Humorismo filosófico

Los vencejos de Fernando Aramburu no es una respuesta a Patria, sino un cambio de registro que obedece a la necesidad de explorar nuevos territorios literarios.
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Se ha hablado tanto de Los vencejos que resumir su argumento puede resultar ocioso. Aquí va, por si acaso: el 1 de agosto de 2018, Toni, veterano profesor de filosofía en un instituto, toma la decisión de suicidarse el 31 de julio siguiente y dedica ese último año de vida a escribir un prolijo diario, que al final no es otra cosa que la propia novela. Admito que este resumen no informa tanto del argumento de la historia como de su andamiaje externo, el exoesqueleto que la sostiene. La verdadera estructura, de la que dependen la naturaleza y el desarrollo dramático de la novela, viene dada por la relación de Toni con un puñado de personas: sus padres, su hermano, su exmujer, su hijo, su único amigo, una antigua novia llamada Águeda. El novelista entreteje los hilos narrativos que arrastran los personajes con una técnica semejante a la del encaje de bolillos, alternando las historias según una pauta preestablecida y ajustándose a una cadencia que no se alterará hasta que el tejido se haya completado.

Pero más que en esos hilos prefiero fijarme ahora en un motivo recurrente que se entrevera con ellos y no los abandona hasta la última frase de la novela: la decisión de Toni de ir desprendiéndose de sus pertenencias, particularmente de sus libros, que va desperdigando como al descuido en sus paseos por la ciudad. No son libros que extravía sino libros que libera, como mascotas a las que quiere facilitar nuevo acomodo en otras casas. Solo hay uno que se resiste a marchar y se empeña en seguirle de vuelta a casa. Ese libro es El extranjero de Camus. Doy por supuesto que no se trata de una elección casual sino que a través de ella Fernando Aramburu nos está proporcionando una clave de lectura para su novela. La apatía y el escepticismo del deshumanizado Meursault, su insensibilidad tras la muerte de su madre, su disposición a colaborar en un homicidio, etcétera, dan no pocas pistas sobre el propio personaje de Toni, también apático, escéptico, deshumanizado, insensible, también homicida si aceptamos el suicidio como una variedad de homicidio.

Ahora viene la pregunta clave: ¿lo que ha escrito Aramburu es una novela filosófica a la manera de Camus? La respuesta es doble: sí y no. Sí, porque todo en esta novela rezuma filosofía, empezando por la profesión del protagonista, siguiendo por sus afinidades intelectuales y terminando por la naturaleza sentenciosa y grave de sus reflexiones. Y no, porque Toni no es tanto un filósofo como un “filosofito” (así lo llamaba su mujer para escarnecerlo) y porque el humor que recorre el libro fulmina cualquier tentativa de trascendencia metafísica. Los vencejos es más bien una parodia de una novela filosófica.

Hablemos del humor. No recuerdo ninguna novela reciente que me haya hecho reír tanto como esta. Nada en ella, ni lo más serio, es nunca del todo serio, y las más de las veces el libro se presenta como una tajante refutación de la literatura seria. Un humor oscuro y zumbón se asocia con un nihilismo de pantuflas y albornoz para producir perlas como las siguientes: “mi relación con papá mejoró después de su muerte”, “nunca perdonaré a Raúl la afrenta de ser mi hermano”, “es una lástima que la violencia cause dolor”, “¿qué culpa tengo yo de ser contemporáneo de nadie?”… Si no fuera porque la frase estaba ya acuñada, muy bien podría Toni haber dicho aquello de “cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro” (a su perra Pepa, en este caso). Dicho esto, hay que señalar que, como en un espectáculo de funambulismo, ese mismo humor amenaza no pocas veces con despeñar la novela por el precipicio de la zafiedad. ¿Qué se puede esperar de un narrador como el misántropo de Toni, un ser egoísta, resentido, adusto, desdeñoso, a menudo innoble y odioso, incapaz de expresar afectos, un hombre además que, puesto a volcar su intimidad en un diario, no tiene motivos para silenciar su trato con profesionales del sexo ni su enamoramiento de una muñeca hinchable a la que llama Tina? Los vencejos es una parodia de un diario íntimo, en el que hay que contarlo todo: lo bueno y lo malo. Sobre todo, lo malo.

He dicho que Los vencejos es una parodia de novela filosófica y de diario íntimo. Los vencejos también es (¡sorpresa!) una parodia de comedia romántica. Sinopsis: “Un hombre arrastra la herida de un fracaso sentimental. Inesperadamente le sale al paso la posibilidad de volver a amar y a ser amado. ¿Acertará nuestro hombre a reconquistar el más noble y hermoso de los sentimientos? ¿Triunfará el amor?” Reconozcamos que a una historia protagonizada por alguien como Toni la palabra amor le viene grande. Cambiémosla por cariño, o afecto, o apego. El simple hecho de saberse merecedor de cualquiera de estas formas menores del amor empieza a transformar a Toni, y todo lo que había en él de molesto o antipático deja de irritarnos en algún momento. Su nihilismo nos parece ahora algo postizo y venial. En su desdén hacia el género humano ya solo vemos palabrería inofensiva. Donde antes había un egoísmo rabioso percibimos alguna que otra brizna de solidaridad y altruismo. Sus ideas empiezan a resultarnos razonables (“tengo alergia al concepto de utopía”) y, lo más alarmante, hasta sus ocurrencias más chabacanas nos parecen graciosas. Se produce, en fin, una metamorfosis. Una metamorfosis lenta, silenciosa, discreta, que no consiste tanto en la humanización del personaje como en la humanización del punto de vista y, por tanto, de lo observado. Antes todo era opaco. Ahora captamos algo de luz, la suficiente para iluminar los rincones más tenebrosos del pasado y encontrar la clave última de la aspereza existencial de Toni, que no es otra que la violencia: la violencia de su infancia, una violencia estructural, sistémica. “En comparación con otras familias, tiendo a creer que en la mía se zurraba poco”, escribe a pesar de todo, y el lector comprende que lo que tiene entre manos es una novela sobre la inclinación del ser humano a ejercer la violencia sobre sus semejantes.

Que la violencia es uno de los temas literarios predilectos de Aramburu lo saben muy bien los numerosos lectores de Patria. También los otros dos volúmenes de su “trilogía vasca” (Los peces de la amarguraAños lentos) son libros sobre la violencia. A diferencia de esas historias, ancladas en un tiempo y un espacio determinados, la relación de Los vencejos con el contexto histórico es ornamental, como los decorados de las viejas fotografías de estudio. La acción transcurre en el Madrid de hace un par de años, pero podría perfectamente transcurrir en cualquier otro sitio en cualquier otra época. Si en esos tres libros los personajes estaban sometidos a una presión externa, superior, omnipresente, en este solo están sometidos a su propia presión, y no se produce el choque entre la historia colectiva y las historias individuales, tan habitual en la tradición realista.

En la obra de Aramburu han convivido desde el principio libros que recrean vidas ordinarias en circunstancias extraordinarias con libros que nos hablan de vidas ordinarias en circunstancias también ordinarias. Aunque en este segundo grupo hay novelas tan estupendas como El trompetista del Utopía, los libros suyos que prefiero forman parte del primero. Parece sensato que, después de un éxito como el de Patria, que está entre estos, la siguiente novela buscara hacerse un sitio entre aquellos. Los vencejos no es una respuesta a Patria ni mucho menos una impugnación, pero sí un cambio de registro, un distanciamiento que obedece a la necesidad de explorar nuevos territorios literarios. Dudo que esta novela, que corre no pocos riesgos y parece escrita para incomodar al lector medio, concite la unanimidad de Patria, pero quién sabe. Puede ser que Aramburu haya inventado un nuevo y exitoso género: el humorismo filosófico. ~

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(Zaragoza, 1960) es escritor. En 2020 publicó 'Fin de temporada' (Seix Barral).


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