa a cientos de kilรณmetros de distancia. El efecto psicolรณgico, para todo el mundo que conozco y usa esos dispositivos, reproduce el estrรฉs que sienten los jefes que no siempre pueden pedir obediencia a sus subordinados: mayor control sobre cosas lo suficientemente lejanas como para ser tocadas produce mayor ansiedad sobre cosas que, de todas formas, estรกn demasiado lejos como para preocuparse por ellas. Quizรก Philip Howard tenga razรณn en su predicciรณn, en Pax technica (Yale University Press, 2015), de que las redes de los nuevos dispositivos, alimentando de informaciรณn sobre todo a bases de datos centralizadas, โ€œtraerรกn una especie de estabilidad a la polรญtica global, que revelarรก un pacto entre las grandes empresas tecnolรณgicas y el gobierno, e introducirรก un nuevo orden mundialโ€. ร‰l prevรฉ que los ganadores de ese nuevo orden serรกn aquellos que โ€œpuedan demostrar verdades a travรฉs del big data obtenido del internet de las cosas y diseminar esas verdades en las redes socialesโ€, y los perdedores serรกn aquellos โ€œcuyas mentiras serรกn expuestas por el big dataโ€.

Pero esta visiรณn necesita de una fe utรณpica en el juicio racional y autรณnomo de todos aquellos cuyas vidas se ven moldeadas por empresas y gobiernos, y por las โ€œquimeras monstruosamente conectadasโ€ que las unen. Estas predicciones olvidan los propรณsitos morales de los gobiernos y las empresas tecnolรณgicas y la panacea en el final del libro (โ€œHaz una cosa al mes para mejorar tu destreza digitalโ€) es de poca ayuda cuando lo que importan son los valores.

Yo canto al cuerpo elรฉctrico…

Walt Whitman, Hojas de hierba (1855)

Todo el mundo crece en un clima de expectativa erรณtica e imaginaciรณn moldeadas por su cultura. Internet transformรณ ese clima radicalmente, de modo que los que pasaron la pubertad antes, digamos, de los noventa daban por hechas unas expectativas erรณticas diferentes a quienes pasaron la pubertad despuรฉs. Un clima en el que la imaginaciรณn sexual de la gente joven era privada y secreta dio paso a un clima en el que todo el mundo creciรณ con imรกgenes disponibles de mujeres voluntariamente degradadas y descartables, porno duro y blando exponiendo cuerpos con texturas y formas improbables.

Cada cultura tiene sus propias distorsiones de la sexualidad, y las distorsiones de la era digital son el extremo opuesto (en la frase de J. H. van den Berg en The changing nature of man) de โ€œla locura sexual del siglo XIXโ€. Muchos hombres de la clase media victoriana tuvieron relaciones sexuales atormentadas e insatisfactorias con mujeres de clase media porque los hombres asociaban la sexualidad a las clases inferiores e idealizaban a la mujer โ€œpuraโ€ de su propia clase. Las mujeres victorianas de clase media, parece, se desmayaban cuando sus deseos sexuales ordinarios entraban en un conflicto intolerable con una cultura que habรญa impuesto en ellas la convicciรณn de que esos deseos eran degradantes.

Hoy en dรญa, hombres jรณvenes afirman tener relaciones atormentadas e insatisfactorias con mujeres totalmente distintas a las mujeres de las vรญvidas imรกgenes con las que crecieron. Gente de mediana edad se queja de que las mujeres jรณvenes poseen una fragilidad emocional desconocida hace treinta aรฑos; pero esto olvida las presiones psicolรณgicas de un nuevo clima erรณtico en el que los deseos sexuales comunes se convierten de nuevo en un conflicto interno, como en el siglo XIX, con una cultura que los considera degradantes. El supuesto efecto โ€œempoderadorโ€ que tienen los videoclips sugerentemente erรณticos de Miley Cyrus o Beyoncรฉ es, para muchos espectadores que no son celebridades, algo tan alejado de la realidad como los programas de โ€œautoestimaโ€ de la generaciรณn anterior. La psique no se ha hecho mรกs frรกgil; en su lugar, las presiones que sufre son en muchos aspectos mรกs efectivas y prominentes que lo que habรญan sido durante mรกs de un siglo.

Como cualquier otro aspecto del mundo digital, el nuevo clima sexual tiene sus ventajas y sus desventajas. Hoy casi nadie es humillado por variedades del deseo que antes podrรญan haberlo aislado. El mismo mundo pรบblico que ofrece una comunidad compartida para todo tipo de odio especializado tambiรฉn, por primera vez, ofrece una comunidad compartida y solidaria para cada variedad del amor. Como en las redes sociales y la mensajerรญa online, un reciente reino abierto y pรบblico abre nuevas avenidas para la intimidad.

Mientras, el cuerpo estรก aprendiendo a encontrar nuevas extensiones de sรญ mismo. Apple, Samsung y otros anticipan grandes beneficios en sistemas que usan sensores en los smartwatchs o pulseras que graban datos fisiolรณgicos de quien las emplea para uso corporativo. Hay software que puede decirnos si dormimos bien anoche, complementando tu sentido subjetivo de ti mismo con medidas objetivas y comprobadas, y sutilmente subcontratando tus sentidos corporales diarios de una manera diferente a, por ejemplo, un anรกlisis de sangre anual. Nadie ha ofrecido una explicaciรณn clara de los efectos de estas actividades.

Esta alma, o vida en nuestro interior […], estรก siempre diciendo justo lo contrario de lo que otra gente dice.

Virginia Woolf, El lector comรบn (1925)

Cada cambio tecnolรณgico que parece amenazar la integridad del yo tambiรฉn ofrece nuevas maneras de fortalecerlo. Platรณn avisรณ sobre el acto de escribir โ€“como Johannes Trithemius en el siglo XV sobre la imprentaโ€“ y dijo que iba a desplazar la memoria y el conocimiento desde el alma interior hacia simples marcas exteriores. Pero las palabras preservadas gracias a la escritura y la imprenta revelaron profundidades psicolรณgicas que antes parecรญan inaccesibles, crearon nuevos entendimientos sobre la vida moral e intelectual, y abrieron nuevas libertades de elecciรณn humana. Dos siglos despuรฉs de Gutenberg, Rembrandt dibujรณ a una mujer mayor leyendo, con la cara iluminada por la luz que brillaba desde la Biblia que tenรญa en las manos. Si sustituyes el libro por una pantalla, esa imagen simbรณlica es ahora literalmente exacta. Pero en el siglo XXI, como en el XVII en el que viviรณ Rembrandt, la iluminaciรณn que recibimos depende de las palabras que elegimos leer y de las maneras en las que elegimos leerlas. ~

 

__________________________

Traducciรณn del inglรฉs de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en The New York Review of Books.

+ posts

(1946) es profesor Lionel Trilling de humanidades en la Universidad de Columbia. En 2015 publicรณ Moral agents: Eight twentieth-century American writers (New York Review Books)


    ×

    Selecciona el paรญs o regiรณn donde quieres recibir tu revista: