First cow: por un cine libre de excesos

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A fines de 2020 se publicaron las habituales listas con las mejores películas estrenadas a lo largo del año. En casi todas ellas apareció entre los primeros lugares la cinta First cow, de la estadounidense Kelly Reichardt, a pesar de que se estrenó en agosto de 2019 en el Festival de Telluride. Al tiempo de escribir esta nota, el círculo de críticos de Nueva York le había otorgado el premio a la mejor película, y es muy probable que reciba nominaciones a los Óscar. Esto de las menciones no es nuevo para Reichardt: las siete películas que ha filmado a lo largo de veintiséis años han sido elogiadas por los sospechosos de siempre: jurados de festivales, cineastas, crítica y prensa especializada, y una audiencia pequeña y leal que hace lo posible por cazar su siguiente película. Fuera de ese círculo, sin embargo, pocos la conocen.

Estos casos se repiten cada año. Listas como las mencionadas revelan un abismo entre el cine que estuvo al alcance de todos (y que quedó a deber) y aquel que apenas se vio (pero que abrió nuevos caminos). Hay muchas formas de racionalizar esto. La más usada es la que argumenta que hay películas para entretener y películas para “exquisitos”. Es una premisa falsa que parte de la suposición de que todas las películas están a disposición de todos (y es condescendiente, ya que pone la culpa de que algunas películas pasen inadvertidas en el gusto del espectador). La pandemia y el cierre intermitente de salas han dado lugar a una nueva justificación: si apenas hubo estrenos grandes cómo esperar que las “otras” películas tuvieran visibilidad. De acuerdo con este pretexto, en un año sin pandemia películas como First cow habrían estado en boca de todos. Sabemos que no es así. El cine independiente tiene una distribución que no puede competir con la del cine hecho por los grandes estudios. First cow tuvo su estreno comercial en los primeros días de marzo de 2020, pero solo en cuatro cines a lo largo de Estados Unidos. En menos de dos semanas tuvo que ser retirada por el brote de la pandemia para, tres meses después, ser vendida a plataformas como Amazon y iTunes. Durante su breve exhibición en salas recaudó solo 101,068 dólares: un 5% de su presupuesto. Aun así, tuvo la taquilla de estreno más alta en la carrera de Reichardt. Esto confirma que hay un tipo de cine condenado a existir debajo del radar; que su escasa visibilidad en salas lo vuelve poco atractivo a las audiencias que podrían verlo en línea (y entonces queda atrapado en los catálogos de Estados Unidos) y que hay una legión de cineastas que, a cambio de filmar un cine al margen de algoritmos y notas de ejecutivos de estudio, se han habituado a los números rojos. Todo esto, insisto, al margen de la pandemia.

Se ha dicho que el fin del mundo tal y como lo conocemos debería llevarnos a examinar inercias. Sobre la crisis en la industria cinematográfica, uno se pregunta qué habría pasado si las cadenas de exhibición en el mundo hubieran dado más cabida al cine independiente (en vez de inscribirlo en la carrera por la recaudación) y le hubieran construido una audiencia constante. El cine de gran presupuesto concebido para complacer a todos ha creado un círculo vicioso, ya que, durante décadas, es el cine que acaparó salas y ahora parece que solo él puede salvar a los millones de personas que dependen de la exhibición. Una tarea monumental. Concédame el lector la herejía de mencionar lado a lado Wonder woman 1984, de Patty Jenkins, y First cow, de Kelly Reichardt. La primera pretendía probar el valor de las superproducciones, presumiendo además credenciales feministas: la historia de una superheroína dirigida por una mujer. (First cow también es la obra de una directora cuyo cine siempre ha comentado la inequidad de género, pero no de la forma estridente que sirve para promoción.) El estreno de ambas películas se vio afectado por la pandemia, pero solo una fue un despilfarro mayor. WW84 costó doscientos millones de dólares; First cow, solo dos. La primera es desechable, la segunda permanece como una crítica en clave al mundo hostil que hemos construido, y una reivindicación de los lazos que, en el infierno de la pandemia, han sido tabla de salvación.

A pesar de situarse en el lejano Oeste, First cow está a tono con la melancolía de los tiempos que corren. Lo mismo el resto de la filmografía de Reichardt: historias de personajes aislados deseosos de conexión humana. A todos los rodea una naturaleza imponente, pero sus paisajes internos son más bien desolados. Los cierres de los relatos de Reichardt suelen ser ambiguos y esto causa desasosiego en espectadores habituados a una dieta de finales claros. Todos sus finales, sin embargo, responden a una misma pregunta: ¿logró el protagonista tocar o ser tocado por otro? No me refiero al contacto físico sino a las formas de complicidad.

En First cow esa pregunta se responde en la primera secuencia. En el presente, una chica y su perro pasean en el bosque. El perro olfatea un hueso que resulta ser un cráneo humano. Más curiosa que asustada, la chica escarba la tierra hasta dejar al descubierto dos esqueletos masculinos, tendidos lado al lado, tomados de la mano. Lo que parecía el comienzo de una historia de crímenes da un giro inesperado: comienza un largo flashback que narra la historia de esos hombres, hace doscientos años, cuando ese bosque formaba parte del llamado sendero de Oregón. En las primeras décadas del siglo XIX, era una ruta recorrida solo por comerciantes de pieles y otros exploradores; años más tarde, pasarían por ahí caravanas de colonizadores. La vida ardua de esos pioneros es el tema de Meek’s cutoff (2010), donde Reichardt también habla del encuentro de soledades (en ese caso, entre una de las mujeres del grupo de colonizadores y el indio nativo que capturaron).

El guion de First cow fue escrito por Reichardt y por Jonathan Raymond, su coguionista habitual y el autor de la novela en que se basa la cinta. Presenta primero al personaje de Cookie (John Magaro), cocinero de una banda de tramperos. A diferencia de ellos, rudos y escandalosos, Cookie es callado y poco dispuesto a la caza (algo que, sobra decir, le gana burlas e insultos). Un día, Cookie descubre a un hombre escondido entre los arbustos: un marinero y comerciante chino que huye de un grupo de rusos. En vez de entregarlo, Cookie ayuda a King-Lu (Orion Lee) y le prepara algo de comer. Esto sienta las bases para una amistad que florece cuando, tiempo después, se reencuentran en un puesto de comercio. Ahí entablan conversaciones largas y se cuentan sus planes de vida. El día que llega una vaca al campamento –la primera en la región– deciden unir sus habilidades y emprender un negocio: vender galletas preparadas con leche, de sabor incomparable. ¿Su único obstáculo? La vaca pertenece a un inglés acaudalado, Chief Factor (Toby Jones), el único propietario de una casa en forma y con sirvientes a su disposición. Cookie y King-Lu ordeñan la vaca a escondidas y su negocio es un éxito. La reputación de las galletitas llega a oídos de Chief Factor, quien les encarga preparar un postre para impresionar a un capitán. Este no sospecha del robo de leche, aun cuando lleva a los amigos a conocer su vaca y esta se muestra cariñosa con ellos. Eventualmente algo sale mal, y el desenlace revela que Cookie y King-Lu forjaron un vínculo que trascendía el mero pacto comercial. Su historia de lealtad mutua da sentido al descubrimiento que ocurre en la primera secuencia. Lejos de ser macabra, la imagen de los esqueletos juntos es la culminación de un wéstern a contracorriente: intimista, con protagonistas “suaves” y sin desplantes de dominación.

Los subtextos del cine de Reichardt yacen bajo tramas engañosamente simples. Este es un logro creativo, pero es una de las razones por las que sus películas tienen bajo potencial de marketing. (En entrevistas ha dicho, en broma, que First cow es solo una película sobre “alguien que se roba una cubeta de leche”.) Casi todos sus personajes son mujeres y hombres de clase trabajadora, o en los márgenes de un sistema que solo beneficia a quienes se someten a él. Esto último aplicaría a la propia directora, quien, a cambio de tener el control total de sus películas, filma con presupuestos bajos (“lo que también significa –dice– que a mis cincuenta y tantos años no gano un sueldo ni tengo una casa”). En First cow, la anécdota de los ladrones reposteros habla de la fundación de un sistema económico que ha causado un tremendo desequilibrio social. Así, la sola propiedad de la vaca le da a Chief Factor derechos de todo sobre los demás. El juego de estratos se resume en una secuencia, cuando Cookie y King-Lu le llevan al inglés el pastel que les encargó. En una sola habitación se reúnen colonizadores blancos, sus sirvientes, indios nativos y un inmigrante chino. Surge una conversación absurda sobre castores y sus posibles usos, donde lo único que queda claro es que nadie debe contradecir a Factor.

El cine de Reichardt también aborda la inequidad de género y otras formas de sexismo (algo que Reichardt confiesa haber padecido como cineasta), pero no son denuncias explícitas de esa inequidad. Es el caso de Wendy y Lucy (2008) y de Certain women (2016), cuyas protagonistas están lejos de ser caricaturas de “empoderamiento” (te saludo otra vez, WW84) y son vistas desde ángulos que no interesan al cine industrial. A la luz de esto, uno podría preguntarse por qué en First cow solo aparece un puñado de mujeres. Sirva esta película para mostrar que hay formas variadísimas de cuestionar actitudes y roles asociados al género, sin necesidad de embarrar la tesis en el rostro del espectador. No es que Cookie y King-Lu sean hombres “femeninos”, sino que el vínculo que forman y que mantienen hasta la muerte jamás podría darse entre el resto de los personajes masculinos. ¿Qué separa a unos de otros? Su noción de masculinidad. En los amigos protagonistas, esta noción (o ausencia de ella) da cabida a la intimidad. Para el resto, la hombría es sinónimo de hosquedad y rivalidad. Con ayuda de los wésterns, la idea de masculinidad tosca también formó parte del mito fundacional. Nótese que lo “vigoroso” también es un atributo de las películas que inundan salas, y que hacen que el cine “quieto” quede enterrado bajo la superficie, a merced del olfato de algún perrito y de otros curiosos de vocación. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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