Quizá porque nos recuerda la sensación de inicio de cursos, ir a comprar un cuaderno es el primer paso para emprender un nuevo proyecto. Unos prefieren hojas en blanco, otros papel pautado y los de más allá cuadrícula. Yo me vine a encontrar con un cuaderno que describe mi ocupación y personalidad en la tapa, con letras mayúsculas: “OBSESSIVE LISTS”.
Tan singular es la capacidad de hacer listas, que casi se confunde con el uso mismo de la razón. Hacer listas sirve para contabilizar, como los pastores de la prehistoria que hicieron muescas en huesos para contar sus rebaños y dejaron las más antiguas huellas de escritura, y para asignar jerarquías, como en la novela de Nick Hornby que tiene al top five como motivo recurrente: las mejores cinco canciones para romper con una novia; las cinco canciones de mi primera adolescencia; el top five de canciones chocantes que, sin embargo, me fascinan.
Una función capital de la lista es categorizar o establecer clases. Pensar, por ejemplo, cuáles son los principales tipos de lista es ya ejercer el impulso de descubrir un abanico de órdenes en la realidad: hay listas para inventariar, jerarquizar, categorizar, dar instrucciones, facturar, suscribir (los abajo firmantes), proscribir (poner en lista negra), decidir (pros y contras) y muchas más. Aunque es trillado decir que la lista nos defiende contra el caos, da la impresión de que hacer listas tiene un efecto tranquilizador. Ahí tiene usted la lista de pasos a seguir; que los pasos se sigan es otro boleto, pero el mapa estaba deletreado sobre la página.
Cuántas listas abandonadas a medio camino, a veces antes de comenzar. Los escritores escriben libros sobre los libros que no escribirán. La lista más larga, si descontamos el reino misterioso de los números, es la del fracaso: que otros hagan listas de lo que han hecho, yo hago lista de lo que ya nunca lograré hacer.
Algunas listas dan tranquilidad y otras, desasosiego. Vivimos bajo la dictadura de la lista de pendientes. Angustia, a veces autoimpuesta, de sacar adelante los asuntos, uno tras otro, palomeados o tachados, para sentir que el tiempo no se escapa como arena entre las manos. Inutilidad de la lista: no te afanes, se escapa.
Dime qué hay en tu lista y te diré quién eres. En la lista diaria de mi esposa, más de la mitad son pendientes para la familia. Mi lista suele incluir: responder e-mails atrasados, googlear dolor de rodilla, escribir al editor para ver si le interesa o no el libro, googlear insomnio, llevar a la niña a la gimnasia, pedirle a mi esposa que revise cuánto debemos en la tarjeta de crédito.
El ítem es el átomo de la lista de pendientes, y así como ciertos átomos pueden saltar hacia otra configuración molecular, el ítem de nuestra deuda crediticia dio el salto a la lista de pendientes de mi esposa. Pero ella, que entiende de física cuántica, me dijo que para evitar un choque de partículas el ítem debe volver a mi lista, donde ahora mismo pende, ligeramente modificado: recuperar contraseña de la cuenta de banco y revisar cuánto debemos en la tarjeta.
Cuando fui bibliotecario en Austin, Texas, pensé en hacer un tímido homenaje a la Biblioteca de Babel. En una vitrina que está cerca del mostrador de circulación, estarían exhibidos los siguientes libros:
- Horacio Jorge Becco, Bibliografía de bibliografías literarias argentinas. Washington dc, 1972.
- Gabriel Giraldo Jaramillo, Bibliografía de bibliografías colombianas. Bogotá, 1954.
- Ramón A. Laval, Bibliografía de bibliografías chilenas. Santiago, 1915.
- Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón, Ensayo de una bibliografía de bibliografías mexicanas. Ciudad de México, 1943.
- Juan Siles Guevara, Bibliografía de bibliografías bolivianas. La Paz, 1970.
Dentro de la vitrina –este paso resulta indispensable– incluiría también una lista de todo este género de libros en el acervo de la biblioteca. El nombre de la lista, como va sospechando el lector, tendría que ser: “Bibliografía de bibliografías de bibliografías en la Colección Benson”.
Entonces uno llama a los colegas de San Antonio, El Paso, Houston y Dallas, y les pide que hagan una lista similar según los libros de sus bibliotecas. Enlistando los nombres de cada lista (operación por supuesto inútil, pero así son los juegos), se compila una “Bibliografía de bibliografías de bibliografías de bibliografías en bibliotecas de Texas”. Con ese título, se imprime un puñado de ejemplares de un panfleto que tal vez ya figure en las galerías hexagonales de la Biblioteca de Babel. Este homenaje quedó, por cierto, en la lista de proyectos ya para siempre en potencia.
Todavía indeciso sobre si el arte de listar es para mí aflicción o consuelo, ansiedad desglosada o inclinación hacia el orden y el método, sé desde ahora que dos tipos de lista me acompañarán hasta la tumba: la de pendientes y la de libros que quiero leer. Para el lector de listas, aquí dejo apuntadas las dos mejores que conozco. La primera, bibliográfica, nos transporta a un momento de choque y transformación como no se ha visto quizás en la historia humana. La segunda incluye hitos como la domesticación del camello, el descubrimiento del problema del no ser, la invención del zíper y el lanzamiento del Sputnik: a través de la selección de acontecimientos, va perfilando una filosofía de la historia. Está dicho que una buena lista –pertinente, ordenada, razonada, consciente incluso de sus limitaciones– es casi sinónimo de inteligir o leer un orden en la abrumadora multiplicidad del universo.
- Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI. Catálogo razonado de libros impresos en México de 1539 a 1600. Con biografías de autores y otras ilustraciones. Precedido de una noticia acerca de la introducción de la imprenta en México. Ciudad de México, 1886. (Existe una reedición ampliada, de Agustín Millares Carlo, 1954.)
- Gabriel Zaid, Cronología del progreso. Ciudad de México, 2016. ~
es ensayista y narrador. Recientemente publicó la novela No soy tan zen (Almadía, 2022).