Nora Lezano

Entrevista con Mariana Enriquez: “La realidad se está pareciendo mucho a mis cuentos”

La escritora argentina, que acaba de publicar un nuevo volumen de relatos, habla sobre las novelas de género, el cine que le influye, envejecer, Nick Cave...
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La escritora y periodista argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) ha estado de visita en España presentando su tercer volumen de cuentos, Un lugar soleado para gente sombría, que reúne doce piezas –norma de la casa–. En estos cuentos Enriquez se muestra más libre, como si hubiera roto el corsé del cuento para dejarlo contaminarse de otros géneros, sobre todo de su trabajo periodístico. Vuelve a algunos de sus temas, hay fantasmas, violencia, adolescentes y se incorporan los ancianos (más ancianas y bastante terroríficas); se habla del cuerpo, del sexo, de la enfermedad. Esta es la transcripción de la presentación del libro en la librería Cálamo de Zaragoza.

En ningún cuento tomas una decisión fácil, desde el punto de vista narrativo, literario. Es muy difícil, teniendo en cuenta, además, toda la locura que se desató desde Nuestra parte de noche. Tus tres libros de cuentos tienen doce piezas. En este libro se te nota también liberada en la manera de escribir, es una escritura muy orgánica, en la prosa y en las estructuras, y también más entregada al humor. Pero antes, ¿qué pasa con el doce?

Pienso los libros como discos. En realidad, más como CD, porque soy de esa generación. Serían once canciones y un bonus track, y me funcionó y después quedó, y me parece un buen número, es equilibrado. Es Cábala también. Un poco, bueno, si sale bien con doce, sigamos con doce. Porque además uno escribe más cuentos en determinados momentos, y después decide cuáles son los cuentos que forman un libro. Ponerte algún tipo de límite también sirve, porque a lo mejor tienes, no sé, veintitrés cuentos, y dices no, este libro va a tener doce, te esfuerzas en buscar… No tenía veintitrés cuentos, pero quiero decir, te esfuerzas en buscar las conexiones, las comunicaciones, el diálogo que tienen los cuentos entre sí, de una forma más estricta. Entonces, el doce me funciona.

Cuando se habla de terror, pasa también con la novela de género, se suele leer buscando una sobreinterpretación, como tratando de llevarlo a lo que se considera literatura seria, de hacer una lectura metafórica que dé una clave política o sociológica. ¿Qué piensas de eso?

Yo tomo mis cuentos como realismo. El primer cuento, por ejemplo, es sobre una mujer en un barrio periférico de Buenos Aires en el que ocurren crímenes variados, pero no solamente: muere gente y ella es capaz de hablar con los fantasmas de esos muertos, en general por muerte violenta. Ella los contiene, porque no es que los ayude a cruzar al otro lado ni nada de eso, no es lo que quería contar, quizá sea eso lo que pasa, como dicen mis amigos médium, pero a mí no me importa, porque literariamente no me gusta: eso es un final feliz, y eso me aburre. No quiero que se salve nadie. Pero sí que se tranquilicen un poco, ¿no? Esta mujer es una médium contenedora, como una psicóloga de fantasmas. Pero los fantasmas para mí son reales, porque lo serio, la metáfora, ya ocurrió. Ya te estoy contando que es un fantasma. Es un barrio periférico que tiene secuestros exprés, donde matan gente (las afueras de Buenos Aires se están poniendo cada vez más violentas), en el que un vecino mató a un ladrón porque, aun sin estar tan seguro de que fuese el culpable o que lo fuese a robar, lo mata y después se le aparece el fantasma naturalmente. Hay tres chicas muertas en un crimen narco. Ya está todo eso. La doble lectura, la metáfora de la violencia, no. La violencia está como realismo y contada como realismo. Para mí, los fantasmas son un subrayado de eso. Es hacer visible cómo el trauma persiste, cómo las consecuencias de esa violencia son persistentes en el tiempo, como los fantasmas.

Me pasa algo muy curioso con esto del género, lo digo como persona que no solo escribe género. Mi segunda novela, que a mí me gusta mucho, se llama Cómo desaparecer completamente y nunca se volvió a reeditar, y es una novela realista. Ya la reeditará posiblemente Anagrama en el futuro, pero no hay ninguna presión ni ningún entusiasmo de decir: bueno, vamos a consagrarte, Mariana, con la novela realista. Todo el mundo está muy contento y todo el mundo cree que solo escribo terror. Escribí una biografía de Silvina Campo, que por supuesto no es de terror, aunque estaba obsesionaba con las cucarachas. Estaba loca, pero era una persona. Y después escribí también un libro de viaje sobre paseos a cementerios donde no pasa nada sobrenatural. O sea, soy yo ahí mirando las cosas. Nada sobrenatural. Además, no me pasó nada sobrenatural. Y un libro sobre Suede que es teoría de fandom y sobre mi fanatismo por esa banda británica. Y esos libros son mucho menos conocidos que los libros de terror. Está la cuestión de cuándo vas a escribir lo serio. Bueno, ya está lo serio, pero le gusta más el terror a la gente. O sea, pongámonos de acuerdo con esto porque es muy discursivo.

¿Te molesta que parezca que esto no es serio?

No, no. Me da absolutamente igual. Lo que me molesta un poco es que persista esa discursividad, sobre todo en escritores un poco mayores que yo. Es gente muy grande, además. Es como decirme: ¿cuándo vas a crecer? Y vos decís… Son cincuenta años. Ya. O sea, es muy difícil que madure en algún sentido.

Has citado antes tu trabajo de no ficción. Me ha parecido ver en algunos cuentos una cierta retroalimentación entre el trabajo periodístico y el trabajo de ficción.

Sí, mi visión del realismo, que uso mucho en los cuentos, es ciertamente una visión del realismo desde la crónica. Uso mucho también la experiencia del periodismo cultural de investigación como material de los cuentos. Lo curioso es que yo nunca hice o casi nunca hice periodismo sobre la realidad. Uso la técnica de tomar cosas de la realidad para la ficción. Eso es lo que estaba hablando recién, para no spoilear todo, pero el caso de las chicas asesinadas por un narco que venían caminando después de pasar una noche en un club es cierto. Es todo tal cual. También lo utilizo a veces en otros: hay un true crime, que es el caso de Elisa Lam, la chica que se suicidó en un tanque de agua en Los Ángeles. Se hizo viral el vídeo de ella en el ascensor, que a mí me sigue impresionando mucho. Lo utilizo en el sentido de tomar algo directamente de lo real y después ficcionalizarlo. De hecho, la protagonista de ese relato es una periodista. Es la primera vez, creo, que en un cuento la protagonista es una periodista. En Nuestra parte de noche había una también. Me sirve mucho como procedimiento: eso que decías de la libertad de la forma tiene que ver con usar un poco más el procedimiento de la crónica. La crónica es más libre que el cuento. Te permite más desvíos, te permite más citas, te permite más mezcla de realidad y ficción. No es lo mismo. Permite otros lenguajes. Se tiende a pensar que el cuento tiene que tener un lenguaje más unificado y una estructura muy cerrada. Y la crónica no.

Llaman la atención los finales de los cuentos, no son abiertos ni cerrados, hay una ambigüedad nada efectista, que deja además una sensación de empatía incluso en los finales más terribles.

En la vida las cosas no terminan. Nunca. Hacer un texto literario donde uno pone un final bonito, con un moño, es un poco tramposo con el lector y con uno mismo. Porque no es así. La literatura no tiene por qué imitar la realidad, por supuesto, pero tiene que ser honesta respecto a la experiencia sensible. Y la experiencia sensible no se parece nada a una explicación del mundo. Pero yo no puedo dar una explicación del mundo. Los cuentos terminan, yo creo, en general, en un momento donde ya no hay más lenguaje para seguir adelante. Es decir, yo no sabría cómo seguir contando eso. No tiene importancia lo que pasa después. Al final, lo que ocurre puede ser desolador en algunos casos, o terrible en otros, o se va desvaneciendo de tal manera que ya no hay nada más que contar. Es la gran diferencia con la novela, ¿no? La novela siempre parece que se puede hacer. Todo el mundo me pide una segunda parte de Nuestra parte de noche y yo ni me acuerdo de qué trata la novela. La tendría que releer y estudiar. Pero el cuento es una unidad, es algo único. En este caso sí pensé en que los cierres fueran bastante amables también. Algunos son terribles, terminan en una matanza, pero no importa. Que sean amables en cuanto a cómo se va cerrando todo. Que no sean abruptos, pero tampoco cerrados. Porque las cosas no terminan en la vida.

Un poco como un fade out, ¿no?

Es eso. Pero es porque no se termina… No entiendo el cuento a la antigua donde hay un remate o una resolución o lo que sea, y un lazo. Se nota mucho el artificio. A veces está bueno que se note el artificio, pero en un relato me parece que ya no podés tranquilizar así a la gente. O a mí misma. En un momento de tanta confusión e inquietud como es el mundo contemporáneo, me parece un artefacto anacrónico un relato que termina así.

Me gustaría que profundizaras un poco más en esa idea, en cómo utilizas los cuentos precisamente para contar este mundo tan caótico y en el que cada vez tenemos más miedo.

Cuando empecé a escribir terror, a fines de la primera época de los 2000, mi idea teórica era la del terror contemporáneo clásico, que está muy influenciada por la tradición británica de Arthur Machen y esos escritores más ocultistas, místicos. Lo que ellos dicen es: esta realidad no existe. Esta realidad es una convención que está dada por el lenguaje, por lo que ven nuestros ojos, etc. Pero lo terrorífico se da cuando esa realidad, por el motivo que sea, se quiebra y vemos lo que está del otro lado del portal, digamos, que es la verdadera realidad. Estos escritores, por supuesto, no la describen porque se supone que ahí se termina el lenguaje y no se puede describir. Hay cuentos clásicos como “El gran dios Pan”, algunas cosas de Lovecraft; no es exactamente horror cósmico, sino esa cosa vertiginosa o puesta en abismo de decir: lo más terrorífico es que lo que pensamos que es real en realidad no existe. Eso implica la aparición de lo sobrenatural, la aparición de lo siniestro, o sea, de darme cuenta de que yo no estoy hablando en este momento delante de personas, sino de robots. Lo que está pasando ahora es que la realidad ya es así. Alguien te manda un mensaje al teléfono y no sabes quién es. Puede ser tu amigo el que dice que es, o puede ser una persona que está tratando de sacarte tu número pin para robarte y no te das cuenta. Te das cuenta cuando tenés vacía la cuenta. Estás hablando, chateando en el chat de Inteligencia Artificial tranquilamente: ¿es una persona el chat de Inteligencia Artificial o no? Estamos también en un mundo agonizante, con lo cual también hay una cierta irrealidad en tener que hacerse cargo de que la propia especie quemó la casa, digamos, y se quemó a sí misma cuando creó la Inteligencia Artificial. ¿Por qué vas a crear una herramienta que reemplace el trabajo si el trabajo en el mundo capitalista es lo que te permite tener dinero para vivir? Estás loco. Bueno, han hecho eso. Ese nivel de destrucción de la convención, de la realidad, más las fake news, etc., y cierta cuestión que apareció mucho en los últimos años y que se acompaña un poco políticamente del renacimiento de las derechas, que es la total confianza en la opinión y no en los hechos.

En Argentina la gente apela todo el tiempo, sobre todo los jóvenes, al sentir. Una amiga, por ejemplo, puede decirme: yo siento que te va a quedar bien esta remera, esta pollera, esta falda, lo que sea. ¿Cómo que sentís que me va a quedar bien la falda? O sea, crees que me va a quedar bien la falda. Sería: yo creo, por tu altura y por tu estructura ósea, que te va a quedar bien esta falda. Son dos cosas de un orden diferente. Y eso es un cambio de lenguaje que yo noté porque soy docente. Los chicos me dicen: siento que este libro es muy largo. No, el libro es largo o no. Si tiene quinientas páginas es largo. Si tiene veinte, no. Y no hay ninguna emoción en esto. Lo que sucede después es que, como ese tipo de subjetividad es tan importante, vos le decís a alguien: hay un 25% de desocupación. No creo. No lo siento. No lo siento, no creo. No, bueno, pero se midió… ¿Y con qué tipo de herramienta se puede uno enfrentar a una persona que decidió que la realidad no tiene nada que ver con los datos y sí tiene que ver con lo que a él le parece algo? ¿Qué haces con eso? Es muy difícil. Me acuerdo de la cuestión de las vacunas. Más allá de que uno esté de acuerdo o no con las vacunas. El argumento de los antivacunas en general era que a ellos les parecía que les iba a hacer mal. Que tal vez fuera verdad. Pero lo que quiero decir es que no lo podían saber. Lo que quiero decir con todo esto es que la realidad se está pareciendo mucho a mis cuentos. No tengo que hacer tanto esfuerzo, solo tengo que observar mejor.

En este libro reaparecen algunos de tus temas, obsesiones o perversiones: el cuerpo, el sexo, el duelo, las relaciones entre madres e hijas, aparecen adolescentes, que son bastante habituales en tus ficciones. Es como un grandes éxitos de los temas de Mariana Enriquez, ya que hablábamos antes de los discos.

Un escritor no tiene tantos temas, lo que puede hacer es variaciones sobre ellos y tomar decisiones diferentes, pero también tiene que, y esto lo aprendí con el tiempo, relajarse, asumir que esos son sus temas, los puede explorar infinitamente. O sea, una relación madre-hija o una relación familiar tienen tantísimos matices que no tengo por qué decir: bueno, no, ahora no voy a poner familia porque ya escribí sobre familia. Me relajé con la presión de decir: tenés que cambiar. Se puede cambiar dentro del mismo universo, digamos. Hay algo de grandes éxitos y de leves variaciones, pero que en algunos casos son un poco radicales. Nunca había empezado un cuento con una protagonista que es una mujer más grande; más grande, diez años más que yo. Una adulta adulta. Y fue una decisión ponerlo al principio porque en general la asociación del terror es con la juventud, con la adolescencia, con lectores jóvenes.

En tus libros sueles incluir qué música te ha acompañado mientras estabas escribiendo el libro. Hemos hablado de que organizas los libros de cuentos pensando en discos y de la influencia de la música. Me preguntaba si el cine te influye. Porque, por ejemplo, el último cuento, que es un cuento de amor camuflado de otra cosa, me recordaba en momentos a Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch.

Sí, yo creo que tengo influencia del cine. Pero… ¿Cómo decirte? La influencia que tengo de la literatura es muy consciente. Yo leo mucho. Tengo muy claro lo que elijo leer y lo que elijo como epígrafe. Acá no sé si se dice lo mismo, pero soy muy nerd. En Argentina se dice ñoña. Aquí sería como empollona más bien. Bueno, soy muy ñoña con leer y las citas y los subrayados y los libritos. Y con los discos también soy un poco así. Con el cine soy mucho menos completista y obsesiva y mucho más inocente: me creo todo. Veo películas malas y las miro hasta que en un momento digo: no, pero esto es horrible. Pero como hay algo en la imagen que me da mucha ingenuidad, entro mucho… La literatura puedo analizarla, puedo incluso no disfrutarla y leerla igual. Porque quiero ver el mecanismo, me interesa lo que está haciendo. Los discos también. Lo que me pasa con el cine es que hay climas que sí trato de reproducir literariamente. David Lynch, por ejemplo. Esa tensión, eso, el zumbido de las películas de David Lynch. Me interesan mucho las películas muy románticas, que me parecen a mí románticas. No rom-coms, digamos. Tipo My private IdahoSolo los amantes sobrevivenTravel every day, de Claire Denis. Me gusta lo romántico así en el sentido de como muy exaltado sentimentalmente. Y cuando no, me gusta esa cosa un poco… un poco surrealista de Lynch, de Tarkovski. Esos climas que decís: ¿qué está pasando acá? Es como que te están metiendo en algo muy raro. Esa sensación… A mí Lynch me da miedo real. Y hay algo de eso que trato de transmitir. Quiero que haya un momento en el cuento en que la persona que lo está leyendo tenga miedo y diga: no entiendo lo que está pasando. Como que se enrarece todo. Y sí. El cine lo odio más que otras formas, digamos, de arte. Me enoja más.

Estoy un poco perturbada por el cambio en el pelo, me preguntaba si habías dejado de ser grunge, por la domesticación de tu melena. Y pensaba: quizá ha entrado en su fase estéticamente victoriana o algo así, pero en cambio su literatura es más gamberra y desmelenada. No sé si es una manera de compensar… 

Sí. Siempre me interesó verme más o menos bien, pero cuando era más joven no tenía necesidad porque ser joven lo era todo. Ahora se me vuelve una necesidad tener alguna inversión, una botita en alguna cosa. No puedo estar de grunge, desmelenada, porque parezco una señora que pueden llevar detenida. Es la verdad. Estos looks son una cosa que me gusta mucho, pero siempre me pareció que lo guardaba para ocasiones especiales y no sé qué. Dije: no, bueno, es un buen momento además de la vida, este momento. Lo único que me deprime es ver las fotos de cuando era joven y pensar: qué linda chica era y yo me sentía fatal. Pensaba que era un monstruo, que nada me quedaba bien. Un poco el terror de eso también está ahí. Hay un cuento sobre eso, sí, es como haber perdido la juventud y después encontrarte en la madurez y decir: pero ¿qué es esto? Y encima entras a una segunda metamorfosis. Como lo de la adolescencia. No estoy preparada para esto, y mi cuerpo y mi mente, menos. Entonces, sí, entré en una etapa un poco más elegante, pero en público. Es una puesta en escena. Todo es una puesta en escena. El tema del cuerpo y hacerse mayor y la conciencia de ello es algo que me tomo en serio. El cuento en el que aparece todo eso tiene mucho humor, porque para mí es muy serio. Para mí el humor es la mejor manera de abordar las cuestiones más serias. Es el único lugar donde todavía podemos hablar de las cosas con el nombre que le decimos en privado pero que ya no podemos decir en público. “Metamorfosis” es el cuento más serio del libro y el más gracioso. Es el que escribí con más humor, pero es porque es lo que más me preocupa. El cuerpo es lo último, es lo más vulnerable, es lo que tenés más cerca de todo. Y el cambio del cuerpo es incontrolable. No sé quién me contaba que había entrevistado a una chica, una escritora de 35 años, que había escrito una novela acerca del miedo que tenía a envejecer. Yo decía: pobre, qué horror. ¿Qué nos hace la cultura? Yo también tengo miedo a envejecer, pero yo estoy ya en el camino. Tengo cincuenta, el pelo blanco. Estoy yendo. Ella tiene 35. Además, puede morir y no de vieja. Está angustiada, tiene miedo a una posibilidad que quizás no ocurra porque cruza una calle mañana, va borracha, le agarra el tranvía y ya no es vieja. Yo no tenía miedo de ser vieja cuando era joven porque era toxicómana. Pensaba: bueno, no voy a sobrevivir. No se me ocurría la vejez. Yo era la juventud permanente. Un día te despertás y decís: se terminó. Tengo resacas que no soporto, dejo de beber. Entonces, ahí… Pero ella… Me gustaría recordar su nombre y decirle: hija mía, ahí, si te da tanto miedo, hay soluciones. Si vas a seguir viviendo, mejor que te angustie otra cosa.

¿Estás nerviosa porque Nick Cave haya anunciado nuevo disco?

No, les voy a hacer una confesión. Dejé el teléfono en el hotel, creo que porque me llegó un mensaje del que edita a Nick Cave en Argentina. Me dijo: ¿querés que arreglemos una entrevista? No, no. No, le voy a decir que no. Es el único de mis ídolos que no quiero conocer. A muchos de ellos los conocí. Incluso gente de la que soy muy, muy fan. Conocí a Manic Street Preachers, conocí a Suede, conocí a un montón de gente. Con todos tuve muy buena relación. O, en realidad, si no fue excelente, no me importó. Pero yo no quiero… Son personas. Para mí, Nick Cave no es una persona. Voy a volver al hotel y le voy a decir que no. Además, pensaba hoy mientras me duchaba antes de venir para acá: ¿y qué le pregunto a Nick Cave? Diría que no tengo ningún interés en él, aparte de mi interés irrealizable. Le voy a decir que no puedo. Que no estoy mentalmente preparada. Una vez me pasó una cosa con otro héroe mío, con Brett Anderson, el cantante de Suede. En 1999 le hice una entrevista por teléfono, en Buenos Aires. Fue muy buena. Y durante muchos años yo le decía a todo el mundo que Brett Anderson era mi mejor entrevistado, qué sé yo. Bueno, pues después tuve una relación, no diría amistosa, pero sí de colegas, con el bajista de la banda, que es escritor [Mat Osman]. Me invita a los shows a veces, cuando estoy cerca o cuando ando por Europa o lo que sea. Y nos leemos los libros, estas cosas. Un día charlábamos, estaban otros integrantes de la banda ahí. Y yo le dije al cantante: sos mi mejor entrevistado. Que no se acordaba es obvio. No se acordó la semana siguiente cuando lo volví a ver en otro lado. Pero en ese momento él me dice algo peor. Me dice: ¿estás segura?, ¿estás segura de que era yo? Digo: por supuesto, escucho todas tus entrevistas, todas tus canciones. Te digo, obsesionante. Te conozco como tu madre. Y me dice: no, es que ese año yo tenía algunos problemas y a veces las entrevistas las hacía Osman. Sobre todo las telefónicas. Si hay otro que te puede imitar más o menos, en el teléfono no se nota tanto. Son dos ingleses de mediana edad y hablan todos igual. Del mismo pueblo, el mismo acento. Y yo: no me podés hacer esto. Yo era una niña feliz de que esto hubiese pasado. Y el otro me lo imitó y son iguales. Quiero decir, también ahí, incluso en el mundo analógico. No había ni Gmail en el 99. No sé a quién entrevisté. Y quizá ninguno de los otros que entrevisté tampoco era quien yo creía. No lo sé. El único del que estoy segura es Ozzy Osbourne. Porque no nos entendíamos. Yo le preguntaba y él: “what?, what?”. Y eso fue la entrevista. Así que Ozzy era Ozzy. Pero los demás… no lo sé. Voy a tirar los casetes. Pero quiero decir: analógicamente también la realidad después se destruye. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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