Edmund White
Historia de un chico
Traducción de Mariano López Seoane
Madrid, Blatt & Ríos, 2021, 276 pp.
Edmund White (Cincinnati, 1940) comenzó su carrera literaria con dos enormes miniaturas de construcción exquisita que poco y nada tendrían que ver con lo por venir: las alegóricas y muy europeas y de lenguaje alambicado Forgetting Elena (1973) y Nocturnes for the king of Naples (1978) que, en su momento, supieron ser alabadas por el por lo general muy poco dadivoso para con los demás Vladimir Nabokov.
Luego, doce novelas, dos volúmenes de relatos (entre ellos el magistral Desollado vivo, 1995), una obra de teatro, seis volúmenes de no-ficción, tres biografías (una monumental de Jean Genet y dos pequeñas pero muy sustanciosas de Marcel Proust y Arthur Rimbaud), cinco memoirs, la coautoría del manual pionero The joy of gay sex así como de la guía de viajes especializada Estados del deseo (ahora también, cuatro décadas después de su partida y a recorrer como si se tratase de las diferentes escalas por las alas de un museo, en Blatt & Ríos que, ojalá, por fin sea la merecida editorial que sea constante y consecuente con su obra) y cuatro antologías como editor. Después, lo último publicado por White es la inesperada y muy atípica para él novela A saint fromTexas (2020) con aires cercanos a lo de John Irving (fan confeso de White) y de Robertson Davies. Pero a no inquietarse: este noviembre llegará A previous life, en la que White vuelve a lo de costumbre, a lo de siempre, a lo suyo.
Y lo de White es y fue y será la condición del homo homosexual estadounidense: sus idas y sus vueltas, su física y su química, su mente y su alma y su cuerpo. Y White lo tuvo claro ya desde su opus 3: esta Historia de un chico (alguna vez traducida como La historia particular de un muchacho por Destino en 1995) y que en su momento supo ser considerada como El guardián entre el centeno en versión gay por la novedad de su protagonista quinceañero en un paisaje en el que las ficciones homosexuales solían ser para/con adultos. Pero –aunque la comparación era tan comercialmente astuta como pertinente– con la perspectiva de los años y de los títulos que la siguieron Historia de un chico fue mucho más que eso. Porque allí, en 1982, White renunciaba al preciosismo simbolista de sus dos primeras mascaradas para presentarse a rostro descubierto en lo que sería el primer volumen de una saga/trilogía en primerísima persona apoyada en su propia vida como pantalla/proyector desde la cual emitir e iluminar no solo las vicisitudes de su muy movida existencia sino, también, los grandes hitos e inmensas catástrofes del movimiento gay. Así, triunfal obertura (a continuarse en La hermosa habitación está vacía de 1988 y The farewell symphony de 1997, a la que puede sumarse la coda de The married man en el 2000, para luego ramificar sus motivos y melodías en otras novelas y libros de memorias), se comienza por el rito de paso de asumirse en un contexto represivo y Midwest de los años cincuenta con padre feroz y joven amante en la primera entrega, se salta al permisivo y bohemio Greenwich Village de los sesenta culminando con los históricos disturbios de Stonewall, para ir a desembocar en los fulminantes ochenta del sida. Todo esto (con desvíos como los protagonizados por la madre de Anthony Trollope, Fanny en 2003, o la recreación de las perturbaciones de Stephen Crane en Hotel de Dream, de 2007) White lo repasaría en limpio en My lives (2006) o en sus recuerdos dispersos esparcidos en Our Paris (1995), The flâneur (2000), City boy (2009), con unos tan feroces como flagelantes perfiles de los enclosetados Susan Sontag y Harold Brodkey, e Inside a pearl (2014), así como en sus recuerdos de lector y semblanzas de célebres colegas y artistas plásticos reunidos en The burning library (1994), Arts and letters (2004), Sacred monsters (2011) y The unpunished vice (2018). Siguiéndolos y siguiéndolo, White parece haber estado en todas partes y conocido a todas las partes. White es diccionario y enciclopedia y carnet de baile siempre lleno.
Y la abundante y detallada enumeración de títulos pasados y años transcurridos de más arriba tiene como razón de ser y objetivo a alcanzar (de quedar alguna duda entre los que lo conocen o de informar a quienes no lo han frecuentado aún) el hacer aún más evidente la condición patriarcal de Edmund White en lo que hace a la literatura de su género. White (investido con un amplio surtido de premios de los más respetables incluyendo un National Book Critics Circle Award y una orden de oficial des Arts et des Lettres francesa), no solo es un gran y muy reconocido escritor (también lo son, por citar a algunos de los mejores en activo, el picaresco Allan Gurganus y el henryjamesiano Allan Hollinghurst y el recién llegado para ya quedarse en todo lo alto Garth Greenwell y los afroamericanos Brandon Taylor y Robert Jones, Jr.) sino, también, es un gran predicador-evangelista-historiador-cronista. De este modo, todas sus historias son “de novela” y todas sus novelas (como Jack Holmes & his friend, 2012, que puede disfrutarse como una suerte de Mad men bisexual u Our young man, de 2016, explorando la escena disco en una Nueva York warholiana lista para ser desteñida por la Gran Plaga) son, sí, históricas.
En este sentido, pensar y disfrutar de Historia de un chico (cuyo placer puede aumentarse con las contraversiones de investigadores privilegiados en la biografía Edmund White: the burning world de Edward Barber o en los estudios muy cercanos Original youth: the real story of Edmund White’s boyhood y The boy with the thorn in his side de Keith Fleming: sobrino de White y cómplice, junto a su novia mexicana Laura, en más de una de las aventuras de un tío poco ortodoxo pero entregado a su educación) como del concentrado y en su momento insospechado Big Bang del que brotaría todo un universo. Allí y aquí, evocó White, fue donde “me atreví a poner algo de verdad” y encontró “la energía psíquica para planear una larga carrera al comprender que uno debe oscilar entre una vigorosa capacidad de registro por todo lo que sucede en el mundo exterior mientras se entrega al proceso de recrearse interna e íntimamente a sí mismo”. Y así, de paso, plantar los cimientos de lo que, finalmente, es el verdadero tema de todo el asunto: el modo en que se deforma a una persona para que se forme un personaje al que da forma, paso a paso y golpe a golpe y lecho a lecho, un escritor en incandescente formación y en el mismo acto (un acto casi sexual) de descubrir y comprender que tiene una historia privada para convertirla en parte de la historia pública: la propia.
No faltará, seguro, quien se apresure a definir a buena parte de lo de Edmund White como pionera autoficción.
En lo personal, yo prefiero catalogarlo como autosatisfacción: la suya que, enseguida, es también la del lector. ~
es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).