IlustraciĆ³n: Daniel Bolivar

La certeza de la corrupciĆ³n. La corrupciĆ³n tiene remedio.

El libro mĆ”s reciente de Gabriel Zaid ofrece un diagnĆ³stico de cĆ³mo la corrupciĆ³n se enquistĆ³ con los aƱos en la polĆ­tica mexicana, a la vez que propone acciones. Su carĆ”cter prĆ”ctico es un llamado contra el derrotismo.
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TĆ­tulo tomado de lord Acton y llevado a un libro breve y necesario: El poder corrompe. Lo sabemos bien nosotros, en MĆ©xico y en estos dĆ­as en que el presidente cree que puede montar escenas de Ubu Roi: saca un papel cualquiera, finge que era un paƱuelo y lo ondea pregonando la extinciĆ³n de las corrupciones. SerĆ­a peor que lo creyera. Mejor imaginar la escena como un ejercicio de Alfred Jarry.

Por fortuna, el libro de Gabriel Zaid no estĆ” fechado en los dĆ­as que corren, ni es un libro de teorĆ­a polĆ­tica, ni de denuncia. Los libros de circunstancia periodĆ­stica, o los de teorĆ­a polĆ­tica, suelen resultar abrumadores, cansados; las denuncias moralistas, aburridas y bobas. Este es un libro de lectura gozosa; divertido, inteligente, juguetĆ³n y temible: no hay coartada para quedar del lado de los buenos y no hay nada peor que suponerse incorruptible, una caracterĆ­stica de nada vivo, solo de los minerales. Son ensayos en sus dos sentidos estrictos: paseos por el interior de las ideas y ejercicios, exploraciones literarias. AdemĆ”s, es un libro de buena fe, igual que Montaigne quiso el suyo.

Para que un juego tenga sentido, ha de llevar una seriedad mortal, pero el anĆ”lisis no tiene por quĆ© copiar el objeto analizado; si la corrupciĆ³n es torva, malsana, y se lleva a cabo en lo oscuro, el mejor remedio no es la mimesis sino al contrario: luz, transparencia. La jovial claridad de Zaid no es un ejercicio ocasional; queda claro, en su obra en general, pero especĆ­ficamente en este libro, que se viene escribiendo, sin el propĆ³sito de volverse un volumen, desde 1978.

Borges decĆ­a que un mapa exacto tendrĆ­a que alcanzar la misma dimensiĆ³n de la realidad que representa: un mapa de la cdmx tendrĆ­a la misma superficie que la ciudad. Para entender por vĆ­a teĆ³rica un problema (como la corrupciĆ³n) es necesario despejar los accidentes, el azar, lo contingente y hallar una matriz mĆ­nima de premisas, necesaria y suficiente. Zaid propone una que parece eso: ā€œLa condiciĆ³n necesaria para que la corrupciĆ³n sea posible es que una persona represente los intereses de otraā€, y ā€œla corrupciĆ³n consiste en apoderarse de un poder encargado, en usarlo como propioā€. De hecho, mejora la que propone Transparencia Internacional: ā€œel abuso del poder encomendado para el beneficio propioā€ (the abuse of entrusted power for private gain).

El asunto de la privatizaciĆ³n del poder es un fenĆ³meno peculiar de las formas polĆ­ticas y modernas. En las monarquĆ­as, la corrupciĆ³n es menor y casi ni cuenta: el monarca es dueƱo de todo y actĆŗa segĆŗn su gana y punto. En cambio, ā€œla corrupciĆ³n polĆ­tica aparece con el mito de la soberanĆ­a popular… Si toda representaciĆ³n implica un desdoblamiento (entre actuar por cuenta propia y por cuenta del representado), si toda corrupciĆ³n necesita ocultar los actos que no corresponden a lo que se supone, la corrupciĆ³n polĆ­tica eleva la doblez a la constituciĆ³n misma del Estadoā€.

Zaid no incurre en la crĆ­tica emotiva, o iracunda o moralista; ni en este libro ni en ninguno de los suyos. Simplemente, tiene muchas herramientas literarias e intelectuales como para repetir indignaciones chabacanas. La corrupciĆ³n enoja, indigna, provoca rabia, con toda razĆ³n, pero tambiĆ©n fabrica histriones que fingen enojo, indignaciĆ³n y rabia, pero gobiernan de modo corrupto. En algunos momentos de la historia, por desgracia, el vaivĆ©n de emociones excitables conforma porras y mutas de linchamiento que se indignan y arden contra la corrupciĆ³n y son capaces de derrocar gobiernos y creer que llevan a cabo una transformaciĆ³n en el camino del bien. Por desgracia, pronto se dan cuenta (aunque algunos finjan santidad) de que han llegado al poder y… el poder corrompe.

Zaid ha escrito siempre en las antĆ­podas del impresionismo moral; su sello es la propuesta, que puede venir de muchos modos. Puede ser ingenierĆ­a: conoce sus materiales, calcula, proyecta; pueden ser los recursos del poeta, quizĆ” los mĆ”s frecuentes, cuando la imaginaciĆ³n genera respuestas, Ć”ngulos, posibilidades insĆ³litas; o bien puede participar de la estirpe de Jonathan Swift: ironĆ­as que se enuncian como la sensatez misma, pero son en realidad de una mordacidad dolorosa. ā€œPor una ciencia de la mordidaā€, se llama uno de los ensayos: en MĆ©xico, dice, ā€œtenemos la materia prima fundamental, que son los hechos investigables; tenemos talento para la prĆ”ctica; tenemos interĆ©s en la teorizaciĆ³n, como lo demuestra la abundante dexiologĆ­a popular. Hay que dar el paso siguienteā€. Como Swift: si no vamos a terminar con la corrupciĆ³n, entonces hagĆ”mosla polĆ­tica oficial, instituciĆ³n respetable y motriz del progreso, saquĆ©mosle provecho… La idea comienza dando risa, pero el lector se va enterando de que la corrupciĆ³n ā€œno fue una caracterĆ­stica desagradable del llamado ā€˜sistema polĆ­tico mexicanoā€™. Fue el sistema polĆ­tico mexicanoā€. De hecho, todo Estado y todo gobierno polĆ­ticos no son sino institucionalizaciones de anteriores corrupciones: vender protecciĆ³n, cobrarse una parte de todas las producciones y todos los comercios, cobrar por permitir actividades, oficios, negocios libres. ĀæY entonces, no hay modo de erradicar la corrupciĆ³n?

No es nada sencillo. No le falta lĆ³gica al corrupto cuando dice, por ejemplo: ā€œalguien va a ganar esta licitaciĆ³n, mejor que sea mi compadreā€. No es problema de razonamiento sino de prudencia y de imaginaciĆ³n: el sujeto de la norma es una imagen, un papel que uno aprende y representa, como en una obra teatral, no le pertenece a un individuo sino a cualquiera que asuma el papel. Miles han sido Hamlet y siempre han percibido algo podrido en el reino.

El poder corrompe es la constataciĆ³n de que no hay buenos o malos en sentido ontolĆ³gico: que las acciones humanas siempre estĆ”n en una balanza de valor, muchas veces imposible de tasar ni prever, y no solo debiĆ©ramos dejar atrĆ”s a los tartufos, los puritanos y demĆ”s necios que creen que una especie viva puede dejar de corromperse, como si existiera una esencia humana que de pronto se volviera pura, impecable, mineral. ā€œTodo es corruptible, pero la soluciĆ³n no estĆ” en hacerlo incorruptible, sino en prevenir y castigar los abusos del poder. SoƱar en un sistema polĆ­tico incorruptible sirve para no llegar a nada.ā€ Pero eso no significa ni resignarse, ni bajar la vara de medir… El robo, por ejemplo, es considerado crimen en prĆ”cticamente todas las sociedades, y en todas se roba y se sigue robando, pero eso no significa que fuera mejor dejar de condenar el delito. (TambiĆ©n hay excepciones hasta en esta regla casi universal: en Esparta, la culpa era de quien se dejaba robar: no merecĆ­a ser dueƱo de algo que no podĆ­a cuidar; es decir, cambia el culpable, pero el robo sigue siendo condenable.)

A lo largo de este libro breve, es notable el modo en que Zaid acomoda el problema de la corrupciĆ³n entre seƱalamientos precisos y especĆ­ficos e ideas universales que, muchas veces sin advertirlas, ordenan la estructura de nuestros juicios. Dos tradiciones, dos mitologĆ­as de nuestra civilizaciĆ³n se muestran todavĆ­a vivas. Una, la antigua, imagina el paso del tiempo como proceso de corrupciĆ³n. La mitologĆ­a de las tribus y sus poetas se solaza en la nostalgia: ā€œtodo tiempo pasado fue mejorā€ (dijo Manrique), o el discurso del Quijote a los cabreros: ā€œDichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivĆ­an ignoraban estas dos palabras de tuyo y mĆ­o.ā€ MitologĆ­a que adquiere pĆ”tina de ciencia con las leyes de la termodinĆ”mica. El tiempo, segĆŗn pasa, corrompe el bien original y va dejando esto que somos: bagazo de aquellos frutos rojos y dorados.

La otra mitologĆ­a es moderna: el tiempo no es un mero decaer; se convirtiĆ³ en Historia y el animal racional es tan responsable como capaz de superar sus restricciones naturales hasta transformarse en ser ilustrado, racional, dueƱo de sĆ­ y de sus circunstancias. Somos corruptos, pero el futuro tiene que ser mejor que el pasado, merced a una segunda naturaleza (Nurture over Nature). Es el destino del progreso.

Entre el pasado y el futuro, ambos manifiestamente mejores, queda un presente en que convergen las corrupciones de ambas mitologĆ­as. En ambos casos, el presente es el peor momento: es la Ćŗltima degradaciĆ³n del sagrado origen y es el estado larvario del progreso futuro. Nunca somos lo que fuimos y nunca dejaremos de ser esto que no logra alzarse hasta sus promesas.

La certeza de la corrupciĆ³n: corrompe. Precaverse contra la corrupciĆ³n, desde el Estado mismo, encarece y retrasa todo; puede resultar Ćŗtil, durante un tiempo, pero todo trĆ”mite es nueva puerta a la corrupciĆ³n. ā€œTodo es corruptibleā€, dice Zaid, y en otro lado explica: ā€œen el puritanismo, se reprime la felicidad como un deseo siniestro. En la corrupciĆ³n, se reprime la honestidad como un deseo ridĆ­culo. Si hay un deseo prohibido en nuestra vida pĆŗblica, si hay un deseo temido como destructor y caĆ³tico, es el de transparencia. La gente decente se burla de este deseo como de una inocentada infantil, un romanticismo que se cura con la madurez. Y asĆ­ sucede muchas veces, en la superficie social.ā€

La transparencia no es un recurso de control sino, como habĆ­a dicho CosĆ­o Villegas, ā€œhacer pĆŗblica de verdad la vida pĆŗblicaā€; no se trata de conformar mĆ”s poder sino de que todo sea visible, todo el tiempo. No tiene que ver con la fe en el gobernante; no importa que sea digno hasta de cultos religiosos. Y es hora de tener miedo cuando, en vez de dejarse ver, revisar, hacer las cuentas, el poderoso elige poner bajo asedio a quien indaga: como no piensa reducir la corrupciĆ³n, sino cambiarla en su favor, quiere anular los recursos con que se halla y se hace pĆŗblica. El libro no se ocupa del gobierno actual, y quizĆ” esto sea incluso peor para ellos: no hay escape de la perspectiva, precisamente porque no depende de circunstancias.

Zaid reconoce tres formas de la corrupciĆ³n: ā€œLa degradaciĆ³n de las cosas que dejan de ser lo que eran ā€“que no desaparecerĆ”. Es una tendencia universal, con aspectos positivos: gracias a los frutos podridos, pueden germinar las semillas de renovaciĆ³nā€ā€“. La desviaciĆ³n de lo mejor, en los actos de las personas ā€“y asumimos que ā€œsiempre habrĆ” un porcentaje equis de actos corruptosā€ā€“. Y la tercera: ā€œLa corrupciĆ³n como sistema polĆ­ticoā€, que es abundantĆ­sima pero puede y debe reducirse, aunque requiere mucho trabajo y dos cosas indispensables: transparencia y cultura, que muchos llaman educaciĆ³n (recurso que se corrompe cuando se le confunde con escolaridad).

Son dos cosas convergentes: una, la transparencia como sistema de acompaƱamiento. Hay que dejar de ver a la transparencia como una intromisiĆ³n: debe ser consustancial al poder pĆŗblico. Dos: una cultura. Ser capaces de imaginar. Es decir: concebir la fantasĆ­a a la que uno pertenece: una sociedad que colabora, que participa de la vida pĆŗblica como ente responsable… esas simplezas que dependen de inteligir sĆ­mbolos complejos. TambiĆ©n se llama educaciĆ³n.

Pero al fin, si se trata de sociedades polĆ­ticas, que supuestamente tienden a la racionalidad de desmenuzar la soberanĆ­a y reconocerla en cada uno de los ciudadanos, no queda sino atender directamente el problema. Y reconocer, con Sartori, que las democracias carecen de viabilidad si sus ciudadanos no las comprenden. La exigencia de transparencia no es ingenua sino consustancial a las sociedades polĆ­ticas, las repĆŗblicas y las democracias. De hecho, tras el alegato de Zaid, juzgarla de candidez equivale a exhibirse como corrupto por propia voluntad. ~

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(ciudad de MĆ©xico, 1962) es poeta y ensayista.


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