Goya, las máscaras de lo oscuro

Diversas interpretaciones ha merecido la inquietante obra gráfica de Francisco de Goya. En este fragmento de un ensayo publicado en el número 238 de la revista Vuelta en septiembre de 1996, el crítico de arte Claude Esteban pondera una de las posibles lecturas que se puede hacer de uno de los grabados más insignes del artista español.
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“El sueño de la razón produce monstruos”: el grabado que así tituló Goya sigue siendo, sin la menor duda, el más famoso de toda la serie de Los caprichos; además, ha suscitado, desde hace dos siglos o casi, las interpretaciones más diversas, las más divergentes diría yo, como si algo del genio secreto del artista, su parte de noche y de terror, se encontrara expuesto por primera vez ahí a las miradas, pero evasivo, ocultándose sin fin bajo los signos. Y sin embargo, no se trata sino de un hombre que duerme, con una extraña cohorte de bestias amenazantes a su alrededor… Si Baudelaire fue el primero en conmoverse, si Malraux creyó descubrir los indicios de una modernidad que se inventa, los historiadores de arte, desde luego más circunspectos, solicitan los textos y los testimonios y se ponen de acuerdo para descifrar la escena con las claves que parece proponernos el mismo Goya o aquellos que lo acompañaron, que lo guiaron por un tiempo con sus reflexiones y sus certidumbres: poetas, filósofos, hombres sabios en verdad, si no siempre maestros de sabiduría; se ha reconocido, ciertamente, a los ilustrados. Ahí donde la razón ya no gobierna puede echarse a volar la fantasía y, con ella, las invenciones más descabelladas de la imaginación. Está bien que a veces Goya quiera ser el defensor de la razón, pero ¿por qué tantos monstruos convocados aquí para demostrarlo a contrario, por qué ese hormigueo de lo oscuro que ya no aceptará volver a sus cuevas infernales y que se desahogará con toda tranquilidad en Los desastres de la guerra, en los Disparates, e invadirá al fin todo el espacio de las pinturas negras en los muros de la Casa del Sordo?

Es verdad que el mismo Goya, no sin cierta malicia o instigado por sus prudentes amigos, borró las pistas. Se sabe, recordémoslo de paso, que en los dibujos preparatorios de Los caprichos Goya imaginó en dos ocasiones la escena de “El sueño de la razón con el proyecto de hacer el frontispicio de esta serie, primero llamada, muy significativamente, Sueños. Este título, que mucho le debía a Quevedo, desaparecerá en favor de Asuntos caprichosos, y pronto de Los caprichos, sin duda inspirado por los Capricci di carceri de Piranesi y los Capricci e scherzi di fantasia de Tiepolo. Lo que más nos intriga es la suerte que el artista le reservó a ese sueño tan largamente meditado. Cuando la obra grabada aparece en 1799, un autorretrato del maestro en traje de burgués, con la mirada altanera, sarcástica, sustituyó el frontispicio inicial, que se halla deportado casi en medio de la serie de las ochenta láminas, en el lindero de los grabados que tratan principalmente de las prácticas brujeriles y de sus infamias. Goya no dio muchas explicaciones, y los comentarios sobre los móviles de semejante trastorno en la economía original de la obra pudieron desatarse con toda libertad.

La versión comúnmente admitida –y que, debo decirlo, no carece de precisión inmediata– proviene del registro histórico, que llamaremos, siguiendo el gusto del día, el contexto sociocultural de la época. Consciente de la singularidad y de la ultranza de esta representación, Goya había querido, en cierto modo, “ahogarla” en la corriente escénica de las supersticiones y de las aberraciones sexuales de la brujería, tan bien codificadas a los ojos de todos y ya ridiculizadas por todas las buenas mentalidades del Siglo de las Luces. El absolutismo real, los malos ministros, la Inquisición, todo militaba en favor de ese ocultamiento, o al menos de una apariencia de racionalización, en verdad bastante relativa, de esa escenografía aberrante. Así lo confirman las palabras de presentación de Los caprichos: “Persuadido el autor de que la censura de los errores y de los vicios humanos puede ser objeto de la pintura, ha escogido como asuntos proporcionados para su obra, entre la multitud de extravagancias y desaciertos […], aquellos que ha creído más aptos a subministrar materia para el ridículo…” ¿Necesitaba la razón a tantos rapaces, linces, murciélagos, para convencer al hombre que duerme –y a los que lo ven dormir– del valor de su causa? El sueño se convierte en pesadilla. ~

Traducción del francés de Aurelia Álvarez Urbajtel.


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