Ser, estar, habitar: Ítaca es uno mismo

Estar en su lugar. Habitar la vida, habitar el cuerpo

Claire Marin

Traducción por Traducción de Álex Gibert

Anagrama

Barcelona, 2024, 232, pp.

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

¿Hay verdaderamente solo dos maneras de habitar el mundo, la nómada y la enraizada, como Umberto Eco dividió a los estudiosos de la cultura de masas entre apocalípticos e integrados? ¿Qué significan realmente expresiones como “encontrar un lugar”, “tener un lugar propio”? ¿Es eso posible?

La filósofa Claire Marin (París, 1974) parte de una tesis: el ser humano nunca permanece quieto, incluso si “nuestros viajes sean a veces inmóviles, y nuestras lejanías, interiores”. ¿No quiere decir esto, acaso, que el verdadero lugar es el encuentro consigo mismo, que la casa la lleva uno dentro y la transporta adonde vaya? La casa, el infierno o los fantasmas. Es muy probable que así sea, y que cada decisión que se toma sobre las arenas movedizas que pisamos en nuestro paso por la vida, cada desplazamiento, cada temblor, cada recomposición, sea esta familiar, afectiva, laboral, social, política o geográfica, configure precisamente “nuestro lugar”, “nuestro hogar”, nuestra cartografía personal, porque no tenemos uno solo, sino tantos como lo permiten los espacios que ocupamos, sean estos reales o simbólicos. Pero no únicamente.

Somos seres sociales y, en consecuencia, a los otros también les albergamos un lugar en nosotros; lo llenan nuestros muertos, los fantasmas, los amores rotos, aquellos “que, pese a su ausencia o debido a ella, ocupan demasiado espacio […] los que se nos revelan por sorpresa en nuestros propios gestos, en nuestras expresiones, por la sencilla razón de que el cuerpo del fantasma es el nuestro”, tal y como lo escribe con toda elocuencia y más aún profundidad esta ensayista fecunda que se ha hecho un espacio –ella también, un lugar– indiscutible en el panorama de los pensadores franceses contemporáneos.

Estamos pues, dice Marin, ante una falsa disyuntiva: tanto nómadas como enraizados buscan derribar muros invisibles, romper techos de cristal, traspasar la línea de color, porque cada lugar que ocupamos, cada impulso no solo implica un desplazamiento exterior del sujeto, sino, más todavía, un desdoblamiento interior. Dicho de otra forma, como lo acuñó Heráclito hace varios siglos, “ningún hombre se baña en el mismo río dos veces”. O como Ortega y Gasset sentenció: “Yo soy yo y mi circunstancia.”

Pensamos un lugar fijo –expone la autora del también emblemático libro Rupturas (2020)– como algo que ofrece estabilidad –incluso legitimidad, precisamente porque la movilidad genera sospecha–: un trabajo, una casa, una familia, un ambiente social… Y sin embargo, “desconocemos las tempestades interiores de un hombre, el modo en que se ve sacudido, agitado o impulsado por una pasión secreta o una sed de venganza”, al grado de ponerlo a la deriva. Por eso algunos buscan anclarse en lugares que creen inmóviles, espacios que les dan cobijo ante estas sacudidas secretas, aunque nadie está a salvo de los cambios, de las rupturas, de las huidas, de las renuncias. El lugar fijo es una construcción mental, una zona de protección, una “residencia” con la que se busca poner fin precisamente al movimiento, pero las residencias mismas no son neutras, como nos lo recuerda Foucault, a quien cita Marin: las habitan proyecciones, esperanzas, las persiguen fantasmas, los nuestros propios como ya se observó líneas atrás.

Vivir dentro de la representación de que “hay un buen lugar” es pensar que las cosas son inamovibles, como si todo estuviera ya escrito, algo que se construye no desde el interior de nosotros, sino desde el exterior, haciéndonos a la idea errónea de que, en efecto, hay lugares buenos y hay lugares malos para uno, lugares que nos corresponden y otros que no. En este sentido, en su deconstrucción filosófica, Marin busca destruir la ilusión de que hay un solo lugar que habitar. “Habría que barrer también con el sueño de un lugar propio concebido como una posesión, un espacio exclusivo, un sitio fijo.” Por el contrario, vivimos infinitas vidas en una sola. La legitimidad nos la da el camino.

Apoyada en grandes clásicos que han abordado la temática del espacio, el ser y su lugar, desde Bourdieu, Derrida, Lacan, Beauvoir, pero también abriéndose paso en su andamiaje filosófico de la mano de obras de ficción con el sello de Perec, Kafka, Ernaux, Maalouf o Duras, la autora nos conduce a través de capítulos sintéticos y profundos de manera sagaz, mezclando precisamente el ensayo filosófico y la reencarnación de esas ideas apoyadas en la ficción, más verosímiles aún, para seguir los pasos de la polisemia de significados tan simbólicos como reales: ser, estar, habitar.

En su lucha por darle un sentido a la vida, por removerla del absurdo cotidiano, los seres humanos se inclinan por el orden, por una estructura, por la selección natural de “un lugar”, una profesión, una actividad, un fin. Y, sin embargo –en ese exquisito y constante reverso de la moneda que Marin le da al pensamiento–, el problema que implica poner las cosas en su lugar, arranger, esto es, organizar, ordenar, se deriva de que “cada cosa tiene varios lugares posibles y no uno definitivo”, de ahí la dificultad del orden, del control de los espacios, porque es precisamente ese lugar fijo, preestablecido, el que anula la sorpresa. O, quizás, el que nos hace anularnos con ella, el que nos anula a nosotros mismos.

El lugar fijo, real y mental, es una forma de control; sin embargo, cuando sucede un acontecimiento imprevisto, un accidente, se descubre la fragilidad del mundo, de nuestra seguridad. Y ahí, en ese intersticio, en ese hueco, en ese margen, es donde surge la necesidad de la renuncia: la vida interior se vuelve muy estrecha, y el mundo se expande para aquellos que no encuentran “su lugar”. Quizás ese “movimiento incesante” no es sino “el único medio que algunos encuentran para soportar su presencia en el mundo”, aquellos que osan partir, dice la autora francesa, porque “si decidimos abandonar nuestro lugar es por todo lo que nos impide ser”.

“No se trata únicamente de salir, sino de romper con lo que nos circunda; no se trata solo de huir o evadirse, sino de abrirse paso al exterior, de abrir una brecha que deje pasar un poco de luz”, escribe Marin, mientras nos recuerda que no siempre todo lo importante está escrito en el cuerpo del texto, sino en los márgenes, que se llega en zigzag y no en línea recta a ese lugar: habitarse. Que es en las derivas, en los acantilados, incluso en el abismo donde encontramos sentido. Es ahí, quizás, en esos márgenes, donde nos permitimos ser, donde se escriben nuestras vidas, donde suceden apariciones sorprendentes y colisiones fecundas, donde se reivindica la identidad. Donde somos.

Con Estar en su lugar. Habitar la vida, habitar el cuerpo, Claire Marin alivia a los peregrinos de esta vida que, sin lugar fijo, van de un lado a otro, de un puerto a otro, mientras les aconseja reconciliarse con su desorden. Marin no solo ha escrito un libro revitalizador, un libro que expone la tesis de una mente brillante, sino que está construyendo una obra, ahora traducida al español, de una solidez impecable precisamente en tiempos de fragilidad. ~

+ posts

Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frágil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: