El periodo presidencial que arrancó en 2018 en México ha estado marcado por la centralización y concentración del poder en un presidente popular y populista. Andrés Manuel López Obrador pulió y abrillantó la silla presidencial como vértice único de decisión y ha devaluado el rol de los contrapesos como pilares de un sistema democrático. Los periodistas, el poder judicial, los otros actores políticos y los organismos autónomos han visto disminuir su impacto, sus voces, su presupuesto y su imagen en el contexto de un gobierno incapaz de corregir sus incompetentes decisiones en salud, educación y seguridad, al mismo tiempo que se niega a rendir cuentas.
Sin embargo, en menos de un año la persona sentada en la silla será otra. Del mismo partido o de un partido político distinto, pero otra. ¿Qué significa eso? ¿Modificará la forma de ejercer el poder? En otras palabras: ¿es posible que cambie este régimen con tendencias autoritarias si se elimina el factor personal del líder carismático? No es fácil responder a esta pregunta. Para empezar porque no se sabe con seguridad si continuará el mismo partido o no y eso, claro, agujera la prospectiva sobre las posibilidades de cambio. Sin embargo, creo que puedo hacer un breve paseo por los elementos que mayor impacto tienen hoy en el guiso autoritario y haré un esfuerzo por advertir el grado de dependencia que muestran frente a Andrés Manuel López Obrador.
1. La esencia del actual autoritarismo y la concentración de poder parecen descansar en el carisma del líder, la maquinaria propagandística, el partido clientelar y la subordinación fáctica de los gobiernos estatales. Esas son sus características metaconstitucionales, diría Cosío Villegas. ¿Qué grado de dependencia tiene cada una frente al líder? Las primeras dos, un grado severo. El carisma no es transferible y ninguna de las aspirantes presidenciales posee uno similar. Además, la propaganda se articula hoy desde la conferencia matutina, solo potente porque es el líder quien la encabeza. Esos dos elementos ya no estarán, pero me preocupa que la subordinación de las élites políticas estatales y el artefacto estatal que alimenta clientelarmente al partido gobernante podrán ser usados tanto por quienes representan el cambio como por quienes buscan la continuidad. De hecho, una de las más perversas herencias del priismo del siglo pasado fue la transferencia de su utilería de poder fáctico a los gobernantes de la alternancia. Ni el PRD en la Ciudad de México ni los panistas en Jalisco y Guanajuato, por mencionar dos ejemplos conocidos, pueden presumir de haber cambiado esas prácticas. Son la sociedad civil, el arreglo legislativo, el juego político, los medios de comunicación, la transparencia y rendición de cuentas los factores que inhiben el abuso, no solo el cambio de partido.
2. El poder ejecutivo ha experimentado una transformación sustancial en su relación con el ejército, convirtiéndolo en una presencia activa en la administración pública y en un actor temible para la salud democrática. Afirmo esto último con base en dos elementos: la creciente inestabilidad de su contención política y la opacidad de sus funciones en ámbitos civiles. La gran interrogante radica en si esta dinámica perdurará o evolucionará y eso depende de la combinación de tres factores: la voluntad del gobernante, su fuerza legislativa y los deseos del ejército. La fuerza legislativa será necesaria solo para mantener o cambiar el estatus militar con respecto a la seguridad pública, pues eso requiere una base constitucional. El resto de las funciones, todas administrativas, responden a órdenes presidenciales, pero también a la presión y anhelos de algunos generales, por lo que un cambio en el estatus del ejército requerirá enormes dosis de experiencia política, monstruosas habilidades de negociación y una visión de Estado por parte de los militares.
3. El rol de los medios de comunicación y el acceso a la información también se vislumbra como un elemento crítico a la hora de medir la temperatura autoritaria en nuestro país. Claudia Sheinbaum ha mostrado un carácter reacio a la crítica, poca apertura ante los medios y una disposición similar a la del actual presidente para alentar la discordia. Su paso por la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México no arroja un saldo alentador en este rubro, pues también cerró los canales de información y acusó a los medios de hacer propaganda en su contra cuando se mostraban datos incómodos. En el caso de una alternancia, el escenario es desafiante: los medios, acosados por el gobierno anterior, deberán mantener el rigor y la crítica frente al nuevo gobierno y a los funcionarios salientes. Eso suena evidente, pero no es sencillo en un contexto de polarización en el que surgen fuertes reclamos entre los bandos y la equivocada percepción de que hay que tener clemencia con los recién llegados.
4. En cuanto al Congreso, los escenarios de conformación pueden afectar tanto la salud democrática como la gobernabilidad. Si el partido oficial mantiene la mayoría legislativa, es probable que persistan algunos objetivos autoritarios ligados al proyecto del líder carismático. ¿A cuáles me refiero? Principalmente los relacionados con el funcionamiento del poder judicial, el árbitro electoral y otros organismos autónomos. Los objetivos constitucionales del partido oficial son contrarios a la división de poderes de un Estado liberal. No me detengo en el acompañamiento legislativo a un proyecto de gobierno, sino en la destrucción de contrapesos desde las curules. Eso es preocupante. Ahora bien, si la oposición logra una mayoría, la capacidad de transformar el panorama es significativa; pero, ojo, no exenta de posibles tensiones en las calles. Es preciso tomar en cuenta que Morena es una máquina movilizadora y que el líder carismático no queda impedido para cocinar picantes discursos emitidos desde las madrugadas de su rancho con el altavoz de las redes. A eso me refiero con la gobernabilidad. Incluiré un tercer escenario, poco probable, pero no imposible: si la oposición alcanza la silla presidencial y una mayoría en el Congreso, no hay garantía de que no sucumba a la avaricia de usar para su provecho el camino marcado por el presidente. A ningún presidente le gusta que la Corte lo detenga.
Creo que el autoritarismo, sustentado en la propaganda y la centralización de decisiones se ve exacerbado por la presencia del ejército en la administración, por la opacidad e impunidad, por la promoción activa del resentimiento y la discordia, por la lógica clientelar y por el impulso legislativo a la destrucción de contrapesos. Lamentablemente, la mayoría de estas piezas pueden ser utilizadas sin el líder. Quien llegue estará montado en la lógica construida por López Obrador, lo quiera o no, y deberá hacer acopio de una extraordinaria generosidad para desmontar el aparato del cual puede servirse. Generosidad, visión de futuro y, por supuesto, colmillo.
Las dos piezas claves del rompecabezas son el Congreso y la discordia. Si el Congreso no tiene el mismo color que la presidencia, gane quien gane, se pueden proteger la autonomía judicial y los contrapesos. Por otro lado, la discordia es producto de la promoción activa del resentimiento, que fluye hoy directamente del pecho de Andrés Manuel López Obrador. Confieso que no tengo claridad sobre las habilidades de Morena para mantener ese discurso sin el altavoz diario de Palacio, pero advierto con preocupación que la campaña de Claudia Sheinbaum tiene la intención explícita de alimentar ese perverso fuego de odios.
En resumen, la complejidad del escenario político mexicano para el periodo 2024-2030 se incrementa al considerar las dimensiones del autoritarismo. La eliminación del factor personal del líder carismático no garantiza por sí sola un cambio sustancial, ya que los pilares del autoritarismo persisten y pueden ser usados por cualquiera. Abordar estos problemas requiere un esfuerzo conjunto para desmantelar la maquinaria propagandística, fortalecer las instituciones y redefinir las prioridades gubernamentales. El escenario ideal es el de un ejecutivo sin mayoría cómoda en el Congreso. ~
es politóloga y analista.