¿En qué estado se encuentra el periodismo cultural?

Los años dorados de los suplementos culturales han quedado atrás. La difícil adaptación a las nuevas tecnologías, la trivialización del oficio y las políticas deficientes han entorpecido la inestimable labor de los periodistas.
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Sobre los orígenes del periodismo cultural en México hay por lo menos dos versiones. Una de ellas considera que las revistas de periodicidad y temática diversa iniciaron la aventura. La otra la asumimos quienes pensamos que este oficio supone el ejercicio de sus distintos géneros –nota, entrevista, reportaje, crónica, crítica– orientado, aunque no exclusivamente, a la actualidad. Desde esta visión, Fernando Benítez, a través de México en la Cultura de Novedades (1949-1960) y La Cultura en México de Siempre! (1961-1970), es el fundador del periodismo cultural en nuestro país. No solo estableció un canon, sino que hizo de la polémica, a la que animó y dio espacio, una de sus características distintivas. Son referentes para la historia de la cultura en México aquellas controversias en torno a El laberinto de la soledad de Octavio Paz, La región más transparente de Carlos Fuentes, la “cortina de nopal” de los muralistas, la Revolución cubana, la defensa del Fondo de Cultura Económica ante el cese de su director Arnaldo Orfila Reynal, entre otras. Congregó en torno suyo tanto a figuras tutelares como a la generación naciente. La mafia, los bautizó Luis Guillermo Piazza; Los mejores, replicaba Benítez. Logró que importantes medios acogieran su proyecto y lidió la faena durante varios sexenios. Supo sobreponerse a la censura. Buena parte de la obra que escribió, más allá de Los indios en México,que atraviesa la crónica, el reportaje, la historia y la novela, merece una acuciosa valoración.

De mediados de los setenta a mediados de los noventa, las secciones y suplementos culturales viven una época vibrante. En 1976, Luis Echeverría conspira para que Julio Scherer García sea removido de la dirección de Excélsior mediante una asamblea espuria de la cooperativa del diario, y el periodista crea ese mismo año el semanario Proceso. Luego nace en 1977 Unomásuno, de Manuel Becerra Acosta. Otro conflicto, esta vez entre los mismos fundadores del periódico, da origen en 1984 a La Jornada. Los tres medios arrancan con sendas secciones culturales. En medio, El Universal lanza en 1981 su sección “Culturales” y Excélsior dedicaba una subsección al tema en “Ciudad”. En este breve recuento deben incluirse las secciones de El DíaEl FinancieroReforma (1993) y Milenio (2000), que salían a diario, algunas de ellas eran influyentes, y ejercían, unas menos y otras más, la crítica especializada.

Tanto el periodismo como la crítica se practicaban igualmente en los suplementos culturales de varios de estos. Es larga la lista: Sábado de UnomásunoLa Jornada SemanalConfabulario de El UniversalComala de El FinancieroEl Nacional DominicalLa Crónica Dominical de La Crónica de HoyEl Ángel de ReformaEl Búho de ExcélsiorEl Gallo Ilustrado de El Día. Al respecto de la crítica especializada, el “Retablo Semanal”, tutelado por Galo Gómez Ogalde (1961-1999), es probablemente el último, más amplio y consistente, ejercicio periodístico sobre la actualidad cultural de México, publicado en La Jornada Semanal que dirigió Roger Bartra, de 1989 a 1995 antes de que la revista fuera censurada por el director saliente del periódico, Carlos Payán, y la directora entrante, Carmen Lira, debido a la publicación de un reportaje de Joaquim Ibarz sobre la “piñata sandinista”, cuando los revolucionarios se despidieron a regañadientes del poder, luego de su derrota ante Violeta Chamorro. El periodismo cultural gozaba de cabal salud.

Los “errores de diciembre” de 1994, de los cuales se culpa tanto a salinistas como a zedillistas, supusieron una debacle financiera también para los medios. Los principales anunciantes –las dependencias culturales del Estado– redujeron drásticamente sus presupuestos y las secciones disminuyeron sus páginas, al igual que los suplementos, y algunos desaparecieron. De aquel tiempo perduran La Jornada Semanal y Confabulario, en su segunda época. El Ángel acabó fusionándose con el suplemento político de ReformaEnfoque, hoy Revista R. Fue hasta este siglo que los periódicos volvieron a apostar por los suplementos. Laberinto de Milenio vio la luz en 2003, El Cultural de La Razón en 2015 y Cúpula de El Heraldo en 2020. Excélsior estableció en 2013 una sección cultural propia, “Expresiones”. A la par de esto, la revolución tecnológica comenzó a expandirse en México y, a partir de mediados de los noventa, las plataformas adquirieron una creciente preponderancia, aunque varios no hicieron uso de estas con la debida celeridad.

La crisis financiera de 2009, la pandemia de la covid-19 y la política cultural de la 4t, que ha concentrado su publicidad en los medios aliados, embistieron nuevamente contra el periodismo cultural, junto al acelerado salto de las ediciones impresas a las en línea, que desplomó las ventas de las publicaciones periódicas. Los reporteros así enfrentan, por una parte, el imperativo de redactar varias notas diarias para la edición digital, en francas condiciones de desventaja, por la reducción de la planta laboral y los bajos salarios, lo cual acota la cantidad de reportajes y entrevistas a fondo. El género de la crónica, que vivió su mejor época en el Unomásuno de Becerra Acosta, figura solo como excepción. Falta la crítica especializada y sobran relaciones públicas, como constata la actitud condescendiente de los comentaristas, una versión de la autocensura. Tampoco se ha experimentado el necesario relevo generacional. ¿Quién, a manera de ejemplo, es el joven Jorge Ibargüengoitia que criticaría una puesta en escena del joven Juan José Gurrola, como sucedía en México en la Cultura? Por otra parte, la magnitud de la catástrofe de la política cultural ha dificultado el seguimiento de los incontables despropósitos y desaciertos, con los obstáculos que imponen las autoridades para el acceso a la información, así como la obcecación del ejecutivo por desaparecer el INAI. El seguimiento a la actividad de los creadores emergentes es casi nulo, sobre todo aquellos que han apostado por las nuevas tecnologías, mientras que las glorias nacionales, las conmemoraciones y los homenajes, los festivales, las ferias y los trending topics reciben una desmedida atención. El año pasado, en medio de las estruendosas fanfarrias por el cumpleaños noventa de Elena Poniatowska, no figuró ninguna revisión crítica de su irregular obra –otra versión de autocensura–, y se ignoró el aniversario del nacimiento de Julieta Campos (1932-2007), cuya lectura debe alentarse.

Algo similar ocurre con la presencia de México en el exterior. A menos que se trate de exposiciones mesoamericanas, desaparecidas este sexenio pues lo único que le importa a la Secretaría de Cultura es recuperar piezas, la mayoría falsas, o de las actividades de escritores y artistas contemporáneos mediáticos, el registro es casi nulo. De la vida cultural y artística de otras partes del mundo tan solo nos llegan las ventiscas, de los más publicitados también. En consecuencia, no alcanzamos a percibir tendencias, apenas islotes de inciertos archipiélagos. Hacen falta uno o varios Magallanes que contribuyan a trazar ese mapamundi. Ninguno de estos aspectos fue descuidado por Benítez, a través de dosieres, reportajes o columnas. El retroceso es innegable.

Al mismo tiempo, hay decenas de revistas digitales autofinanciadas por sus directores y colaboradores, que apenas podemos monitorear a detalle incluso los profesionales de la información, pero que construyen nichos de lectura con diversos niveles de penetración aún incuantificables. Mientras, en Facebook, Twitter, Instagram y TikTok, circulan “revistas”, permitámonos la licencia, que aportan información cultural a sus “colectivos de lectores”. Pero, si uno se limita a las declaraciones y los tuits de los funcionarios culturales y de los propios artistas acerca de sus contemporáneos, pareciera que vivimos en el Siglo de Oro de la cultura en México, y no es así. El canon de Benítez sigue vigente.

La práctica de los medios culturales gubernamentales, que en principio tendrían fácil acceso a la información institucional, es grisácea y está viciada por las conveniencias y la estrechez de miras. La sección cultural de La Jornada, el periódico de la 4T, evade el desastre de la política cultural. Por simpatía excesiva o por intereses encubiertos, publica con cierta frecuencia una o dos noticias a la semana sobre Paco Ignacio Taibo II, director del FCE. Sus entrevistas a los funcionarios del sector son insustanciales, acude a los boletines de prensa y rellena planas con información de agencias. El espacio concedido a la versión oficial del INAH es ostentoso, incluida la portada, cada vez que el ejecutivo la requiere en su conferencia para disimular el ecocidio y la devastación del tejido social indígena ocasionado por las obras del Tren Maya.

Los otros medios públicos viven el periodo más lamentable de su historia. El canal 11 del IPN se convirtió, a través de sus noticiarios, en vocero del gobierno y en la falange en contra de los críticos de este. El programa John [Ackerman] y Sabina [Berman], lanzado en mayo de 2019, aspiraba a alentar debates intelectuales con militantes de la 4T, y quizá por ello apenas alcanzó el 0.03% de audiencia. Solo logró algo de popularidad cuando los conductores escenificaron un zafarrancho al aire y en Twitter. Al final, “de común acuerdo”, terminaron la transmisión.

En tanto, el canal 22, convertido en ruinas, celebra sus treinta años. La emisora formó parte en su momento del paquete de privatizaciones de Carlos Salinas. Un desplegado, que tuvo como responsables de la publicación a Carlos Monsiváis y Héctor Aguilar Camín, fue suscrito por centenas de intelectuales de distinta orientación política, quienes solicitaron que conservara su carácter público y tuviera un enfoque cultural. Desde su arranque ganó prestigio, bajo la conducción de José María Pérez Gay y el notable y silencioso apoyo de su subdirector Fernando Solana Olivares. El canal se mantuvo con altas y bajas durante los sexenios siguientes. Los cotos de poder, el descenso en la calidad de los contenidos más la falta de presupuesto, comenzaron a minarlo. La 4T lo hundió y la audiencia se vino abajo. Es cierto que difunde las actividades de la Secretaría de Cultura, lo cual no es propiamente periodismo cultural sino difusión cultural, pero mucha de esa promoción tampoco trasciende los boletines. Le dio así gran revuelo al Mondiacult 2022, suceso tan atronador como irrelevante. Lamentable fue la conmemoración de la muerte de Monsiváis, uno de los defensores del canal, con militantes y simpatizantes de la 4T, que repetían las acostumbradas anécdotas, salvo alguna excepción al margen.

Tanto en el 11 como en el 22, los contenidos de cierta relevancia política pasan por la supervisión de Jenaro Villamil, presidente del Sistema Público de Radiodifusión, y de Jesús Ramírez, vocero de Palacio Nacional. Entre los episodios más funestos de ambas emisoras está la transmisión de la marcha del mandatario contra el INE. El canal 22 incorporó a su barra de programas Chamuco TV, emisión “de sátira política” que acomete contra quien exprese opiniones distintas al gobierno. En ese espacio se acuñó la infamia de que los padres de los hijos con cáncer que reclaman por medicamentos eran “golpistas”.

En el ámbito de la prensa escrita, la sección cultural de El Universal es crítica, documentada y veraz, al grado de que Ana Elizabeth García Vilchis, –conductora de Quién es quién en las mentiras de la semana, sección que forma parte de la conferencia del ejecutivo– dedicó una de sus intervenciones a intentar desmentir sin éxito la investigación que se publicó en dicho periódico sobre la compra a sobreprecio que Taibo II llevó a cabo, con presupuesto del FCE, del saldo de una colección de libros en la cual fue coeditor y autor. La seriedad de las secciones de ProcesoReforma y Milenio no está a discusión. La evolución de las secciones de El EconomistaLa Razón y La Crónica ha sido favorable y su consulta es necesaria. En las circunstancias referidas, dan seguimiento a la debacle. La sección de El Heraldo ha iniciado una nueva etapa, todavía por perfilarse, aunque tiende a ser tersa su cobertura sobre la 4T cultural. Excélsior ejercía la crítica pero últimamente ha atenuado la voz. No es de extrañarse, dado que el INBAL fue el promotor institucional del Premio Nacional de Periodismo Cultural de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2023, otorgado a una periodista de ese diario. Justo ese instituto era objeto del seguimiento periodístico crítico en varios de los muchos flancos por donde se resquebraja, al igual que el INAH. A lo largo del sexenio, las autoridades culturales han definido también sus diferentes estrategias de acallamiento o censura. En los inicios respondían con condescendencia por Twitter o en comunicados. Posteriormente se dedicaron a negar la realidad y celebrar sus inexistentes éxitos. Sin abandonar estas conductas, comenzaron a responder con indignación, haciéndose los ofendidos.

El Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, que otorga la FIL de Guadalajara, dejó hace años de lanzar convocatoria. Un anónimo comité interno propone las ternas a los jurados, una parte de los galardonados no ejercen el periodismo cultural propiamente dicho y otros más lo han recibido por cuestiones de longevidad y relaciones públicas, además de que el ganador no recibe ningún reconocimiento monetario. Sin la intención de restar importancia a las tragedias nacionales, el periodismo cultural solo recibe el reconocimiento de pocos certámenes nacionales y extranjeros, y ocasionalmente algunas ferias del libro organizan mesas de debate. Y sin embargo se mueve.

En distintos momentos de este siglo, El PaísThe Guardian y The New York Times informaron que el salto tecnológico era inevitable. Un colaborador de The New Yorker le puso fecha a la que sería la última edición de un medio impreso. La agencia de comunicación estratégica Another Company, en el estudio El futuro de los medios mexicanos, según los medios, para el cual consultó a 9 mil 485 personas involucradas, documentó la influencia creciente de las marcas, los influencers y los youtubers en los contenidos, con el alto riesgo que implica esto para la libertad de expresión. Ante la alarma causada por ChatGPT, The Conversation reportó que, al menos desde 2013, Associated Press, Bloomberg News, la BBC, Le Monde y la agencia Xinhua utilizan inteligencias artificiales para preparar su información periodística. No sabemos aún cómo impactará la IA al periodismo cultural. Lo que sí tenemos son algunas certezas provisionales que nos permiten ubicarnos de mejor manera en el nuevo entorno. Si los consorcios tecnológicos liberaron un aluvión de productos de IA, se debe a que no solo en los medios sino en otras industrias necesitan alcanzar más rentabilidad a menos costo, a costa del desempleo de quienes no se familiaricen a la brevedad con esas herramientas. No está de más recordar que, a consecuencia del desplome de las economías derivado de la pandemia de covid-19, el Foro Económico Mundial propuso la iniciativa The Great Reset y tal vez los temores de quienes recién solicitaron una pausa al desarrollo de la IA se deban a que aún les falta ajustar el impacto que esta tendría en varias de sus empresas. “Esta” revolución es inevitable.

La Fundación Gabo y Prodigioso Volcán, en su reporte IA para periodistas. Una herramienta por explotar, invitan a los reporteros al cambio y hasta recomiendan una amplia variedad de IA. Hasta donde hemos podido darnos cuenta, ChatGPT y prototipos similares presentan todavía limitaciones: la información que se encuentra en la web llega hasta 2021; una cantidad de contenidos de décadas pasadas no se encuentran en internet; el chatbot no proporciona fuentes y sus respuestas tienen sesgos editoriales “políticamente correctos”, o sea que la información incómoda queda de antemano excluida, tal como sucede en Facebook y Twitter. Además, no son capaces de hacer entrevistas, crónicas ni reportajes de fondo. No, al menos, por el momento. Nadie sabe con anticipación en qué acaban las “revoluciones”, y lo mismo sucederá con la tecnológica. En este escenario, lo único que nos resta es familiarizarnos con las herramientas y completar la transición.

La apuesta más decidida por las versiones digitales reduciría o desaparecería los costos de impresión y distribución, pero existen comprensibles resistencias al respecto. La Jornada fue el primer medio que transitó, en 1995, luego se estancó, las actualizaciones de su información van a la zaga de la mayoría de los medios, a menos que se trate de las actividades gubernamentales, y no parece que vayan a conmemorar sus cuarenta años de existencia en 2024 con una puesta al día. Reforma inició en 1993, la totalidad de sus contenidos se encuentran en línea y su plataforma es heterogénea, los contenidos son expuestos de manera accesible y la publicidad no es invasiva para la lectura. El EconomistaLa Razón y Crónica supieron adecuarse y cuentan con versiones digitales aseadas, accesibles, bien organizadas y actualizadas. Proceso comenzó tarde, resintió el impacto en sus finanzas derivado de la piratería de sus contenidos y anunció que transitará a la edición impresa en mensual y a la renovación de sus contenidos digitales para remontar el atraso. El Universal, nacido en 1916, tiene un 85% de avance en la digitalización de sus archivos históricos, lo que lo vuelve una imprescindible referencia histórica.

Sirva este primer vistazo para constatar el rumbo actual y confirmar que buena parte de los medios y sus secciones culturales han asumido el cambio. No deberá extrañarnos que la integración de las IA contribuya a acelerar la renovación y producción de contenidos especiales. El paso siguiente no parece tan fácil: la formalización de las suscripciones a las versiones digitales y el pago extra por los contenidos especiales. Es inaudito escuchar a quienes se lamentan por tener que pagar para acceder a la información y porque algunos medios tienen controles para evitar el copy paste o la captura de pantalla de sus contenidos, como si el oficio fuera un trabajo carente de honorabilidad y valor. Esa es la vía por la que han apostado medios extranjeros; de gran utilidad sería un reporte sobre la eficacia de tal decisión. Sea como sea, en las circunstancias actuales de México, los ciudadanos somos los principales interesados en la libertad de expresión. Lo mismo que los empresarios, pues sus anuncios no solo promocionan sus productos sino que contribuyen a sostener a los medios y, en consecuencia, a defender los más elementales derechos individuales y sociales que hoy ha puesto en grave riesgo el presidente de México. Los lectores tenemos la palabra. ~

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Es autor del libro digital 80 años: las batallas culturales del Fondo (México, Nieve de Chamoy, 2014), de Política cultural, ¿qué hacer? (México, Raya en el Agua, 2001, y de La palabra dicha. Entrevistas con escritores mexicanos (Conaculta, 2000), entre otros. Ha sido agregado cultural en las embajadas de México en la República Checa y Perú y en el Consulado General de México en Toronto.


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