Eva Illouz: El amor y otras catástrofes

Una entrevista con la la socióloga franco-israelí, que acaba de publicar 'El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas'.
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La socióloga franco-israelí Eva Illouz vuelve a las librerías con un ensayo sobre las relaciones amorosas, uno de los temas que más ha explorado a lo largo de las últimas décadas. La obra, publicada en castellano por Katz, se titula El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas y puede funcionar como conclusión de los volúmenes centrados en las conexiones entre el capitalismo avanzado y el amor principalmente heterosexual escritos por Illouz hasta el momento.

La propia autora, en una entrevista reciente por correo electrónico, corrobora y matiza esta hipótesis, sorprendida ante los cambios que han tenido lugar en nuestras sociedades durante las tres últimas décadas en relación con la vida emocional: “En este último libro he tratado de resaltar los numerosos mecanismos a través de los cuales el capitalismo orientado al consumidor y el capitalismo corporativo socavan las relaciones humanas. En el contexto del amor, el principal responsable es lo que yo llamo el capitalismo escópico, es decir, la explotación de los cuerpos y la sexualidad de las mujeres para la mirada de los hombres. Así que pasé de tratar de entender cómo el capitalismo, en tanto que organización económica, liberó a los jóvenes de la autoridad de sus padres y les proporcionó un espacio de ocio en el que encontrarse libremente, hasta llegar a la observación de que la intensa sexualización y explotación de los cuerpos femeninos con fines económicos había cambiado profundamente la ecología de las interacciones románticas, convirtiendo a las mujeres en objetos intensamente sexualizados.”

Fruto de estos cambios advertidos por la autora se encuentra una nueva modalidad de subjetividad que ella denomina “la elección de deselegir”, y que, a su juicio, es la práctica dominante en nuestros días a la hora de establecer relaciones emocionales. Illouz vincula directamente los instrumentos desarrollados por el capitalismo contemporáneo en el campo de lo contractual –horario flexible, subcontratos y otras legislaciones que, en sus palabras, “explotan la incertidumbre”– con las prácticas emocionales y de desarrollo de la subjetividad características de nuestra época, facilitadas gracias a las redes sociales y a otras herramientas implantadas hace varias décadas como los anticonceptivos o el divorcio sin causa específica.

La obra de Illouz destaca por su enfoque sociológico en campos en los que domina la explicación psicológica de las actitudes y hábitos. En relación con esto, no ha de sorprendernos que su último libro, como ocurre en muchas de sus obras anteriores, esté trufado de epígrafes y citas procedentes de escritores de ficción como Tolstói, Kafka, Anthony Trollope o Virginie Despentes. Para Illouz la ficción literaria es una herramienta útil para tomarle el pulso a las sociedades y analizar el modo en que las emociones y normas sociales se entrelazan en ellas. Al preguntarle al respecto, su opinión es contundente: “Las novelas son formas simbólicas que buscan comunicarse con el público. La literatura nunca es el punto de vista de un individuo, sino que contiene una cantidad de información increíble sobre reglas sociales, códigos, convenciones, patrones de discurso, costumbres culturales, relaciones entre grupos sociales y entre hombres y mujeres, expectativas, normas e ideales sociales. Esta información la procesa el escritor a veces conscientemente y otras de manera inconsciente.”

Además de esta conexión con lo literario, son patentes sus afinidades con pensadores y críticos culturales que han trabajado similares esferas sociales. A lo largo de toda su obra leemos menciones a Bourdieu, Barbara Ehrenreich o Arlie Russell Hochschild, la cual también ha dedicado su atención a analizar la relación entre capitalismo y emociones en obras como La mercantilización de la vida íntima (Katz, 2008). Al preguntarle por otras influencias, Illouz también menciona a Nietzsche, que siempre abogó por el empleo de diferentes perspectivas para abordar un mismo tema, algo que le parece esencial para tratar los ámbitos de su interés: “Una teoría sociológica no es un partido político. La teoría empleada ha de depender de la pregunta que se formula y del objeto de análisis elegido. Puedo ser weberiana al cuestionarme sobre el significado y el desencanto en las relaciones amorosas, seguidora de Bourdieu cuando analizo el empleo de la cultura en el cortejo, o durkheimiana cuando busco los rituales que contienen las prácticas románticas.”

De los ensayos de Illouz se desprende cierto aire de crónica, como si hubiese un vínculo invisible entre cronistas y sociólogos, salvando las distancias metodológicas. Esto afirma al respecto: “Yo diría que un buen cronista es alguien capaz de describir al mismo tiempo la realidad empírica de la gente y sus detalles minuciosos, y que, asimismo, logra abstraer un modelo y una explicación que no saltaban a la vista. Esta ha sido también una de las principales contribuciones de la sociología y la antropología a la disciplina de la historia: la de ser capaces de narrar por qué las cosas son así pero no a través de una cronología, sino por medio de un modelo, que es una manera específica de conectar los elementos que componen la realidad social. En mi caso, tratar de conectar la organización económica y la vida emocional ha requerido un esfuerzo conceptual enorme.”

De esta afinidad con la crónica quizá proceda el carácter experiencial de sus obras sociológicas, por eso, durante la entrevista, Illouz se ríe al recordar cuál fue la experiencia que originó su primer libro acerca de la mercantilización de las emociones: “Cuando era estudiante de doctorado en Estados Unidos tenía un novio, y recuerdo que en la noche de su cumpleaños quise cocinar para él. Yo estaba sin blanca y me di cuenta de que me surgía un impulso irrefrenable de hacer algo muy kitsch para él, con velitas, comida sofisticada, vino… Así que en ese momento me entró la curiosidad acerca de por qué me costaba tanto resistirme a la fuerza de esa escenificación. Precisamente fui consciente de ello porque me daba mucha rabia tener que gastarme en una sola cena la cantidad de dinero que me permitiría vivir durante una semana entera.”

Quién sabe si la lucidez que encontramos en El fin del amor procede también de alguna historia personal de la autora. En cualquier caso, Illouz logra conectar con los lectores de su tiempo, pues todos nos sentimos representados de una u otra manera en los comportamientos y prácticas que analiza. ~

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