¿Para qué se escribe una novela? Para vivir a través de la imaginación vidas que de otro modo no se podrían haber vivido. Para expresar una visión particular del mundo. Para entretener a los posibles lectores. Para criticar determinados aspectos de la realidad. Para exorcizar fantasmas ominosos del pasado.
¿Para qué escribió José Emilio Pacheco Morirás lejos? Imposible saberlo. En 1967, cuando publicó esa novela (en la legendaria serie de El Volador, de la editorial Joaquín Mortiz), Pacheco tenía veintiocho años, se desempeñaba como jefe de redacción de La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre! dirigido por Fernando Benítez; había publicado un par de libros de poemas –Los elementos de la noche, en 1963 y El reposo del fuego, en 1966– y un libro de relatos: El viento distante (1963). Tres libros muy celebrados por la crítica, que lo consideraba “un joven maestro”. Con Octavio Paz, Alí Chumacero y Homero Aridjis había publicado Poesía en movimiento (1966), antología de poesía mexicana que levantó una justificada polvareda. México disfrutaba de paz social, se organizaban entonces los Juegos Olímpicos. En Vietnam la guerra estaba en su apogeo. ¿Para qué escribir una novela? Una novela cuyo tema central es el Mal.
Morirás lejos es una novela experimental. Una obra deudora del nouveau roman, moda francesa. Se experimenta con la estructura (ruptura de la linealidad), con los personajes y con el lenguaje. Dos años antes, en 1965, Salvador Elizondo había publicado Farabeuf en la que una misma escena se repite con variantes a lo largo de la novela. En 1963, Vicente Leñero había ganado el prestigioso Premio Biblioteca Breve de Seix Barral por Los albañiles, que juega con el tiempo y con diferentes puntos de vista. En 1960, con guion de Marguerite Duras, se había estrenado la película Hiroshima mon amour, de Alain Resnais, cinta prototípica de la nueva corriente francesa. Una historia de amor construida con múltiples flashbacks, tiempo dislocado: una historia romántica a la vez que una crítica de la bomba nuclear. Un poco antes, en 1957, Alain Robbe-Grillet había dado a la luz La celosía, ejemplo acabado de la nouveau roman. Un marido celoso espía la relación de su esposa con el vecino. La novela repite una y otra vez la misma escena, así como en Morirás lejos un “personaje” nombrado eme vigila, a través de una persiana apenas entreabierta, a Alguien, un hombre sentado leyendo el periódico en la banca de un parque. Robbe-Grillet abogaría a favor de esta experimentación formal en su libro Por una nueva novela (1963), que tendría una honda influencia en los escritores de la época, todavía no deudores de la novela norteamericana.
Vuelvo a mi pregunta: ¿para qué José Emilio Pacheco escribió y publicó Morirás lejos en 1967? Su prestigio como poeta iba en ascenso, ¿para qué arriesgarse publicando una novela experimental, sin trama y con personajes vagos y sin psicología?Podría decirse que la experimentación era el aire que se respiraba entonces. En 1967 La casa verde de Mario Vargas Llosa ganó el Premio Rómulo Gallegos y de ese año son Cambio de piel de Carlos Fuentes y La vuelta al día en ochenta mundos de Julio Cortázar, tres libros decididamente experimentales, obras comprometidas (en el sentido sartriano del término) con su tiempo y literariamente audaces. Los lectores de entonces toleraban (¿exigían?) una profunda complejidad formal. Los personajes se habían difuminado, el tiempo se había dislocado, la Historia penetraba en todas sus páginas. No sé qué caminos habría seguido la narrativa hispanoamericana si en el mismo año de 1967 no hubiera ocurrido un suceso excepcional, que vino a cambiarlo todo: la aparición de Cien años de soledad, novela fabulosa (en el sentido de que privilegia la fábula por encima de los juegos con la forma), que recurre a la mitología, con personajes muy definidos y una cronología más o menos lineal. La extraordinaria facultad fabuladora de García Márquez de algún modo eclipsó la novela experimental –claro que continuarían publicándose novelas que experimentaban con la estructura, el tiempo y los personajes, pero la corriente central de la narrativa definitivamente cambió.
Entonces: ¿para qué publicó José Emilio Pacheco Morirás lejos, una novela experimental? Porque el tema central de su novela –el Mal– está presente desde el comienzo de la humanidad. No nos gusta, no lo queremos, pero ahí está. El infierno son los otros, escribió Sartre, pero de muchas formas Pacheco afirma que, si el infierno son los otros, cada uno de nosotros representa un infierno para otros que nos miran y nos padecen. El Mal es constitutivo del ser humano. Fijamos reglas de conducta, imaginamos que los dioses dictan mandamientos, castigamos con leyes y encierro, pero el Mal pervive. Pacheco va más allá del juicio moral. El Mal es el tiempo que nos corroe. El tiempo que todo lo arrasa. “Estamos por última vez en todas partes, y nadie vuelve a ningún lado jamás.” Pacheco es el poeta del tiempo fugitivo, del “irás y no volverás”. Precisamente por eso, porque el tiempo todo lo borra, Pacheco quiere dejar constancia de la presencia del Mal, para que no se olvide, para que no vuelva a ocurrir.
Para Pacheco no hay mejor ejemplo de la presencia del Mal en el mundo que el nazismo. Lo dice en Morirás lejos: “el nazismo es el mal absoluto: nadie puede ser nazi e inocente”. Morirás lejos,más que una novela, es una intensa reflexión sobre la condición humana. Una novela que, no sin dudas, experimenta con la forma y con los caracteres psicológicos: obra “inepta desde un punto de vista testimonial y literariamente inválida porque no hay personajes”, sostiene el narrador omnividente. Pacheco experimentó con la forma, el tiempo y los personajes porque consideró que era la mejor manera de acercarse a lo indecible, de describir el Mal, ya que “no hay en la mente humana un mecanismo que permita aceptar como realidad el exterminio metódico y tecnificado de todo un pueblo”.
Pacheco escribe para no olvidar. Escribe con la intención de que no vuelva a ocurrir lo que pasó. Escribe sobre el Mal, contra el Mal. Escribe para exorcizar el demonio que nos habita. Pacheco quiso ejemplificar el Mal con el nazismo. Con la infernal persecución de judíos que emprendió el nazismo. Lo hizo a través de una novela, por medio de “la inofensiva y consoladora utilidad de la narración”, porque narrar, desde Scherezada, es detener la muerte.
En 1961 se llevó a cabo en Israel el juicio en contra del nazi Adolf Eichmann. The New Yorker encomendó a Hannah Arendt un reportaje sobre el proceso. Arendt, viendo la insignificancia del personaje juzgado, formuló el concepto de la “banalidad del mal”. El mal supremo podía cometerlo un individuo cualquiera. El monstruo podía tener una apariencia normal. Cualquiera de nosotros, en una circunstancia determinada, podía ser ese monstruo. Pero para Pacheco, poeta al fin, el Mal podía ser muchas cosas, pero no banal. En Morirás lejos abundan las frases sueltas que refieren el impacto que de niño le provocaron las imágenes de los sobrevivientes de los campos de concentración vistas en los noticieros que precedían a las películas; las banderitas nazis que portaban algunos carros; ciertas conversaciones que delataban un antisemitismo apenas velado (“Hitler tuvo algunas cosas buenas”, “los judíos tuvieron en parte la culpa”, etc.). De algún modo Pacheco sufrió con esas expresiones, ese dolor lo transformaría en vergüenza y la vergüenza en culpa. ¿Culpa de qué? De ser contemporáneo de ese horror, de vivir mientras otros sufrían, de sobrevivir ajeno al Mal. Esa vergüenza, esa culpa, está en el origen de muchas de las actitudes éticas del autor de Morirás lejos.
Frente al tiempo que nos desgasta y consume, frente a la guerra de Vietnam, frente al dolor de los demás, Pacheco escribe. Escribe sobre la persecución de que ha sido objeto el pueblo judío (“víctimas de una persecución milenaria”). Escribe porque en su caso “olvidar sería un crimen”.
Morirás lejos tiene dos “personajes”. Entrecomillo la palabra porque no se ajusta a lo que normalmente se entiende con ese término. Eme es el perseguido y Alguien es el perseguidor. Eme está escondido en un departamento y Alguien está sentado en la banca de un parque. Entre eme y Alguien hay un tercero, el narrador omnividente que imagina y lanza hipótesis sobre quiénes pueden ser estos sujetos. ¿Eme es un nazi que se esconde en México? ¿Es un médico nazi que practicó con judíos innumerables y espantosos tormentos? ¿Alguien es parte de un escuadrón que lo vigila y al final lo captura para juzgarlo como a Eichmann? El narrador plantea diversas hipótesis sobre los personajes al tiempo que da cuenta de tres episodios históricos que va intercalando en la “narración”: el sitio y destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos, la persecución de los judíos por parte del Santo Oficio en la España de los siglos XV y XVI y el exterminio de millones de judíos en los campos de concentración nazis. Mediante el ejemplo de los judíos perseguidos Pacheco expone la calidad de víctimas de los seres humanos, porque a todos –víctimas y victimarios– nos corroe el tiempo, que es el Mal.
¿Para qué escribir una novela? Para intentar que el Mal no se repita, aunque es perfectamente consciente de que frente al Mal la tarea del escritor es semejante a la de una hormiga que enfrenta a un tanque. ¿Y entonces para qué escribir sobre el Mal? La vida del hombre en la tierra es un naufragio sin término. Si Dios existe, ¿por qué permitió y permite el sufrimiento? Eme, el torturador nazi, no es una excepción. Pacheco escribió Morirás lejos como una forma de indagar “si eme solo fue una pieza más en el mecanismo infinito de un naufragio que se gestó durante siglos y cuyas consecuencias prevalecerán hasta el fin de los tiempos”.
Somos tiempo y el tiempo nos deshace. Todo está destinado a ser ceniza y olvido. “Solo existe el Gran Crimen –y todo lo demás: papel febrilmente manchado para que todo aquello no se olvide”.
Contra la “banalidad del mal” Pacheco escribe Morirás lejos. Por culpa, por vergüenza, contra el horror. Morirás lejos es, finalmente, “un pobre intento de contribuir a que el Gran Crimen no se repita”.
Morirás lejos es una de las grandes novelas hispanoamericanas del siglo XX. Su autor, José Emilio Pacheco, fue un testigo del siglo más violentamente encarnizado que haya experimentado el ser humano. Morirás lejos es el registro de ese horror. ¿Para qué? Para que no se olvide. Para que no vuelva a suceder a sabiendas de que una y otra y otra vez volverá a ocurrir. ~