La demorada resonancia de un grito

¿Cuándo comenzó a ser leído Kafka en México? Este texto traza la genealogía de la influencia que el autor de La metamorfosis tuvo en los escritores mexicanos, indaga en las primeras traducciones y muestra su presencia no siempre a la vista en la literatura de nuestro país.
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“Si Kafka hubiera nacido en México, sería un escritor”1 perteneciente a la generación del Ateneo de la Juventud, un grupo que apenas si reparó en la existencia del narrador nacido en Praga, Chequia, el 3 de julio de 1883 y muerto en Kierling, Austria, el 3 de junio de 1924. La mayoría de los ateneístas lo pudo leer una vez que Max Brod comenzó a publicar los archivos de su amigo en 1925, el mismo año en que la Revista de Occidente daba a conocer la legendaria y enigmática traducción de La metamorfosis. La revista dirigida por José Ortega y Gasset, estudiante de universidades alemanas entre 1905 y 1907, pronto se posicionó entre la comunidad intelectual de España y de Hispanoamérica; después de su fundación en 1923, abrió su sello editorial al año siguiente con un catálogo dedicado a libros de historia, literatura y filosofía avant la lettre.2 Después de aquella aparición inicial de Kafka en nuestra lengua, la revista española publicará “Un artista del hambre” en 1927. Como en la primera ocasión, el crédito del traductor del relato no figuró, omisión que dará lugar a falsas adjudicaciones y a varios entuertos detrás de los cuales encontramos al gran divulgador del autor de El proceso, Jorge Luis Borges, quien firmará la traducción de la primera compilación de relatos, La metamorfosis, publicada por Losada en 1938, en la colección La Pajarita de Papel a cargo de Guillermo de Torre.3

¿Estas piezas kafkianas pasaron sin pena ni gloria en la curiosidad de José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Julio Torri y Carlos Díaz Dufoo (hijo), seguros lectores y tal vez la mayoría cumplidos suscritores de la Revista de Occidente? Cabría esperar que, especialmente los tres últimos escritores de la lista, entreviendo afinidades intelectuales con la literatura del prosista checo, reconocieran una veta literaria de inocultable extrañeza y fascinación. Traductor de Goethe y Heine, Torri pudo leer a Franz Kafka en su lengua. Bibliófilo irredento, ¿encargaría el saltillense los libros publicados en vida, Contemplación (Rowohlt Verlag, 1912) o El fogonero (1913), La condena (1913), La metamorfosis (1915), En la colonia penitenciaria (1919)y Un médico rural (1919)aparecidos en el sello Kurt Wolff Verlag? Su amigo Ramón López Velarde, con toda seguridad, lo habría festejado de haber traducido La condena, una pieza narrativa que dialoga con un tema cardinal en la obra del jerezano: los fantasmas de la vida conyugal.4 La vena aforística de Kafka hubiera empatado con la de Díaz Dufoo, dos espíritus escépticos y contradictorios. Pero el autor de De fusilamientos no dejó señal alguna de una simpatía mayor en torno de los libros del escritor checo. Por último, en el universo de intereses de Alfonso Reyes, atento y escrupuloso lector de Proust y Joyce, el legado kafkiano apenas si le mereció algunos apuntes.5

Ante tal indiferencia o desconocimiento del gremio de escritores en la capital del país, incluida la generación de Contemporáneos en el paquete, llama la atención que en la revista Banderas de Provincias, número 12 de la segunda quincena de octubre de 1929, los jóvenes escritores tapatíos, de filiación católica, dieran a conocer el relato “Ante la ley” de Franz Kafka en traducción de Efraín González Luna, quien en otros números tradujo La Anunciación de Paul Claudel y un fragmento de Ulises de Joyce con sus respectivos comentarios.6 A partir de entonces, las lecturas y relecturas de la obra del autor de El castillo darán origen a algo más que una influencia literaria, una visión del mundo en todo caso donde los mecanismos de la angustia y del absurdo construyen minuciosos y desquiciantes pasajes de la existencia humana, dinamitando aquí y allá pilares vertebrales de la sociedad moderna, el matrimonio, la figura paterna y la familia, pero también removiendo el concepto de Dios, el de pueblo y el de justicia. Una vez puesta en cuestionamiento la veta nacionalista de la literatura mexicana –de la novela de la Revolución a la llamada novela indigenista–, la narrativa escrita en México a finales de los cuarenta asimilará registros, caracteres y atmósferas identificados con el orbe kafkiano.

Lectores fascinados y conmovidos de los relatos del checo fueron Elena Garro, Augusto Monterroso, Juan Rulfo, Francisco Tario y Juan José Arreola. Este último gustaba referir que nació en “septiembre del mismo año cuando Franz Kafka fue declarado mortalmente enfermo de tuberculosis”.7 Especialmente en Confabulario, la extrañeza y la paradoja llevadas al límite están en correspondencia con la geografía imaginaria del escritor de Carta al padre, pero también, en dosis menores y a veces en clave tragicómica, este punzante desasosiego se observa en Varia invención, incluso en Bestiario y Palindroma. En el caso de Monterroso, la obra de Kafka es diálogo, homenaje y prolongación; en “La cucaracha soñadora” y “Paréntesis” de La oveja negra y demás fábulas, “Kafka” y “Perros de Kafka y de Cervantes” de La letra e o “La cena” de La palabra mágica aparece un leitmotiv kafkiano que propicia la variación de una suite o una aproximación ensayística sobre su obra o figura. Por su parte, Octavio Paz no escapó a la tentación de contrastar la transformación de Lucio en asno referida por Apuleyo y la de Samsa en cucaracha relatada por Kafka; en ambos procesos hay diferencia en su origen y en su desenlace según el poeta:

Conocemos el pecado de Lucio: su afición por la hechicería y la concupiscencia; ignoramos cuál fue la falta de Samsa. Tampoco sabemos quién lo castiga: su juez no tiene nombre ni rostro. […] Para Gregorio Samsa el fin es la escoba doméstica que barre el suelo de su cuarto. Apuleyo: el mundo visto y juzgado por un asno; Kafka: la cucaracha no juzga al mundo, lo sufre.8

La siguiente promoción de escritores en México leerá al narrador checo con el acompañamiento crítico de voces autorizadas en el asunto, Borges en el ámbito hispano, Pierre Klossowski, Georges Bataille, Maurice Blanchot y Gilles Deleuze en el orbe francés, Robert Musil, Walter Benjamin y Elias Canetti en el marco alemán. En las obras y en las reflexiones de Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Pedro Miret, José de la Colina, Salvador Elizondo, Amparo Dávila, Juan García Ponce, Margo Glantz, José Emilio Pacheco, Rafael Pérez Gay o Juan Villoro, subyace el legado de Kafka en distintos espesores y prioridades. Cuando lo leyeron, su influencia literaria flotaba en el aire de la época. García Ponce lo leyó radiográficamente y entendió que “la obra de Kafka está hecha de contradicciones tan evidentes, que permanece inevitablemente inconclusa, descansa en la primera terrible, maravillosa contradicción de que Franz Kafka vive desde su muerte y pasó toda su vida como muerto”.9 En su reseña de Respiración artificial de Ricardo Piglia, novela que aventura ciertos encuentros entre Hitler y Kafka, José Emilio Pacheco aprovecha la expedición crítica para marcar el lugar del escritor checo-judío en la literatura del siglo XX: “James Joyce intenta despertar de la pesadilla de la historia para hacer hermosos malabares con las palabras. Kafka despierta todos los días para entrar en la pesadilla y describirla. Kafka es Dante.”10 Juan Villoro se interesó por su escritura autobiográfica, diarios y cartas a los que se aferraba –clavo ardiente o tablón de náufrago–, pero también, donde el autor de América veía su paulatina transformación: “El diarista no busca saber quién es sino en quién se está convirtiendo.”11

La obra de Kafka rebasó pronto el ámbito literario y se tornó tema o pretexto para recreaciones teatrales, cinematográficas y plásticas. Aquí en México, dos figuras de la Generación de la Ruptura, José Luis Cuevas y Francisco Toledo, abordaron un espectro de su imaginario. El primero realizó en 1957 una serie de dibujos a tinta que se reunieron en el volumen The worlds of Kafka & Cuevas publicado en Filadelfia por Falcon Press; en tanto, el oaxaqueño ejecutaría en 2005 una serie de dieciséis grabados al aguafuerte, punta seca y azúcar a partir del relato “Informe para una academia” y de otros textos referidos a Pedro el Rojo, el chimpancé que se volvió humano. Un siglo después, el espíritu guasón de Franz Kafka, reverso de un alma en permanente angustia, marca nuestros días presentes con una luz cenagosa surgida de un sueño profundo donde se mezclan y relevan escenas de amor y muerte, de deseo y zozobra, de encuentro y persecución. ~


  1. Gracias a Gabriel Zaid, el autor del dicho, “Si Kafka hubiera nacido en México sería un escritor costumbrista”, tiene nombre y contexto: a finales del gobierno de Echeverría, en una reunión de amigos que comentaban episodios tragicómicos del régimen, el asesor bancario Alejandro Palma Argüelles (1935-¿?) lanzó la famosa frase que con el tiempo ha mudado de geografía en sus múltiples apropiaciones y distorsiones. En “Avatares kafkianos” de Letras Libres, noviembre de 2020, Zaid nos revela también ángulos poco abordados en torno del doctor Franz Kafka, muy estimado por sus jefes en la compañía de seguros donde laboró catorce años. ↩︎
  2. En 1945 publican La metamorfosis en su colección Novelas Extrañas que contaba en su catálogo con La guerra con las salamandras de Karel Čapek, La dama del mar de H. G. Wells, Cuentos de fantasmas de Algernon Blackwood y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. De nueva cuenta, el registro del traductor no figuró en el volumen. El nombre de Margarita Nelken (1894-1968) se baraja como la posible traductora de las primeras versiones de Kafka al español. ↩︎
  3. El volumen en cuestión incluía, además de “La metamorfosis”, los relatos “Un artista del hambre”, “Un artista del trapecio”, “El buitre”, “Una confusión cotidiana”, “La cruza”, “La edificación de la Muralla China”, “El escudo de la ciudad” y “Prometeo”. A principio de los ochenta, a pregunta expresa de Fernando Sorrentino, Borges declaró no ser el traductor de los dos primeros relatos adjudicados por displicencia del editor. ↩︎
  4. La primicia de la traducción al español de este valioso relato, dedicado a Felice Bauer, estuvo a cargo de Arqueles Vela; se publicó con el título “La sentencia” en el único número de la revista Imán (abril de 1931) editada en París por escritores hispanoamericanos. ↩︎
  5. Por ejemplo, en las páginas de “Apuntes para la teoría literaria”, Reyes engloba La metamorfosis en el rubro “de géneros geniales, como lo es la novela ensayo, que hasta puede afrontar disquisiciones filosóficas”, Obras completas XV, FCE, p. 477. En el artículo “Sobre la novela policial”, el regiomontano critica el “sentimiento del miedo” como atributo condicional de este tipo de obra que consigna Louise Bogan: “(Y aquí de la angustia de Kafka, Kierkegaard y otras honduras por este tenor.)”, Obras completas IX, FCE, p. 460. ↩︎
  6. Después de tales aportaciones literarias, a las que es necesario sumar el poema “Viacrucis” de Paul Claudel, Efraín González Luna (1898-1964) se dedicó a la consultoría jurídica principalmente de instituciones bancarias. Escribió varios libros sobre administración pública y política. Fue uno de los fundadores del Partido Acción Nacional del que sería su primer candidato presidencial en 1952. ↩︎
  7. Fernando del Paso, Memoria y olvido de Juan José Arreola, FCE, 2003, p. 23. En este mismo volumen dirá: “Amo el lenguaje sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías hasta Franz Kafka”, op. cit., p. 238. Por si faltara reafirmar tal admiración, agrega en otro de sus libros: “Cada vez que coincido, revivo. Claro que soy feliz cuando mi propio pensamiento se asemeja en algo, siquiera sea por el tema, al de autores que venero. He llegado a coincidir textualmente, por dicha o por desdicha, con Kafka, Papini, Duhamel y Max Scheler, por ejemplo”, Juan José Arreola, Inventario, Puertabierta Editores, 2017, p. 57. ↩︎
  8. Octavio Paz, “Metamorfosis” en Corriente alterna, Siglo XXI, 1984, pp. 18-19. ↩︎
  9. Juan García Ponce, “Deber e imaginación (a propósito de Franz Kafka)”, Texto Crítico, núm1, enero-junio de 1975, p. 25. ↩︎
  10. José Emilio Pacheco, Inventario, tomo I, Era, 2017, p. 691. ↩︎
  11. Juan Villoro, De eso se trata, Anagrama, 2008, p. 153. ↩︎
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(Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966) es poeta. Su libro más reciente de poemas es Tabla de restar (UAQ, 2017). La editorial Calygramma, con el apoyo del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (2018) del FONCA, acaba de publicar su ensayo El acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921.


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