Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán
Populismos
Madrid, Alianza Editorial, 2017, 304 pp.
Una de las consecuencias de la crisis de 2007-2008 fue la popularización de algunos conceptos y mecanismos económicos. La irrupción populista de los últimos años ha creado la necesidad de entender mejor en qué consistía ese fenómeno heterogéneo, fascinante y escurridizo. Al escribir sobre él hay que tener cuidado: como ha advertido Mariano Gistaín, “La monserga contra el populismo es su mejor aliado.”
Los politólogos Fernando Vallespín y Máriam Martínez-Bascuñán afrontan esa tarea explicativa en Populismos, un libro que tiene algo de guía comentada de un fenómeno “que puede suponer una importante amenaza para algunas de las instituciones centrales de la democracia liberal, todas aquellas que velan por el control del poder y la protección del pluralismo social”. En muchos casos no logra ganar, pero sí cambia la discusión pública. Aunque mencionan casos de América Latina, el libro se centra en Estados Unidos y Europa.
La primera parte está dedicada a la definición. La tarea no es fácil por la variedad de formas, su poco contenido teórico, el uso de la categoría para descalificar al adversario y la adopción de algunas de sus estrategias por parte de los partidos del establishment, que se definen como partidos antipopulistas. Una definición mínima que citan es la de Mudde y Rovira: el populismo “es una ideología centrada sobre mínimos –thin-centered– que considera a la sociedad separada básicamente en dos campos homogéneos y antagónicos, el ‘pueblo puro’ frente a la ‘élite corrupta’, y que sostiene que la política debe ser la volonté générale del pueblo”. Martínez-Bascuñán y Vallespín comparan el populismo con una rémora, en el sentido literal: el pez que se pega al tiburón y se come a los despojos de su comida, pero que a la vez le protege de sus parásitos mutuos. “El populismo moviliza al electorado, lo cohesiona y lo unifica, y la ideología parasitada dota de mayor contenido discursivo y normativo al movimiento o partido”, escriben.
Para los autores, es una lógica de acción política, responde a procesos de brusco cambio social frente a los que reacciona por medio de una descripción dramática, combina la indignación con la aspiración a la restauración de un orden a través de un pueblo y de la búsqueda de un antagonista: “no hay populismo sin una construcción discursiva del enemigo”, escribió Laclau. Reniega de la visión pluralista de la sociedad, recurre a la emocionalidad y a un discurso simplificador que actúan en una guerra de representaciones. Desdeña la democracia liberal, que a juicio de Chantal Mouffe se convierte en pura administración: juega con la “heterogeneidad de lo social” y lo “antagónico de la política”. José Luis Villacañas lo ha encapsulado como “Carl Schmitt atravesado por los estudios culturales”. Su concepción del lenguaje es sofisticada; su idea de la democracia se reduce a lo plebiscitario.
La segunda parte explica las razones de su ascenso, su importancia en el clima político y social de los últimos años: el populismo puede empeorar la calidad de las democracias pero no es lo que produce su crisis. Uno de los factores decisivos es una erosión de la confianza en la democracia liberal, a la que contribuye la globalización, con sus consecuencias de pérdida de cohesión y debilitamiento de la soberanía. El neoliberalismo, “más la forma en la que va imponiendo su hegemonía una determinada forma de expansión de la economía, impulsada por el sector financiero, que una ideología política propiamente dicha”, produjo desigualdad y pérdida de autonomía de la política, especialmente visible en la salida de una crisis que no castigó a todos por igual. También se han revelado algunos espejismos: la pretensión de que la globalización y los cambios tecnológicos traían beneficios para todos, de que todos los bienes serían compatibles. En cierto modo la política –y los líderes carismáticos– regresa, aunque sea en forma de oposición a la política convencional o de antipolítica. Se alimenta de una sensación de impotencia, y de miedo, entre la clase media y baja occidental. Martínez-Bascuñán y Vallespín mencionan la pérdida de posición económica (Milanović), la brusca reducción de expectativas (Mudde), el temor ante la pérdida de hegemonía cultural (Inglehart y Norris), una pulsión de resentimiento (Mishra), y sentimientos racistas y xenófobos que cobran un nuevo impulso por el pánico demográfico. Reivindican el poder transformador de las ideas. Trump no se explica en términos económicos, sino de valores, “como un gran backlash cultural de revuelta contra la autoridad, frente a los valores progresistas de posguerra y lo políticamente correcto”.
El lenguaje es un elemento central del populismo. Emplea una retórica simplificadora, se aprovecha de un clima de desconfianza en las instancias mediadoras –desde los parlamentos a la prensa pasando por los expertos– y utiliza con inteligencia las tecnologías comunicativas. Uno de los capítulos más interesantes es el que aborda la relación de los populismos con la verdad, y con los cambios en la comunicación, así como en el aprovechamiento de sus posibilidades. Se borra la diferencia entre hechos y opiniones, como ha ocurrido en otros momentos; la mentira no recibe castigo y ni siquiera se juzga como tal. No importa lo que es verdad, sino lo que se siente. Esto está también relacionado con un fenómeno más amplio, que ha descrito Manuel Arias Maldonado en La democracia sentimental y que Daniel Innerarity ha llamado “una alerta emocional permanente en la sociedad”.
Los autores hablan de un momento iliberal, que posibilita el ascenso de estas fuerzas. Describen distintas variedades de populismo y sus cambios a lo largo del tiempo: Syriza, por ejemplo, no entraría en la categoría, y aunque Podemos partía de una reflexión teórica elaborada del concepto, parece haberse alejado de él. En algunos países el populismo se ha aliado con el nacionalismo autoritario; en otros, solo es populista propiamente en la oposición. Hemos visto algunas consecuencias de cuando alcanza el poder: el deterioro institucional, el clientelismo, la perpetuación de los problemas y la jibarización de la democracia a su aspecto “electoral”: en el populismo, “un pueblo aritmético que representa una porción electoral se sitúa por encima de un cuerpo constitucional que cumple con una función representativa esencial sin la cual no podemos hablar de democracia propiamente dicha: proteger valores, derechos individuales y velar por el equilibrio de poderes intermedios”.
Poco hay que aprender del populismo: donde ha triunfado no ha solucionado los problemas de la democracia liberal sino que ha puesto en peligro sus logros. Pero en otros momentos se exagera su amenaza. Para los partidos del establishment tiene algo útil: en parte, el populismo surge del discurso que niega la existencia de alternativas. Y, por tanto, se constituye en una alternativa, frente a la que los partidos tradicionales pueden posicionarse, en ocasiones adoptando una retórica simplificadora cercana a aquello que dicen rechazar. Otro efecto del populismo es que modifica la agenda de las otras fuerzas políticas. Sus demandas pueden ser incorporadas a partidos clásicos. El caso más elocuente es el de ukip. En los Países Bajos, Mark Rutte derrotó al populista Geert Wilders, pero cambió sus posiciones acercándose a él.
Populismos es un libro inteligente y útil, lleno de referencias interesantes y sugerentes: de Rosanvallon a Habermas y Mair, pasando por Despentes, Eco, Butler y Müller. En ocasiones se echa en falta un análisis más personal de los autores, aunque probablemente la escritura a cuatro manos no lo facilita. Para Vallespín y Martínez-Bascuñán, la solución no puede ser la simplificación del populismo, pero tampoco la complacencia en que han caído en ocasiones las democracias liberales: la democracia debe ser más compleja, cohesionada y abarcadora. Una de las opciones que defienden es el republicanismo cívico, que permite combinar la participación con los principios liberales. Pero señalan que, entre pequeñas esperanzas como la integración europea, la ideología que más parece crecer no es ni siquiera una ideología, sino un intento de articulación del gran rechazo. Este libro nos ayuda a entender cómo funciona. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).