Elvira Navarro
La isla de los conejos
Barcelona, Literatura Random House, 2019, 158 pp.
Un hombre que inventa lo que ya está inventado (“su método era descubrir por sí mismo lo necesario para elaborar lo que ya estaba hecho”) construye una piragua con la que navega por el Guadalquivir y descubre una isla en la que decide pasar un par de noches a la semana. Sin premeditación alguna y sin tener en cuenta lo delicado que es el equilibrio de un ecosistema, suelta algunos conejos con el propósito de que ahuyenten a unos molestos pájaros, pero que acabarán colonizando el lugar. Lo que sucede con el hombre al final del relato se deja a la interpretación del lector y a su capacidad para reunir las pistas sembradas en el texto que le permiten concluir la historia de ese falso inventor, que se ha ido mimetizando con los habitantes de la isla: su pelo, “súbitamente encanecido, lograría el blanco fabuloso de esos animales ya sagrados, y sus ojos, ensangrentados por pequeños derrames que el oculista atribuía a una persistente conjuntivitis, acabarían sanando cuando enrojecieran por completo”. Lo que ya sabe el lector es que los conejos se han entregado al canibalismo. Lo que el relato deja sin cerrar es hasta dónde llega la mimetización del protagonista con los conejos de su isla.
Este es el cuento que da título al último libro de Elvira Navarro (Huelva, 1978), La isla de los conejos, y que comparte algunas cosas con los otros diez que completan el volumen: el gusto por lo fantástico, lo que queda fuera de una explicación racional de los acontecimientos. Conecta asimismo con un tema recurrente en la escritora: las periferias de las ciudades, pero también, en un sentido más amplio, lo que queda en los márgenes, lo que no suele ocupar el foco de la atención. En ese sentido, algunos de los cuentos –no solo “París périphérie”– dedican espacio a trazar cartografías de las zonas menos fotogénicas de las ciudades, como sucedía en los primeros libros de Navarro y como hace en su blog Periferia dedicado a los barrios menos glamurosos de Madrid. Pero también puede verse una continuidad en su interés por los personajes en el límite del sistema, como era la escritora Adelaida García Morales en sus últimos años y a quien Navarro dedicó su libro anterior.
Otra cosa que comparten los cuentos reunidos en este volumen es que casi todos son más de atmósfera que de acción: es más importante cómo es el mundo en que suceden los relatos que lo que sucede en ellos, aunque sea el anuncio de una ruptura amorosa, como en “París périphérie” o en “Las cartas de Gerardo” –un cuento que podría emparentarse con los de Cristina Grande–; una transformación à la Kafka, como en “Estricnina”; la aparición repentina de una especie extinguida, como en “Myotragus”; o que a una de las protagonistas le pida amistad en Facebook un perfil que parece ser el de su madre recién fallecida, como sucede en “Memorial”, que se cierra precisamente con una carta de la madre muerta publicada en forma de nota en la red social. Todo sucede en un clima más o menos onírico, que coquetea con lo fantástico; se parece mucho a la realidad, y algunos de sus mecanismos son similares, pero hay detalles, como en los sueños, que revelan que no es exactamente la realidad. Uno de los cuentos que más me ha gustado tiene que ver precisamente con los sueños: la protagonista trabaja en un hotel de Huesca y desde su habitación, “La habitación de arriba” se llama el cuento, sueña los sueños de algunos de los viajeros que pernoctan allí y de sus compañeros de trabajo. Es un cuento con ecos de Borges y Cortázar, y también en el que el humor se cuela camuflado en la desazón que consume a la protagonista del relato: “La distinción la asqueaba, sobre todo tras cursar un año de Bellas Artes y compartir piso en Málaga con un actor.” Y también de atmósfera es “Regresión”, otro de mis favoritos del volumen por cómo retrata la dureza de las relaciones en el paso de la infancia a la adolescencia con una mirada ni nostálgica ni condescendiente. Es un cuento sobre la amistad entre dos niñas y su posterior distanciamiento que también recorre una ciudad. Quizá por eso, por las niñas y la ciudad como protagonistas, me recordó al primer libro de Navarro, La ciudad en invierno.
Casi todos los protagonistas de estos cuentos tienen una tara mental más o menos grave y más o menos evidente que en mayor o menor medida los expulsa hacia los márgenes físicos o no: a la periferia de la ciudad, a una ciudad de provincias o a la locura y a comportamientos no admitidos. En ese sentido, el libro puede leerse también como un tratado de diferentes tipos de marginalidad a consecuencia de no encajar en la normalidad establecida. Las piezas que componen La isla de los conejos dan muestra del talento de la autora: son relatos en los que todo se adivina estudiado y trabajado, son cerebrales. Por fortuna, el objetivo de Navarro no parece ser el de complacer al lector; exige a cambio su complicidad, su capacidad para completar los huecos, y confía en su inteligencia. La marca de Navarro es el control de todos los elementos del relato: la estructura, el ritmo y el estilo de cada uno de los cuentos responden a una cuidada selección, y aunque a veces pueden resultar levemente envarados, nunca se ven los andamios. Entre las virtudes de Elvira Navarro está también el lugar desde el que observa y analiza: un lugar propio que le permite fijarse en cosas que pasan inadvertidas a los demás y hacerlo con una manera propia. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).