Foto: Manifestación contra la discriminación racial. Nueva York, marzo del 2019 / Tyler Merbler / Wikimedia Commons.

La amenaza del fascismo

Donald Trump tiene una mirada del poder, del Estado y de la política que es más cercana al fascismo que a la democracia propiamente dicha.
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Estados Unidos vive unos de los procesos electorales más relevantes de su historia y esta situación es reconocida por los unos y los otros. Es una elección que puede definir la forma, democrática o no, de su sistema político. El expresidente Donald Trump, candidato populista de extrema derecha, presenta la elección (es decir su elección) como la última posibilidad de evitar la destrucción del país; mientras que Kamala Harris y el Partido Demócrata se presentan como los defensores de una democracia que va a ser destruida si gana Trump. Harris tiene razón. Más allá de la retórica, el caso concreto es que Trump tiene una mirada del poder, del Estado y de la política que es más cercana al fascismo que a la democracia propiamente dicha. El Trump 2.0 es un personaje que podemos observar en esta campaña, es un personaje envejecido, que cada tanto desvaría, y que presenta carencias energéticas notables; un hombre cansado y frustrado que está menos atado a la institucionalidad que su versión anterior, la cual de por sí no tenía nada de moderada. El racismo, el odio a lo distinto (desde la diversidad sexual hasta las mujeres “con gatos y sin hijos”) han tomado, si se quiere, aún más preponderancia en el trumpismo con respecto a otras propuestas de tipo económico, tarifas, etc. Trump ha extremado su propaganda de odio, en particular con respecto a los inmigrantes latinoamericanos. Ha sostenido que estos contaminan el ser nacional. O, como el líder lo dijo en términos más totalitarios, están “envenenando la sangre de nuestro país”. Hitler también dijo en Mein Kampf: “Todas las grandes culturas del pasado perecieron porque las razas originalmente creativas se extinguieron por envenenamiento de la sangre.” Trump vuelve a sus fuentes.

La pregunta que muchos se hacen es cómo haría Trump para cambiar el sistema político. Esto no resultaría obvio, pues la democracia estadounidense le presentaría muchos checks and balances y trabas legales y societarias. No obstante, los planes autoritarios figuran incluso por escrito. En particular debemos recordar el Project 2025 de la Heritage Foundation prologado por su candidato a vicepresidente, J. D. Vance. Una idea principal es recatalogar a una infinidad de empleados estatales como nombramientos políticos para así reemplazarlos con trumpistas. Es decir, se propone la erosión de las diferencias entre las instituciones, el líder y la constitución de un Estado absolutamente sujeto a sus caprichos.

Estas aspiraciones dictatoriales son explícitas. No solo Trump sostuvo que en caso de ganar piensa ser “dictador” el primer día de su gobierno, sino que su concepción de la presidencia es sinónimo de poder ilimitado y sin mediaciones. En un reciente diálogo electoral se le preguntó:

–Hablemos de algunas de las cosas que usted podría hacer como presidente.

–Puedes hacer de todo. El presidente tiene ese poder. Lo hace. ¡Qué poder! –respondió Trump.

El fascismo se formula sobre la base de una idea moderna del poder popular, pero en la que se elimina la representación política y el poder se delega plenamente al dictador. Los aspirantes a fascistas como Trump no abogan abiertamente por el fascismo, pero gravitan hacia estilos y comportamientos políticos fascistas. En particular, el fascismo vocacional de Trump también reemplaza la representación con la delegación, es decir: “puedes hacer de todo”.

Pero no es necesario solo focalizarse en las palabras del líder mesiánico sobre el futuro, los hechos demuestran que el candidato que fomentó y fracasó en organizar un golpe de Estado el 6 de enero de 2021 en el ataque al Capitolio piensa que la guerra civil no es solo una amenaza, sino también una realidad inminente. Esta situación en donde la fantasía y la propaganda se ecualizan demuestra la falta de credenciales democráticas de un candidato apoyado por casi la mitad de los Estados Unidos. En esto Trump difiere de populistas clásicos como los argentinos Juan Perón o Cristina Kirchner.

Los populistas normalmente no dan golpes de Estado para mantenerse en el poder. Históricamente el populismo casi siempre fue una forma de autoritarismo dentro de la democracia. ¿Pero son Trump y políticos como Jair Bolsonaro (quien siguió las enseñanzas trumpistas con su propio golpe fracasado en Brasil en 2022) dictadores fascistas? No. Fallaron. Están entre el fascismo y el populismo, pero más cerca del fascismo. En este marco, la idea de una guerra civil es central para el trumpismo como buen aspirante a fascismo. Los fascistas creían en las cualidades purificadoras de la guerra civil. Hitler afirmó: “Debería haberse tenido en cuenta que las guerras civiles más sangrientas a menudo han dado lugar a un pueblo fuerte y sano.” Muchos trumpistas prometen una guerra civil si su querido líder no es elegido presidente, pero esto no es solo una advertencia. Es sintomático de sus puntos de vista. Revela un principio clave de su ideología antidemocrática.

En el fascismo, la fantasía de una guerra civil se enmarcaba incongruentemente como una realidad existente en el presente y como un objetivo continuo del enemigo. En 1919, el año en que se fundó el fascismo, Mussolini afirmó que su política estaba influenciada por una guerra civil que había comenzado en 1914. Y, sin embargo, la glorificación de la guerra civil se basó en la mentira de que cualquier guerra de ese tipo sería una respuesta al deseo que de ella tienen los enemigos liberales o de izquierda. Las mentiras sobre la guerra civil fueron una parte clave de la política fascista. Justificaron respuestas preventivas contra la izquierda, aunque se presentaron como una realidad inevitable. Mussolini afirmó: “La inminente fatalidad de la guerra civil se cierne sobre la guerra electoral.” Como era el caso más frecuente con las mentiras fascistas, se inventó una confabulación como excusa para tomar medidas. Se fabricaron enemigos y se les asignó la responsabilidad de la verdadera guerra civil que los fascistas promovieron y anhelaban lanzar. En política, siempre que escuchamos palabras como “conspiración”, “envenenamiento de la sangre” y “reemplazo violento del sistema”, y especialmente cuando se presentan juntas, el fascismo está a la vuelta de la esquina. ~

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(Buenos
Aires, 1975) es un historiador y profesor universitario. Especialista en fascismo y populismo. Su libro más reciente es The wannabe fascists. A guide to understanding the greatest threat to democracy (University of California Press, 2024).


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